Felisa Urraca, presentó su segunda novela el llanto el espigón en las
aulas de la experiencia de la Universidad del País Vasco.
Leonor
Aurrekoetxea, doctora medica en atención primaria en osakidetza
Begoña
Mararieta, historiadora del museo de medicina de Leioa, profesora en el aula de
la experiencia de la UPV de historia de las medicinas antiguas
Florencio
Moneo, médico siquiatra, psicoterapeuta de grupo, sicoanalista de familia
Músicos;
Alexander Villarroel y Carlos Mazo
Florencio Moneo va hablar de la escritura en general, de la salud mental
y de esta novela en concretro. Se han escrito miles de ensayos sobre literatura
y también sobre enfermedades mentales. Para una escritora como Soledad Puértolas
escribir es mostrar la vida oculta. Para Jorge Semprún escribir es siempre una
alternativa al vivir. Para José Luis Sampedro escribir es una necesidad. Hay
diversidad de opiniones y puntos de vista sobre qué es la literatura, cada uno
tenemos nuestra opinión.
Escribir es crear y creer. No hay
que creerlo todo, pero sí hacerlo en pequeña medida; cuando leemos una novela
nos estamos creyendo esa historia, en el pacto de verosimilitud entre escritor
y lector. Escribir es imaginar unas historias con un personaje como mínimo,
confeccionar descripciones diálogos y acciones y plasmarlos en el papel o
ordenador. Escribir novela es narrar cambios, personajes, unos son protagonistas
y otros secundarios. Pero todos viven y experimentan cambios. No son los mismos
al principio que al final de la historia. (ni el río ni tú eres el mismo, decía
Heráclito) Hay cambios de ficción inventados, pero no diferenciados muchas
veces del yo del escritor que lo ha creado con sus propias energías psíquicas.
El artista, ya sea pintando como pintor o esculpiendo (campos del arte que
Felisa ha contemplado en su larga carrera artística), hace representaciones a
través de imágenes y palabras.
El escrito es como un oso de
peluche, afirma el siquiatra, que cumple las funciones de objeto instrumental y
funcional para el bebe, pero que además son estéticos. Las novelas son
versiones más complejas y sofisticados, pero en el fondo las damos el mismo uso
que al osito de bebé; calentarnos si tenemos frío, llevarnos a un mundo
infantil de fantasía. Las novelas intentan ser recreación de ese paraíso de la
infancia, ese edén perdido del que nos expulsan al llegar a la madurez. En el
escrito, el adulto se regenera, según el médico pediatra, y se crea la misma
dependencia que entre el bebe y la madre; una relación uterina y maternal pues
el creador es el padre o en este caso la madre de su hijo; la creación. Él bebe
pronto se encuentra ante un dilema de vida; cómo coincidir el mundo exterior
con sus deseos de bebe. El principio de realidad de la mamá coincide con el principio
de placer, en el caso de la literatura. La novela nos da placer. Hacer una
novela es por tanto vivir una regresión psicológica a aquel periodo uterino y
feliz dónde éramos uno con la madre, con lo real y con lo fantástico según
Yung. Se ofrece el producto final al lector; el libro. No ofrecen el paraíso
terrenal perdido, que más quisieran, pero esto es imposible. No es tampoco una ruptura
o rechazo total con la realidad, porque eso sería una propuesta anti social y
anti cultural, en el sentido de que la cultura o civilización siempre es un
proyecto social. pero sí que es cierto, y al malestar de la cultura de Freud
nos remitimos, que el escritor se desahoga criticando este mundo que llamamos
real y ofreciéndonos un mundo mejor que es el de la fantasía.
Expresamos nuestros deseos más
comunes en la cultura. Todos tenemos deseos similares. La literatura es una
realidad más cercana al mundo de los sueños y a experimentar un mundo mejor, una
sociedad mejor, al menos cara al papel y como utopía imposible. La literatura refleja
sensaciones gratas como el placer, o negativas como el miedo y la impotencia.
