Todos compartimos la evidencia de
que hay cosas malas. ¿hay algo común que vincule esos comportamientos? ¿Existe
el mal en mayúsculas y sin paliativos? Estas cuatro conferencias no van a
saldar un tema que lleva ocupando al pensamiento en todas sus formas (religiones
mitologías y filosofías) durante siglos. Es una pregunta ontológica que se hacía
Nietzsche en más allá del bien y el mal. En este mundo hay cosas justas e
injustas y todas están justificadas, decía. Hay diferencia entre el
comportamiento honrado y el injusto. Rechazamos un campo de concentración nazi.
Hay un problema de límites y de conceptos al definir esto del mal. ¿El
sufrimiento que parece un aviso del mal, el mal del mundo viene de Dios que
juzga al mundo? Ese pensamiento se ha ocupado en la filosofía hasta nuestros
días, de forma más conservadora o progresista. No se puede hacer una
justificación de dios o del mal o del bien porque esto llevaría a
contradicciones
ALICIA GRACÌAS RUIZ - PATXI
LANCEROS “LÍBERANOS DEL MAL … MIEDOS, MUROS Y GASTIGOS”
En la brillante prosa del
apocalipsis la historia acaba como el rosario de la aurora. El mal no es
sustantivo sino una privación de bien. En un toque agnóstico ves que el bien es
el despiste en el congregado del mal y con eso va la ponente haciendo amigos
por el mundo. Las conferencias la van a hacer filósofos y teólogos. También se
hablará del mal en el arte que ocupa nuestros museos. Los títulos los han
elegido los ponentes, pero Patxi Laceros ha elegido a los ponentes.
Alicia Gracias tiene un currículo
brillante en universidades americanas. Ha tenido una vida corta, pero intensa.
Ha publicado libros como la gobernanza del miedo, compilaciones como
perfeccionismo ética y política… ella es agnóstica. Pretender que el mundo se
deshaga es otro de sus libros.
Va a abordar el pensamiento sobre
el mal. Hay una basta y oceánica tradición de libros sobre el mal. Ella,
cobarde valiente, se atreve con esta cuestión. Lo que le interesa es la mirada
sobre el mal, a través de qué lente vemos el mal. La mirada que ve el mal puede
ser ella misma maligna. Hay miradas como la cristiana que ven el mal en todas
partes. Nuestra sociedad es hipocondriaca con el miedo, como la mujer que teme las
agresiones sexuales. Es algo natural esa mirada, pero construida culturalmente
y elaborada políticamente. El miedo nos acompaña silencioso como un muro junto
a nosotros. Mirar al muro siempre ha sido un castigo, como cuando te castigaban
contra la pared. Esa mirada sobre el mal pretende ser corregida. Los filósofos solo han hablado con ellos
mimos o con los que pensaban como ellos y eso es un gran defecto.
No dudes de aquél
que te diga que tiene miedo, pero ten miedo de aquél que te diga que no conoce la duda, decía Erich Fried en cien poemas apátridas.
Se público en la convulsa Alemania de los años 70 pero no es hiperbólico
afirmar que a este tiempo también lo marca un miedo capilar, extendido por
todas las facetas de la vida. Ese miedo camina de la mano de dogmatismos con la
baja moral de la política y la duda. Claude
DeBeaux habla de sociedades con emociones públicas de miedo y temor y como
reacción surge una demanda desmesurada de acuerdos, búsqueda de aquello que
afirma mis prejuicios, un deseo exasperado de certidumbre. La opinión publica
visceral instantánea rechaza la opinión experta y contrastada. La duda goza de
mala prensa y sin embargo la gente habla con vehemencia y convicción y parece
que representan las luchas más justas y los compromisos más fuertes. Se ha
implantado hablar en infinitivos y con vehemencia y despreciar el poder de la
duda que no hay que perder de vista; ponernos a nosotros mismos en cuestión y
aquello que se nos dice.
