domingo, 17 de junio de 2018

MURIEL Y RAQUEL. LA TRATA DE BLANCAS

El comercio ilegal con personas es una forma moderna de esclavitud. Ya no hay pirámides egipcias que construir, ni libertos en la Polis griega ni remeros en las galeras romanas, ni rebeliones como la de Espartaco. Tampoco negreros en el sur de EEUU ni plantaciones de algodón. Y sin embargo, aun se sigue explotando laboralmente y sexualmente a miles de personas. Tráfico de órganos, comercio de adopciones ilegales, explotación infantil para hacer calzado y ropa de grandes compañías, como Nike, en países del tercer mundo. La trata de blancas también es una realidad en nuestro país. Muchas mujeres son engañadas en sus países de origen, prometiéndolas una mejor situación económica. Estas mafias las acaban obligando a ejercer la prostitución, y ellas se ven incapaces de escapar de esta forma de vasallaje moderna. El Protocolo de la ONU para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, (especialmente Mujeres y Niños) fue adoptado en Palermo Italia en el 2000, como un acuerdo internacional del que se espera su cumplimiento.



-¿Muriel, dice usted? No, no me suena nadie con ese nombre- Insistí. Le enseñé una foto a la camarera. Era una foto de esas que se hacían antes en los fotomatones. Aparecía Muriel sonriente y natural, aunque se ve que estaba posando, con el pelo negro rizado hasta los hombros. La foto tenía muchos años, pero era la que aparecía en su DNI.  No podía irme de la discoteca sin ningún dato o pista sobre la chica, no podía presentarme en comisaria con los bolsillos vacíos. Hace tiempo que no resuelvo un caso de forma óptima, sé que la gente comenta que ya soy mayor, que me deberían de conceder una especie de prejubilación. Hay que saber cuando retirarse, ya no es como hace 20 años. La camarera no parecía por la labor de contestarme nada. 

Un individuo se me acercó por la espalda y sentí en mi oreja el soplo de su respiración. Me agarró la espalda amistosamente y se presentó como el dueño del local. Fumaba un puro que desprendía un humo espeso y que olía asquerosamente. Pidió dos destornilladores a la camarera. Uno era para mí. La camarera servía el vodka con maestría y se le movían los senos del escote. Estaba algo mareado y la cabeza me daba vueltas. Así que sólo tomé dos sorbos, por cortesía. El hombre me sonreía. Tenía unos dientes casi negros y creo que le faltaban algunos. -Aquí no va a encontrar a esa chica. A esta discoteca vienen miles de personas. Hay hombres malos de las que las chicas se fían y que luego las violan en un descampado- Le enseñé mi carné de policía. Le mostré la foto de Muriel. Él ni la miró. Me invitaba amistosamente a salir del bar. 

No habíamos encontrado su móvil. Lo único que teníamos de Muriel era esa foto del DNI que aparecía en internet y un perfil de Facebook con un par de fotos de ella. Y su cuerpo muerto, cosido a puñaladas. La cara apenas resultaba identificable. No voy a describir el horror de aquel cuerpo ensangrentado por no herir sensibilidades. La autopsia rebeló que había sido violada y además de forma cruenta y repetidamente. Ver aquel cadáver en la morgue, en el deposito de cadáveres, me afectó mucho, a pesar de que he visto muertos en peores condiciones. No sé si será la edad, pero aquel olor nauseabundo de su cuerpo se me hacía insoportable y la imagen de la víctima no se desprendía de mi retina. El cuerpo ni siquiera tenía huellas dactilares.  De alli no se podía sacar nada. El cuerpo apareció en un contenedor a las afueras de la ciudad con los bolsillos vacíos. Ni un DNI, ni un móvil, ni una cartera, ni un bolso, nada que nos ofreciera alguna pista. Lo único que encontramos en aquel cadáver fue una caja de cerillas en el bolsillo interior del pantalón. Seguramente el asesino se llevó todo de sus bolsillos, pero no recayó en aquel bolsillo en el interior del pantalón.

Era como si la tierra se hubiera tragado la vida de aquella mujer. Como si nunca hubiera existido. No sabíamos de ninguna amiga suya, de ningún novio conocido, nada que pudiera llevarnos donde ella. Su familia había denunciado su desaparición hace ya varios meses. Muriel solía enviarles dinero a la Republica Dominicana y hacía dos o tres meses que no recibían el dinero. Lo hacía regularmente. Sabemos el ciber desde el que hacía las transacciones, siempre eran a principios de mes. Solía hablar en el locutorio con su madre. pero las conversaciones cada vez eran más escuetas. Muriel preguntaba por sus padres, por su hermanita, a veces por la abuela. Le apenó mucho que la abuela muriera. Pero ella apenas contaba nada de su vida aquí en Bilbao. Ni siquiera les había dicho todos estos años el nombre del bar en que trabajaba como camarera. Habíamos venido a investigar a la discoteca El Último Tango porque aquella caja de cerillas tenía el logotipo del bar. El Último Tango era un bar discoteca a las afueras de la ciudad, en los extrarradios. Era el primero de una serie de bares de carretera. Era un secreto proclamado a voces que aquel bar tenía en la trastienda un negocio paralelo de prostitución. Muchos camioneros se internaban en el a la noche. Pero el dueño del local no iba a ofrecerme ninguna ayuda. 

