lunes, 11 de junio de 2018

JONATHAN COE


JONATHAN COE, Bromsrove Worcestershire 1961. Vivió su infancia y juventud en Birmingham y estudió en el King Edward's School, de allí. En Cambridge estudió literatura inglesa y dio clases en la universidad de Warwick.  Retrata en sus sátiras los años grises de los 80 en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Su autor favorito es Henry Fielding del siglo XVIII, el autor de Tom Jones. Admiraba su novela Don Quijote en Inglaterra, escrito a la manera de Cervantes, de 1734. En esta novela se inaugura para él la literatura de tradición inglesa de humor irónico.  Es difícil criticar satíricamente la realidad tan complicada cuando la propia política es satírica. 
 


Entre sus novelas principales está menudo reparto del 96, a pesar de su dura situación los personajes inmersos allí conservan su humor. La capa del sueño es del 99, y el club de los canallas del 2002. Luego escribirá el circulo cerrado diez años después, en 2002, diez años de silencio creativo. Hace un salto en el tiempo para retratar la Inglaterra de Tony Blair. Desde el laborismo, la social democracia y la tercera vía cierra el ciclo de reformas conservadoras que inició Margaret Thatcher. Tiene un punto satírico. 

 
En la lluvia antes de caer de 2010 cambia de registro, con una novela intimista y no satírico y menos humorístico. En 2011 publicó la espantosa intimidad de Maxwell Sim. Y en 2015 expo 58, sobre la exposición de Bruselas del 58 donde el pabellón británico giró en un stand en forma de pub, que es la unión de todos los británicos para emborracharse. En 2017 publicó su última novela, el número once, una mezcla de sátira política, terror gótico, relato detectivesco y novela de aventuras al estilo de los cinco de los Cincos de Enid Blyton. Refleja la crisis económica y cultural, la austeridad, el brexit. Escribe de forma cruda y descarnada, pero irónica la realidad de Thatcher. Ha escrito las biografías de Humphrey Bogart y James Stewart

 
El humor británico no es un arma, es un disfraz. Es critico con la tendencia británica contemporánea de ubicar los argumentos de novelas en la Inglaterra de principios de siglo o de entreguerras. Es curioso que estas series se inicien en la época de Thatcher, con las medidas más conservadoras que acribillaban a los sectores más vulnerables de la sociedad con los ataques más duros. La televisión británica ofrecía mientras tanto unas series en las que no se ve ningún conflicto de clase, pues estaban claros los roles de dominantes y sirvientes. Se infla la televisión de poner estas series con tanto éxito cuando los políticos atacan virulentamente a las clases bajas. Por eso quiere ubicar sus novelas en esa época antigua, pero sin añoranza o nostalgia, que cree que el poder utiliza no de forma azarosa sino premeditada para presentarnos una Inglaterra idealizada que ha conducido al brexit y en EEUU a Trump. Se refiere a este revival nostálgico de idealizar unos tiempos sin conflicto, donde todos conocen su lugar, ha dañado a su país. 
 

La lluvia antes de caer es que la que más éxito ha tenido en Inglaterra, Francia y España. Es de carácter intimista y rompe con su escritura humorística satírico mas torrencial. Rosamond la protagonista de 73 años ha muerto, sufría del corazón y se negaba a operarse. Su doctora la visitaba en su casa solitaria y un día se la encuentra muerta en la silla. Tras el funeral viene el testamento. Como no tenía hijos y su cuidadora ya había muerto, repartió su herencia en tres tercios; dos tercios para sus dos sobrinas y otro para Imogen, una casi desconocida, que Gill vio una vez, hace más de veinte años, en una reunión familiar. Era una niña rubia y ciega de siete años, extraña y encantadora, que sedujo a todos los invitados. Gill encuentra varias cintas de casete que Rosamond ha grabado y una nota donde le dice que las cintas son para Imogen, y si no la encuentra, que las escuche ella. Tras buscar sin éxito a la elusiva joven, Gill y sus dos hijas vuelven a oír la voz de Rosamond que, apoyándose en la minuciosa descripción de veinte fotografías, cuenta una historia de madres e hijas que va desde los años cuarenta hasta el presente, tres generaciones de mujeres ligadas por el deseo, la culpa, la crueldad, la ambivalencia de sus afectos. Cuenta su vida en esas cintas y la relación que tenia con la niña. La describe las fotos porque la niña era ciega. La ciega no se cura al final ni aparece en toda esta historia. 

