domingo, 14 de octubre de 2018

EN DEFENSA DEL ROMANTICISMO

A riesgo de jugarme el aprobado, una vez más he salido en defensa del romanticismo. (Recuerdos de cómo defendí a Umbral durante el proceso obstaculizado de mi T.F.G) A mi profesor le parecen románticos los déspotas ilustrados y en cambio Bécquer y Rosalía son realistas. ¡Claro, de toda la vida! Creo que mi carta es respetuosa y bien argumentada. Así que la he incluido en este blog como una defensa de que la literatura española no sólo es realista, como han sostenido las tesis de Don Menéndez Pidal y Don Menéndez Pelayo, sino mucho más: 

Perdone mi insistencia con el tema del romanticismo español, pero no término de ver la conexión entre lo que escribía Bécquer y lo que hacía Galdós. Un movimiento se prolonga más en el tiempo que un grupo generacional literario, el autor puede vivir de espaldas a lo que escriben sus coetáneos inmediatos, incluso leerles y decidir escribir diferente e identificarse más con lo anterior. Es el caso de Bécquer, que resultaba reaccionario y anacrónico en el periodo isabelino por revindicar una vanguardia romántica francesa más marginal y alejada del romanticismo tradicional español (del que también venía) pero que tampoco es realista, ¿simbolista, decadentista, acaso?. En Las rimas se susurra Byron, Sheley, Heine… aunque no grite Fitse e idealismo alemán a los cuatros vientos como Espronceda. No se podía. Además, una lectura o que conociera Las flores del mal no significa directamente influirte. Baudelaire critica precisamente el romanticismo en poesía, y su poesía simbolista poco tiene que ver con la de este poeta. Ese intimismo, esa subjetividad lírica… ¿Qué parecido guarda con Los episodios Nacionales y la prosa de tesis social pretendida objetiva? No conozco bien la poesía del periodo realista en España, así que una forma de convencerme de que Bécquer era un realista sería compararlo con un poeta español realista, alguien que hiciera algo parecido en la época y en este país, no en París. Los manuales se tragan a los poetas del periodo realista como sí hasta el 98 no dieran señales de vida:       

“Cierto es que hacia la segunda mitad del siglo XIX la novela evolucionó rápidamente hacia el Realismo, pero esto no ocurrió con la lírica y en el teatro, cuya transformación fue menos violenta y aún continuaron impregnados de romanticismo hasta final de siglo. Este romanticismo postrero es más aparente que real; en ocasiones carece de fondo y sin la exaltación lírica a la que se entregaba el romanticista de pro. Los escritores más representativos son Gaspar Núñez de Arce y Ramón de Campoamor, adscritos al Romanticismo como opositores al movimiento realista que no les dio el mismo protagonismo que a sus prosistas. Esto es debido a la sociedad burguesa conservadora de la restauración de 1875, en la que la industrialización pedía una novela más de tesis social y se marginaba a las personas que admiraban un arte más puro. A este romanticismo tardío pertenece la obra intimista de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.” 

