La zaranda se define como un
grupo de teatro inestable que surge en el 77 en Jerez de la Frontera, Andalucía.
Trabajan sin descanso desde hace 40 años. El grupo está formado por el director
Paco de la Zaranda y un grupo de tres actores, uno de ellos el propio director
que cuando actúa figura como Francisco Sánchez, su nombre real. Y también lo
forma el dramaturgo Eusebio Caronge. Luis Enrique Bustos es uno de los actores.
Llevan actuando desde que se crearon entre jerez y Madrid. Actúan en una nave a
las afueras, antiguo almacén de grano que llaman la nave. Es una compañía de procesos
creativos, algo desusado en el teatro actual, pues son muy lentos ensayando, no
tienen fecha de estreno, ni compromiso hasta que tienen la obra montada, luego la
cuecen lentamente. Tuvieron una crisis y por problemas se relacionan ahora más
con Madrid. Una gira por América les devuelve la fuerza y fe para seguir. Son
más conocidos y re conocidos por América, desde Canadá hasta la Patagonia. Son
los últimos heterodoxos, malditos quijotes del teatro.
En el 79 estrenan agobio. Por orden
cronológico sus actuaciones han sido; Esconder las gallinas que vienen los
cómicos, Vinagre de jerez, del 89, de las más conocidas. Perdonen la tristeza,
Obra póstuma, Cuando la vida eterna se acabe, Ni sombra de lo que fuimos,
Homenaje a los malditos, los que ríen los últimos, Futuros difuntos, El régimen
piensa, Nadie quiere creer, El grito en el cielo, Ahora todo es noche que es su
última obra. Hay varias compañías en Andalucía, pero ellos son la mejor. Su
signo distintivo de la compañía, lo que les hace tan diferentes en el panorama
español, es su gran espiritualidad. De hecho, el subtítulo del grupo es “Creer
para crear” El teatro que hacen lleva la marca de la casa de la Jaranda.
Desarrollan ese punto gaditano y algo sevillano del humor grotesco, casi esperpéntico
que tiene que ver con lo carnavalesco, y le dan un punto a su teatro de algo
litúrgico, ritual. La compañía hace referencia a la recuperación espiritual trascendente
del ser humano. Esto es inusual en el arte contemporáneo y en el teatro, sobre todo.
Es un componente de la sociedad
occidental contemporánea, reina el materialismo, el racionalismo, el consumismo
y tecnificación y a través de esto la sociedad contemporánea ha apartado del
centro del ser humano la preocupación por esa parte sagrada del ser humano. Con
su teatro plantean volver a religar al ser humano con su parte trascendente. No
perdamos contacto con nuestro yo más profundo. Son críticos con el teatro arte
del último siglo. Todos sabemos que el teatro arte del siglo xx niega esa parte
espiritual, sagrada del ser humano y se hunde en el cenagal de lo humano. Tiene
connotaciones positivas pero negativas para la compañía la zaranda. Se hunde en
el nihilismo el arte contemporáneo, más allá de la esperanza en ningún otro
futuro. Ellos consideran que es algo muy negativo para el ser humano pero que responde
a las características de esta sociedad que estamos viviendo. Se consideran unos
outsides dentro de esta corriente. Incluso las fuentes de donde nace la
creatividad humana, el dialogo consigo mismo y lo sagrado, están anegadas en
los tiempos que vivimos de nadería. Los elementos son el silencio, soledad, el
recogimiento. Es imposible encontrase en ningún sitio con la gente, hay aislamiento.