 
Pronto se fue yendo la luz del atardecer. A Catharinele llevó un buen rato preparar lo que parecía una comida bastante sencilla, y a las tres de la tarde seguían sentadas delante de las sobras, bajo el resplandor apagado y verdoso de la lámpara que tenían encima. Gill, que normalmente no bebía a esas horas, sintió que empezaban a atrofiársele los sentidos, y se puso a mirar fijamente, sin saber por qué, el cáliz reluciente de su copa de vino, hipnotizada por la característica palidez del líquido dorado mientras lo mecía suavemente sobre la palma de la mano. Fuera, un sol ocre arrojaba cansinamente sus últimos rayos sobre los tejados del norte de Londres, y el cielo se iba poniendo morado oscuro. Las ramas más altas del plátano del jardín delantero tamborileaban febrilmente contra el cristal de la ventana. Comenzó a brillar otra clase de luz: el destello del cuchillo de Elizabeth mientras pelaba una manzana y la partía hábilmente en cuatro trozos. Los repartió sin pronunciar palabra. Llevaban un rato sin decir nada. Londres parecía tranquilo aquella tarde; hasta las inevitables sirenas de la policía sonaban distantes, inofensivas, como rumores de guerra de un país al que sabes que nunca irás. Al final Gill se levantó y fue a buscar el sobre de papel manila a la otra punta de la habitación. Lo puso en medio de la mesa, sin más ceremonias.
-¿A qué hora tenemos que salir de aquí? —le preguntó a Catharine.
—El concierto empieza a las ocho. Así que supongo que sobre las siete, para no llegar tarde.
-Vale. Entonces vamos allá.
Gill cogió el cuchillo de postre, lo limpió con una servilleta de papel, y abrió el sobre. Luego sacó las cuatro cintas y las colocó formando un montón sobre la mesa, en orden numérico.
—Son de noventa minutos —dijo Elizabeth pensando en voz alta-. Si están todas llenas, nos van a llevar seis horas. No nos dará tiempo.
—Ya —dijo Catharine--. Pero por lo menos podemos empezar.—Se puso de pie y añadió—: Voy a hacer más café.
Gill cogió la primera cinta del montón y se agachódelante del equipo estéreo de Catharine. Titubeó" un momento, desconcertada por la elegancia minimalista del aparato, hasta que Elizabeth se puso en cuclillas junto a ella, le cogió la cinta de los dedos vacilantes y lo puso rápidamente en funcionamiento.
Gill y Catharine se sentaron juntas en el viejo sofábajo y hundido, y Elizabeth se sentó enfrente, en una silla giratoria roja, de respaldo alto, que Catharine se había agenciado por poco dinero en una subasta de muebles deoficina hacía unos meses. Estrecharon entre sus manos sus respectivos tazones de café, sintiendo cómo se transmitía el calor del líquido a sus dedos ateridos de frío. Catharinecogió el mando a distancia y subió el volumen al máximo; y lo primero que oyeron, al cabo de unos segundos, fue el inicio de un siseo, seguido del estruendo y el crepitar de un micrófono al ser encendido y ajustado, y luego arrastrado por una superficie dura sobre su soporte de plástico. Entonces oyeron una tos y un carraspeo; y después una voz, la voz que todas esperaban escuchar, aunque eso no la hacía menos fantasmal. Era la voz de Rosamond, sola en el cuarto de estar de su chalé de Shropshire, hablándole al micrófono sólo unos días antes de su muerte.
Espero que seas tú quien escuche esto, Imogen. Aunque no pueda estar segura del todo, porque por lo visto has desaparecido. Pero confío en que el destino (y aún más el ingenio de mi sobrina. Gill) se encargará de que estas cintas lleguen al final a tus manos.
