Se distinguen tres géneros literarios; épica, lírica y dramática, según
prevalezca en ellos los recursos de la narración,
la descripción o el dialogo. Ninguna obra es pura sino que utiliza los tres
recursos, interrelacionados. Y los tres géneros se pueden expresar en prosa, verso
o con otros recursos. No es sinónimo lirica de poesía ni épica de novela, pues
hay narraciones en prosa que son liricas sí en ellas prevalece una descripción
interior (de sentimientos) y hay cantares épicos en verso que son narrativos.
La poesía sería una descripción subjetiva del interior del poeta en su
interrelación con el otro que se puede expresar de forma rimada o con otros
recursos retóricos. Eliot analiza la
función social de la poesía. No lo que debería ser o tendría que
hacer la poesía, o la clase particular de poesía que le gustaría escribir, sino
una cierta función social objetiva que él quiere ver en ella.
En principio parece la literatura no tiene una utilidad o función practica
y concreta, como el resto de contenido humanístico, ni en el pasado, ni que la
tendrá. Sin embargo, la poesía se empleaba desde la antigüedad con propósitos mágicos, de rituales
religiosos (runas, canticos antiguos, himnos) El drama griego viene del
ditirambo, como analiza Nietzsche en El
origen de la tragedia, de los ritos báquicos, dionisiacos, órficos, de
Eleunisis… aquel Libro de la comedia
de Aristóteles que Jorge de Burgos (Borges) en El nombre de la rosa quería quemar, y que se perdió, podría
explicar también el sentido o sentimiento trágico, y el drama en sí mismo. La
lírica y el drama surgía tras la comedía bufonesca de unos alcohólicos haciendo
una especial de ritual profano. Aunque haya prevalecido la concepción del mundo
más como valle de lágrimas que de risas; el
origen de lo trágico es lo cómico y como dijera Woody Allen; toda tragedia es
comedía con el tiempo, la distancia objetiva y la relativización a través del humor como forma suprema de
inteligencia, en todas sus formas; ironía romántica, parodia (el pastiche
postmoderno de lo intertextual), la sátira, el sarcasmo, el cinismo, el chiste,
la burla, la ridiculización, el humor negro, rosa, blanco, azul, racista, de
mal gusto, o de colorines LGTB…
El drama en la antigua Grecia era una
ceremonia pública formal, institucional, asociada a la celebración religiosa,
con intervención política (de la Polis, del ciudadano) como vemos en las odas
pindáricas. Las sagas de la poesía épica se contaban socialmente, a una colectividad. Estas historias
pasaban de padres a hijos por trasmisión
oral. (Fue bastante posterior que las leyendas y odiseas del supuesto aedo Homero
se pasaran a escrito) Contar historias es algo tan antiguo como la condición
humana, y no otra cosa hacían los hombres primitivos pintando sus cuevas,
contando historias bajo la lumbre y una noche estrellada que sombrearon con sus
dioses naturales, presocráticos y panteístas. No otra cosa trata de hacer la
portera cuando nos ve bajar por la escalera.
La literatura en general necesita
del otro, aunque se escriba y lea en
soledad, pues sin interrelación con el lector los libros están muertos, y aún
más los autores: esperan que nosotros los resucitamos. De esta forma se cae
el mito del escritor individualista aislado, del genio romántico, que escribe
para sí mismo o para un lector potencial idealizado, o muchas veces para la
persona amada. Ni siquiera Garcilaso de la Vega o Petrarca tenían una intención
sincera de escribir para su Freire y para su Laura correspondiente sino que
eran conscientes de escribir para un público. Muchos escritores expresaron su
voluntad de que se quemaran sus escritos, como Kafka, y gracias a sus amigos
nos han llegado a nosotros. Pero los autores renacentistas que he mencionado
tenían más en mente el público de su época y sobre todo el de la posterioridad
que la supuesta amada a la que se dirigían. Aunque escribamos para nosotros mismos o para
alguien amado en exclusividad siempre hay algo tendente en el hombre a
comunicar la luz que ha conseguido al resto de esclavos libertos de la caverna.
