jueves, 28 de junio de 2018

UN FINDE EN EL ORGULLO


Es el día del orgullo en Bilbao. Lo celebran el fin de semana anterior al de Madrid, para que las locas de Vizcaya puedan ir todas juntas en el bus cantando Madona. Allí sí se debe montar gorda. En una misma noche el más timido se lía con cuatro. Son 40 e el viaje y otros 40 de vuelta. Y lo que salga la pensión, o el hostel o el hotel si tienes pasta. Sale mejor irse a casa de algún amigo, allí todos conocen a todos. O a casa de algún familiar, aunque estos te tratarán de controlar, te pondrán una hora de vuelta y te harán demasiadas preguntas. Aquí en Bilbao apenas hacen nada, una carrera de tacones, un concurso de Drag Queen de media hora, unos deportes vascos animados por las travestis Felini y una patética transformista vieja cantando Bilbao, Bilbao. Hay bastantes travestis en Bilbao y todos resbalan tópicos sobre la ciudad en unos números cargados de sexo, palabras soeces e insultos al público. En los cabarés la gente se presta a estas humillaciones de travesti. Muchos se ríen, estúpidamente, aunque se esté metiendo con ellos. Entra una mujer con abrigo de visón al local de Asier Norta. ¡Cuántas zorras han tenido qué matar para vestir a otra zorra!, comenta cuando llega. Si esa noche no se consumen suficientes cubatas en el bar el número termina a los veinte minutos. Un poco de taconeo, una peluca rubia a modo de medusa y enseñar un poco la media debajo del vestido de color platino estridente. 
  
Son bastante lamentables las celebraciones del Orgullo en Bilbao y ni siquiera hay un desfile de carrozas, sólo una manifestación con otro tipo de "carrozas" tocando la batucada y un par de locos que recitan poemas de autores homosexuales. La verdad que fui a verlo solo para ver que caras ponían esas viejas rapsodas de la asociación de “poesía cósmica del Inserso”, como yo las llamo. Todas escandalizadas de pronunciar palabras como “poya” y “culo”. Y destrozando la canción del mariquita de Lorca. Estuve dos horas seleccionando poesía de autores homosexuales y busqué más de 60 poemas, pero no se usó ninguna de ellas para este recital. Me encomendaron tal misión por ser gay, es como si por ser de Ávila te tuviera que gustar a la fuerza Santa Teresa. 

 
Paseo entre las multitudes de gente. Hay público para todo. También para ver pasar el barco gay que atraviesa la ría. Dentro hay una fiesta y locas bebiendo cubatas y bailando sin camiseta, como un Vacaciones en el mar que hubiera salido del armario. Creo que la fiesta costaba 30 e. Si hubiera sido gratuito el barco se habría desbordado de mariquitas y habría sido otra bilbainada más. Con el plano de las actividades gais y perdido en el Arenal parezco un turista. Al menos un turista sexual. Y sin embargo todos me ven cara de bilbaíno de toda la vida y me preguntan por los sitios de ambiente. La verdad es que en Bilbao hay cuatro. Antes, cuando empecé a salir por el ambiente sí que había una oferta considerable. Recuerdo muchos bares; conjunto convento consorcio congreso convento… entre otros muchos. Me acuerdo de todos esos porque todos empezaban por la silaba “con”. Pero ahora los han ido cerrando todos. En San Sebastián ha pasado lo mismo. Me contaron que en los años 20 Donostia era un paraíso gay, que había muchos locales y que venían de toda España. Pero ahora hay tres o cuatro bares contados. Creo que en Vitoria ni siquiera hay. En mi Norta natal han abierto uno, el único que hay. Digo bar gay porque una bandera con el arcoíris te da la bienvenida en la puerta, pero si no fuera por ella parecería un bar cualquiera. Los camareros son gais, compañeros de colegio míos, a los que he visto sin ropa en los vestuarios siendo víctimas de insultos y de latigazos de toallas mojadas En Burgos nos echaron del primer bar de ambiente, un local hortera con sofá de leopardo, como salido de una peli de Almodóvar. Nos pillaron liándonos en el cuarto de baño bar y nos hicieron fregarlo. También me echaron del bar de la Ochoa por besarme con un chico. Opinó aquel progresista defensor de los gais en su negocio para gais que “aquello no era besarse sino hacer el tonto” y nos llamó la atención. El portero lo entendió como una expulsión. Los amigos de la universidad a veces iban a estos antros por curiosidad y morbo, para ridiculizar a  los gais y reírse un rato. 