Quizás no debería decir nada más sobre el tema..., pero estos últimos años me ha tenido preocupada el que no hubieras vuelto a aparecer en mi vida. Me parece un poco señal de mal agüero, pero está claro que en este momento tiendo más a pensar esas cosas, cuando mi propia muerte está..., bueno, está así de cerca. Seguro que hay una explicación lógica. Unas cuantas, ya puestos. Probablemente, cuando tu familia..., tu nueva familia, quiero decir (no consigo verlos como tu verdadera familia ni siquiera después de tanto tiempo; a lo mejor es que soy tonta), resumiendo, cuando ellos decidieron, hace más de veinte años, que ya no ibas a tener ningún contacto con nosotras (conmigo más bien, para ser más concretos, porque yo era la única con la que seguías teniendo contacto en esa época), se encontraron con una situación perfecta para asegurarse bien de eso. Eras muy pequeña. Y también estaba tu discapacidad. (¿Se puede seguir usando esa palabra en estos tiempos?) Resultaba muy fácil cortar todos los lazos y quemar todos los puentes. Así que seguramente fue lo que hicieron. Rompieron todas las cargas y todos los documentos, y tiraron todas las fotos. Total, nada de eso iba a dejarles en mal lugar. Al fin y al cabo nunca ibas a ser capaz de ver aquellas fotos, aunque siempre quedaba la posibilidad de que un día alguienintentara describírtelas, ¿no?
Y ahí es precisamente donde quería llegar Imogen. Por eso te estoy grabando esto. El final de mi vida se acerca, y por distintas razones que supongo que te parecerán muy evidentes cuando escuches estas cintas, me siento en deuda contigo, una deuda que aún no he pagado del todo. Me podría quitar de encima esta sensación de muchas maneras. Evidentemente, te voy a dejar algún dinero. Eso está clarísimo. Pero hay otras cosas que no son tan fáciles de hacer. Te debo algo más,algo mucho más valioso, algo que no no tiene precio, supongo, en el sentido más literal de la palabra. Lo que quiero sobre todo, Imagen, es que puedas entender tu propia historia, que sepas de dónde has salido, y el entramado de fuerzas que te hicieron.
Bueno, vamos a empezar. Foto número uno: una casa a las afueras de Hall Green, a unos kilómetros del centro de Birmingham.
Yo tenía seis años cuando estalló la guerra. Mi hermana, Sylvia, quince. Siempre ha sido un misterio por qué mis padres esperaron nueve años para tener otra hija. Nunca me lo explicaron. Pero la vida familiar está llena de misterios.
Es una foto bastante pequeña. No sé si voy a ser muy capaz de describírtela. Está sacada en invierno, en el invierno de mil novecientos treinta y ocho o treinta y nueve, creo. Se ve toda la fachada de la casa. El camino de acceso queda a la izquierda; forma una pendiente desde la calzada hasta la verja lateral y es muy corto, lo justo para que quepa un coche. Pero en esa época no teníamos. Mi padre iba al trabajo en bicicleta, y mamá iba andando o cogía el tranvía.
Espera que me concentre. Una fina capa de nieve lo cubre todo. Hay una cancela de hierro forjado a un lado de la casa, pero no se ve la entrada que daba al terreno que recuerdo que había detrás. Mi padre solía dejar la bici en esa entrada; puede que se vea el manillar asomando en esta foto, pero igual me lo estoy imaginando. Esa parte está muy oscura.
En el extremo izquierdo de la foto, colgando un poco sobre la cancela de hierro, se ven unas cuantas ramas marchitas. Son del manzano de mi padre. Casi nunca daba manzanas; y supongo que ese año no sería ninguna excepción. Pero recuerdo que era estupendo para subirse a él. Cuando nos mudamos después, tuvimos cuatro o cinco manzanos en el jardín de atrás. Pero esa casa no tenía jardín detrás. Sólo ese trozo de terreno donde mi pobre padre hacía lo que podía por sacarle alguna fruta para nosotros.

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