Ellos defienden experiencias como la intensidad del dolor humano o el deslumbramiento
de la belleza, alejadas de la cotidianidad del ser humano, pero son esas
experiencias las que nos abren a lo espiritual, mas allá de la superficie de
las cosas. Consideran que el teatro es una disciplina privilegiada para tender
puentes entre lo visible e invisible, lo material y espiritual. Lo que vemos en
el escenario es la huella de lo que no se puede ver y su labor es establecer una
comunicación entre esos dos mundos, ponerle al hombre en comunicación consigo
mismo. Apartar la maquinaria siniestra en que estamos presos, sacarnos del
envilecimiento y la alienación. Es prioritario una creación que se dirige a
cada individuo y no la publicidad y propaganda que se dirige a la multitud para
domesticarnos. En estas charlas sobre espectáculos teatrales nos guiamos por
las distintas técnicas teatrales. Pero ellos plantean que el aprendizaje de
técnicas es secundario y que lo importante es abrirse a la revelación. Son unos
creadores que tienen esa fe en la relación, en la inspiración, incluso en los
tiempos actuales. Tan importante como buscar es dejar que nos encuentren. Para
eso es primordial el silencio y el recogimiento, pero no entendido como mutismo
social o como esa soledad que nos impone la tecnología del ordenador en
nuestras casas. La creación y recreación de una obra de teatro exige un encuentro
con nosotros mismos. En la interioridad sentimos esa llamada trascendente. Mana
el dialogo con la creación, con nosotros mismos, la voz de ese espíritu nos
hace creadores. El silencio es el cimiento de la creación, da profundidad a
cada palabra y es hoy en día una de nuestras mayores carencias; todos queremos
hablar. Se ve el silencio anegado por los ruidos. Solo en el silencio nos
encontrara la voz a la que preguntaremos y que conforma el dialogo germinador que
es toda creación. La soledad no es aislamiento del mundo sino huir del estruendo
del mundo al recogimiento y soledad de nuestra creación. Alejarnos del presente
doloroso para contemplarlo desde arriba, relativizarlo. Abrir la puerta de luz
a nuestra interioridad. El creador frecuenta una senda del sueño a la realidad
para llevarnos de la realidad al sueño a los otros.
El teatro es un terreno
privilegiado para esta posibilidad de volver a conectar al ser humano con sus
potencias interiores. La sociedad contemporánea lo dificulta y niega. Nos habla
todo, no solo las palabras de los actores sino todos los lenguajes dramáticos.
Como personas que tienen poca fe en el puro racionalismo humano, saben que el
lenguaje es más limitado de lo que nos creemos. Las experiencias realmente
importantes como son la alegría, dolor, belleza, la trascendencia son
inexpresables verbalmente. No hay palabras para manifestar eso. Decimos un tópico
que no dice nada de la hondura de esas experiencias. De lo que no sabemos es
mejor callar. El lenguaje inarticulado, el invisible, el silencio, se
manifiesta igual que el grito, la risa, o el estremecimiento. El teatro
contiene poesía que se ve sin oírla. De ahí viene la imagenología que usan en
escena. Sus espectáculos lo convierten en liturgia, como esa búsqueda platónica
de la verdad a través de la belleza. Con esos elementos escénicos complementan
la palabra en el espacio escénico. El escenario en principio desnudo, ese
espacio sin nada, está abierto en 6 direcciones. No solo derecha izquierda, lejanía
y cercanía. Ellos suman dos dimensiones más; la elevación y profundidad.
Consideran que hay un eje de verticalidad que se suma a las otras dimensiones.
Pone en contacto lo inferior y superior. Nos permite percibir la ascensión. Nos
permite unir religar lo sagrado y profano, lo mítico y cotidiano. Sobre el
espacio escénico facilitan un tránsito entre lo visible e invisible, cordón
umbilical entre lo inferior y lo elevado. El escenario debe contener lo justo.
Que lo poético se respire desde el primer momento, desde que se abre el telón.
Entras en contacto con la obra antes de que empiece. El espacio escénico y el escenario
son síntesis de lo que queremos expresar. Lo que me gusta a mí personalmente es
el dialogo.
Ese compromiso con lo espiritual
les sirve a ellos para concebir el espectáculo más que a nosotros. No es
necesario que esto lo entendamos el público cuando veamos la obra. Es lo que
utilizan para crear. Ese ambiente y comunicación tan especial se puede producir
gracias a eso. Es el truco o explicación filosófica con la que ellos juegan
para provocar los efectos que provocan. Si lo sabemos nos ayuda a explicarnos porqué
nos llega la obra como nos llega. Nos sentamos en la butaca, el espectáculo se
produce y consiguen bien su objetivo. No son trucos técnicos sino como conciben
ellos su teatro.
