Aranguren fue la conciencia moral de España. La república fue como una eclosión, la transición fue continuista. La democracia no tiene una participación plenaria sino representativa. No es un régimen creativo. La juventud enarbola la disidencia política. “Antes los niños pretendían convertirse en adultos, ahora es al revés”, nos dice el filósofo. Las minorías cambian el mundo. La juventud se adapta al sistema al llegar a la madurez, pero llegan otras, la carne fresca se renueva. El joven de los 70 es reacio y escéptico al consumismo, opina. Existe la fe con la exceptitud. Nunca somos idénticos a nosotros mismos, tenemos muchos roles, pero socialmente nos ponemos la mascara. El origen del escenario es el espejo de la conciencia. El juego de las imágenes falsas. Aranguren es un cristiano heterodoxo. Atacó el sistema político desde la religión por ser la moral más flexible. El mundo se podía cambiar cambiando la religión pues era la “parte blanda” del régimen, quizá por las semejanzas que tiene el cristianismo con el comunismo como una moral más dulcificada, más humana y sensible. Los movimientos sicodélicos y nuevas místicas (New Age) “re encantan el mundo”, se establecen junto a el culto desmedido a la ciencia. No se ahogan en el nihilismo, renacen espejeos de ilusión, decía en una entrevista. Aranguren es un hombre de izquierda cultural. Los partidos son más asépticos y fríos.
Aranguren nació en 1909 en Ávila,
en el seno de una familia burguesa y católica. Estuvo en el bando nacional sin
verter sangre. Se casó. Tuvo un hijo subnormal que murió. Su hijo, “aunque no
hablara, era un centro espiritual que irradiaba serenidad”, en sus propias
palabras. Eugenio Dórs inició el novecentismo catalán. Joaquín Diez Rodríguez,
ministro de cultura de entonces, propuso a Aranguren como catedrático de ética
y sociología. El filosofó reflexiona sobre la ética. El hombre es
constitutivamente moral, el hombre inmoral no existe pues ya se trata de una
nueva moral. Su filosofía es de un escolasticismo depauperado. Crea el
seminario de Ciencia de la Cultura (estudía allí a Foucault, a Barthes, el “estructuralismo”).
En el 65 encabeza una manifestación estudiantil y García calvo, Tierno Galván y
él son derrocados de su catedra. Se exilia en EEUU. En Europa contactó con las juventudes
europeas. Allí la relación profesor y estudiantes era más abierta. En el 76
vuelve a la Complutense (UCM) “Nunca hemos estado tan adentrados en la ética
protestante del trabajo”, reflexionaba. Apuesta por una concienciación y
participación política que no se hace sólo votando. “La Utopía es lo único que
merece la pena”.
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