Actividad poética y crítica van
unidas. Para escribir hay que leer críticamente. Todo poema además se convierte
en un metapoema. ¿Dónde estan los límites? El concepto de METALENGUAJE es un
invento de los lógicos, de Bertrand
Russel en la traducción al inglés que hace del Tratado lógico armonicus de
Wittgenstein. Una distinción ontológica que no es lógica, ¿Cuándo el
lenguaje habla de sí mismo y deja de ser lenguaje sin más? Lo usa el formalismo,
la escuela rusa, Jakobson…En el año
30 hasta algunos matemático recogen la idea de esta función metalinguistica. Roland Barthes en los ensayos críticos
también habla de metaliteratura. Esta función metalinguistica, esta distinción entre
lengua y metalengua es abstracta e ilógica, como la que hay entre poesía y
metapoema. Es poner un nombre a la idea clásica de que el poema habla de la misma
creación del poema. “Un soneto me manda hacer Cervantes” (o quién fuera), se
dice en un verso de Lope. Es poner el poema en el espejo de su proceso de
escritura, pero no aporta más que un concepto de autoreferencialidad, o autoconciencia poética. El concepto de
metalenguaje es sinuoso. Eliot no usa este concepto de meta poesía.
Para Eliot, el proceso de escritura del poema tiene en cuenta el pasado, el sistema
literario precedente y lo rescribe y trasforma. Escribir es un defecto que
tenemos. En la concepción formalista de la teoría de Eliot todos esos elementos
están presentes: la idea de literatura como sistema, y como obra del arte
basado en su organicidad, incluyendo el goce estético. Ortega y Gasset relaciona este placer estético con el placer
intelectual. Si algo apunta toda la crítica moderna (la corriente estructuralista, Eliot, la new criticism, el
formalismo europeo, la crítica francesa simbolista -Valery, Rimbaud, Baudelaire-)
es que el placer o gusto estético se deriva de un proceso de comprensión
reflexiva más que sentimental.
Frente a la idea de gusto sentimental romántico, del arte
como comunicabilidad que denotamos en Coleridge
y Wordswordht, en la que el arte comunica sentimientos y sensaciones
(matizadas y serenadas por el tiempo, la distancia, el alejamiento o
distanciamiento emocional), se imponen estas concepciones menos subjetivas y
pasionales. El arte no comunica solo sentimientos sino ideas, comprensión, logos,
información, conocimiento. Es un ejercicio de comprensión. La idea de que el
goce estético es un placer intelectual.
Eliot es materialista, se pregunta la relación
del sujeto con su historia y tradición. Sclosky
dice que el arte es un proceso de alejamiento,
de desviarnos de lo que hemos vivido experimentalmente, de objetivarnos para
comprendernos en calma. También de extrañamiento,
de sorprendernos con lo escrito, “el epatar al burgués”, de que el texto no nos
deje indiferente sino que nos rompa y transgreda los esquemas mentales, nos
extrañe. Y además es una des-automatización
entre signo o significado y objeto referente a través de un significante.
En un proceso de automatización el signo nos remite al referente. Según la
teoría formalista, lo que se produce en el proceso artístico es un proceso de des
automatización de este código simbólico. Lo que nos dan automático en el arte
se des atomiza a través de ese efecto- sorpresa, y por tanto es una forma de des alienación, des cosificación, des
enajenación (aunque nos lleve a otra enajenación mental transitoria como es
la lectura, trasportándonos a otro mundo).
Eliot vincula el arte con la vanguardia. Se produce el efecto de
sorpresa y de extrañamiento en la conciencia, de desconocimiento transitorio de
los esquemas mentales acostumbrados y nos lleva a nuevas formas de pensar y
nuevos mundos. Nos sitúa fuera de nosotros, de las relaciones habituales, nos
enajena momentáneamente para devolvernos a la vida con más fuerza y sabiduría. Y
por ello la novela debe extrañar, trasgredir y ser tan novedosa y vanguardista
como un cuadro de Klee, Magritte, Giorco de Chirico, o los artistas
surrealistas. En los metacuadros de la pintura metafísica de Chirico los
objetos salen de su contexto, y su relación no es la habitual. (Como pasa en el
arte dadá, en el ready made etc) La conciencia deja de ser automática,
cambiamos de chip, desprogramamos nuestra mente y comenzamos a pensar por
nosotros mismos.