El escritor da voz al que no la tiene y en este caso además da un buen
contenido. La escritora ha conseguido contagiarnos la Ilusión con la que lo
escribió.
Nos sentimos cerca de sus personajes,
aunque sean tan lejanos a nosotros como pueden en un primer momento parecernos
unos enfermos mentales. Salimos de la novela con mayor creencia en la esperanza
humana, lo que ya consiguió con su primera novela del abuelo minero y
republicano. Y salimos del relato además con el pensamiento de que otro mundo
es posible y se puede alcanzar, y de que el mundo se puede modificar a mejor.
Nuestra realidad actual circundante es deprimente y está llena de frustraciones,
no hay más que ver las imágenes de esos niños que mueren ahogados en las
pateras. Aquí mismo, a unos kilómetros de nuestro estado de confort. Y nos
llenamos de impotencia y conformismo en vez de henchirnos de rabia y de ganas
de revolución y de cambiar esta sociedad. Solo podremos cambiar el mundo desde
un pensar crítico, soberano ejemplo del hombre libre pensante. Ese cambio de la
realidad es el cambio propuesto en esta novela.
Escribir es mentir descaradamente,
pero para decir verdades. Escribir y leer son deseos que necesitamos satisfacer
y de esos deseos y sueños habla la novela. Las palabras no se las lleva el
viento, porque en ellas nos aferramos cuando hay tormentas como la galerna que
se da en esta novela. En la literatura quedan las palabras grabadas y escritas
para siempre, como en las fichas psiquiátricas de estos enfermos protagonistas
del libro. La escritura es un acto de compromiso con el grupo social que es la
cultura. Es por tanto un compromiso social, reivindicativo. Y lo más
importante; es la plasmación de los deseos y sueños y nos hace tener la falsa
sensación de una conversión del sueño en realidad. Eso es lo que de mágico tiene
la literatura. Un rito fantástico como era aquella primera sicología que surgió
con los alquimistas y los curanderos y chamanes. (Y que se verá en la tercera novela
de Felisa Urraca) Esto ocurrió antes de que la psicología se profesionalizara y
especializara y se llenara de diagnósticos-estancos, de casillas en las que nos
incluyen; esquizofrénicos, autistas, Aspergeil y mil nombres más, que no dicen
nada.
No hay acción equivalente al acto
de escribir. La literatura sirve para hacer amigos y profundas enemistades. Nos
hará a veces sentirnos ninguneados, ser objeto de la fama y de las críticas más
escandalosas. A lo largo de la historia los escritores han sufrido la
persecución de los poderosos que no podían permitir que hablaran al pueblo de
rebelión o les llenara de ganas de cambiar el mundo. Si escriben para lucrarse
económicamente tal vez deban elegir otra profesión pues este es un mal negocio.
Llevar a la imprenta un libro puede resultar caro, y sí se vende a 12, como es el
caso, poca es la plusvalía o la ganancia. Escribir nos hará objetos de burlas y recibiremos
adjetivos no fácilmente reproducibles por aprecio al buen gusto. Pero escribir
es también aportar un granito de arena a la playa de este mundo social llamado
cultura. Se escribe en varios niveles. Siempre se escribe literatura social, al
dar voz a los mudos y al darnos ojos a los demás para ver las injusticias
sociales y querer frenarlas. Acabe bien o mal, la novela siempre critica la
realidad actual. Por desgracia, en la vida no siempre ganan los buenos, como
ocurre en los cuentos de hadas o en la literatura de esta mujer.
Escribimos para cambiar el mundo,
es una utopía lograrlo de la noche a mañana y lograrlo para un gran colectivo, pero
al menos leer esta novela cambiará al lector que en ella se aventure. La novela
es profundamente humana y eso lo consigue al mostrarnos experiencias inter
personales. Todos los personajes buscan más calidad en su vida, incluso la
felicidad. La felicidad completa nunca se consigue, pero si logramos un mayor
grado de sabiduría. Escribimos para que no muera la gente, para que no hay perseguidos
y rechazados, para educar a los niños, para que se desarrollen los países, para
que se respete a la mujer. Lo que menos importa en el escritor es la edad. Cervantes
escribió la primera parte del quijote con 58 años y la segunda a los 68.
