La soledad triste de mi abuelo en un viejo bar con
sus camaradas de otros tiempos, su triste soledad poblada de fantasmas, y como
tiene Alzheimer yo ya no sé en que piensa o sí todavía sueña, yo no sé nada,
nunca he entendido nada con la cabeza, pero con el corazón todo lo comprendo. Mi
abuelo es un anciano corpulento, cejijunto, huele a campo y su nariz es chata y
deforme como la de un cerdo por un accidente de carpintería que tuvo. Te devora
con sus ojos oscuros de animal salvaje y la pelambrera bajo la nariz y entre
dedos cual madreselva. El abuelo me echaba pelos para que en el futuro me
creciese el pelambre del pecho. Ssonríe con sus mofletes surcados por una escandalosa cicatriz y arrima
a su amigo a su barba macilenta para darle un beso con sabor a trujas. No es
del toda cierta esta descripción, ahora parece un oso de nieve (si existe tal
raza) y se ha nevado la selva. Enjuto en su sillón, el abuelo se emborrachaba
Enciende sus puros y su discurso cae plomizo sobre los comensales. Abuelo a
veces pierde la memoria, quien es, donde viene, y se le cae la baba en una
servilleta.
La
cuidadora lo aleja casi a rastras. El abuelo se despide de nosotros como una
estrella en ciernes que va perdiendo a su público a medida que el comedor se
difumina desde su cansada vista. Cuando la cuidadora regresa, ya nadie puede
comer. Tras
los cariñosos arrumacos, la llorera del patriarca resuena estridente como
tenedores en pugna, o platos rotos o las uñas de la cuidadora rasgando los
platos con furia mientras friega. Sentado en el café irlandés de abajo pienso
en su decadencia, en la vida que ha llevado. Llora y se le empañan las
lágrimas, se limpia con una servilleta y no se le altera el color de sus
mejillas. Es bruto pero tiene el corazón amplio como el mar. Representaba para mí
lo duro de la vida, un hombre hecho y derecho, curtido de palos, No podía dejar
de imaginarlo como el alma del pueblo en las tabernas, el ligón de verbenas, el
acérrimo carpintero de la Granja, el currante chupatintas del banco que había
llegado en los 60 a director general... y sin embargo también simbolizaba para
mi el defecto del realista; su carencia de imaginación, de sueños, de ideas.
Mi abuelo, con Alzheimer, no sé en qué piensa...le doy la mano y
le cojo su mano llena de venitas. Tiene los ojos en blanco y sentados en un
banco vemos pasar las nubes blancas que salen entre tantos grises chubascos....
Miramos al cielo, con miedo de que se derrumbe sobre nuestras cabezas.... el
abuelo divaga y desvaría... dice muchas cosas raras, de lejanas eras, cosas de
otros tiempos que los viejos nos contaban.... yo le limpio la baba que se le
queda en la barbilla... sus ojos son telitas y a través de ellas sólo ve
estrellas...mi abuelo mira el firmamento perdido de estrellas y ya no entiende
nada.... –
--Mi abuelo se apoya en su bastón para caminar. Su otra mano me la
ofrece temblando y yo se la aprieto con fuerza y noto sus arrugas, blandas como
tocar una gelatina. A veces me coge la cabeza entre sus manos y me revuelve un
poco el pelo. Los ojos se me llenan de lágrimas cuando me mira fijamente a los
ojos y me pregunta quién soy. Le digo “soy yo, abuelo” y me mira sin ver,
después se ríe y posa su mirada en el cielo o en el suelo o en el horizonte.
Como los locos, pienso yo. Tiene ojos tristes, marrones como las hojas del
otoño del patriarca. A veces creo que dentro de sus ojos no hay nada. Nos da
miedo mirar a los ojos ciegos de los locos. Dentro no hay nada; una oquedad
vacía sin alma. Ya no hay alma, hay ordenadores. Se lo dije a un cura el otro
día y me contestó cínico, “¿y que más da la forma que informe a tu alma?
¡¡Almas de Macintosh, almas perdidas!!!.”
El abuelo se fatiga andando. Empieza a correrle sudor desde su
despoblada frente blanca hasta su nariz puntiaguda. Saca la lengua y resopla,
echa toses y vaho por la boca, y a veces escupe al suelo y dice ¡queazko!, así,
en vasco. Yo le agarro de los brazos y hago fuerzas para sentarlo en un banco.
No me gusta coger a mi abuelo como a una maleta o cualquier objeto que cargas,
pero tengo que agarrarle de las axilas y sentarle con el culo hacía dentro y la
espalda recta. Mi abuelo se ríe como un niño, le da risa tonta y a veces me
contagia. Nos pasamos minutos riéndonos y luego nos miramos muy serios el uno
al otro, como diciéndonos ¿de qué nos estamos riendo?. Pero nos reímos mi
abuelo y yo, él en su silla de ruedas, y yo volado en mis fantasías, y nos
reímos de este mundo en el que tanta gente llora. Nos reímos por no llorar, por
no llorar....