 
El grupo de ambiente con el que salgo por estos sitios me espera en unos bancos sentados. Han creado un grupo de wasap con todo el grupo y la gente lo usa para ligar y para mandar mensajitos subidos de todo. Una chica tuvo que aclarar que era lesbiana 100% pues le habían entrado un montón de chicos en un grupo supuestamente gay. Abro de oídas, porque yo no ligo nada. Antes sí, en mis mejores tiempos. Cuando tenía 20 añitos había que verme, tenía cara de niño y debía constituir la novedad, carne fresca. Luego ya eres conocido y la gente pasa de ti. En mis mejores tiempos he estado en saunas, cuartos oscuros, orgías, tríos en el parque e incluso en una casa de prostitutos en Zabalburu de la que salimos corriendo para no abonar la tarifa. Apenas me dio tiempo a un par de magreos con un árabe musculado porque salimos pitando del piso. También me he liado en ascensores, descansillos de escaleras, trasteros, en el cine… He tenido varias relaciones, pero en este articulo no voy a hablar de ello. 
 
Siento vacío en estos grupos, una sensación de soledad peor que si me quedara en casa leyendo un libro. En estos grupos es imposible una conversación intelectual o de corazón, sincera, porque la misma conversación no da pie a ello. Todo se reduce a un conjunto de risitas, chistes malos, exhibiciones de pluma como gallitos de corral, palmadita en el culo y frivolidades varias. Imitan a personajes de la tele y ponen voz de la Pantoja o cantan canciones de reggaetón y se pasan canciones tecno gay entre ellos. La verdad que uso al grupo, no me atrevo a acudir solo a estos lugares, pero a veces fantaseo con la idea de echarme un nuevo novio. Lo del amor romántico está reservado a la pareja clásica hetero patriarcal. Todo el romanticismo de las películas y libros se derrumba, como un pantalón bajado, en cuanto entras al cuarto oscuro de estos garitos. Una película porno en un televisor ilumina la estancia oscura como una gruta o caverna. Cuando pienso en la metáfora de Platón de los esclavos que vivían asistiendo a un teatro de sombras siempre recuerdo este lugar. Hay sillas donde hombres viejos se agarran el paquete y alguno incluso se masturba ante el escandalo de un adolescente que no sabe cómo ha aterrizado allí. “Estas pelis siempre tienen final feliz, al final se casan”, bromea uno cerveza en mano y un porro en la otra. 
 
Pero entrar a lo que es el cuarto oscuro en sí es aún más desazonador. Para empezar todo está a oscuras. Ya qué te vas a liar con un desconocido al menos deberías tener derecho a encender un mechero o el móvil para verle la cara al que te está morreando. Pero te dicen que la gracia de los cuartos oscuros es que están oscuros. Esa oscuridad lo convierte en un sitio muy peligroso. A mucha gente le han robado dentro carteras y móviles. Incluso ha habido gente a la que la han sacado una navaja. Son peligrosas las citas con desconocidos. Invitar a entrar a un desconocido a tu casa siempre tiene el riesgo de que te la desbalije, te secuestre, o te viole si es un psicópata. Ir a casas de desconocidos tiene el riesgo de que te cierre con llaves y te torture.   Una vez entró una pareja de lesbianas al cuarto oscuro y montaron un escándalo. Subió el dueño asegurando que no podían entrar en el cuarto porque era sólo para gais. Ellas habían pagado su entrada y su consumición y tenían su derecho. El las explicaba profesionalmente que había habido denuncias de mujeres violadas por hombres allí dentro. ¡Menos mal que es un local gay! 
Aparte del cuarto oscuro están las discotecas y en una entramos. El anfitrión de este grupo estuvo diez minutos con nosotros y luego se ausentó, sin dar ninguna explicación. El resumen de la noche fue que todos se fueron emparejando y morreando y me fueron dejando solo.  Cansado de ser porta-velas de todos, me puse a bailar a mi bola. Creo que me han echado algún tipo de droga en la bebida. Me encuentro sudoroso y me he empalmado. No sé que me han metido en el gin-kás, pero el bulto de mi pantalón crece tan escandalosamente que una loca se pone a bailar casi frotándome. Me muero de vergüenza. Y tampoco para mi monologo interior. A veces además de ligar se me ocurren personajes para mis novelas.Me emparanoio. ¿Qué quiere el que me mira? Y el que no me mira ¿Por qué no me mira? Al final lo de ligar se convierte en una tortura y todas las noches vuelvo a casa borracho en el metro confirmando el dicho de que en Euskadi no hay quien folle. Quizá eso solo nos pase a los feos. Los del grupo aseguran que ellos follan todos los días. Aquí la gente se va inventando las cosas a medida que hablan y se le ocurren. Todas son unas monjas puritanas que creen en el amor eterno. “Llevo tres meses con este chico sudamericano y todavía no nos hemos acostado” Esperan a la noche de bodas. Y sin embargo yo a este le vi ayer morreándose con otro en la puerta de la catedral. Todo son mentiras. Es imposible encontrar un mínimo de sinceridad en las conversaciones de estos borrachos drogadictos. 
 