Es para entender su obra. No hay soporte físico. La compañía se planta espectáculo en esas 6 dimensiones. Cualquier espectáculo sucede en un lugar espacio concreto. En ellos no hay espacio realista sino un espacio simbólico y mítico. Teatro que tiene más d metafórico y simbólico es lo que sustenta sus espectáculos. Antes de que ningún personaje hable, hablan ellos todo el rato. Buscan un sonido o una música diferente en cada función, la que ellos necesitan para crear y encontrar el ritmo, la vibración de ese espectáculo. Del silencio surge el latido, el ritmo, el oído, la música interna y todo escenario orbita en torno a esa vibración. Crean una unidad rítmica sobre la que colocar los diálogos e incluso la música. Música inaudible que es ritmo, vibración, lo necesitan para crear el espectáculo y cada vez que lo representan. Música sinfonía o sonido de una silla, acorde todo al ritmo del espectáculo que lo impregna e inunda todo. Cada espectáculo es distinto. Si se plantean hacer una obra muy rápida, todo trascurre con mucho movimiento, diálogos y movimientos muy rápidos. Si deciden hacer una obra más tranquila, todo es más ondulante, diálogos más susurrados y las personas se mueven por el escenario diferente. Es la energía que te trasmite. Todas las obras de zaranda son rituales, lentas de movimiento y diálogo, es como una música inaudible a la cual debe acomodarse todo; movimiento y voces de personajes, los diálogos, la música. No puede ir a contrapelo con la música interior que sienten los actores cuando interpretan. Ese ritmo que le ponen a todo. Cada montaje y cada obra es distinta. Frente a otras charlas más fáciles de entender, que se refieren a cuestiones técnicas de tipo actoral o directiva, ellos basan su metodología en sentidos intangibles, espirituales o trascendentales. Lo visible es huella de lo que no se ve. Trasmiten a los espectadores ese punto de trascendencia del ser humano. El montaje es cordón umbilical que nos une con esa parte sagrada. Sus montajes tienen esa parte de ritual, liturgia. No plantean los espectáculos como algo racional. La búsqueda que plantea la función que intentan trasmitir a los espectadores no tiene que ver con lo racional. La explicación es la obra. No se puede explicar. El espectador no tiene que tener ninguna preparación. Pero son espectáculos exigentes, demandan un espectador abierto. No vamos al teatro con ese talante sino con otros talantes. Ir a ver una obra de zaranda tanto por parte de los actores como del público es como ir a misa. Nadie va a misa con actitud de apertura hoy en día. Es lo que denuncian e intentan combatir con su trabajo. Nos desapegamos de nosotros mismos en esta vida materialista. Llevan 40 años planteándolo así. La voz trasmite un lenguaje hecho de palabras, de comunicación, pero tiene otras funciones o cualidades. La voz forma parte de la corporalidad. Echamos palabras en el escenario a lo hondo como echar piedras a un pozo, esperando un eco que abra una puerta al pensamiento. Son pájaros solitarios que se estrellan contra el muro de nuestra conciencia. Hay que dejar que el aire se cuele entre las silabas para que la palabra tenga vida y sangre. Las palabras danzarán sobre el silencio. Se arrojarán sobre el silencio. Siempre tienen sed las palabras. Queman los labios de los personajes porque no encuentras como decir lo que el alma encierra. Trasmiten esa hondura poética que tienen sus espectáculos. No hay una técnica concreta, se sustentan sobre cosas así de abstractas. Nuestra forma de comunicarnos es el lenguaje que no sirve para comunicar esto pero no hace justicia a lo que queremos expresar. Por eso hacen teatro y no escriben.