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Normalmente sólo miramos al frente. Mi abuelo y yo no hablamos ni
nada. Ya somos postmodernos. Lo decimos con silencios. Lo decimos con imágenes.
Lo decimos con agresividades pegando una patada a una lata de coca cola.
Simplemente estamos ahí en el banco y vemos a los jardineros que se encaraman a
los árboles para podarles las ramas. Unas palomas se posan en nuestros pies y
el abuelo es capaz de subir una pierna y aún así no espantar a las palomas. Es
como si a mi abuelo ya le dieran igual las palomas y como si a las palomas le
dieran ya igual mi abuelo.... y allí miramos el quiosco del barrio y a los
viejos anticuarios en sus librerías y miramos a los obreros haciendo hoyos en
el parque y miramos a estas ratas voladoras de la ciudad que nos parecen
palomas grises...
Y a los árboles les sopla un viento que los deja meciéndose y
vapuleándose en el aire roto, en este silencio tan poblado de fantasmas.... Los
jardineros rapan al cero a los árboles. Las mujeres hacen la compra en los
súper mercados. Los jubilados van cantando la Internacional y hablando no sé
que cosas de sindicatos... yo no entiendo nada. Es todo extraño..el mundo
oscurecido de pronto, como cuando en un teatro se apagan todas las luces y
queda un triste loco monologando... un triste Hamlet hablándole al vacío, y
respondiéndole, no sé, quizá ese Dios que allá arriba está tan callado, ese
Dios que no escucha a nadie, que pasa de todos nosotros, como si no le
importásemos un carajo a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.... .-----
Las palomas se toman muchas confianzas con mi abuelo y ya se sabe
que donde hay confianza da asco. El abuelo, ahí quieto, todo parado, parece un
espantapájaros de esos que ya no espantan a nadie. A mi abuelo la guerra le ha
dejado un poco tocado del ala. Por eso ya todo se la reflanfinfa. Él se sienta
en su banco y cuando viene algún conocido asiente con la cabeza y a veces deja
escapar formulismos aprendidos de memoria como: “que tiempos locos estos” “Ay,
señor, señor, no somos nadie”, “dios nos lo da, dios no lo quita”,
“resignación, hijo, resignación”, “y usted que lo diga” “lleva usted toda la
razón”. Y lo gracioso es que siempre queda bien mi abuelo con todo el mundo. Mi
abuelo tiene Alzheimer pero siempre queda bien con sus conocidos soltando estos
típicos tópicos.
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El señor con corbata monologa y comenta
el tiempo que hace y hablan de todo el
tiempo que llevan sin verse, y que tal la parienta, familia e hijos, a
cuidarse, ale, esta como una rosa, usted, ale, a seguir tirando. Y después mi
abuelo suelta alguna frase afirmativa y asiente con la cabeza y el señor se
piensa que mi abuelo esta como siempre, que no cambia y que sigue siendo un
chaval. Y se va, hasta la próxima si Dios quiere. En esos momentos mi abuelo
parece que esta bien de la cabeza y todo, porque le responde a la gente lo que
quiere oír. La mayoría del tiempo que trascurre en ese banco nos lo pasamos en
silencio. Tiempos de silencio, silencio de siglos son estos... pasan los
milenios... las voces de los pensadores... los gritos de la gente.... y en mi
cabeza se mezclan todas estas voces que piden ayuda y no sé ni que hacer.
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De pronto mi abuelo parece acordarse de algo, se frota la calva,
arquea las cejas en forma de interrogante, mueve sus labios como si fuera a
preguntar algo... y después nada, silencio, los labios vuelven a su posición
inicial, una lagrimilla parece salirle de uno de sus opacos ojos y vuelve a
quedarse dormido con los ojos abiertos. ¿En qué piensas abuelo?- le pregunto.
Pero no me responde, sólo me mira sin comprender. Mi abuelo frunce el ceño y
gira un dedo a la altura de su frente como dando a entender que estoy loco.
Quizá sea cierto. Quizá él, con su Alzheimer, sea el sano. ¿Dónde vive? ¿en que
mundos vive mi abuelo? ¿En qué piensa mi abuelo? ¿Piensa, imagina, recuerda...?
Me pregunto lo mismo cuando miro a un gato. ¿por qué me mira? ¿Qué esperan sus
ojos de mí? ¿por qué va posando sus ojos primero aquí, luego allí y porque
luego parpadea? Y a veces con las personas me pasa igual. ¿en qué piensa la
gente?
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