Con Paolo es con el que más trato tengo. Alguna vez hemos cenado en el Burger, él con sus pantalones apretados y su camiseta trasparente y su chaquetita pija de Bershka de color amarillo. Lleva el pelo azul, a veces amarillo. Le he contado cosas personales, y luego, espiando una conversación que mantenía con su amigo portero de discoteca gay, le oí ponerme verde y reírse de todas mis confidencias. Sobrio puede mantener una conversación normal, pero en cuanto bebe un par de cubatas de red bull con ginebra se vuelve agresivo. El otro día llegué a la puerta de la discoteca Lola, de estilo ingles con una barra de pub irlandés y una pista de baile y tuberías en las columnas como imitando una fábrica, como son las discotecas del Soho londinense. Exclamé; ¡qué bien, así no entro solo a la discoteca! Entonces repentinamente y sin venir a cuento empezó a llamarme falso, mala persona. Y mamado perdido se puso a perseguirme por todo Bilbao la vieja para pegarme. Corría como una loca y jadeaba. El otro día bebí demasiado y estaba tumbado al borde del coma etílico en un banco junto a la ría, a la puerta del bar. Todos se preocuparon y preguntaban si llamar a una ambulancia o a mi casa. Entonces llegó él y me empezó a darme bien de bofetadas. “Despierta, maricón”.  Es mi mejor amigo.
 
En el ambiente no hay amigos, eso lo tengo claro. Conocidos de una noche, rollitos con los que te acuestas, que te llevan a la sauna o a su casa y al día siguiente como si no te conocieran. Entrar solo a una de esas discotecas da algo de miedo. Enseguida te viene un borracho baboso de cincuenta años a intentar invitarte a un trago. Los bares son tan pequeños que para entrar pasas por un angosto pasillo y los viejos se ponen en fila con las manos alzadas para tocarte el culo según pasas. Para entrar hay que ir con las manos detrás. Y ni si te ocurra entrar al cuarto oscuro con tu pareja, aunque no tengáis otro sitio donde hacer el amor, porque siempre habrá un viejo que os siga y os empiece a manosear. Siento no poder dar una imagen mas positiva del mundo gay. No sé si tengo un cartel en mi cabeza que reza tímido, una especie de señal de stop ante la que los chicos se paran, apartan, me evitan y se van. Mi voz, demasiado suave, nunca se oye en estas conversaciones del grupo, mi opinión no importa a nadie, cada vez que hablo pido perdón interiormente por interrumpir su dialogo de silencios ruidosos. En esas noches en el ambiente sale lo peor del ser humano, la gente se pelea y montan shows y numeritos, de repente uno se va todo digno, otro persigue a otros, los moros nos miran expectantes para robarnos los móviles.  Cada uno monta su escandalo y tienen sus 25 minutos de fama. Todo tiene la frivolidad de una hamburguesa y una canción de la Spyce Gilrs. Cansado de bailar sólo, invisible para todos, les dejó con sus tocamientos varios y sus bailes atrevidos. La droga de la bebida me ha dejado mareado y sin sueño, y encima sigo empalmado. Pero esta vez no subiré al cuarto oscuro, ni pasearé por el solitario parque. Para diez minutos de placer estás toda la noche recorriendo una y otra vez los mismos soportales. Puedes estar horas guiñándole el ojo a uno para luego ver cómo se va con un viejo. Allí a veces se sienta una pareja gay a cotillear y hablar mal de todos. Lleva el pelo rapado y una camiseta ceñida y escupe speed por la boca, con sus chismes maliciosos se envenena así mismo su lengua con pirsin. 
  
