La
abuela poda rosas en el jardín. Su majestad es rosa, usted escoja. Se tira un
pedo pensando en Quevedo. Mi abuela es así de jesuita Hoy en día todas las
majestades son rosas, de cuento de hadas, ¡nunca ha habido una reina roja! Mi
abuela es la reina de la casa, una araña que enreda a los demás en su telaraña.
Una mujer dura, con lauburu en el cuello., santa maría, Jesús, José, se muerde
la uña, se pincha en el húsar. La abuela
hace ganchillo y cose, borda, como Penélope, como araña, Ariadne atrapada.
Suelta el hilo, hila fino. Suelta. Y sigue a Baco. La abuela luego regala por ahí sus
trapillos como ella los llama. La abuela se levanta, deja el recado de bordar
en la silla de plástico y coge las tijeras podadoras.
La abuela
representa la tierra. Planta flores en la huerta, no en vano su marido fue
minero y labrador, trabajaba la tierra y ella es la madre Tierra, la diosa Naturaleza.
En la mitología griega sería la Reina Gea. El abuelo lee el Marca, tumbado en
la cama que es la hamaca en la que no se quema por el sol. La bisabuela a veces
mata moscas con el mata moscas o hace crucigramas. Yo me baño en la piscina
pecera y mi tío bajo la ducha, colocada junto a la higuera. A ratos me escondo
en el cuarto de baño. O juego con las niñas de la calle, con los muñecos y con
las tabas. Los demás niños juegan a juegos sociales, a mi me basta mi mundo
interior. Has de ser más normal, me reprocha abuela. Yo la doy un beso en su
cara, mapa de arrugas empinadas.
Como
es domingo, nos visten con ropa elegante, y olor a colonia y a lavado. Soy
monaguillo porque me dejan comer ostias y beber vino hasta reventar. Pero no
creo en dios, acaso en el ángel de la guarda que no nos deja solos ni de noche
ni de día, peor que la interpol. El
abuelo anoche dio un puño en la mesa rojiblanca, perdió su equipo de fútbol. O
su partido político. Se queda más ancho que pancho porque el abuelo es un
hombre grande, enorme, como un ogro de cuento, peludo como un oso y con nariz
de gnomo. El despertar del abuelo es largo. La abuela le trae café y tostadas
de mermelada, pastas, té y zumo en una bandeja, y se lo sirve todo sobre la
sabana. Se hace el remolón y fuma un puro en la cama. Huele al vodka que bebió
ayer. El abuelo es un realista al que yo le parezco muy perdido. En la iglesia
el cura protesta porque los vagabundos han dejado todo muy sucio. Me limpio el
sudor y el barro en la pila bautismal. El párroco empieza su monserga, mientras
el abuelo cambia de lado de la cama y quizá ronca, ¡el muy realista se ha
quedado sobado! El cura empezó su discurso diciendo que los vagabundos se pasan
la vida intentando conocerse así mismos. El conócete a ti mismo es algo muy
griego, los cristianos prefieren vivir en la ignorancia de las cosas. Y que por
eso el saber es un pecado para dios. Y por eso estuvieron tantos siglos
censurados aquellos filósofos griegos que hablaban de la libertad.
Hermanos…sólo los monjes recopilaban el saber para ellos mismos. Lectura del
viejo testamento, oremos, levantaros hacía el señor. A las parroquianas de la
catequesis les parecí siempre demasiado religioso para ser católico, quiere
esto decir, demasiado trascendente para una iglesia tan inmanente como era la
de mi pueblo. Todas rumoreaban de los vestidos que cada cual lucía; así te ven
así te tratan. En el nombre del padre, del hijo… de la paloma. La iglesia es
como una comunidad de bien pensantas mojigatas que persiguen a los
homosexuales, pervertidores de niños y que luego, al enterarse de las aficiones
a lo Lewis Carrol del párroco, exclaman ay señor, señor, miran al cielo y se
santifican, como si la cosa no fuera con ellas. Oremos, podéis ir en paz. Estas
catequistas están como atontadas para no sufrir, como sedadas al dolor. Demos
gracias al señor. Cada vez que iba a misa me acordaba de mis muertos, de esas
caras terribles que ponían al morir, y que no adivinaban un cielo después sino
el mayor de los vacíos, el mayor de nuestros miedos; la nada.