Es para entender su obra. No hay soporte físico. La compañía se planta espectáculo en esas 6 dimensiones. Cualquier espectáculo sucede en un lugar espacio concreto. En ellos no hay espacio realista sino un espacio simbólico y mítico. Teatro que tiene más d metafórico y simbólico es lo que sustenta sus espectáculos. Antes de que ningún personaje hable, hablan ellos todo el rato. Buscan un sonido o una música diferente en cada función, la que ellos necesitan para crear y encontrar el ritmo, la vibración de ese espectáculo. Del silencio surge el latido, el ritmo, el oído, la música interna y todo escenario orbita en torno a esa vibración. Crean una unidad rítmica sobre la que colocar los diálogos e incluso la música. Música inaudible que es ritmo, vibración, lo necesitan para crear el espectáculo y cada vez que lo representan. Música sinfonía o sonido de una silla, acorde todo al ritmo del espectáculo que lo impregna e inunda todo. Cada espectáculo es distinto. Si se plantean hacer una obra muy rápida, todo trascurre con mucho movimiento, diálogos y movimientos muy rápidos. Si deciden hacer una obra más tranquila, todo es más ondulante, diálogos más susurrados y las personas se mueven por el escenario diferente. Es la energía que te trasmite. Todas las obras de zaranda son rituales, lentas de movimiento y diálogo, es como una música inaudible a la cual debe acomodarse todo; movimiento y voces de personajes, los diálogos, la música. No puede ir a contrapelo con la música interior que sienten los actores cuando interpretan. Ese ritmo que le ponen a todo. Cada montaje y cada obra es distinta. Frente a otras charlas más fáciles de entender, que se refieren a cuestiones técnicas de tipo actoral o directiva, ellos basan su metodología en sentidos intangibles, espirituales o trascendentales. Lo visible es huella de lo que no se ve. Trasmiten a los espectadores ese punto de trascendencia del ser humano. El montaje es cordón umbilical que nos une con esa parte sagrada. Sus montajes tienen esa parte de ritual, liturgia. No plantean los espectáculos como algo racional. La búsqueda que plantea la función que intentan trasmitir a los espectadores no tiene que ver con lo racional. La explicación es la obra. No se puede explicar. El espectador no tiene que tener ninguna preparación. Pero son espectáculos exigentes, demandan un espectador abierto. No vamos al teatro con ese talante sino con otros talantes. Ir a ver una obra de zaranda tanto por parte de los actores como del público es como ir a misa. Nadie va a misa con actitud de apertura hoy en día. Es lo que denuncian e intentan combatir con su trabajo. Nos desapegamos de nosotros mismos en esta vida materialista. Llevan 40 años planteándolo así. La voz trasmite un lenguaje hecho de palabras, de comunicación, pero tiene otras funciones o cualidades. La voz forma parte de la corporalidad. Echamos palabras en el escenario a lo hondo como echar piedras a un pozo, esperando un eco que abra una puerta al pensamiento. Son pájaros solitarios que se estrellan contra el muro de nuestra conciencia. Hay que dejar que el aire se cuele entre las silabas para que la palabra tenga vida y sangre. Las palabras danzarán sobre el silencio. Se arrojarán sobre el silencio. Siempre tienen sed las palabras. Queman los labios de los personajes porque no encuentras como decir lo que el alma encierra. Trasmiten esa hondura poética que tienen sus espectáculos. No hay una técnica concreta, se sustentan sobre cosas así de abstractas. Nuestra forma de comunicarnos es el lenguaje que no sirve para comunicar esto pero no hace justicia a lo que queremos expresar. Por eso hacen teatro y no escriben.
Una marca de la casa es usar la escenografía
a través de los objetos. No interesa del objeto la función o su uso o su valor
practico sino su capacidad simbólica de evocación, su poder de metáfora
interesa el mundo que tienen dentro. Que el espectador contemple sobre los
objetos el paso del tiempo. Está presente en personajes, escenografía… Lo que
nos interesa de un objeto es su mecanismo, pero son objetos extraídos de la
nada. Sus personajes son perdedores miserables muertos locos y os objetos que
usan son objetos que tenían utilidad pero que están apartados por el tiempo; una
silla desfondada que no contiene su ausencia, una maleta cochambrosa que tiene
memoria de sus viajes. Hay que humanizar el objeto, dotarlo de vida pues tienen
su propia voz los objetos. Y una gran capacidad evocadora. Las metáforas
generan acción. La acción de los espectáculos de la Jaranda surge a partir de
estos objetos cargados de sinestesia y tiempo. La luz se posa sobre el mundo
que creamos como la piel del tiempo. La luz cincela, detiene en nuestra mirada
las cosas que pasan fugaces al olvido. Trasmiten una misión interior. De hecho,
uno de los recursos que usa la Jaranda es trasladar al escenario las técnicas
de la pintura, o la arquitectura. Con la iluminación vertical pueden imitar esa
iluminación de las catedrales góticas. A través de los claroscuros imitan el
tenebrismo de los cuadros barrocos. Son muy amantes del barroco español. El
tenebrismo acentúa los claroscuros y trasmite que la fuente lumínica no es
externa, brota de dentro, de una fuente espiritual, sombras que no quieren
impresionar a los ojos sino ir directos al alma. Reproducen esa iluminación de
la España negra y el esperpento de Goya o Solana. Trasladan al escenario las
iluminaciones del Greco, Velázquez. Los personajes siempre son fracasados, perdedores,
sin techos. Abunda la imaginaria barroca y la pintura. Son símbolos del límite
de la desesperación humana. Mostrar cicatrices en el cuerpo es revelar el desgarro
del hombre, las miserias del alma humana que se manifiestan en el cuerpo. Ese
gusto por el barroco lo trasladan a los escenarios. El teatro es hoy negocio
para sobrevivir. Acaba siendo ese ámbito de la gestión producción venta de los
espectáculos que buscan llenar teatros dando al público lo que quiere en cuanto
a actores, directores y contenidos temáticos. Denuncian los falsos espejismos
del éxito buscados por actores y compañías teatrales para que la época les
elogie, aunque para eso tengan que rebajarse a la mediocridad reinante. No son
partidarios de ese tipo de teatro que quiere hacer creer que despierta
conciencias, rebajando el teatro a propaganda o teatro político. Estan contra
la estética del buen gusto, de lo políticamente correcto que es una estética estática,
tranquila, que da belleza superficial sin hablar de la verdadera belleza. El
teatro es estético, mercantil e interesado, en la industria cultural. Son
jaulas donde exhibir nuestro ego. Los actores tienen más salidas que hace 40
años, pero algo se ha pervertido con la desaparición de las compañías
teatrales. Existen compañías para espectáculos teatrales o mantienen equipos de
gestión, pero contratan a actores directores solo en obras periódicas. Se ha
perdido esa magia por el interés mercantil que pervierte el teatro y lo guía.
