jueves, 30 de noviembre de 2017

EL LLANTO DEL ESPIGÓN

Felisa Urraca, presentó su segunda novela el llanto el espigón en las aulas de la experiencia de la Universidad del País Vasco.
Leonor Aurrekoetxea, doctora medica en atención primaria en osakidetza
Begoña Mararieta, historiadora del museo de medicina de Leioa, profesora en el aula de la experiencia de la UPV de historia de las medicinas antiguas
Florencio Moneo, médico siquiatra, psicoterapeuta de grupo, sicoanalista de familia
Músicos; Alexander Villarroel y Carlos Mazo
 
Florencio Moneo va hablar de la escritura en general, de la salud mental y de esta novela en concretro. Se han escrito miles de ensayos sobre literatura y también sobre enfermedades mentales. Para una escritora como Soledad Puértolas escribir es mostrar la vida oculta. Para Jorge Semprún escribir es siempre una alternativa al vivir. Para José Luis Sampedro escribir es una necesidad. Hay diversidad de opiniones y puntos de vista sobre qué es la literatura, cada uno tenemos nuestra opinión.
Escribir es crear y creer. No hay que creerlo todo, pero sí hacerlo en pequeña medida; cuando leemos una novela nos estamos creyendo esa historia, en el pacto de verosimilitud entre escritor y lector. Escribir es imaginar unas historias con un personaje como mínimo, confeccionar descripciones diálogos y acciones y plasmarlos en el papel o ordenador. Escribir novela es narrar cambios, personajes, unos son protagonistas y otros secundarios. Pero todos viven y experimentan cambios. No son los mismos al principio que al final de la historia. (ni el río ni tú eres el mismo, decía Heráclito) Hay cambios de ficción inventados, pero no diferenciados muchas veces del yo del escritor que lo ha creado con sus propias energías psíquicas. El artista, ya sea pintando como pintor o esculpiendo (campos del arte que Felisa ha contemplado en su larga carrera artística), hace representaciones a través de imágenes y palabras.
El escrito es como un oso de peluche, afirma el siquiatra, que cumple las funciones de objeto instrumental y funcional para el bebe, pero que además son estéticos. Las novelas son versiones más complejas y sofisticados, pero en el fondo las damos el mismo uso que al osito de bebé; calentarnos si tenemos frío, llevarnos a un mundo infantil de fantasía. Las novelas intentan ser recreación de ese paraíso de la infancia, ese edén perdido del que nos expulsan al llegar a la madurez. En el escrito, el adulto se regenera, según el médico pediatra, y se crea la misma dependencia que entre el bebe y la madre; una relación uterina y maternal pues el creador es el padre o en este caso la madre de su hijo; la creación. Él bebe pronto se encuentra ante un dilema de vida; cómo coincidir el mundo exterior con sus deseos de bebe. El principio de realidad de la mamá coincide con el principio de placer, en el caso de la literatura. La novela nos da placer. Hacer una novela es por tanto vivir una regresión psicológica a aquel periodo uterino y feliz dónde éramos uno con la madre, con lo real y con lo fantástico según Yung. Se ofrece el producto final al lector; el libro. No ofrecen el paraíso terrenal perdido, que más quisieran, pero esto es imposible. No es tampoco una ruptura o rechazo total con la realidad, porque eso sería una propuesta anti social y anti cultural, en el sentido de que la cultura o civilización siempre es un proyecto social. pero sí que es cierto, y al malestar de la cultura de Freud nos remitimos, que el escritor se desahoga criticando este mundo que llamamos real y ofreciéndonos un mundo mejor que es el de la fantasía.
Expresamos nuestros deseos más comunes en la cultura. Todos tenemos deseos similares. La literatura es una realidad más cercana al mundo de los sueños y a experimentar un mundo mejor, una sociedad mejor, al menos cara al papel y como utopía imposible. La literatura refleja sensaciones gratas como el placer, o negativas como el miedo y la impotencia. El escritor da voz al que no la tiene y en este caso además da un buen contenido. La escritora ha conseguido contagiarnos la Ilusión con la que lo escribió.