La reflexión sobre el mal ha sido
motor del pensamiento reflexivo. El mal se ha asociado a un castigo metafísico,
necesitamos concebir el universo como ordenado. Desde el pensamiento político
no se refleja solo el camino hacia el bien abstracto, sino que se muestran las
consecuencias del mal que nos infringimos unos a otros. El mal lo hemos
investigado, estudiado, pero esa conciencia del mal no nos hacía mejores, valga
la aparente paradoja.
El mal es un arma política, una
palanca, es un concepto de inmovilizarte más que de movilizar. Richard Bestren,
autor del pensamiento americano, habla del abuso del mal, del discurso
degradado sobre el bien y el mal que simplifica los problemas en una lógica
maniquea de “o con ellos o contra mí”, que escuchamos en redes sociales y
medios de comunicación. Se llegó al clímax social de terror tras el ataque de las
torres gemelas. Contuvimos el aliento antes de las declaraciones de George Bush
sobre la reacción que tomaría el país. Lo terrible vino después con el discurso
recién estrenado del discurso del mal. Hay males reales, pero aquí habla como
se articula discursivamente y representa el mal en genérico. Se habla del eje
del mal, una vez más. Había un mal real, de víctimas, negatividad, un
sinsentido reinante, pero sobre ese mal se le enmarca al mal en un relato, de
fácil digestión y difusión en las redes. Ronald Reagan hablaba del mal
comunista. los bad-mans, los hombres malos de Reagan. Han pasado 35 años. Pero
nuestra mentalidad sigue atraída por los absolutos, y las dicotomías simplistas
que se contraponen a todo lo que apela a los absolutos de la política. La
certidumbre moral subjetiva se extiende viralmente hasta hacerse objetividad,
pero la objetividad se logra tras un largo y trabajoso proceso. Habla de los
presupuestos sobre los que se construye los discursos sobre el mal. El simplismo
político da vueltas sobre sí mismo, redundante y machacón.
Las redes sociales dan libertad,
como se titulaba el libro de Richman y Buey sobre los medios sociales. Dan
libertad, comparando con países donde no están registradas esas redes sociales.
Pero estas mismas redes también quitan libertad, como advertía “el Roto” en una
viñeta, dibujando una red de pesca, “ya están todos arriba, tira para arriba”. Las
redes acaparan la atención, y dan forma a los anhelos y terrores. Las practicas
chamánicas crean que las redes son atrapasueños. Estos collares muy estéticos
que filtran las pesadillas y hacen cumplir los deseos. Las redes atrapan, tejen
y dan consistencia a nuestras pesadillas. Están trabadas con los mimbres de
nuestros miedos, y tensas y enmarañadas dejan pasar esa información que se
ajusta a la forma de su tela, donde construimos nuestra cárcel de pensamiento
que sin embargo vemos como refugio. Se está más calentito junto a aquellos que
piensan como nosotros. Incertidumbre y miedo son instrumentalizados para satisfacernos
con falsas certezas y opiniones inmediatas que creemos similares a las
nuestras. El acceso a la información lo rigen algoritmos que dejan pasar unas
informaciones y otras no, como los atrapasueños. Están insertos en nuestra
forma de pensar. El móvil nos dice las noticias que supuestamente nos van a
interesar y otras no aparecen. Son algoritmos que producen sesgos y
segmentaciones de público conflictivos. Tendemos a permitir que otros nos
escojan y decidan la información que nos llega, restringiendo el flujo a las
que confirman nuestras propias opiniones, o las que son de nuestro gusto y
apetencia, en nuestra zona de confort. Nos hacen idiotas en el sentido original
del término; ocuparnos solo de lo similar así mismo. Solos se preocupa la gente
de sus intereses, desatiendo de los intereses públicos o vida en común. Las
redes son particularistas.