El llanto del espigón habla de problemas
familiares, de las falsas ideas en torno a la salud mental, de los problemas de
la vida. No va a descubrir el final, pero sí decir que la novela nos hará
pensar en muchas cosas. Todo en la novela está buscado y pretendido; El espigón
es un símbolo. Es la historia de una enfermera, Adriana y es también una historia
de amor (interracial).
La novela tiene los mimos
ingredientes básicos que tiene la vida. Está hecha de sensaciones, sentimientos
y pensamientos. Estos se extraen de la vida gracias al lenguaje y a los símbolos
y así conseguimos entendernos. Todos intentamos que el amor entre en nuestras
vidas de forma exitosa, y siempre entra con trancas y barrancas. Por todo ello,
enseguida nos sentiremos identificados con su protagonista, enamorada de un
hombre africano, muy sensible a sus pacientes y enamorada de la vida.
(Fuente;su página web)
El vocabulario no es inocente y
por eso Leonor
Aurrekoetxea, doctora medica en atención primaria en osakidetza,
revindica su nombre de médica de familia y no de médico. El Espigón llora
cuando las rocas golpean. Son los sonidos del agua, del choque entre nuestro
interior y exterior. Es la metáfora de una roca que llora. Quizá por tanto
marinero ahogado. Gusta la ternura que rezuma esta novela. Habla de cómo una
persona vive las cosas, de la relación con su padre y como ella va creciendo
durante la novela cuando desarrolla la empatía y le afecta el dolor ajeno. De
hecho, quizá le afecte demasiado, quizá esa hiper sensibilidad no debiera de
tenerla un profesional médico, pero todos somos humanos y hay situaciones que
nos afectan, nos indignan o nos deprimen, como le pasa a Adriana.
Cuando habla de los enfermos
psiquiátricos del libro habla de personas con nombre. Los nomina con su nombre.
No es lo mismo decir el paciente XX que Mariano Bilbao, atendido por esquizofrenia.
La doctora insiste en que el vocabulario no es inocente, que las palabras son
importantes, no se las lleva el viento que choca en el espigón. A veces no
llamamos a los enfermos por su nombre, con la excusa de preservar el anonimato
de los pacientes o por pura desidia. No hablemos de diabéticos sino de ese
señor “Fulanito de Tal” que es diabético. Son personas individuales con un
problema cada uno. Todos tienen una enfermedad mental concreta y Felisa Urraca
describe cada caso sin dejarse llevar por el morbo o el estereotipo. Lo hace
desde la empatía, y la escucha activa. Ese ponerse en el lugar del otro es el gesto
amable de Adriana con sus pacientes. Lejos del tópico, la siquiatra no es fría
e insensible, sino que expresa en todo momento las ideas y sentimientos que
siente por sus pacientes.
El título de la novela nos evoca una
cosa inanimada a la que las lágrimas hacen humana. Ella da vida al espigón, que
no deja de ser una obra de cemento, una mole en medio del puerto. Parece que el
espigón no tiene vida o sentido, pero ella lo anima y lo antropomorfiza. Es una
figura simbólica, una bonita metáfora. Habla de las desgracias de los
personajes desde la cercanía de esta narradora, una persona que escucha y les
intenta apoyar y disminuir la gravedad de su problemática. Habla de la salud, y
del malestar, de la depresión, y de sus antídotos; la escucha, y el verdadero consuelo.
Son ingredientes que se entremezclan en el libro. Habla de personas concretas
con problemas reales y de la música, del ambiente del puerto donde se juntan los
marineros después de faenar y cantan y comparten momentos. Es una novela de camarería
entre marineros y los mal llamados “locos”, y también una novela integradora pues
dentro de los personajes hay personas de varios orígenes. Felisa habla de la
perdida y de su desgracia propia, o quizá sea la de Adriana, pero entre la
autora y su protagonista encontramos leves parecidos. Habla también de las
desgracias de las demás personas, los “locos”, siempre desde la empatía y la
escucha.