Nos sentimos cerca de sus personajes, aunque sean tan lejanos a nosotros como pueden en un primer momento parecernos unos enfermos mentales. Salimos de la novela con mayor creencia en la esperanza humana, lo que ya consiguió con su primera novela del abuelo minero y republicano. Y salimos del relato además con el pensamiento de que otro mundo es posible y se puede alcanzar, y de que el mundo se puede modificar a mejor. Nuestra realidad actual circundante es deprimente y está llena de frustraciones, no hay más que ver las imágenes de esos niños que mueren ahogados en las pateras. Aquí mismo, a unos kilómetros de nuestro estado de confort. Y nos llenamos de impotencia y conformismo en vez de henchirnos de rabia y de ganas de revolución y de cambiar esta sociedad. Solo podremos cambiar el mundo desde un pensar crítico, soberano ejemplo del hombre libre pensante. Ese cambio de la realidad es el cambio propuesto en esta novela.
Escribir es mentir descaradamente, pero para decir verdades. Escribir y leer son deseos que necesitamos satisfacer y de esos deseos y sueños habla la novela. Las palabras no se las lleva el viento, porque en ellas nos aferramos cuando hay tormentas como la galerna que se da en esta novela. En la literatura quedan las palabras grabadas y escritas para siempre, como en las fichas psiquiátricas de estos enfermos protagonistas del libro. La escritura es un acto de compromiso con el grupo social que es la cultura. Es por tanto un compromiso social, reivindicativo. Y lo más importante; es la plasmación de los deseos y sueños y nos hace tener la falsa sensación de una conversión del sueño en realidad. Eso es lo que de mágico tiene la literatura. Un rito fantástico como era aquella primera sicología que surgió con los alquimistas y los curanderos y chamanes. (Y que se verá en la tercera novela de Felisa Urraca) Esto ocurrió antes de que la psicología se profesionalizara y especializara y se llenara de diagnósticos-estancos, de casillas en las que nos incluyen; esquizofrénicos, autistas, Aspergeil y mil nombres más, que no dicen nada.
No hay acción equivalente al acto de escribir. La literatura sirve para hacer amigos y profundas enemistades. Nos hará a veces sentirnos ninguneados, ser objeto de la fama y de las críticas más escandalosas. A lo largo de la historia los escritores han sufrido la persecución de los poderosos que no podían permitir que hablaran al pueblo de rebelión o les llenara de ganas de cambiar el mundo. Si escriben para lucrarse económicamente tal vez deban elegir otra profesión pues este es un mal negocio. Llevar a la imprenta un libro puede resultar caro, y sí se vende a 12, como es el caso, poca es la plusvalía o la ganancia.  Escribir nos hará objetos de burlas y recibiremos adjetivos no fácilmente reproducibles por aprecio al buen gusto. Pero escribir es también aportar un granito de arena a la playa de este mundo social llamado cultura. Se escribe en varios niveles. Siempre se escribe literatura social, al dar voz a los mudos y al darnos ojos a los demás para ver las injusticias sociales y querer frenarlas. Acabe bien o mal, la novela siempre critica la realidad actual. Por desgracia, en la vida no siempre ganan los buenos, como ocurre en los cuentos de hadas o en la literatura de esta mujer.
Escribimos para cambiar el mundo, es una utopía lograrlo de la noche a mañana y lograrlo para un gran colectivo, pero al menos leer esta novela cambiará al lector que en ella se aventure. La novela es profundamente humana y eso lo consigue al mostrarnos experiencias inter personales. Todos los personajes buscan más calidad en su vida, incluso la felicidad. La felicidad completa nunca se consigue, pero si logramos un mayor grado de sabiduría. Escribimos para que no muera la gente, para que no hay perseguidos y rechazados, para educar a los niños, para que se desarrollen los países, para que se respete a la mujer. Lo que menos importa en el escritor es la edad. Cervantes escribió la primera parte del quijote con 58 años y la segunda a los 68.