En el proceso de comprensión está ese disfrute estético,
comprendemos la organicidad de la obra,
y el que todos los elementos de la obra respondan a una unidad de sentido, como un organum
o corpus, un todo como summa de partes. En la idea de literatura como un
sistema organizado hay elementos contextuales (sociales, políticos, la
biografía del autor) y el texto deja de serlo para comenzar a ser obra
literaria, con todo su significado semántico e ideológico, y se produce una
alteración del sistema, transformándolo o reafirmándolo. Entraría la idea de un canon y una tradición. Harold Bloom sembró con su canon el debate
en los años 80 en la academia americana y entre los 90 y el 2000 en el resto de
academias. (También el proceso al referirnos sólo gustos en poesía moderna escrita por hombres blancos occidentales) La obra asimila ese sistema tradicional anterior y lo acepta o
trasforma. La literatura es heredera de una tradición, pues la actividad
lectora y crítica va unida a la escritura. Aceptamos unos elementos, que
significa rechazar otros. Benet le decía a Francisco Rico el tópico de que en todo
crítico o profesor literario hay un escritor literario frustrado y este le
respondió que en todo escritor hay un crítico frustrado. Aunque se quiera ser
original se debe escoger una tradición (normalmente la suya más cercana), que
será diferente en unos aspectos y que compartirá otros. Un autor tan
tradicionalista como Borges escoge
una tradición diferente a la hispana, y se remonta a los cuentos de fantasma
ingleses, revindica a un decadentista menor como Marcel Swan, una línea del
barroco que no es la tradicional (Gracián y Quevedo en vez de Góngora) y no
revindica la tradición realista española. Está eligiendo su tradición dentro de
la tradición oficial, reescribiendo la historia literaria para su interés.
Escribir desde y frente al canon. Todo escritor trasforma el pasado literario,
para cambiarlo hay que conocerlo, es un concepto muy vanguardista. La escritura
va unida a la tradición, a leer. Remite a un conjunto de obras anteriores
explicita o implícitamente.
¿Cómo una obra entra en este canon? Más que por el público (con la
que entra en la estantería del Carrefour), por
la crítica. En el año 23, además de buscar la función de la poesía, Eliot
trata de definir la función de la
crítica, cuyo elemento esencial es la comparación y el análisis.
Se analiza en el sistema
literario cómo se integra una obra, cómo lo asume la sociedad, mediante la comparación. A través de ella se
comprueba la sistematización del sistema, que implica para los formalistas el
concepto de valor, pero no el de significado. Trudesko habla de ello en un plano de fonética y fonología. En un sistema lingüístico formalista la noción de significado carece de sentido.
Es el concepto de relación y valor. El primer criterio es establecer reglas
sintácticas de la gramática y de presentación formal tipo ortográfica. El primer
valor es el resultado de esas relaciones. En un sistema como el castellano hay
una oposición fonética entre los elementos fónicos, el valor de este elemento
depende su relación con los otros tres. En el sistema fonológico inglés sabemos
que las oclusivas sordas son más sordas que las castellanas. Pero no valoramos
el fonema desde el código del lenguaje español sino desde el inglés si
analizamos una obra inglesa. Extendiéndolo al plano semántico, la obra
literaria importa no por su significado eterno (hermenéutico) sino por el valor
concreto para su época. Así el término realista habría que concretarlo, porque
podemos hablar de un Cervantes realista y de un Galdós realista y no estamos
hablando de lo mismo. En el sistema formalista la palabra destaca su valor por
oposición entre elementos. A es A porque no es B. No importa el significado entre estos elementos sino la relación de
contraste/oposición y el valor de esos elementos. Y esto, que es válido
para el sistema científico lingüístico, se ha querido llevar a la crítica
literaria, analizando la obra en su contexto, para su época y no para la
humanidad, y restándole así el análisis semántico profundo o hermenéutico.
La reivindicación de la literatura fantástica dentro de la tradición
hispana tiene sentido porque a principios de siglo xx la escuela de Menéndez Pidal aseveró que uno de los
rasgos de la literatura española es el realismo, y muchos se rebelaron a esta
afirmación tan categórica. En una tradición como la irlandesa hablar de
literatura fantástica no tiene el mismo sentido que en una castellana. La
reivindicación del cuento de fantasmas tiene más sentido en la tradición
española que en la anglosajona que ya están habituados, en la irlandesa,
inglesa o celtica. Cuando hablamos de realismo habrá que definir el concepto de
realismo en cada momento histórico. Es realista Galdós en España, pero es
realista “entre comillas” Cervantes. Hay una diferencia amplia en el nivel de
realismo. Galdós ni en sus momentos más para románticos habría escrito El coloquio de los perros. ¿Cuál es el concepto de realismo? En el análisis
formal, no tiene un significado eterno, sino un valor respecto a su época y
tiempo y unas relaciones entre esos elementos. Es muy sencillo el sistema
formalista. Importa lo que vale para su época, no el significado total.