Fueron objeto de represión ya en
la época del idealismo alemán. En esas filosofías enfatizaban los procesos
intersubjetivos y mecanismos de autorreconocimiento como aspectos de la vida
privada y política. El idiota practica una ignorancia inducida, con pereza
intelectual y moral. Hegel o Shelling llaman idiota el que hace el mal, al que hace
una perversión del espíritu, un uso exagerado del yo. Es algo distorsionado,
que no debe funcionar así. El idiota se repliega en el yo, solo en su
pensamiento. No lo enriquece o lo somete a contrapunto. No se trata de
desmerecer la individualidad, sino ser consciente de que el mundo se observa
interesantemente desde algún lugar que llamamos mal. Esa perspectiva, la
atalaya desde la que vemos el mundo, nos es inherente a nosotros,
La lección de estos filósofos no
es que se anule ese Yo sino dar cuenta de su génesis o origen y de su origen dinámico
transitorio, algo que cambia y acaba y conduce a otro sitio. Si podemos hablar
desde esa perspectiva individual es porque el yo y su noción surge de un fondo que
se contrapone a ella. La individualidad no es algo absoluto o solo, aquello que
ha renunciado a todo vínculo con los demás. La idea de individualidad (o finitud
en la época) no es la de “algo solo” sino la de “estar en relación”, como
cuando algo colinda con otra cosa, ambas cosas comparten el confín, la linde
que los separa tanto como los une. Eso es estar en relación y permite que se
consideren las dos cosas individualmente, pero a la vez comparten cosas en
común. No hay que olvidar esta relación, este carácter menesteroso, por la que
el Yo necesita al otro, por el que nadie se basta así mismo. No debemos
apropiarnos del mundo de forma mala, con un exceso de Yo. El mundo deja de ser
mundo para ser mi mundo, reflejo imparable de mi ego, como cuando se enfrentan
dos espejos donde se repite una imagen hasta el infinito.
El drama es cuándo olvidamos que
el propio concepto de individualidad es transitorio, fluyente, dinámico, está
referido a otra cosa inherentemente. Es una necedad la inmersión en la propia individualidad
negándose a trascender nuestros propios confines o fronteras o muros que no son
propios sino compartidos. Este movimiento dentro de nosotros apunta a algo fuera
de nosotros. Es fuente de mal quedarse quieto, no ir a dónde tienes que ir. El
problema no es la individualidad, y el yo, sino abandonar la otra cara de la misma
moneda; la colectividad, el ser nosotros. La maldad es ser solo Yo, esa exacerbación
de una individualización hasta la exageración, sin mirar a través de otros. Pasamos
del objetivismo medieval a valorar el sujeto, pero ahora desde nuestro
individualismo aparente nos objetivamos e instrumentalizamos. Es un estado de “solo
quiero oír lo que me gusta”, saber de lo que me interesa. Un ser así no está en
el mundo ni hace mundo, se limita a estar en su mundo, con intereses
particulares, en el marco de esos solos intereses. Una subjetividad así reduce
a todos los seres que encuentra a su paso en objetos de su auto reafirmación,
objetos que puede usar. Como aquello de Maquiavelo de usar a las personas como
medio para lograr un fin.
Es el principio maléfico
demoniaco la voluntad de sí. No es
amor propio sino imposición de mis sentimientos y voluntad, una yo-cracia. Era
un selfin con el móvil, moral y político. Es un anacronismo con el que la
ponente aligera la exposición. El genio de estos pensadores es ver el lado
oscuro de absolutizar el yo, al liberar de vínculos el yo, y las máscaras
morales que toma. El mal no es la particularidad en si, sino que esta se haga
pasar por universal. El mal tiene lugar cuando el encaje entre lo individual y
social no es una dialéctica común sino un emplazamiento encubierto. No se
confiesa, pero se hace para la voluntad egocéntrica y se hace pasar por moral universal.