El llanto del espigón habla de problemas familiares, de las falsas ideas en torno a la salud mental, de los problemas de la vida. No va a descubrir el final, pero sí decir que la novela nos hará pensar en muchas cosas. Todo en la novela está buscado y pretendido; El espigón es un símbolo. Es la historia de una enfermera, Adriana y es también una historia de amor (interracial).
La novela tiene los mimos ingredientes básicos que tiene la vida. Está hecha de sensaciones, sentimientos y pensamientos. Estos se extraen de la vida gracias al lenguaje y a los símbolos y así conseguimos entendernos. Todos intentamos que el amor entre en nuestras vidas de forma exitosa, y siempre entra con trancas y barrancas. Por todo ello, enseguida nos sentiremos identificados con su protagonista, enamorada de un hombre africano, muy sensible a sus pacientes y enamorada de la vida.
(Fuente;su página web)
El vocabulario no es inocente y por eso Leonor Aurrekoetxea, doctora medica en atención primaria en osakidetza, revindica su nombre de médica de familia y no de médico. El Espigón llora cuando las rocas golpean. Son los sonidos del agua, del choque entre nuestro interior y exterior. Es la metáfora de una roca que llora. Quizá por tanto marinero ahogado. Gusta la ternura que rezuma esta novela. Habla de cómo una persona vive las cosas, de la relación con su padre y como ella va creciendo durante la novela cuando desarrolla la empatía y le afecta el dolor ajeno. De hecho, quizá le afecte demasiado, quizá esa hiper sensibilidad no debiera de tenerla un profesional médico, pero todos somos humanos y hay situaciones que nos afectan, nos indignan o nos deprimen, como le pasa a Adriana. 
Cuando habla de los enfermos psiquiátricos del libro habla de personas con nombre. Los nomina con su nombre. No es lo mismo decir el paciente XX que Mariano Bilbao, atendido por esquizofrenia. La doctora insiste en que el vocabulario no es inocente, que las palabras son importantes, no se las lleva el viento que choca en el espigón. A veces no llamamos a los enfermos por su nombre, con la excusa de preservar el anonimato de los pacientes o por pura desidia. No hablemos de diabéticos sino de ese señor “Fulanito de Tal” que es diabético. Son personas individuales con un problema cada uno. Todos tienen una enfermedad mental concreta y Felisa Urraca describe cada caso sin dejarse llevar por el morbo o el estereotipo. Lo hace desde la empatía, y la escucha activa. Ese ponerse en el lugar del otro es el gesto amable de Adriana con sus pacientes. Lejos del tópico, la siquiatra no es fría e insensible, sino que expresa en todo momento las ideas y sentimientos que siente por sus pacientes.
El título de la novela nos evoca una cosa inanimada a la que las lágrimas hacen humana. Ella da vida al espigón, que no deja de ser una obra de cemento, una mole en medio del puerto. Parece que el espigón no tiene vida o sentido, pero ella lo anima y lo antropomorfiza. Es una figura simbólica, una bonita metáfora. Habla de las desgracias de los personajes desde la cercanía de esta narradora, una persona que escucha y les intenta apoyar y disminuir la gravedad de su problemática. Habla de la salud, y del malestar, de la depresión, y de sus antídotos; la escucha, y el verdadero consuelo. Son ingredientes que se entremezclan en el libro. Habla de personas concretas con problemas reales y de la música, del ambiente del puerto donde se juntan los marineros después de faenar y cantan y comparten momentos. Es una novela de camarería entre marineros y los mal llamados “locos”, y también una novela integradora pues dentro de los personajes hay personas de varios orígenes. Felisa habla de la perdida y de su desgracia propia, o quizá sea la de Adriana, pero entre la autora y su protagonista encontramos leves parecidos. Habla también de las desgracias de las demás personas, los “locos”, siempre desde la empatía y la escucha.