Los ensayos y esa hermandad que da el compartir de la compañía debería ser la
medula del teatro. La posea y teatro están arrinconados por la charlatanería.
Cultura del papel cuché y telediario. Cultura como ocio pasatiempo, triunfo de
un nudo de alfombra rojas de famosos, premios y estupidez. Es lo que enferma al
teatro, alejado de lo verdaderamente autentico. Esta compañía quiere demostrar que con 4 cajas
cogidas de una casa se puede hacer teatro. Es un sacrificio hacer la obra. No se
puede protestar desde un chalet o poseyendo algo. Es una grandeza decir que
nunca han tenido nada. Lo enfermizo es lo contrario. Si te pasan la mano por el
lomo estas ya amaestrado. Cuando lo hemos pasado mal nos ha servido la fe. El
teatro podría ser una religión, lo más importante de todo. Yo soy porque hago teatro.
No hago teatro, el teatro me hace.
Ahora todo es noche, es el título
de la obra y hay un subtítulo; liquidación d existencias. Los titulos de la
compañía son muy poéticos, preciosos y muy precisos. Es una frase que encontramos
en muchos comercios. Le dan la vuelta, al interpretarlo desde otro punto de
vista. Los protagonistas son 3 mendigos. En medio de la noche metafórica buscan
un lugar donde dormir, un refugio ante los temporales de la vida. Es malo no
saber dónde ir, pero es peor no saber dónde se está. Juegan con el propio
teatro, como reyes a los que se les ha arrebatado su imperio. Son vagabundos.
Son el Prometeo de Sófocles, el rey Lear de Shakespeare, el Segismundo de Calderón.
Reyes que han perdido su reino. Hacen una reflexión sobre estos tiempos de desierto
espiritual que vivimos donde mezclan la tragedia con el humor esperpéntico y
esta hondura poética que estamos viendo. Todo es metafórico. Lo llevan a un
plano metafísico trascendente. No es una obra sobre los desgraciados sin techo,
sino sobre cualquiera de nosotros. Somos mendigos del alma. Lo han hecho
celebrando los 40 años. Es un fondo de autobiografía de ellos. Hay un momento
luminoso cuando se quitan y ponen la máscara. Confiesan al público que ellos en
el ámbito del teatro son también vagabundos, sin techo, confiesan cosas de su
pasado, la pobreza, la lucha contra la burocracias, el desengaño, heridas y cicatrices
desde lo grotesco, el sarcasmo y la crítica feroz. Pasan por todo tipo de
cloacas, pero las más hediondos son las de los ministerios, consejerías y
grandes teatros. Es una liquidación de sus propias existencias, de sus 40 años
de vida sobre las tablas del teatro. Quedan recuerdos rotos de herrumbre y el polvo
de la tristeza. Son vagabundos al borde de desahucio en la intemperie que
buscan una obra de teatro donde refugiarse. En el doble sentido. Explican algo
poco explicable con la palabra. Es mejor ir al cine sin idea de lo que vas a
ver. No sé si la información que llevas te puede ayudar o condiciona lo que vas
a ver. No quiere destripar el final. La excesiva información puede hacer
desvirtuar la obra.