Eliot se plantea que la poesía amorosa
escrita para una sola persona (las epístolas) constituye una excepción. A veces
vemos las cartas personales de un autor a sus amigos o a su novia como algo
extraliterario, una invasión en su intimidad (aunque no se pueda desligar autor
y obra) y una especie de extralimitación de su función de creador. Con un
infierno de Dante nos basta y no necesitamos conocer sus detalles personales,
opina Eliot. Los señores Browning se escribían poemas y algunos son buenos,
pero lo que queremos o deberíamos querer leer son sus ensayos. Rosetti escribió
sus poemas para una sola persona y también los quería quemar, como Kafka. Pero
mayoría de poetas bajo el artificio de la amada se dirigen a una audiencia y
necesitan a un lector.
Incluso en los monasterios la lectura era
muchas veces comunitaria. Aunque se diera individualmente en sus celdillas
junto a oraciones, algunos monjes no sabían leer, y los demás sentían la
necesidad de explicarles la lectura y reinterpretársela. En el refectorio
siempre había un monje que leía mientras los demás comían. La lectura silenciosa vendrá tardíamente, pues incluso los romanos
leían en voz alta, pasando así a la visión intimista, de lectura personal, que
tenemos actualmente. En el medievo escolástico, en aquellos monasterios y
universidades, se escribía una poesía
didáctica, que trasmitía información a la par que una instrucción moral.
Pero no ha sido la poesía, la lírica, el mejor instrumento del pensamiento
reflexivo y filosófico, que se ha expresado más en el tratado sistemático y en
el ensayo.
En Las
Geórgicas de Virgilio se dan instrucciones claras y concretas sobre cómo
cultivar la tierra, pero en nuestro siglo tendría más sentido redactarlas en
una prosa ensayística. En la filosofía ha prevalecido el tratado sistemático,
originado en la ilustración (Kant, Hegel), pero que viene de Aristóteles, sobre
otras formas marginales como el dialogo (Sócrates, Platón) o la expresión del
contenido filosófico a través de la poesía (Nietzsche) Los romanos escribían
sus tratados astronómicos y cosmológicos en verso, pero ahora este tipo de
contenidos se han remplazado por el recurso de la prosa. Esta poesía didáctica
tiene la función social de la exhortación
moral y para ello los recursos retóricos se ponen al servicio de la persuasión. (Incluso en los salones de
señoras del siglo XVIII los filósofos tenían que hacer atractivo para aquellas
damas de la cultura contenidos muchas veces abstrusos) Mucha de esta poesía
medieval incluía elementos cómicos, de caricatura, parodia, ironía, sátira,
como en El libro del buen amor…Bajo
aquel fondo trágico del cinismo
metafísico de la muerte y del sarcasmo de la iglesia temporal, necesitaban
explicarle al pueblo contenidos a través
del humor, para que no se hiciera tan insoportable la levedad de sus vidas y la gravedad de la verdad. En los poemas
de Dryeden, en The Hind and The Panther, se mofa de la iglesia protestante
(luterana, anglicana, calvinista) a través del humor. Y en el otro “bando”, Shelley incorpora el
humor también en su poesía, muy preocupado por la reforma social. A esta poesía
la podríamos calificar de filosófica.
Solo la poesía dramática está pensada para
causar una impresión inmediata y colectiva, pues la didáctica necesita de un lector individual y de un tiempo para que
reposen los contenidos en el lector individual. El teatro no deja de ser la
representación de un episodio imaginario en un escenario. La función social de la poesía teatral es inmediata y colectiva,
relacionada con la poesía épica de aquellos juglares, bardos, aedos, trovadores
etc. Pero la función de la poesía filosófica es más personal, intima, y más
ralentizada en el tiempo. No es inmediata pero quizá cause más cambios en el
mundo que la otra, vendida como distracción o divertimento puntual en el ágora,
plaza pública etc. Muchos rechazan la
moralidad de la poesía cuando esta moral les desagrada, pero lo cierto es que ese contenido profundo sobrevive a los
cambios en la opinión pública del momento e incluso excede a las intenciones
iniciales del poeta y al propio autor mismo. A veces es más conocido el
personaje que el autor y las ideologías y el espíritu sobreviven a los mortales
y a la materia a través del recuerdo de otras personas. Un poema de Lucrecio
sigue siendo un gran poema, aunque se hayan desfasado sus nociones de física y
astronomía, si nos sirve para analizar
la forma lingüística y el contexto histórico y social, y si lo revaloramos (no
sólo atendiendo al valor para su época de los formalistas, sino a su
significado hermenéutico universal.)