El naturalismo crítico-social y de denuncia de Pardo Bazán no son tampoco las morriñas intimo-galleguistas de la otra. ¿Qué tienen en común? El costumbrismo, tradicionalismo, o como se guste llamarlo. Las leyendas también son costumbristas, pero no al modo costumbrista paisajístico de Pereda y mucho menos con el costumbrismo social de Blasco Ibáñez. Racionalidad, Subjetividad, Objetividad son vasos comunicantes, pero formas distintas de abordar la literatura, y creo que Bécquer o Rosalía pretendieron con su obra más subjetividad que objetividad de tesis. Fortunata y Jacinta de Galdós es como La Regenta o Madame Bobary; una reacción al romanticismo, pues en la dialéctica entre Sentido/Sensibilidad creo que se ridiculiza bastante a esta última. Por eso mismo, Jane Austen no es Emily Bronte. El Prejuicio triunfa sobre el Orgullo, El Sentido sobre la Sensibilidad. En las Bronte al revés, incluso en Charlotte Bronte el amor acaba triunfando y en el realismo fracasa. Jane Austen pretende la tesis contraria a las hermanitas. (Igual que el Quijote no es un libro de caballerías sino su burla, y, sí, es "realista" en estilo, pero a veces se narran hechos fantásticos, mágicos. Ese cambio en la expectativa del lector le servía para criticar una España Renacentista y retratar a una España Barroca más muerta de hambre aún pero con su siglo de oro de las letras (Ya que como decía Lope de Vega: la necesidad afila el ingenio”. De la misma forma lo hace La Celestina, Quevedo o El Lazarillo de Tormes)
En sus leyendas, la influencia clara es Chautebriand, y su visión romántica del cristianismo, es más posible esto que el que le influyera una lectura de Allan Poe, aparte de la tradición popular. En sus artículos periodísticos, Bécquer querría ser un Larra o un Mesonero Romanos. En sus relaciones amorosas se comportaba como un romántico, lo de Galdós era más epistolar. Se retiró a un monasterio enfermo, murió tuberculoso y joven, en la miseria, abandonado por la mujer de su vida, que se fue con otro, tuvo un entierro “a lo Larra” y menos mal que decidieron publicar su obra desconocida los amigos. Zorrilla se hizo famoso leyendo en el entierro de Larra y en nuestro siglo Umbral, Carmen Rigalt y otros también le rindieron homenaje en la tumba al maestro del periodismo de la pistola en el pecho. Obviamente Umbral no era un romántico, aunque desde su casticismo chelí madrileño en La movida, lo hubiera deseado ser. Pero quizá ahora resulte que los enciclopedistas ilustrados franceses eran más románticos que Zorrilla, cuando en su mayor medida ni siquiera eran “hombres de acción” como lo entendían los románticos; que mueren en barricadas, duelos, suicidados o de enfermedades venéreas contraídas en relaciones sexuales o enfermedades de mala alimentación, tuberculosis etc. La revolución francesa fue una tergiversación interesada de sus ideas abstractas hacía una praxis y violencia, revolucionaria, pero violencia. Además, es interesante recordar que contra el pre-romanticismo de Rousseau estaban todos sus compañeros, empezando por el irónico y nada Cándido ni optimista pero sí civilizado Voltaire, por mucho entierro civil en que le paseasen los exaltados.                        
No sé qué puede haber más romántico que el perfil de Bécquer y su obra. Siempre he estudiado el romanticismo español dividido en etapas, que empiezan con La guerra de la independencia y La constitución de 1812 en Cádiz “la pepa”. Claro que los afrancesados y el neoclásico fueron el caldo de cultivo, pero a eso no lo podemos calificar de Romanticismo. Goya cambia de color en sus pinturas, que se ensombrecen a partir de esta guerra de Independencia, a él mismo se le apaga la luz en los ojos, enferma, se exilia en Burdeos, y deja los motivos de corte, los costumbrismos jugando con un pañuelo y las bucólicas escenas pastoriles, los retratos a nobles, la ironía en el retrato a los reyes déspotas ilustrados para retratar a héroes fusilados, aquelarres, negrura, muerte. En este sentido habría que considerar neoclásico al Cadalso de Las cartas marruecas, imitando Las persas de Montesquieu y romántico al de Las noches lúgubres. No sé porque un autor debe adscribirse solo a un movimiento cuando la propia palabra movimiento significa dinamismo, cambio. Y con El sí de las niñas de Moratín otro tanto.
En este país se dice que solo ha habido dos Repúblicas en España, ¿Pero cómo calificar entonces todo ese vacío de poder sin rey alguno, un gobierno “democrático” o con sufragio censitario reconocido constitucionalmente, entre la marcha del rey intruso y borracho hermano de Napoleón y la vuelta absolutista de Fernando XVII? ¿Y todos los gobiernos y constituciones que se fueron votando en 1820, y 1836 como reacción a la ominosa década de este rey "tan deseado" según el árbol genealógico de la casa real, un sobrenombre al que obligaron al pueblo a adoptar?  
El romanticismo se va extendiendo entre el trienio liberal desde 1820 y la revolución liberal con las expropiaciones de Mendizábal del 35 al 37 (con María Cristina de regente insegura y el carlismo en medio) Les llamaban “doceañistas” y “veinteañistas”, los viejos y los nuevos, exaltados o moderados, pero pasaron del tradicionalismo a cierto progresismo, truncado todo de nuevo con la restauración de Isabel II a golpe militar, a la que sí que hay que reconocer más liberal que su ominoso padre. Liberal en el sentido económico de traernos los sellos, los trenes y las fábricas. Y con ella acaba el romanticismo, aunque esto a Bécquer no le parezca bien, le trató fatal esta reina. Y Rosalía tampoco, que añorará su Galicia en el Valladolid al que le obligó a ir su esposo. Pero su feminismo de añoranza en una ventana humilde bordando no es el feminismo aburguesado y tan crítico de Emilia Pardo Bazán, desde su tribuna de condesa.
Tal vez sea una visión interesada en llevarnos a una idea de constitucionalismo, que todo iba encaminado a la democracia que ahora tenemos, y de nacionalismo español, (aunque no veo el sentido de calificarla así ya que estamos hablando de literatura castellana en un periodo en que España era una nación-estado y no un reino), pero no me parece un mal criterio delimitar las etapas dentro de un movimiento (amplio, plural y duradero en el tiempo) ateniéndose a los hechos históricos, revoluciones y cambios, y fijarse también en sus vidas y sobre todo en lo que han escrito y su estilo. No solo en fechas descontextualizadas.
Disculpe mí línea clara. 
Luis Alberto de Cuenca tiene un verso que dice: 
                         "Defiéndenos, Tintín, que nos atacan el postmodernismo"
Con una visión más amplia, creo más conveniente en este país de Sanchopanzas recordar: 
       "Defiéndenos tú, poeta de ojos tristes, y tú, Pobrecito Hablador, Fígaro mío, que aún nos ataca ese Realismo Español de Don Pelayo, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal y el Cid".  
 