Begoña Mararieta es historiadora de museo de Bilbao y fan de las obras
de Urraca que le han enganchado ya desde la primera novela. Destaca la ternura
con la que la autora describe a esos personajes dentro de su enfermedad. Nos
mete en el mundo de ellos. Felisa tiene una sensibilidad especial para
agarrarnos como lectores y trasladarnos en este viaje, página a página, hasta
un final sorprendente. Es un viaje hecho poco a poco, le ha costado más de un
año escribirlo. Ahora tiene un proyecto encantador en mente, una próxima
novela. La novela tratará de esa parte mágica de la medicina arcaica, de las medicinas
populares tradicionales, de un chamán. Visto desde punto de vista de un
muchacho, página a página vamos creciendo con él.
Algunos se preguntarán como
Felisa Urraca, sin tener formación académica específica, ha escrito sobre el
problema mental. “Me he preguntado muchas
veces dónde se diluye la delgada línea roja entre la cordura y la locura, la vida
y la muerte. Conocía y desconocía el funcionamiento de la mente, que puede trasportarnos
a mundos diferentes de fantasía pero que también nos juega malas pasadas. ¿cómo
diferenciar maldad y bondad, realidad e irrealidad?” Todos somos enfermos
mentales pues todos tenemos ansiedades, remordimientos, excesivas reflexiones y
todos pasamos por situaciones límites o por las extrañas referencias
sensoriales que creen sentir los psicóticos. Nos podemos perder en la locura
hasta límites insospechados. La locura es a veces causa de violencia, de
delitos incontrolados, de impulsos de locura como son los parricidios y
homicidios y las patologías de no resolución. ¿Dónde está el límite entre el
cuerdo y el enfermo? ¿Qué lleva a la mente a causar estos problemas?”
En su juventud Urraca intentó
comprender mejor las reacciones que tenemos los seres humanos, e hizo estudios
de psicología universal, explorando el mundo complicado de la mente. Siempre ha
sentido empatía curiosidad por este tema. Eso es lo que la ha decidido a escribir
este libro. Ha recibido más información en las clases del curso de introducción
a la psicología, la evolución sicosocial y las enfermedades de patología
general. Ha recibido estas clases de gran interés en la universidad del país
vasco, en el aula de la experiencia, durante el primer año. La profesora Begoña
le dio clases de medicina e historia de las medicinas antiguas. También ha
visitado a personas enfermos terminales y le ha impresionado la atención de los
profesionales y el apoyo de los familiares a los enfermos. Esta novela es un paso más para entender ese
camino desconocido que es la locura, que cuando nos iniciamos en ella no tiene
retorno posible. Y es que la mayoría de enfermedades mentales, como la
esquizofrenia, son crónicas. Felisa elogia a los profesionales de la medicina
que le han ayudado en este proyecto; médicos, enfermeros, celadores, voluntariado
y a las familias que cuidan del enfermo. Todos los casos de la novela están
basados en referencias, en experiencias. No son tampoco intentos de intrusismo
profesional en este campo de la siquiatría. Muchos de los casos no son reales
sino imaginados. “Aun siendo casos irreales estoy segura de que determinadas
conductas os van a parecer reconocidas”. Y por último, Felisa Urraca da las gracias
a los profesores del aula de la experiencia, donde cursa ya tercer cuso.
Después de doctores y
especialistas, María
José Asteinza, no sabe qué decir. Tampoco le dejan decir mucho
porque cuando se pone a narrar el argumento de la novela la cortan. “¿Nos vas a
destripar el final?” Es una amiga la que está presentando el libro de una
compañera, pero intenta ser imparcial. Esta novela nos hará crecer en la humanidad
y en la comprensión hacia esas personas que, atadas a su mente, sufren y hacen
sufrir a los que les rodean. Asteinza relata de forma amena la vida de cada
personaje que aparece en el libro. La novela parte del relato de la
protagonista, la joven Adriana, que en primera persona narra su vida.