La principal
función de la poesía es causarnos placer, un placer intelectual “para el que no hay palabras” que amplía la conciencia y refina la
sensibilidad. Para Eliot, es importante que todo pueblo tenga su propia
poesía, no por una cuestión ideológica nacionalista, sino por la misma perpetuación de la lengua, del idioma. La poesía es mucho más local que la prosa,
como se advierte en que el latín fuera el idioma oficial de la filosofía y la
ciencia (ancilla o esclava de la teología) y que todas estas disciplinas se
expresaran en prosa, pero que la poesía épica se expresara en las lenguas regionales y en verso. “La poesía tiene que ver con el
sentimiento, la emoción” que son más particulares que el pensamiento que quiere
ser general, objetivo, universal. Es mucho más fácil pensar que sentir en
un idioma extranjero y (como Eliot no distingue entre el individuo-ciudadano y
su colectividad y vincula el sentimiento individual con el patriótico,
nacional) afirma que no hay nada más nacional que la poesía. No se puede
exterminar un idioma sino exterminando a sus hablantes, y esto explicaría la aculturización
de un país sobre otro en la que parece que el nuevo idioma tiene ventajas sobre
el otro para remplazarlo. “La estructura, el ritmo, el sonido, los modismos de
la lengua expresan la personalidad del pueblo que lo habla”
Distingue entre la
Gran poesía (la didáctica o filosófica) y la popular (dramática y épica) El poeta tiene algo que decir a
sus compatriotas, un deber para con su pueblo, y el deber directo con su lengua
de preservarla, extenderla y mejorarla. El poeta es la persona elegida por ser
más consciente que los demás, e individualmente distinto de los otros poetas y
otras personas. Su sensibilidad más refinada que el resto y su individualización o subjetivación le
permite compartir unos sentimientos que los lectores no han experimentado jamás,
pero que creen haber sentido o que sienten en ese momento. Y en eso se
diferencia el poeta genuino del loco que quizá tenga sentimientos únicos, pero
no comunicables, quizá sean imposibles de comunicar, de empatizar con él o de comprenderle.
Poeta y lector han de tener un marco de referencia común, y el poeta ha de descubrirle una nueva sensibilidad (ser
original) sin sacarle de sus esquemas mentales (es inevitable el tópico si
se quiere empatizar). Ha de hacernos sentir algo nuevo, que ha sentido él, pero
haciéndonos sentir que lo estamos sintiendo nosotros en este momento, que lo
hemos sentido siempre y el lo ha puesto palabras, o que lo podríamos haber
escrito nosotros, y por ello no puede trasgredir demasiado lo que ya pensamos y
sentimos.
Además de la localidad, el poeta tiene un
contexto temporal. Muchas personas se enorgullecen de poetas a los que no han
leído. Las naciones los instrumentalizan
como distinciones de su país, los nombran los políticos en sus discursos, pero
si no se siguen produciendo nuevos poetas, la poesía y la lengua se deteriorará
y la cultura será absorbida por otra más fuerte. Necesitamos una literatura
actual y viva para revalorizar y reinterpretar la del pasado, una continuidad,
para que el libro no se vuelva algo remoto sino cercano. El mismo idioma no deja de cambiar junto a los
cambios de su entorno. Si dejáramos de escribir, y nos contentáramos con los
poetas antiguos, degeneraría la capacidad de expresar e incluso de sentir
emociones. Pues en el fondo, los límites
de mi mundo son los límites de mi lenguaje, como dice el estructuralismo a
partir de Wittgenstein. Si no tengo palabras para expresar el amor puedo
sentirlo, pero no amplifico su intensidad, que es lo que le pasaba a la lectora
de Rojo y negro de Sthendal.
