- El arte nos puede hacer vivir más. Cuando la cultura no es cuidado de la vida,¿es cultura?. Cuando la cultura no intensifica la vida o no la aumenta, es una falsificación de sí misma.
- No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras. Unas afueras muy singulares, pues no están definidas a partir de ningún centro. Aquí, en las afueras, la génesis y la degeneración, la vida y la muerte, lo humano y lo inhumano-ya que sólo el humano puede ser inhumano-, la proximidad y la indiferencia.
- Cuando el camino de la vida ya está avanzado, la imaginación puede irse hacia otras vidas, otros caminos, que quizá hubieran podido recorrerse. Y, desdoblándose, uno se ve allí. La ficción literaria es una forma de vivir otras vidas. El juego también tiene algo de eso; también el juego es función del deseo.
- Esto es lo que salva el mundo: la bondad cotidiana de las personas; la bondad en las acciones de unos hacia otros. A veces, esa bondad parece pequeña e impotente ante la monstruosidad y la extensión del mal. La bondad, que es una de las vibraciones de la vida, es la esperanza del mundo.
- Lo más humano de lo humano reside en acoger al otro. Venimos desnudos al mundo, y hace frío, y nos acogemos unos a otros. La comunidad más básica es la del amparo. Es la comunidad que cura, que nos cura. La violencia de las afueras, siendo originaria, es ya una degeneración, porque más originaria todavía es la acogida. El egoismo es fuerte y radical. Pero la acogida, la vigilia y velar por el otro lo son aún más.
- En la hospitalidad esencial, resulta difícil hablar de anfitrión. No hay dueño que decida a quién abrir la puerta y a quién no. La hospitalidad esencial tiene la lógica de la fraternidad: reconocimiento del hermano y respuesta.
- Contiguo a la verticalidad, otro rasgo que compartimos árboles y seres humanos es el de ser juntura y enlace. Hombre y árbol son como la"y" que relaciona y une. Gracias a la capacidad de juntar, generamos. Si el ser humano es ayuntamiento, logos y poder de relación, el árbol es el ser que más plásticamente une tierra y cielo: toda su fuerza vital consiste en hundir las raíces en el suelo para expandirse hacia el cielo.
- La triste paradoja es que a la vez que desplegamos una civilización del poder, menospreciamos la vida; no reconocemos su profundidad y nos tratamos como cosas entre cosas, despersonalizados, des-subjetivados, pero, eso sí, pretenciosos y engreídos.
- Empezar. Iniciar juntos. Convivir no es vivir unos al lado de los otros, sino darse vida unos a otros. La comunidad que vive empieza y, en cierto sentido, no acaba.
- La ciencia sería del orden del conocer, es decir, de la objetividad y de la representación. No así el pensar, que sería del orden del señalar y del aproximarse. El pensar es como una vigilia, o más un ahondar que un avanzar. Si el conocer tiene que ver con lo que se puede poner en frente-objetivar-, definir y representar, el pensar aspira a remontar más allá de la presencia y de la representación.
- Aquí, en las afueras, quien piensa y ama, vive. Vive más que nada más. Aquí, en las afueras, acurrucados sobre lo que amamos, generamos, pero también esperamos. No un paraíso perdido, ni una verdad impersonal-que dejaría de ser verdad-, sino algún tipo de ternura, de calidez, de abrazo.
"La Estética, con Etica inmanente, como revolución silenciosa en el proyecto de transformación de animal humano a HOMBRE".
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