Realismo para su época, pero no podríamos calificar de realismo el estilo de
cualquier texto. La literatura es evaluada por su contexto. Vale para su época,
pero no se significa universalmente. Establece la literatura una relación entre
elementos que tienen un valor y no un significado. Se ocupa de relaciones entre
elementos, más bien gramáticas o sintácticas, de contigüidad, oposición y
contraste. El crítico compara siempre una
obra con la tradición precedente, además de con sus contemporáneas. La obra
no surge ajena al canon.
Además de la comparación, el
crítico emplea el análisis. La obra
funciona como un todo orgánico, y él analiza que todos los elementos respondan a una unidad de conjunto. A una unidad
de sentido en la universalidad. (Ortega decía que España era una unidad de
destino en la universalidad, ahora que van a desenterrar a “Paquita” que le
instrumentalizó la frase). El problema de la crítica formal es: ¿Dónde queda la
hermenéutica? ¿Dónde queda la
explicación de la obra más allá de lo formal de esta crítica formal? Por ello Eliot
habla de la función de la crítica y amplia el articulo con sus fronteras y
limites en el 56. Los críticos son como exprimidores de limones. Eliot plantea
un dialogo entre el modelo formalista y su revisión desde el 56. En este
artículo habla de la falacia patética y
la falacia apelativa:
No hay que confundir lo que quiere decir el autor con lo que dice el
texto. Se distancia así Eliot de la falacia patética de los estudios psicoanalíticos
de la academia anglosajona y de intentar ver en cada texto la representación de
un trauma psicológico. Y de la falacia
apelativa del de constructivismo de Derrida, el texto no tiene el sentido que
cada lector quiera darle.
Umberto Eco lo llama sobre interpretación. Sobre interpretamos
cuando hacemos un análisis psicoanalítico intentando ver en el texto resultado
de la psicología del autor o prescindimos de ello y damos importancia
exclusivamente a lo que el texto nos dice a nosotros. Hacer caso un poco al autor y un poco a nosotros, no a los dos del
todo. Frente a la intentio autoris y la
intentio lectoris está la intención de ambos, la intentio operis, que es la
intención del texto, lo que quiere expresar y lo que se interpreta o quiere
leer el lector. En medio hay una intención de la obra en sí, un lugar
independiente del autor y del lector. La obra habla por sí misma. El poeta existe como algo objetivo, también
el libro como objeto físico que alberga una ficción y la experiencia del lector
es también real. La teoría de la
recepción de la escuela de Constanza se ocupa de la interacción entre la obra y
el lector y de la intención propia que entraña la obra.
En un sistema formalista puro, el concepto de contexto queda fuera del
texto. Si lo realista es un valor, y no un significado, se define la obra
como algo independiente, que surge casi por partenogénesis y que vale para su
época, pero sin explicar por qué se origina. La distinción entre texto y contexto
la hacen artificialmente los críticos, pero no es radical en el texto, van
unidas: el tiempo que ha vivido, sus intenciones... Nos importa el contexto en cuanto
es incorporado al texto pero todo texto
va a incorporar de alguna manera u otra siempre el contexto. Si lees dentro
del sistema literario el contexto es el sistema literario, y luego viene el social,
el cultural. El texto se convierte en una obra de artefacto ideológico, que se enfrenta o comparte un sistema de
signos y significados cultural en lucha,
con la voluntad de imponerse a los
demás. Todo discurso es una cierta imposición al otro. Procede de una
voluntad ideológica, de un interés. Todo
signo lucha por imponer su ideología. Por ello son separaciones arbitrarias que
tenemos que hacer al interpretar un texto, como la de significado y
significante. (La idea y la palabra van casi juntas en la creación) El
formalismo justifica una lectura de las vanguardias, pero no justifica la obra
de arte que trasforma la voluntad de vida, la
idea de Rimbaud de la poesía como cambio social y de transformación de la vida.
Lo que les reprochan a los formalistas es que en el fondo estamos hablando de
ideologías. Incluso el sistema formal
oculta una ideología conservadora. Incluso lo que no tiene política, la que se
no analiza el contexto, lleva una intención. Si el formalismo revindica que
la obra de arte es independiente del contexto, la literatura no sirve para
nada, le quita la función de trasformar al mundo y en el fondo la está
otorgando otras funciones más conservadoras. Gómez Carrillo le criticaba a
Unamuno; haga usted poesía y no política, en el 24, en el contexto de la
dictadura de Primo de Rivera, pero Unamuno como animal político tenía que
escribir lo que le pidiera el cuerpo sin resultar panfletario sino humano. Los
formalistas no tienen una visión integral del arte dentro de la sociedad. No
analizar el significado universal de las obras es también una relativización.