Describe a su padre y a su hermano
y a los pacientes a los que cuida, y nos habla del joven negro del que se
enamora. Nos relatará sus gratas tardes de cerveza en el bar de puerto. Allí
hacían amistad todos los marinos. Es la otra parte de la vida marinera, cuando se
reúnen, cantan y beben un poco. Su padre es un marino más. Los marinos cantan en
hermandad y amistad entre ellos. Al leer el libro se nos rebela la gran
sensibilidad de Adriana. Es una chica con voluntad de ayudar, pero cada caso la
afecta mucho y cada vez más. Sufre por sus pacientes, y consuela a los
familiares con amor y humanidad. Uno de sus pacientes, en una salida de fin de
semana, se suicida. Adriana pide unos días de descanso. El doctor Mauricio, el
siquiatra investigador, le recomienda que se tome una pausa. Esta buena señora
se ha tomado la molestia de escribir notas y la ficha psiquiátrica de cada
paciente. Estas son algunas de esas fichas;
Mauro, 25 años, maniaco depresivo, no tiene la capacidad de
disfrutar de las buenas cosas de la vida. Contrasta su juventud e inteligencia
con la enfermedad que padece. Intenta suicidarse dos veces. Hace dibujos
preciosos, pues ha estudiado arte y ella le anima diciéndole lo genial que es y
pide al cielo que salga del abismo en que se encuentra.
Florentino (Damian), 22 años, esquizofrénico, el cielo le habla
Joselu 24 años, depresivo, le pide a Adriana que lea su diario, y
ella no puede
Fidel 40 años, psicópata agresivo, lesionó a sus padres, madre
afectada bajo tratamiento
A Lorenzo, de
49 años, profesor en la universidad de mayores, le censuran sus clases, pero
sus monólogos son muy apreciados por sus alumnos. En el capítulo 5 Lorenzo da
clases de historia universal, pero es cesado por la institución, consideran sus
conferencias inadecuados para la gente, políticamente incorrectas. Le
diagnostican un trastorno obsesivo compulsivo. Le han dado cierto carácter
atormentado sus ideas políticas. Cuando mejora, su obsesión es retomar esas
clases y aulas de la experiencia (en la UPV), pero no le dejan. En una salida
con su familia se suicida. Solicita dos días de permiso Adriana para ir al
funeral, darle la condolencia a su familia, y la dedicatoria que le pone es;
“nunca dejes de mirar las estrellas”. Un ejemplo de hasta dónde llega la
humanidad y ternura de esta protagonista. Le cuenta a su padre lo que le ha
afectado la muerte del profesor. Tiene una duda de fe en su trabajo. Y él la
recuerda por qué ha elegido esta profesión.
Cuando Adriana pasa por el espigón
con su madre recuerda sus paseos de niña con su padre. Vuelve a la taberna
marinera con su padre y allí todos se lo pasan bien. Y ella se enamora de un chico africano, que es
un pescador venido en patera de Senegal, pero del que ella queda enamorada
desde el primer día. Muestra la relación de amistad que se convierte en
enamoramiento y acaba en drama. Mustafá
es un marinero de raza negra de Senegal que trabaja en el puerto. No le importa
su color o costumbres, porque enseguida se enamoran.
El acantilado amanece en otoño. Adriana
tiene un dilema, una lucha en su interior, pero las palabras de su madre alientan
su ánimo. Empieza a interesarse más por sus pacientes. Ha habido un ingreso
nuevo, Joselu de 24 años. Esta atendido por depresión. La muestra su diario
para que lo lea, pero ella no puede, se va corriendo. Quizá se haya confundido
de profesión, tendría que haber hecho caso a sus padres y haber hecho
administrativa. Pero su madre la recuerda que es la profesión que ha elegido
para ayudar a los demás. Tiritando de frio, mojada de lluvia, así la encuentra
Mustafá.
