martes, 29 de agosto de 2017

LA ABUELA Y SU MUERTE



La abuela poda rosas en el jardín. Su majestad es rosa, usted escoja. Se tira un pedo pensando en Quevedo. Mi abuela es así de jesuita Hoy en día todas las majestades son rosas, de cuento de hadas, ¡nunca ha habido una reina roja! Mi abuela es la reina de la casa, una araña que enreda a los demás en su telaraña. Una mujer dura, con lauburu en el cuello., santa maría, Jesús, José, se muerde la uña, se pincha en el húsar.  La abuela hace ganchillo y cose, borda, como Penélope, como araña, Ariadne atrapada. Suelta el hilo, hila fino. Suelta. Y sigue a Baco.    La abuela luego regala por ahí sus trapillos como ella los llama. La abuela se levanta, deja el recado de bordar en la silla de plástico y coge las tijeras podadoras.
La abuela representa la tierra. Planta flores en la huerta, no en vano su marido fue minero y labrador, trabajaba la tierra y ella es la madre Tierra, la diosa Naturaleza. En la mitología griega sería la Reina Gea. El abuelo lee el Marca, tumbado en la cama que es la hamaca en la que no se quema por el sol. La bisabuela a veces mata moscas con el mata moscas o hace crucigramas. Yo me baño en la piscina pecera y mi tío bajo la ducha, colocada junto a la higuera. A ratos me escondo en el cuarto de baño. O juego con las niñas de la calle, con los muñecos y con las tabas. Los demás niños juegan a juegos sociales, a mi me basta mi mundo interior. Has de ser más normal, me reprocha abuela. Yo la doy un beso en su cara, mapa de arrugas empinadas.
Como es domingo, nos visten con ropa elegante, y olor a colonia y a lavado. Soy monaguillo porque me dejan comer ostias y beber vino hasta reventar. Pero no creo en dios, acaso en el ángel de la guarda que no nos deja solos ni de noche ni de día, peor que la interpol.  El abuelo anoche dio un puño en la mesa rojiblanca, perdió su equipo de fútbol. O su partido político. Se queda más ancho que pancho porque el abuelo es un hombre grande, enorme, como un ogro de cuento, peludo como un oso y con nariz de gnomo. El despertar del abuelo es largo. La abuela le trae café y tostadas de mermelada, pastas, té y zumo en una bandeja, y se lo sirve todo sobre la sabana. Se hace el remolón y fuma un puro en la cama. Huele al vodka que bebió ayer. El abuelo es un realista al que yo le parezco muy perdido. En la iglesia el cura protesta porque los vagabundos han dejado todo muy sucio. Me limpio el sudor y el barro en la pila bautismal. El párroco empieza su monserga, mientras el abuelo cambia de lado de la cama y quizá ronca, ¡el muy realista se ha quedado sobado! El cura empezó su discurso diciendo que los vagabundos se pasan la vida intentando conocerse así mismos. El conócete a ti mismo es algo muy griego, los cristianos prefieren vivir en la ignorancia de las cosas. Y que por eso el saber es un pecado para dios. Y por eso estuvieron tantos siglos censurados aquellos filósofos griegos que hablaban de la libertad. Hermanos…sólo los monjes recopilaban el saber para ellos mismos. Lectura del viejo testamento, oremos, levantaros hacía el señor. A las parroquianas de la catequesis les parecí siempre demasiado religioso para ser católico, quiere esto decir, demasiado trascendente para una iglesia tan inmanente como era la de mi pueblo. Todas rumoreaban de los vestidos que cada cual lucía; así te ven así te tratan. En el nombre del padre, del hijo… de la paloma. La iglesia es como una comunidad de bien pensantas mojigatas que persiguen a los homosexuales, pervertidores de niños y que luego, al enterarse de las aficiones a lo Lewis Carrol del párroco, exclaman ay señor, señor, miran al cielo y se santifican, como si la cosa no fuera con ellas. Oremos, podéis ir en paz. Estas catequistas están como atontadas para no sufrir, como sedadas al dolor. Demos gracias al señor. Cada vez que iba a misa me acordaba de mis muertos, de esas caras terribles que ponían al morir, y que no adivinaban un cielo después sino el mayor de los vacíos, el mayor de nuestros miedos; la nada. 
Observo a mi tía sentada entre las primeras filas. Mi tía es la eterna solterona, una mujer que nunca pasará por la vicaría, es fea y con una nariz muy larga, como de bruja. Siempre con ganas de llamar la atención, de ser la más beata de las feligresas. Viste de negro y es frígida y asexuada como la tía Tula de Unamuno o la institutriz de otra vuelta de tuerca. En mi familia todos visten de luto, siempre hay algún muerto que rezar. Mi tía besa el rosario, se pone de rodillas, se levanta… a mi me pone todo esto muy nervioso. Es diferente ver a los fieles desde el altar que desde el palco. Desde el palco son más ridículos aún si cabe, veo sus calvas, sus pelucas, sus peinetas, sus permanentes y sus lacitos. Y es todo como de otra época. Nunca he llegado a escupirles desde el proscenio, pero ganas no me han faltado. Me gusta reírme con el sermón del cura, me hace gracia, parece un monologo de humor o tengo la risa floja como todos los adolescentes. Me quedo extasiado viendo las imágenes de la biblia, a Jesús arrastrando la cruz, la virgen y todas esas monsergas. Vista una iglesia vistas todas, todas son iguales.  Y la gente que acude a ellas, ídem. Ya decía Unamuno; el cura es el que predica al que menos culpa tiene, a las feligresas célibes. El cura no se cree sus propias milongas como aquel bueno mártir.  Las canciones religiosas me gustan; alabaré a mi señor, padre nuestro en ti creemos, te ofrecemos nuestras manos de hermanos, creo señor firmemente… siempre hablan de creer, de ser hermanos, de la masa y la creencia que es algo más vulgar que la idea. Me encanta Ortega y Gasset y el Lute que empezaba sus memorias citando a Ortega; soy yo y mis circunstancias. Y mis circunstancias eran esas, vivir en un pueblo de Zamora todos los veranos, a cargo de mis abuelos. En este pueblo aprendí que la gente sin cultura tiene a veces más filosofía que los engreídos de ciudad que asisten diariamente a los cafés de intelectuales.
Mi tía es muy misógina con las mujeres, siempre habla mal de los vecinos, pero prefiere hablar mal de las mujeres que de los hombres. Ellas cotillean y lo llaman salir al fresco. Criticar a la una fulana y a la mengana.  Mi tía tiene los ojos tristes, una mirada de ceniza. Se va a quedar para vestir santos a este paso, como una hermana Bronte. Es una flor rara, rara avis, una flor vulgarius, por no decir; un cardo de tía. Tiene los labios morados, y el papo con pelos, y un bigote que parece un código de barras. A mí me da mucho asco besarla o que me bese. Siempre que me pregunta como estoy, la digo que “mal pero diciéndoselo a ella bien”.
Paseo meditando por el monasterio. Es el primer monasterio del cister en España. Este monasterio derruido sirvió para abastecer de piedra a los del pueblo durante la guerra civil. Cogían piedras y con adobe construían sus casas. Aquí han robado lo que han querido. Ahora lo han declarado patrimonio de la humanidad y no nos dejan jugar a fútbol dentro. Tiene pinturas medievales, monjes dibujados, que parecen jeroglíficos griegos, símbolos cristianos. Correteo bajo los sauces llorones, recojo moras en los zarzales.
El abuelo trabaja en la tierra y tiene las manos manchadas de polvo, tierra, suciedad.... y se limpia en la fuente. La abuela recoge  rosas, flores de azahar, va oliendo su mágico perfume, su fragancia desorbitada de sentidos como los ritos de Elenuis... el abuelo la agarra por la espalda y la besa en el cuello en una cama de nogal que tienen. El cuello de mi abuela esta viejo, arrugado, pero mi abuelo la sigue queriendo, deseando... y mi abuelo se lleva a mi abuela a lo que ellos llaman “el chalecito” que es un pequeño bloque de hormigón blanco en medio de su jardín. El vergel de Dios, el de las vergas doradas.   