Begoña Mararieta es historiadora de museo de Bilbao y fan de las obras de Urraca que le han enganchado ya desde la primera novela. Destaca la ternura con la que la autora describe a esos personajes dentro de su enfermedad. Nos mete en el mundo de ellos. Felisa tiene una sensibilidad especial para agarrarnos como lectores y trasladarnos en este viaje, página a página, hasta un final sorprendente. Es un viaje hecho poco a poco, le ha costado más de un año escribirlo. Ahora tiene un proyecto encantador en mente, una próxima novela. La novela tratará de esa parte mágica de la medicina arcaica, de las medicinas populares tradicionales, de un chamán. Visto desde punto de vista de un muchacho, página a página vamos creciendo con él.
Algunos se preguntarán como Felisa Urraca, sin tener formación académica específica, ha escrito sobre el problema mental.  “Me he preguntado muchas veces dónde se diluye la delgada línea roja entre la cordura y la locura, la vida y la muerte. Conocía y desconocía el funcionamiento de la mente, que puede trasportarnos a mundos diferentes de fantasía pero que también nos juega malas pasadas. ¿cómo diferenciar maldad y bondad, realidad e irrealidad?” Todos somos enfermos mentales pues todos tenemos ansiedades, remordimientos, excesivas reflexiones y todos pasamos por situaciones límites o por las extrañas referencias sensoriales que creen sentir los psicóticos. Nos podemos perder en la locura hasta límites insospechados. La locura es a veces causa de violencia, de delitos incontrolados, de impulsos de locura como son los parricidios y homicidios y las patologías de no resolución. ¿Dónde está el límite entre el cuerdo y el enfermo? ¿Qué lleva a la mente a causar estos problemas?”
En su juventud Urraca intentó comprender mejor las reacciones que tenemos los seres humanos, e hizo estudios de psicología universal, explorando el mundo complicado de la mente. Siempre ha sentido empatía curiosidad por este tema. Eso es lo que la ha decidido a escribir este libro. Ha recibido más información en las clases del curso de introducción a la psicología, la evolución sicosocial y las enfermedades de patología general. Ha recibido estas clases de gran interés en la universidad del país vasco, en el aula de la experiencia, durante el primer año. La profesora Begoña le dio clases de medicina e historia de las medicinas antiguas. También ha visitado a personas enfermos terminales y le ha impresionado la atención de los profesionales y el apoyo de los familiares a los enfermos.  Esta novela es un paso más para entender ese camino desconocido que es la locura, que cuando nos iniciamos en ella no tiene retorno posible. Y es que la mayoría de enfermedades mentales, como la esquizofrenia, son crónicas. Felisa elogia a los profesionales de la medicina que le han ayudado en este proyecto; médicos, enfermeros, celadores, voluntariado y a las familias que cuidan del enfermo. Todos los casos de la novela están basados en referencias, en experiencias. No son tampoco intentos de intrusismo profesional en este campo de la siquiatría. Muchos de los casos no son reales sino imaginados. “Aun siendo casos irreales estoy segura de que determinadas conductas os van a parecer reconocidas”. Y por último, Felisa Urraca da las gracias a los profesores del aula de la experiencia, donde cursa ya tercer cuso.
Después de doctores y especialistas, María José Asteinza, no sabe qué decir. Tampoco le dejan decir mucho porque cuando se pone a narrar el argumento de la novela la cortan. “¿Nos vas a destripar el final?” Es una amiga la que está presentando el libro de una compañera, pero intenta ser imparcial. Esta novela nos hará crecer en la humanidad y en la comprensión hacia esas personas que, atadas a su mente, sufren y hacen sufrir a los que les rodean. Asteinza relata de forma amena la vida de cada personaje que aparece en el libro. La novela parte del relato de la protagonista, la joven Adriana, que en primera persona narra su vida.