Que la literatura se valore para
su época, sin buscar significados eternos, implica también una relativización
de los conceptos. Se puede hablar de realismo aparte de conceptos transitorios
o circunstanciales de su tiempo, ¿De qué hablamos cuando hablamos de realismo? ¿Es
realista El asno de oro de Apuleyo? A
veces. Y en otras es fantástico, si estamos definiendo el estilo y no el
movimiento literario. Menéndez Pidal se pregunta si es más realista El poema del mío cid o El cantar de Roldan y no está hablando de la
época de Pardo Bazán. No hubiera surgido un Qunqueiro ni el realismo mágico
si la tradición hispanohablante fuera solo fuera realista. Márquez reconoce
entre sus influencias que ha leído a Kafka, a Faulkner…El viaje alrededor del
mundo de Gazeta está en su imaginario personal, esas historias de los viajes de
Elcano, Colón y los colonizadores. En esa descripción alrededor del mundo
describen a gente con la cabeza en el estómago. En 100 años de soledad hace una descripción realista de un mundo
imaginario en el que suceden hechos fantásticos y mágicos, en el trasunto de
Macondo. Los libros del conquistador es
un estudio de un hispanista británico de los años 60 70 y se pregunta; ¿Qué
leían los conquistadores de América? El caballero Zifar, El Amadís de Gaula…
las novelas de caballería en definitiva, que conforma su imaginario de los
salvajes que se van a encontrar y así arman el nuevo mundo con nuevas leyendas
y realismo mágico, aparte del que tenía ya esta zona quijotesca.
En un sistema relacionado es
importante la idea de alejandrismo, de
conjunto de cultura. La idea de crear a
partir de una visión finicultural, de fin de raza, de fin de civilización, es
acumulativa de elementos precedentes. Esos elementos tradicionales dan la nueva
forma. La vanguardia se inserta en la tradición y la trasforma. Eliot trabaja
sobre Quevedo, realiza tesis sobre Lope de vega… Hace un escorio, una anotación
mínima dentro del texto. No trata tanto de crear una ruptura del sistema
establecido sino de la trasformación paulatina de ese sistema. Octavio Paz
plantea para nuestra época que en el
romanticismo empieza la ruptura con la tradición. A Garcilaso que le
dijeran que hiciera algo nuevo le daba igual (“Yo lo que quiero ser es el
Petrarca español, un genio pero escrito en castellano”) El concepto de novedad y originalidad cobra prestigio en los
orígenes del romanticismo. En el inicio de la ilustración, y en el siglo XVIII,
con la revolución francesa, y el romanticismo, se empieza a revindicar la trasgresión.
Pound lo dice en el manifiesto del vorticismo: el arte lo
que tiene que hacer es hacerlo nuevo, hazlo
nuevo, ready made. Desde la vanguardia de Eliot o Pound se emplea la
tradición como un modo de ruptura, no es la ruptura total de la tradición. La postmodernidad retoma discursos y
lecturas previas y las reformula en
perspectiva irónica, con la parodia y el pastiche, el homenaje, la reescritura
y la contraescritura, la intertextualidad y el apropiacionismo.
La nueva crítica rompe con el
concepto romántico de que en el poema hable únicamente la voz del poeta. En el
Cancionero sabemos que quién habla no es Petrarca, algo que tenía claro la
crítica renacentista pero que parece que ahora hay que volver a explicarlo. Muchos
críticos se equivocan al decir: “el poeta está enamorado y nos dice…” Quien
habla en un texto no es el autor sino el texto (valga la metáfora, ya que el
texto no tiene boca) Hegel define la lírica como el género en que el poeta al
escribirlo se habla así mismo, generalmente en primera persona y en presente.
Pero luego está la voz del poeta que se comunica a la audiencia. El no
dramático es la voz lírica mientras el poeta lo crea, la voz cuasi dramática es
en la que el poeta se dirige a una audiencia o lector y la voz dramática es en
la que el personaje expone su drama en verso. Entre la voz del autor y la
necesidad de dirigirse a una audiencia está el problema de comunicación, El modo
extremo de esa función lirica es la canción. Es el concepto tradicional de la
lírica.
Eliot remite al proceso de desdoblamiento de Browning: la
subjetividad del personaje poético no puede confundiré con la subjetividad del
poeta. Hay un modo que cada vez se extiende más en que la voz del poeta se
puede identificar bien con un yo ajeno, un personaje, una tercera persona,
desde una perspectiva objetiva, distante, identificada con alguien extraño. Lo
vemos en el poema conjetural de Borges, en Kavafis, en Cernuda. Luis II de
Baviera habla en primera persona, por voz de Cernuda. Hay un proceso de
identificación del poeta pero tambien de desdoblamiento poético en todo poema.
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