Mauricio el siquiatra les da una charla a los trabajadores
sanitarios sobre unas nuevas terapias; un buen enfermero no debe involucrarse
tanto en los problemas de los enfermos. No debe llevarse los problemas a casa
igual que no debe de traerlos al trabajo. Para que estén bien los enfermos y su
trabajo, el enfermero debe estar también bien. Por eso les ofrece esos cursos
de auto control y gestión de sus emociones. De pronto se produce una galerna, y
esto apura a Adriana que sabe lo que significa esto para los marineros; ese día
no habrá pesca. La protagonista parece movida por el viento, como si las
fuerzas de la naturaleza chocaran con ella igual que el agua en las rocas del
espigón. Ella ha ido a la bahía, quizá quiera acabar su vida como la del
profesor. Piensa en lo que le decía Mustafá, que “el amor es grande como Dios”.
Pierde la noción de realidad y la encuentran en estado grave de shock. Se ha
llenado de recuerdos y estos le han acercado más al mar. Menos mal que le ha
rescatado el barco de Mustafá, llamado la “bahía”. El pueblo, dado a las habladurías, ya tiene
una leyenda nueva; esa historia de amor entre Adriana y Mustafá con el espigón
como único testigo.
El libro humaniza, por el sufrimiento
de esas personas atrapadas en el monstruo de su propia mente. Parece que los
siquiatras estan a salvo de padecer problemas psiquiátricos, pero no es así.
Adriana no ha nacido en una familia desestructurada sino muy normal, cuerda y equilibrada.
Ninguno estamos exento de caer en una enfermedad mental. El siquiatra podría ingresarnos a cualquiera de nosotros en un momento dado.
La novela es muy sensorial; el viento siempre presente, el sonido del mar, la brisa marinera acariciando la cara de Adriana… el libro está lleno de bellas imágenes y metáforas con la naturaleza. A veces el rostro se salpica con gotas de mar. Dulces recuerdos bañados en la nostalgia del tiempo perdido.
La novela es muy sensorial; el viento siempre presente, el sonido del mar, la brisa marinera acariciando la cara de Adriana… el libro está lleno de bellas imágenes y metáforas con la naturaleza. A veces el rostro se salpica con gotas de mar. Dulces recuerdos bañados en la nostalgia del tiempo perdido.
Adriana nos cuenta la historia de
su padre Tomas, que es el segundo
protagonista del libro. Un accidente le quebró la pierna y no salió nunca más
al mar. Debido a su experiencia como hombre de mar, ahora se dedica a la
actividad portuaria, almacenamiento y mantenimiento y distribución en los
barcos pesqueros. Aún conserva su audacia y espíritu aventurero, y resuelve
todos los problemas con facilidad. Todos le admiran, es como un líder entre los
marineros. Le llaman el viejo Ulises, pues es astuto y sagaz como el marino de Homero.
Sus ideas son extraordinarias y se desvive por ayudar a sus compañeros
pescadores. Todos saben dónde encontrarle para pedirle consejo; en el espigón.
También cuenta Adriana la
historia de su madre Sandra que es
especial para ella. Ella atiende la casa, el hogar y cose las redes en el
puerto. Trabaja en la cooperativa conservera. También la madre fue voluntaria
del pequeño hospital alzado a lo alto del acantilado. Se erguía entre las rocas
el psiquiátrico como un fantasma flotando al cielo. De niños lo llamaban “la
casa de los locos”, pero Adriana lo contemplaba con respeto y cierto temor.
Allí trabajaba su madre ayudando a los enfermos. La madre también observa el
hospital, “Oigo sus gritos” La madre, aunque no llega a terminar sus estudios
de enfermería, se desenvolvía muy bien en esta gran labor que hacía. Adriana admiraba
a su madre y quizá ella influyo en su vocación de enfermera. Cuando tiene que
elegir sus estudios sus padres quieren que haga una carrera de empresariales
para así cubrir las plazas de gestores de las fabricas conserveras. Pero ella
deja esos estudios a los que la obligan para seguir los pasos de su madre,
recordando esas historias que le contaba su madre sobre el hospital. Saca unas
notas brillantes en enfermería y termina con éxito. Así ella acaba trabajando
en la casa de los locos. Pero hay días que no puede aguantarlo y se va al
malecón a escuchar el sonido del mar.