Describe a su padre y a su hermano y a los pacientes a los que cuida, y nos habla del joven negro del que se enamora. Nos relatará sus gratas tardes de cerveza en el bar de puerto. Allí hacían amistad todos los marinos. Es la otra parte de la vida marinera, cuando se reúnen, cantan y beben un poco. Su padre es un marino más. Los marinos cantan en hermandad y amistad entre ellos. Al leer el libro se nos rebela la gran sensibilidad de Adriana. Es una chica con voluntad de ayudar, pero cada caso la afecta mucho y cada vez más. Sufre por sus pacientes, y consuela a los familiares con amor y humanidad. Uno de sus pacientes, en una salida de fin de semana, se suicida. Adriana pide unos días de descanso. El doctor Mauricio, el siquiatra investigador, le recomienda que se tome una pausa. Esta buena señora se ha tomado la molestia de escribir notas y la ficha psiquiátrica de cada paciente. Estas son algunas de esas fichas;
Mauro, 25 años, maniaco depresivo, no tiene la capacidad de disfrutar de las buenas cosas de la vida. Contrasta su juventud e inteligencia con la enfermedad que padece. Intenta suicidarse dos veces. Hace dibujos preciosos, pues ha estudiado arte y ella le anima diciéndole lo genial que es y pide al cielo que salga del abismo en que se encuentra.
Florentino (Damian), 22 años, esquizofrénico, el cielo le habla
Joselu 24 años, depresivo, le pide a Adriana que lea su diario, y ella no puede
Fidel 40 años, psicópata agresivo, lesionó a sus padres, madre afectada bajo tratamiento
A Lorenzo, de 49 años, profesor en la universidad de mayores, le censuran sus clases, pero sus monólogos son muy apreciados por sus alumnos. En el capítulo 5 Lorenzo da clases de historia universal, pero es cesado por la institución, consideran sus conferencias inadecuados para la gente, políticamente incorrectas. Le diagnostican un trastorno obsesivo compulsivo. Le han dado cierto carácter atormentado sus ideas políticas. Cuando mejora, su obsesión es retomar esas clases y aulas de la experiencia (en la UPV), pero no le dejan. En una salida con su familia se suicida. Solicita dos días de permiso Adriana para ir al funeral, darle la condolencia a su familia, y la dedicatoria que le pone es; “nunca dejes de mirar las estrellas”. Un ejemplo de hasta dónde llega la humanidad y ternura de esta protagonista. Le cuenta a su padre lo que le ha afectado la muerte del profesor. Tiene una duda de fe en su trabajo. Y él la recuerda por qué ha elegido esta profesión.
Cuando Adriana pasa por el espigón con su madre recuerda sus paseos de niña con su padre. Vuelve a la taberna marinera con su padre y allí todos se lo pasan bien.  Y ella se enamora de un chico africano, que es un pescador venido en patera de Senegal, pero del que ella queda enamorada desde el primer día. Muestra la relación de amistad que se convierte en enamoramiento y acaba en drama. Mustafá es un marinero de raza negra de Senegal que trabaja en el puerto. No le importa su color o costumbres, porque enseguida se enamoran. 
El acantilado amanece en otoño. Adriana tiene un dilema, una lucha en su interior, pero las palabras de su madre alientan su ánimo. Empieza a interesarse más por sus pacientes. Ha habido un ingreso nuevo, Joselu de 24 años. Esta atendido por depresión. La muestra su diario para que lo lea, pero ella no puede, se va corriendo. Quizá se haya confundido de profesión, tendría que haber hecho caso a sus padres y haber hecho administrativa. Pero su madre la recuerda que es la profesión que ha elegido para ayudar a los demás. Tiritando de frio, mojada de lluvia, así la encuentra Mustafá.