Observo
a mi tía sentada entre las primeras filas. Mi tía es la eterna solterona, una
mujer que nunca pasará por la vicaría, es fea y con una nariz muy larga, como
de bruja. Siempre con ganas de llamar la atención, de ser la más beata de las
feligresas. Viste de negro y es frígida y asexuada como la tía Tula de Unamuno
o la institutriz de otra vuelta de tuerca. En mi familia todos visten de luto,
siempre hay algún muerto que rezar. Mi tía besa el rosario, se pone de
rodillas, se levanta… a mi me pone todo esto muy nervioso. Es diferente ver a
los fieles desde el altar que desde el palco. Desde el palco son más ridículos
aún si cabe, veo sus calvas, sus pelucas, sus peinetas, sus permanentes y sus
lacitos. Y es todo como de otra época. Nunca he llegado a escupirles desde el
proscenio, pero ganas no me han faltado. Me gusta reírme con el sermón del
cura, me hace gracia, parece un monologo de humor o tengo la risa floja como
todos los adolescentes. Me quedo extasiado viendo las imágenes de la biblia, a
Jesús arrastrando la cruz, la virgen y todas esas monsergas. Vista una iglesia
vistas todas, todas son iguales. Y la
gente que acude a ellas, ídem. Ya decía Unamuno; el cura es el que predica al
que menos culpa tiene, a las feligresas célibes. El cura no se cree sus propias
milongas como aquel bueno mártir. Las
canciones religiosas me gustan; alabaré a mi señor, padre nuestro en ti
creemos, te ofrecemos nuestras manos de hermanos, creo señor firmemente…
siempre hablan de creer, de ser hermanos, de la masa y la creencia que es algo
más vulgar que la idea. Me encanta Ortega y Gasset y el Lute que empezaba sus
memorias citando a Ortega; soy yo y mis circunstancias. Y mis circunstancias
eran esas, vivir en un pueblo de Zamora todos los veranos, a cargo de mis
abuelos. En este pueblo aprendí que la gente sin cultura tiene a veces más
filosofía que los engreídos de ciudad que asisten diariamente a los cafés de
intelectuales.
Mi
tía es muy misógina con las mujeres, siempre habla mal de los vecinos, pero
prefiere hablar mal de las mujeres que de los hombres. Ellas cotillean y lo llaman
salir al fresco. Criticar a la una fulana y a la mengana. Mi tía tiene los ojos tristes, una mirada de
ceniza. Se va a quedar para vestir santos a este paso, como una hermana Bronte.
Es una flor rara, rara avis, una flor vulgarius, por no decir; un cardo de tía.
Tiene los labios morados, y el papo con pelos, y un bigote que parece un código
de barras. A mí me da mucho asco besarla o que me bese. Siempre que me pregunta
como estoy, la digo que “mal pero diciéndoselo a ella bien”.
Paseo
meditando por el monasterio. Es el primer monasterio del cister en España. Este
monasterio derruido sirvió para abastecer de piedra a los del pueblo durante la
guerra civil. Cogían piedras y con adobe construían sus casas. Aquí han robado
lo que han querido. Ahora lo han declarado patrimonio de la humanidad y no nos
dejan jugar a fútbol dentro. Tiene pinturas medievales, monjes dibujados, que
parecen jeroglíficos griegos, símbolos cristianos. Correteo bajo los sauces
llorones, recojo moras en los zarzales.
El
abuelo trabaja en la tierra y tiene las manos manchadas de polvo, tierra,
suciedad.... y se limpia en la fuente. La abuela recoge rosas, flores de azahar, va oliendo su mágico
perfume, su fragancia desorbitada de sentidos como los ritos de Elenuis... el
abuelo la agarra por la espalda y la besa en el cuello en una cama de nogal que
tienen. El cuello de mi abuela esta viejo, arrugado, pero mi abuelo la sigue
queriendo, deseando... y mi abuelo se lleva a mi abuela a lo que ellos llaman
“el chalecito” que es un pequeño bloque de hormigón blanco en medio de su jardín.
El vergel de Dios, el de las vergas doradas.
La
iglesia toca, repican las campanas. Ha muerto mi abuela. En el cielo ya no hay
sol. Se lo comieron las nubes, nubosidades variables, nubecitas, tormentas,
centellas, centauros, unicornios halados, monstruos, aliens, centauros con
cabezas de gorgonas.... Maese Pérez es un viejo fantasma que loco y frenético,
divino poseso, toca el organillo. Mi abuela esta en el jardín. Se abanica con
el mata moscas. Mi bisabuela bebe una cerveza y desvaría, o un blody marie tal
vez, como una especie de reina madre de Inglaterra. Freud dijo; hay que
destetarse de la bisabuela comunista y de la tía progre psicóloga de la
revolución colateral, y si no lo dijo lo debió decir. La bisabuela lleva un
gorrito parisino en la cabeza, ¡como las locas, Señor, como las locas! La
bisabuela desvaría y habla de la guerra civil, remueve la mierda y hace
ganchillo. Tierra era mi
abuela, polvo de arena, polvo de constelación, desecha, ya muerta, vagabas como
un fantasma por la casa, hablabas de la guerra civil, ay, la guerra civil.
Lloré en tu tumba, te escribí un poema, lloré en la ducha mientras me echaba
con el chorro el agua y me intentaba calmar mis lágrimas egoístas. Y luego
seguí llorando en el trayecto del autobús ALSA.
Y mandé un relato que ganó un premio. Lloré tanto en el entierro que el cura me mandó salir fuera, pues
se me oía a mí más que a él y le robaba protagonismo.
Estaba en el cementerio
mareado por el aire, el calor, el humo y el ruido. Pisé hojas amarillas
marchitas que crujían bajo mis pies como si tuviesen vida independiente. El
cura rezaba unas oraciones ante la tumba. Me temblaban las piernas, sentí que
me venían ganas de llorar, el calor pegajoso picaba por todo el cuerpo, pero no
era plan de rascarme allí. Di carta libre a lo que en ese momento más
necesitaba; rascarme y derrumbarme a llorar. Encendí un cigarro. Ya no
retornaría nunca más al pueblo. Este pensamiento había brotado en mi sin origen
porque no todo efecto tiene su causa. quizá mi inconsciente barruntara que junto
a mi abuela se moría parte de mi infancia. Ya no volvería Nunca Jamás a ese
pueblo.
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