Hoy no veré a mi amante del parque. El chico está muy bueno, tiene pinta de hetero y el pelo engominado para arriba. Alguna vez nos hemos revolcado en el verde del parque. Me encontré un paquete de tabaco estando con él. Cuando iba a encender el pitillo una voz proveniente del árbol sobre nuestras cabezas me advirtió de que se le había caído a él. ¿Cuánto tiempo llevaba aquel árabe subido al árbol? El suficiente para vernos fornicando como animales salvajes. El árabe se quería añadir a nuestro juego. Pero yo no quería compartirle con todos los chicos que, pene en mano, se iban acercando. El hetero sólo en apariencia era el flautista que atraía a todas las ratas de aquel parque. Me lo traía a veces a casa, a practicar chemical sex, o seos drogados. Él venía con la ginebra y se liaba unos porritos y veíamos programas de José Mota por la televisión. No puedo fumar porros porque me entra la paranoia que acentúa mi mente ya de por sí dispersa. Me entraban paranoias con la película que estábamos viéndolo y ganas de besarle en la boca. Pero él la apartaba. No quería enamorarme.

Entonces no entiendo por qué se metió aquella noche en la cama de mi padre a dormir conmigo. Mi habitación estaba demasiado llena de libros para invitarle a ella. Él se quedó dormido en cinco minutos y yo le abrazaba el pecho hasta que su concierto de ronquidos se me hizo insoportable. Pasé toda la noche en vela emparanoiándome con él y otras cosas. y él tío dormía plácidamente como un niño. ¡qué sencillo debe ser dormirse así de rápido sin comerse la cabeza! Conseguí dormirme a eso de las cinco de la mañana, y a las 7 me despertó el portazo de mi progenitor. Nos había pillado. ¡En mi propia cama! ¡Y con un chico! Parecía el marido celoso que descubre a su mujer en la cama con otro. Al fin y al cabo, era su cama. Mi padre había abierto la puerta bruscamente y aquel sonido del manillar lo recordaré siempre. Fue a la cocina y vació el vaso de agua, sin darse cuenta de que dentro flotaban las lentillas de mi eventual amante. El chico estaba muy cortado, y le llamaba señor todo el tiempo. El chico dejó de hablarme. Era imposible convencerle para que volviera a mi casa. Mi padre empezó a tratarme distinto y quería que me fuera de casa. Me había salido caro el polvo.  Alguna vez he vuelto a pasar por aquel parque y le he visto con otros chicos en posiciones que mi buen gusto no describirá. Le da igual hacerlo a plena luz de las farolas del parque, ya sean las 12 o las 5 de la mañana.  Cada día se enrolla con uno distinto y cuando me ve me grita que me aleje. Cuando termina de correrse se va corriendo a coger el metro, como avergonzado. Pero esta noche no pasaría por aquel parque, ni tampoco entraría al cuarto para encontrarme viejos o tíos con faldas y tacones que se agachan no más verte. “No estoy a tu altura”, me reconoció uno de esos rollos de sexo rápido. Ya no necesito ir a estos lugares para aumentar mi autoestima. Más que sexo lo que iba a buscar allí era sentirme atractivo para alguien, pero en estos lugares no voy a encontrar el afecto que me falta ni a mi príncipe azul. Así que cojo el metro y me pongo los cascos para no oír los vómitos de la gente. Prefiero Chopin.    
 

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