Mauricio el siquiatra les da una charla a los trabajadores sanitarios sobre unas nuevas terapias; un buen enfermero no debe involucrarse tanto en los problemas de los enfermos. No debe llevarse los problemas a casa igual que no debe de traerlos al trabajo. Para que estén bien los enfermos y su trabajo, el enfermero debe estar también bien. Por eso les ofrece esos cursos de auto control y gestión de sus emociones. De pronto se produce una galerna, y esto apura a Adriana que sabe lo que significa esto para los marineros; ese día no habrá pesca. La protagonista parece movida por el viento, como si las fuerzas de la naturaleza chocaran con ella igual que el agua en las rocas del espigón. Ella ha ido a la bahía, quizá quiera acabar su vida como la del profesor. Piensa en lo que le decía Mustafá, que “el amor es grande como Dios”. Pierde la noción de realidad y la encuentran en estado grave de shock. Se ha llenado de recuerdos y estos le han acercado más al mar. Menos mal que le ha rescatado el barco de Mustafá, llamado la “bahía”. El pueblo, dado a las habladurías, ya tiene una leyenda nueva; esa historia de amor entre Adriana y Mustafá con el espigón como único testigo.   
El libro humaniza, por el sufrimiento de esas personas atrapadas en el monstruo de su propia mente. Parece que los siquiatras estan a salvo de padecer problemas psiquiátricos, pero no es así. Adriana no ha nacido en una familia desestructurada sino muy normal, cuerda y equilibrada. Ninguno estamos exento de caer en una enfermedad mental. El siquiatra podría ingresarnos a cualquiera de nosotros en un momento dado.
La novela es muy sensorial; el viento siempre presente, el sonido del mar, la brisa marinera acariciando la cara de Adriana… el libro está lleno de bellas imágenes y metáforas con la naturaleza. A veces el rostro se salpica con gotas de mar. Dulces recuerdos bañados en la nostalgia del tiempo perdido.
Adriana nos cuenta la historia de su padre Tomas, que es el segundo protagonista del libro. Un accidente le quebró la pierna y no salió nunca más al mar. Debido a su experiencia como hombre de mar, ahora se dedica a la actividad portuaria, almacenamiento y mantenimiento y distribución en los barcos pesqueros. Aún conserva su audacia y espíritu aventurero, y resuelve todos los problemas con facilidad. Todos le admiran, es como un líder entre los marineros. Le llaman el viejo Ulises, pues es astuto y sagaz como el marino de Homero. Sus ideas son extraordinarias y se desvive por ayudar a sus compañeros pescadores. Todos saben dónde encontrarle para pedirle consejo; en el espigón.
También cuenta Adriana la historia de su madre Sandra que es especial para ella. Ella atiende la casa, el hogar y cose las redes en el puerto. Trabaja en la cooperativa conservera. También la madre fue voluntaria del pequeño hospital alzado a lo alto del acantilado. Se erguía entre las rocas el psiquiátrico como un fantasma flotando al cielo. De niños lo llamaban “la casa de los locos”, pero Adriana lo contemplaba con respeto y cierto temor. Allí trabajaba su madre ayudando a los enfermos. La madre también observa el hospital, “Oigo sus gritos” La madre, aunque no llega a terminar sus estudios de enfermería, se desenvolvía muy bien en esta gran labor que hacía. Adriana admiraba a su madre y quizá ella influyo en su vocación de enfermera. Cuando tiene que elegir sus estudios sus padres quieren que haga una carrera de empresariales para así cubrir las plazas de gestores de las fabricas conserveras. Pero ella deja esos estudios a los que la obligan para seguir los pasos de su madre, recordando esas historias que le contaba su madre sobre el hospital. Saca unas notas brillantes en enfermería y termina con éxito. Así ella acaba trabajando en la casa de los locos. Pero hay días que no puede aguantarlo y se va al malecón a escuchar el sonido del mar.