El origen del teatro tiene que
ver con ritos religiosos, en Grecia y otras culturas. Ya sabemos lo del
ditirambo dionisiaco de Nietzsche. Trasladaban unos mitos o su creencia en
dioses. La zaranda no son los únicos que han hecho eso en la historia del
teatro; el devolver al teatro esa dimensión religiosa. Es el sentido de volver
al centro. Vivimos de aquí para allá. La verticalidad es como un palo que nos
amarra a nosotros mismos. Contactamos con esa parte trascendente de nosotros
mismos como un eje que nos une a la tierra y al cielo. Para no ser volátiles, para
que no nos soplen de aquí y vamos para allá. Tienen la certeza de que hay
experiencias vitales que se pueden sentir, pero racionalizar no, ni expresar
racionalmente. Las emociones y sentimientos humanos, amor muerte duelo, esas
vivencias solo se trasmiten cuando sentimos ese eje de lo trascendente que nos
une. Es difícil de trasmitir eso a otras compañías. Son inimitables. Cuando empiezan
a ser conocidos, surgen compañías que siguen esos caminos, pero no lo hacen tan
bien como ellos. No parten de una técnica sino de esto. Puede gustar o no. Han
publicado todas sus obras, pero hay que rebuscar mucho para encontrarlos. No te
dan ningún mitin. Hacen su rito. Representan solo creaciones, no adoptan
ninguna obra de otros. Tampoco son una secta ni pertenecen a ninguna religión o
confesión. No hay que tener mucho imaginación para comprender su teatro, aunque
da esa sensación por lo farragosa que ha sido la exposición, según su
conferenciante. Lo que sí hay que tener es apertura de miras. No es un teatro para
todos los gustos, estómagos o públicos. Tiene su legión de detractores y de
fans. Tratan de sentir trasmitir cosas que no se pueden explicar. Es la técnica
de ellos. Tres son actores, uno además es director y el otro es el dramaturgo
que crea la obra y luego la completan entre todos. Muchas de sus obras, sus
diálogos estan publicadas en libros. Las obras más visuales no tienen cabida en
el circuito editorial. Las palabras que dicen en el escenario tienen un peso
importante. Se mantienen puros a su estilo sin dejarse mercantilizar. Han sido
capaces de imprimir su sello a todos los espectáculos y ser fiel a una estética
determinada. La música no juega un papel especialmente importante, es el
sonido, el chillido de una silla, una manivela herrumbrosa oxidada que chirria
cuando la mueven. Elementos estéticos que producen sonidos. Y la organicidad de
la voz. Los diálogos son importantes pero está ese peso musical, rítmico,
expresivo mas allá de la voz que es música también. Vinagre de jerez es su
tercera obra. Ese eje de verticalidad pude parecernos conservador. Es el
pensamiento religioso de siempre, el pensamiento vertical que decía Deleuze
frente al horizontal, más abierto. Pero lo plantean escénicamente y vitalmente.
Hoy en día estamos en una época en que ese eje, ese punto que une al ser humano
con el cielo y el suelo está muy olvidado, incluso en el arte. Dios ha muerto,
nos dejó huérfanos. El arte del siglo xx puede enfadarse con lo humano, deja al
ser humano sin horizonte. Es la filosofía nihilista que mueve la sociedad
actual; aprovecha el ahora, compra, sube, baja, vete de vacaciones, trabaja…
pero sin ese eje que hace que el hombre sea consciente de donde está. No sólo
de lo que busca, de dónde quiere ir, sino de dónde está. Es jodido no saber
dónde se va pero es peor no saber dónde estás. Nos deprime la historia de la
literatura, es reflejo de la temporalidad tan negra que ha sufrido la cultura,
sobre todo a finales del siglo xix. El mundo se ha hundido en el nihilismo, en
la no creencia. Hay experiencias humanas que se ocultan, se mira a otro lado, por
ejemplo la muerte, que asusta. Desde el punto de vista del arte el arte se
vuelca en eso; en mostrar lo que no queremos ver. Pero la sociedad no. La
mayoría de gente lee best seller, mira hacia otro lado, ve el arte como ocio,
pasatiempo y no como reflexión. Preferimos no leer sobre la muerte, sobre el
amor realista, o sobre los sentimientos. ¿Es conservador esa propuesta de
espiritualidad y de pensamiento vertical? Pues quizá sí, porque la compañía
defiende el barroco.
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