La iglesia toca, repican las campanas. Ha muerto mi abuela. En el cielo ya no hay sol. Se lo comieron las nubes, nubosidades variables, nubecitas, tormentas, centellas, centauros, unicornios halados, monstruos, aliens, centauros con cabezas de gorgonas.... Maese Pérez es un viejo fantasma que loco y frenético, divino poseso, toca el organillo. Mi abuela esta en el jardín. Se abanica con el mata moscas. Mi bisabuela bebe una cerveza y desvaría, o un blody marie tal vez, como una especie de reina madre de Inglaterra. Freud dijo; hay que destetarse de la bisabuela comunista y de la tía progre psicóloga de la revolución colateral, y si no lo dijo lo debió decir. La bisabuela lleva un gorrito parisino en la cabeza, ¡como las locas, Señor, como las locas! La bisabuela desvaría y habla de la guerra civil, remueve la mierda y hace ganchillo. Tierra era mi abuela, polvo de arena, polvo de constelación, desecha, ya muerta, vagabas como un fantasma por la casa, hablabas de la guerra civil, ay, la guerra civil. Lloré en tu tumba, te escribí un poema, lloré en la ducha mientras me echaba con el chorro el agua y me intentaba calmar mis lágrimas egoístas. Y luego seguí llorando en el trayecto del autobús ALSA.  Y mandé un relato que ganó un premio. Lloré tanto en el entierro que el cura me mandó salir fuera, pues se me oía a mí más que a él y le robaba protagonismo.
Estaba en el cementerio mareado por el aire, el calor, el humo y el ruido. Pisé hojas amarillas marchitas que crujían bajo mis pies como si tuviesen vida independiente. El cura rezaba unas oraciones ante la tumba. Me temblaban las piernas, sentí que me venían ganas de llorar, el calor pegajoso picaba por todo el cuerpo, pero no era plan de rascarme allí. Di carta libre a lo que en ese momento más necesitaba; rascarme y derrumbarme a llorar. Encendí un cigarro. Ya no retornaría nunca más al pueblo. Este pensamiento había brotado en mi sin origen porque no todo efecto tiene su causa. quizá mi inconsciente barruntara que junto a mi abuela se moría parte de mi infancia. Ya no volvería Nunca Jamás a ese pueblo.


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