Adriana habla a su vez de su hermano Nicolás, capitán de la marina
mercante, le echan mucho de menos. Se comunican con él por la radio emisora del
barco.
Adriana también describe en
primera persona a sus compañeros de trabajo y sus jefes. El director es Mauricio, siquiatra biólogo e investigador.
Adriana vive experiencias al contacto con los enfermos. Le desconciertan al
principio con sus mundos irreales y diferentes. Ella en todo momento intenta
integrarse en la terapia de auto control de emociones, pero se ve desbordada de
tanta injusticia y tanto dolor humano. El aire del acantilado no disipa los
sentimientos encontrados que le han producido.
El llanto del espigón es una obra
en que se conjugan aspectos relacionados con la humanidad, descritos con
ternura. Hace una descripción de personajes de forma sencilla desgranando uno a
uno su personalidad. Narra su experiencia de amor por la profesión, y
solidaridad con ellos. La protagonista deja la carrera de dirección de empresas
para hacer estudios de enfermería que aprueba con buenas notas. Su familia de
pescadores hace esfuerzos por sobrevivir. Ella ayuda a sus semejantes y trabaja
en el hospital de su pueblo. Se muestran las situaciones dramáticas de las
personas recluidas en el mismo. Han pasado el umbral de la cordura a la locura,
por motivos de profesión o problemas familiares. Son situaciones que no tienen
que ver con la ficción, sino que son una realidad del día a día que sobrecoge;
situaciones de exclusión social y desigualdad y falta de medios para
sobrevivir.
A veces los obreros se sienten
alienados por los empresarios o por sus familias, el ser humano traspasa el
umbral y necesita ser apoyado por profesionales. La psicología merece cierto
respeto porque es una ciencia para ayudar a estas personas, en teoría. Hay una
imagen bonita en la novela. El padre de Adriana, Tomás, le lleva de la mano por
el espigón y le advierte; el espigón es una espada invencible capaz de parar
mareas y tormentas. El ser humano ha nacido para sobrevivir y afrontar las
desigualdades de la vida, y los problemas. Se necesita serenidad y cordura para
solucionar las situaciones adversas, para reforzar la autoestima, como una
espada invencible que abata tormentas.
Estamos presentes en esta vida y
mañana dios dirá. Hay decisiones, que parecen imposibles, que hay que afrontar
con valentía. La madre le recuerda a Adriana como de niña su padre le hablaba
del espigón, es la frase con que empieza el libro. Felisa Urraca nos tiene
acostumbrados a crear finales abiertos, que suelen acabar dónde empezaron, a
través de repeticiones a veces de la primera frase. Hay otro momento bonito;
Uno de los pacientes la entrega un diario que refleja la dramática situación
que vivió de niño; un padre alcohólico maltratador que le daba palizas, o la
pedida de su hermana y de su hermano de 4 años que es atropellado. A Adriana le
sobrepone la historia de José Luis. Va al espigón. Rema en barca y es rescatada
por Mustafá, y así sellan su historia de amor. De la novela destaca esa línea
de humanidad que Felisa Urraca desprende en el día a día y que se plasma en sus
obras. Así ha hablado uno de sus fieles compañero de fatigas, como a ella le
gusta decir. Nos recomienda la novela, sin desvelarnos el final, aconsejándonos
que la leamos pues se hace corta y amena.
Del texto de una novela es
difícil hacer una canción, pero eso lo que han hecho Alexander Villarroel y Carlos Mazo (de bajo) que han puesto música
a los textos de la novela. La propuesta surgió de Felisa y aunque no disponen
aún de cedés, será fácil hacernos con uno. Es una creación digna de elogio. Dan
forma a todo con mucha ilusión y cariño. Ante mareas y galernas imperiosas, el espigón
es fuerte. Avanza en su extremo la luz del faro, las sirenas de los bancos
pesqueros… una novela llena de lenguaje efímero pero provocador.
Definitivamente, a todas las palabras no se las lleva el viento.
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