Las almas bellas renuncian a mancharse las manos con los problemas reales, decía
Hegel, y otro pensador los lama los funcionarios de la humanidad. Ellos deciden
por dicha humanidad. Todos ellos enmascaran bajo una virtud publica lo que es
realidad un vicio egocéntrico y se apropian del mundo como un hecho de
interdependencias aplicando su propia ley moral disfrazada de universal o
sentido común. Los libertinos de San Agustín o Santo Tomás, tras una vida
pecaminosa de mujeres e hijos no reconocidos, se arrepienten y convierten al
cristianismo. En imponen sus ideas y esencias a la masa campesina, convertidas
en creencias religiosas. Hacen el mal. Como diría Machado; “soberbios y
melancólicos, borrachos de sombra negra, son mala gente que camina y va
apestando la tierra”. Borrachos de esa oscuridad que dice Shelling o de la voluntad
de sí de Hegel. Lo que Shopenhauer Nietzsche llaman voluntad de poder. (deseo
de poder, de dominar)
Considerar a los demás como
enemigos es una forma de mal. La sombría frase de Elías Cannetti “nada teme más
el hombre que ser tocado por lo extraño” la comprobamos empíricamente en la
actualidad. Si consideramos al otro como amenaza lo instrumentalizamos, lo reducimos
a un figurante en nuestra escenografía paranoica. El miedo ha regresado para
quedarse. No es exagerado decir que estamos en un proceso de construcción de
ciudades paranoicas y miedosas, con temor al otro por situaciones de peligro.
Esas formas se han empleado por el totalitarismo. Los otros los vemos como
potenciación del mal es en sí, como un peligro. Hay enfermedades psicológicas
vinculadas a ello en nuestras relaciones sociales. Es el sustrato sobre el que
se mete la sociológica de la seguridad, el temor a los otros, el temor de ser
tocado por los otros. Cristaliza por un tipo de miedo que se gestiona por la
política para su potenciación y no su resolución. La cultura actual Bauman la
describen como una cultura del miedo en la que la ansiedad marca el sentido del
ánimo que acompaña a toda existencia, incluyendo la colectiva. Este clima se
agrava con la crisis económica social de la última época. En este contexto
florece una cultura de la precaución que reduce la experiencia e interacción
con el otro como un nuevo peligro.
El Otro, además de un infierno, es
un algoritmo del riesgo que ha de ser calculado y gestionado. Se crea así una ingeniera
social del miedo. El extraño o extranjero o diferente deja de ser una oportunidad
distinta y se ve como un peligro, un enemigo eventual del que hay que
protegerse, o neutralizar. (como Trump con el muro) Perdemos esa identidad
colectiva de cooperación social para convertirnos en un ser solitario, con
miedos. Este proceso es el último eslabón de simplificación del hombre; no nos importamos
unos a otros, sino que lo que el otro genera un miedo generalizado donde
emergen patológias del miedo como la soledad, o el aislamiento generalizado, la
fobia social, la vivencia constante de una amenaza difusa en la propia
integridad. Eso nos aísla del mundo. Es la paradoja de una sociedad de
individuos que experimentan el encuentro con el otro como amenaza potencial. En
la era de la comunicación digital y las redes sociales el hombre se siente más
sólo que nunca, más aislado que nunca, y aumentan las tasas de suicidio. En vez
de ir de fiesta los adolescentes se quedan en casa viendo una serie tras otra.
Somos vulnerables a esos algoritmos del miedo que lo gestionan como ingeniera
social. Lo reducimos todo a algoritmos y rejillas y parcelas estancos. Hemos de
preguntarnos quiénes los construyen estos algoritmos y con arreglo a qué se construyen.
Dejan de ser procesos de conocimiento mutuo las relaciones para ser mecanismos
que producen ignorancia y estereotipos. El enemigo puede estar allí al lado. El
otro no nos da seguridad. Cuando estábamos en un sitio donde conocemos a todo
el mundo nos sentíamos seguros. Pero ahora sabemos lo que cualquiera podría
hacer y esto genera miedo, como una espiral que se retroalimenta. Vemos
constantemente en los telediarios que personas aparentemente educadas en el
ascensor o tan normales como nosotros han cometido asesinatos y barbaridades. Se
conoce más, pero se teme más, y se produce aquello que más se teme; el miedo.