Incluyo la poética que el propio Bécquer incluyó dispersa entre El libro de los gorriones, recopilado en Las rimas y otros artículos:  
“Hay una poesía magnifica y sonora, hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, se mueve con cadencia majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y hermosura. Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta al que la toqué las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía. La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo. La segunda carece de medida absoluta, y su significado adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas, la que queremos hacer. La primera es una melodía que nace, se desarrolla y acaba y se desvanece. La segunda: un acorde que arranca un arpa y quedan vibrando las cuerdas con un zumbido armonioso. Cuando se concluye aquella, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción. Cuando se acaba esta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre. La una es el fruto divino de la unión del arte y la fantasía. Y la otra; centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión. Cuando vivo siento… no escribo, pero guardo la impresión en mi cerebro como un libro misterioso. Estas hijas de la sensación duermen allí en el fondo de mi memoria hasta que un poder sobrenatural, mi espíritu, las inspira, las evoca y tienden entonces sus alas trasparentes bullendo en un zumbido extraño que cruza de nuevo mis ojos como una visión iluminada, luminosa y magnifica. ¡Si tú supieras las grandes ideas que se me ocurren, lo que siento y de lo que solo acierto a reproducir el descarnado esqueleto en un círculo de hierro de palabras….!, ¡sí tú supieras mis pensamientos más absurdos que nacen y nadan en su caos…!, ¡si tu supieras…!, pero ¿Qué digo? Tú lo sabes, tú debes saberlo. 

¿Qué es la poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú. ¿No has soñado nunca? ¿Y al despertar has podido alguna vez referir con su inexplicable vaguedad y poesía lo que has soñado? La palabra no sirve, en un idioma grosero y mezquino, insuficiente para expresar las necesidades de la materia y servir de digno interprete entre dos almas. Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de palabra para presentarse decentes en la escena del mundo, libertos de su caverna. Fecunda, como el hecho de amor en la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterio santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a los cuales ni mi actividad en todos los años que me resten de vida serían suficientes para darlas forma. Van destinadas a morir conmigo, sin que quede más rastro que el que deja un sueño a la media noche, que a la mañana no puede recordarse. Ante esa idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en terrible, aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por donde salir a la luz, de las tinieblas en que viven. La palabra, perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos, e impotentes, tras la inútil lucha, vuelven a caer en su antiguo marasmo, como caen las hojas amarillas que levantó el remolino del viento en los surcos de las sendas. Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres, ellas son la causa desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y abatimientos. Y así, aunque mal, muy mal, vengo viviendo hasta hoy, paseando entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así he venido viviendo siempre, pero como todo tiene su término, también a estas fantasías debo ponerles punto. El insomnio y la fantasía siguen y seguirán procreando en monstruoso maridaje. ¡Andad, vivid con la única ropa que puedo daros! Os vestiré, aunque sea de harapos. Quisiera yo forjar para todas vosotras una maravillosa estofa tejida de frases exquisitas, envolveros con orgullo en un manto de purpura, cincelar la forma que ha de conteneros como el vaso de oro que guarda un preciado perfume. Pero… ¡no puedo! Necesito descansar, como se sangra el cuerpo por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar mi cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos. Abrigaros solo de la estela nebulosa, de los átomos dispersos en un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que un creador haya podido pronunciar su Fiat luz que separa la claridad de las sombras. Ya no quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasaros por delante de mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome con gestos lastimeros y contorsiones patéticas que os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, como fantasmas sin consistencia. ¡Dejarme en paz, iros ya! Pero no quiero que al romperse esta arpa vieja y cascada se pierda a la vez que su instrumento las ignoradas notas que lo contenían. Deseo aún ocuparme un poco más del mundo que me rodea, y apartarme del que llevo dentro de mi cabeza. Me cuesta trabajo adivinar qué es lo que he soñado y qué es lo que he vivido. Mis afectos se reparten por igual entre personajes reales y vosotros, fantasmas míos. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y dias que han muerto o que quizá solo han existido en mi mente y en mi sueño. Preciso es arrojaros ya de mi cabeza de una vez y para siempre. Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte sin que vengáis a ser mi pesadilla, aterrándome, maldiciéndome por haberos condenado a la Nada antes de haber nacido. ¡Id, pues, al mundo en que os he engendrado y quedad como el eco de un alma que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas, sus luchas y sus sueños!” 

                                                                                Gustavo Adolfo Bécquer.  

Ay, Bécquer… ¡Era tan realista…! 

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