El poeta ha de tener un público reducido en cada generación. No importa que no sea mayoritario,
pues los grandes filósofos siempre han sufrido esta marginalidad que los distancia del poder oficial y les permite pensar
independientes. Un poeta importa
para su época. No hay que escribir para la posteridad sino para nuestra
generación. Si otros en el futuro nos valoran es algo que no nos compete y
quizá, ya muertos, ni nos importe. Por eso el poeta ha de innovar, ser original, trasgredir, hacía una vanguardia
capaz de apreciar su poesía, adelantada un poco a su época, que asimile
rápidamente la novedad. (Eliot se
está adelantando a la postmodernidad con su postsimbolismo) Que la cultura se desarrolle no quiere decir
que todos deban estar en la primera línea, eso es la falacia de la cultura de
masas. Tiene que escribir para una élite y no para el cuerpo principal pasivo
de lectores. Y si es bueno influirá no sólo en sus sucesores inmediatos sino en
las generaciones siguientes. Y por ello hay que estudiar rigurosamente a
aquellos que lo hicieron mejor que nosotros en su época. Y ahí entrarían las influencias, la intertextualidad, el
apropiacionismo o no. Una obra buena tendrá repercusión, no inmediata pero
paulatina, no solo individualmente sino en la colectividad. Eliot lo compara a
seguir el curso de un pájaro en el cielo. Lo observas irse lejos a gran
distancia, tú lo sigues con la mirada por lejos que vaya y la otra persona no lo
ve por mucho que se lo señales. No influye la poesía lo mismo, claro, en el
lector que no lee nunca que en los más afectados. La poesía diagnostica que una
cultura nacional está viva y sana, su excelencia y su interacción. En un
lenguaje mejorado el poeta se beneficia y lo mejora a su vez. Puede restituir
la belleza de una lengua, y extraerá de ella lo mejor que pueda y a su vez
ayudará a que se desarrolle la lengua. No
hay que caer en el nacionalismo que separa un pueblo de otro, ni en el que lo
unifica. Muchas civilizaciones han desarrollado su cultura en soledad y
aislamiento, pero la autarquía no es
buena musa del poeta. La antigua Grecia tenía una deuda cultural con Egipto
y el Asía menor y los romanos con ellos. Seria peligroso unificar o separar
naciones pues la diversidad es condición de la poesía y de la identidad del
poeta. No le parece bien a Eliot la lengua franca del esperanto o el inglés
básico. Acabarían incomunicados aun hablando esperanto. La comunicación
espiritual de la nación necesita de lectores que se tomen la molestia de leer
en otro idioma y sentir en otra lengua. A veces no comprendes fragmentos en
otro idioma pero el significado te lo da el contexto del resto de la obra.
Además hay palabras con pluri-significación o ambiguas. Si lees a un autor extranjero,
una vez acostumbrado a la lengua, eres incapaz de traducirle porque le lees
directamente en su idioma.
La literatura se puede analizar desde un plano lingüístico (la tipo ortografía o
presentación formal, la fonética, la morfología sintáctica, el análisis léxico
semántico) o estudiar su contenido humanístico, simbólico y hermenéutico… La
literatura ejerce siempre una función social en la nación, siendo sus
habitantes conscientes o no. Nos importa que un pueblo no pierda su cultura, y
su lengua, porque esta enfermedad podría extenderse por todo el continente. Hay
una decadencia religiosa que también afecta a las humanidades, y las palabras
que algunos se han esforzado en expresar pierden todo sentido. La
música de la poesía. Tiene actitudes y limitaciones peculiares el poeta y
ve la poesía pasada en relación a la suya. Les agradece a los poetas muertos o les
es indiferente o es contrario a ellos, pero suele exagerar sentimentalmente
esta reacción lectora. El poeta más que
juez o fiscal es siempre abogado, y por mala que sea la obra trata de
defender la literatura en general y la profesión que le da sustento. Siempre se
concentra en unos autores y descuida otros. Teoriza sobre la creación, según su
experiencia, y es menos o más competente que el filósofo, según nos contentemos
con una verdad más o menos profunda.
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