Esta época miedosa no plantea el juicio
o el debate o la pretensión de inocencia, sino que abusa de términos absolutos
y conclusiones apresuradas que corrompen la vida pública y se convierten en tópicos
de alta circulación. En esta época de crisis e inseguridad se ceban con esta
necesidad de seguridad. Lo creíamos increíble en nuestras sociedades
democráticas liberales. Pero esto que ha aparecido con los sucesos del 11s no
es nuevo. El racismo fue exacerbado por estos acontecimientos. Fueron el pretexto
ideal para cumplir el viejo sueño de los políticos de controlarnos a todos
orwellianamente.
Lo que el nuevo príncipe de
Maquiavelo puede llegar a conocer de sus propios gobernados es
incomparablemente superior a lo que se sabía el emperador más importante del
pasado. La filosofía Gracias no tiene ningún interés en compartir las fotos de
su hotel, pero su móvil le ha sugerido esta mañana al llegar al hotel que haga
fotos comerciales publicitarías de ese hotel. Ella no ha dado el
consentimiento, no ha entrado en ninguna red social, pero esa máquina sabe que está
en ese hotel en esos mismos momentos. El nuevo príncipe lo sabe de sus
subordinados todo. Se cuestiona la autora los limites saludables de la
democracia. Se suspenden temporalmente los mecanismos. Se ha ido esto haciendo
posible contra el trasfondo histórico de décadas de duración. Se ha ido
gestando un gran recorte de libertades, y se ha criminalizado la discrepancia y
la diferencia, lo que se aleja de ese mundo auto referencial. Son prácticas indiscriminadas
de control. Apunta a zonas oscuras de las democracias que hay que denunciar
porque están pasando a plena luz del día, en ciudades que creen cumplir el pluralismo
y el cumplimiento de las libertades básicas. “Es por su bien, es por su propia seguridad”.
Necesitamos desarrollar una mirada que vigile a aquella que nos vigila, que
busca el mal por todas partes. La figura del ciudadano se diluye en la silueta
del sospechoso, se incrementa el miedo con la excusa de incrementar la
seguridad ciudadana y contra la criminalidad, pero es un miedo artificial e
inducido el que nos crean.
Se puede abrir un debate público
sobre los discursos y dispositivos de seguridad que aún no se ha hecho con
profundidad pero que es necesario hacerlo, para evitar más menoscabos a las libertades
individuales. El miedo puede convertir la vida social en un campo de batalla
que pone el miedo como fundamento formativo. Recuerda a los postulados de
Hobbes más crudos, dónde sugería un despotismo en el que el individuo cede sus
derechos a un poder monolítico que “protege” entre comillas a individuos
aislados temerosos, en el estado de naturaleza y guerra de todos contra todos, de
una agresión mutua. Una forma así de Leviatán y de entender el poder absoluto
retorna con fuerza y elimina toda disidencia, identificando los derechos humanos
(como el derecho a la seguridad) con las libertades individuales, intoxicando
la razón de estado. Profetizamos una realidad agobiante como la del Gran
Hermano. Un filósofo francés describe el paso de las sociedades libres a las
totalitarias de forma lenta pero constante, como las serpientes que te van
atrapando hasta que te eliminan. El estado usa las fuerzas de vigilancia de
forma poco moral, y la tecnología, en aras de la seguridad y el orden público.
Baudrillard decía que estamos a las puertas de la trasferencia del mal. Todos
somos espiados y nuestros pensamientos más secretos son divulgados como si el
hotel en el que se aloja la escritora tuviera muros de papel, en los que se
representara un teatro de sombras chinescas. “Sería también una maldad de mi
parte tenerlos más horas aquí escuchándome”, bromea la ponente. Somos más visibles que nunca para el gran
hermano demoniaco de las redes sociales, que sin embargo nos invisibiliza.