 Adriana habla a su vez de su hermano Nicolás, capitán de la marina mercante, le echan mucho de menos. Se comunican con él por la radio emisora del barco.
Adriana también describe en primera persona a sus compañeros de trabajo y sus jefes. El director es Mauricio, siquiatra biólogo e investigador. Adriana vive experiencias al contacto con los enfermos. Le desconciertan al principio con sus mundos irreales y diferentes. Ella en todo momento intenta integrarse en la terapia de auto control de emociones, pero se ve desbordada de tanta injusticia y tanto dolor humano. El aire del acantilado no disipa los sentimientos encontrados que le han producido. 
El llanto del espigón es una obra en que se conjugan aspectos relacionados con la humanidad, descritos con ternura. Hace una descripción de personajes de forma sencilla desgranando uno a uno su personalidad. Narra su experiencia de amor por la profesión, y solidaridad con ellos. La protagonista deja la carrera de dirección de empresas para hacer estudios de enfermería que aprueba con buenas notas. Su familia de pescadores hace esfuerzos por sobrevivir. Ella ayuda a sus semejantes y trabaja en el hospital de su pueblo. Se muestran las situaciones dramáticas de las personas recluidas en el mismo. Han pasado el umbral de la cordura a la locura, por motivos de profesión o problemas familiares. Son situaciones que no tienen que ver con la ficción, sino que son una realidad del día a día que sobrecoge; situaciones de exclusión social y desigualdad y falta de medios para sobrevivir.
A veces los obreros se sienten alienados por los empresarios o por sus familias, el ser humano traspasa el umbral y necesita ser apoyado por profesionales. La psicología merece cierto respeto porque es una ciencia para ayudar a estas personas, en teoría. Hay una imagen bonita en la novela. El padre de Adriana, Tomás, le lleva de la mano por el espigón y le advierte; el espigón es una espada invencible capaz de parar mareas y tormentas. El ser humano ha nacido para sobrevivir y afrontar las desigualdades de la vida, y los problemas. Se necesita serenidad y cordura para solucionar las situaciones adversas, para reforzar la autoestima, como una espada invencible que abata tormentas.
Estamos presentes en esta vida y mañana dios dirá. Hay decisiones, que parecen imposibles, que hay que afrontar con valentía. La madre le recuerda a Adriana como de niña su padre le hablaba del espigón, es la frase con que empieza el libro. Felisa Urraca nos tiene acostumbrados a crear finales abiertos, que suelen acabar dónde empezaron, a través de repeticiones a veces de la primera frase. Hay otro momento bonito; Uno de los pacientes la entrega un diario que refleja la dramática situación que vivió de niño; un padre alcohólico maltratador que le daba palizas, o la pedida de su hermana y de su hermano de 4 años que es atropellado. A Adriana le sobrepone la historia de José Luis. Va al espigón. Rema en barca y es rescatada por Mustafá, y así sellan su historia de amor. De la novela destaca esa línea de humanidad que Felisa Urraca desprende en el día a día y que se plasma en sus obras. Así ha hablado uno de sus fieles compañero de fatigas, como a ella le gusta decir. Nos recomienda la novela, sin desvelarnos el final, aconsejándonos que la leamos pues se hace corta y amena.
Del texto de una novela es difícil hacer una canción, pero eso lo que han hecho Alexander Villarroel y Carlos Mazo (de bajo) que han puesto música a los textos de la novela. La propuesta surgió de Felisa y aunque no disponen aún de cedés, será fácil hacernos con uno. Es una creación digna de elogio. Dan forma a todo con mucha ilusión y cariño. Ante mareas y galernas imperiosas, el espigón es fuerte. Avanza en su extremo la luz del faro, las sirenas de los bancos pesqueros… una novela llena de lenguaje efímero pero provocador. Definitivamente, a todas las palabras no se las lleva el viento. 

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