Wendy Braund, filosofa
norteamericana, habla de que proliferan muros por todo el planeta. Erigimos
muros que separan las naciones unas de otras y lo vemos en la propia
arquitectura urbana, que llaman “la arquitectura del miedo”. Esa compulsión por
la propia seguridad se refleja en la construcción de muros. No servirían estos
muros para un ataque con gas venenoso. Si no sirven para nada ¿por qué se
construyen?, ¿qué representan esos muros? El poder del estado tradicional está
en declive. Se desfonda el estado por arriba y por debajo. El estado es una
entidad soberana desfondada por abajo porque no puede responder a todas las
demandas sociales. Está sometida a presión por arriba, y no tiene el poder de
antaño, hay agentes transnacionales que las desbancan. En muchos acuerdos
comerciales internacionales ponen en cuestión a la política y el estado. Dime
de qué presumes y te diré de qué careces. El poder factico pierde poder y por
eso se erigen muros con características teatrales. Son muros de papel para los
movimientos financieros internacionales del Banco Mundial o el Fondo Monetario
Internacional. Los muros se conciben para la población no admitida como de los
nuestros. Hay una tendencia obsesiva a vallar, a referirnos solo a los
semejantes a nosotros, a cerrar las puertas a lo ajeno a nosotros. El verdadero
mal es la auto referencialidad. La palabra inmunización y munición comparten un
mismo verbo latino, munibe, que significaba defender y construir puentes y
también crear comunidad. Las palabras contienen todas las ambivalencias de miedos
y seguridad que tiene la vida real. La autora habla tristemente de las pateras
que llegan por el estrecho.
No estamos acostumbrados a filosofar
sobre el mal. Hemos tratado de doblegar al ser humano y sacar lo máximo que
podamos del otro. Una señora del público comenta que su abuela era de un
pueblo, y decía; “cuanta más sabes más te llenas de miedos, temes más que el
que no sabe nada” A esta abuela iba a visitarla al pueblo desde Barcelona y le impresionaba
ese mundo rural. El secretario de estado
de seguridad de los EEUU habría dado razón a su abuela, pues habla de que cuánto
más podemos saber más podemos aumentar el miedo al ciudadano. Aquí no es el
atrévete a saber kantiano, porque si el ciudadano supiera y descubriera la
verdad dejaría de tener ese miedo irracional. La filosofa nos reformula un atrévete
a saber lo que otros saben de ti.
Otra persona entre el público es informática,
abogado del diablo, por tanto, y habla de la cantidad abundante de sobre información
que hay en internet; se procesa al día más información que la que podemos
procesar en toda una vida. Antes no había esta disponibilidad geográfica,
cuanto más acceso y más volumen de información tienen que llegar nuevos
filtros; la falta de interés en consultar una fuente, el fiarte de alguien que
te lo recomienda, o tirar una moneda al aire, al azar. Si salen muchas noticias
y sales rápido de una noticia el algoritmo aprende que no hay que sugerirte
eso. El demonio es nuestra propia complacencia. Magnifica pregunta, le parece a
la autora. Podamos hacer cosas, preguntarnos qué hacen de nosotros, no tener
vergüenza prometeica, no avergonzarnos de nuestra propia creación, de la
magnitud del Frankenstein que nosotros mismos hemos creado. Internet tiene
virtudes y defectos, pero es un titán que nos exacerba. Debemos volver a hablar
con aquello que hemos cerrado, generar formas de mayor participación y de
compartir esa información, con sesgos cognitivos. Es impresionante la cantidad
de conocimientos que hemos adquirido, el acceso a bibliotecas de Oxford, de
Cambridge, y la gente lo usa para ver videos de gatitos. Es una pereza
intelectual, y una vergüenza prometeica ante lo que hemos creado, es dejadez y
desidia. Gunter Ander, el primer marido de Hana Arent utilizó ese concepto de vergüenza
prometeica, del creador hacía lo creado. Hace bien en advertirnos; lo que hemos
creado regresa hacia nosotros. No lo reconocemos como nuestro, pero puede
llegar a esclavizarnos.
Patxi advierte que la
conferenciante ha juntado los términos demoniaco infernal y diabólico como sinónimos,
pero no son lo mismo. Es una precisión culterana, absurda. Es diabólico, en el
sentido de diabalico, constructor de idiotas. Fuerzas con tu clic tu entrada y salida
inmediata en un dialogo que ya no es con el del bar que lee el periódico y que
puede divagar sobre la noticia. El móvil te pregunta si el hotel es bueno o no.
En Grecia los símbolos eran piezas de conocimiento, un hueso o una moneda,
cuando unían las piezas se reconstruía una tragedia familiar en el teatro
griego. “Manda mis símbolos” no es que muestren banderas, sino que alli donde
vas te van a reconocer los tuyos. Las redes te dejan a solas con la tecnología,
con un poder errático que nos pierde.
Los miedos van en todas las direcciones,
miedo al eje al mal, a los inmigrantes, miedo a Trump, a Le Pen, a que te
quiten las pensiones, a perder el trabajo… nos trivializamos formando grupos
que se espolean con el miedo más que individualmente. Eso hace la dinámica de
formar grupo y excusarse en él, en la masa. Las mujeres tienen miedo de salir a
la calle, es el miedo de las madres con las hijas. Se pierde la capacidad de
relación social. El miedo es un mecanismo intrínseco natural, dedicado a la
supervivencia, necesario a veces para evitar un problema. pero su exageración
es un problema. La vieja pregunta es ¿a quién beneficia esto? ¿qué hacemos con
ese miedo? Si lo dejamos que el miedo sea el vehiculó de nuestras relaciones
sociales o lo superamos para relacionarnos con otros, a los que en principio no
debemos tener miedo o no tenerlo, sino otorgarles el principio de la duda.
Valoramos a la baja la duda. Queremos prever todo, que nos conozcan a la
perfección, es esa obsesión por cuantificar, prever.
Tienen todos nuestros datos, pero
no nos conocen. Quieren hacernos ver que saben mucho de nosotros, pero no es
tan grande el conocimiento, no podemos conocernos a nosotros mismos o a los
seres queridos. Cuando morimos recopilamos el DNI, pero esos datos no somos la
persona que ha soñado, que ha tenido esperanzas. Eso no lo pueden sondear los
logaritmos; reproducen información falsa, pero en forma de carrusel. El Big Data
les permite saber hasta cuándo vamos a morir sin saberlo nosotros mismos. Cada
vez que apretamos una letra es una huella para que nos invadan. Por nuestra
sobre expropiación nos van a controlar aún más. En realidad, no nos quieren
conocer. Nos conocen bajo sus categorías etiquetas estereotipos y segmentaciones
de público para hacerte encajar con lo que ellos piensan que eres. Nos niegan
la posibilidad de abrirnos a la sorpresa y a la oportunidad del otro que puede
ser una amenaza o una oportunidad. Un infierno o un cielo. Es ofrecer un
espacio común pues la amistad es abrir la puerta a algo que antes no existía. Adquirimos
amigos entre personas que antes no lo eran.
Una señora ha visto un anuncio
que le irrita; haciendo una llamada a tal número se evita los casamientos
infantiles. No podemos los de a pie solucionar problemas de los grandes
poderes, con el clic activismo. ¿Hay una secuencia que vincule dar al ratón con
hacer algo por tus semejantes? Se hace un llamamiento a determinadas causas,
pero no basta con eso. Es inducir a la caridad, que ya no se lleva la palabra y
a que haya soluciones mágicas para problemas sistémicas. Desconfiemos de estas soluciones
mágicas, como de la promesa de salvación cristiana o de que el Athletic gane la
liga.
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