 
Cuando la policía intervino en el local se habían cuidado de vaciar aquellas habitaciones. Hicimos el registro del bar y efectivamente nos encontramos que en la parte de arriba del local había unas habitaciones con camas. No encontramos a una sola chica. Las habitaciones eran todas muy parecidas; una pequeña cama con sabanas viejas, un armario pequeño y una mesa con una lampara de lava de colores fluorescentes. Les cerramos el local, ya solo se trataba de demostrar que era un local de prostitución ilegal con el testimonio de las mujeres que fuimos encontrando. Interrogamos a todos los detenidos. El caso se resolvió. Muriel había sido brutalmente violada y asesinada cuando trató de escapar de esta red de mafias. La habían descubierto intentando escaparse del lugar para contactar con la policía. Habían tenido una fuerte discusión y todo había acabado de la forma más trágica. El asesino, el mismo que me ofrecía aquella noche el cubata amistosamente, la habia asesinado con guantes y había borrado todas las huellas dactilares, le había vaciado los bolsillos y se había llevado su bolso que encontramos en un cajon de un despacho adyacente al bar. Había metido su cuerpo mutilado, envuelto en unas mantas, en un contenedor, bastante alejado del lugar. Y lo había cubierto de bolsas de basura. Fue un milagro encontrar su cuerpo al vaciar el contenedor, y poder identificarlo, porque podía haber pasado desapercibido y entonces si que habría sido como si ella nunca hubiera existido. 

 
Este caso me recuerda a otro que dirigí hace ya diez años. Destapamos una red de trata de blancas con mujeres de varios países. Recuerdo a Raquel, una mujer eslovena, que se me echó a los brazos llorando cuando las liberamos de su cautiverio. Ella había pertenecido a un grupo de teatro en su país, se apuntó siendo una niña. Se había criado en un orfanato en su país, el teatro había sido la forma de escapar de allí, aunque fuera solo por unas tardes. Soñaba con ser una actriz tan buena que hasta se convertiría en la nueva chica Almodóvar. Volvería a su país con un abrigo de visón para escupir al centro de menores y a los trabajadores sociales. Había despertado muy pronto a la sexualidad y había tenido un niño. El padre había volado, y ella no podía cuidarlo, pero tampoco quería abortar. En el centro de menores cuidaban de ella y de su hijo, pero ya estaba harta de aquel lugar, donde las compañeras hacían ruido al comer, y su niño dormía en una cama dura y la obligaban a hacer actividades absurdas para pasar el tiempo. 

A Ricardo le conoció en una obra de teatro que hicieron en una casa de cultura. Él había ido un par de veces a verla actuar y siempre se ponía en las filas de delante y la aplaudía a rabiar. Los elogios a su interpretación se fueron convirtiendo en besos, citas y noches de sexo. Solo llevaban juntos un par de meses, pero ella confiaba en él plenamente, se había enamorado tan locamente que le hubiera seguido al fin del mundo. Se creyó todo; que era un hombre de negocios del teatro y una especie de busca talentos. Con él como manager llegaría lejos. En España la esperaba un trabajo como camarera en un local de su propiedad, mientras preparaban juntos una gira por los mejores escenarios. Él se encargaría de todo, gratuitamente, a cambio de que sirviera un par de copas alguna noche, y ella estaba encantada de poder ayudarle. Él la convertiría en una actriz de fama internacional. Había preparado todo, el viaje en avión, el apartamento en que se alojaría sin pagar ningún tipo de alquiler… Su sueño se haría realidad si ese domingo preparaba las maletas, y al día siguiente quedaban en la zona de embarque. Era todo demasiado fácil, pero Raquel creía en los cuentos de hadas. 

Su novio la llevó hasta el local en un coche negro con las ventanillas tintadas que les esperaba en el aeropuerto. No se fijó siquiera en la matricula. Raquel no sabía en qué parte de Madrid estaban, Madrid debía ser inmenso, pero ella no podía ver nada por la ventana. Le hubiera gustado hacer un recorrido turístico por la ciudad. Su pareja la enseñó el local que regentaba. Raquel se imaginaba un bar modesto, pero no tan cutre como el que se encontró. Un letrero con luces de neón chispeaba encima de la puerta. El bar tenía una barra y dos pistas de baile. Raquel se echó una pequeña siesta en la habitación que su amor había dispuesto para ella. 
 -No es conveniente que Mario duerma con vosotras porque es muy pequeño para veros desnudas y hay mucho ruido. Así que dormirá en otra habitación, que está entre la tuya y la mía.- Raquel se desprendió del niño que abrazaba y este la miró algo asustado, pero Raquel se lo dejó a Ricardo con la mayor de las inocencias.  Había varias camas dispuestas en literas, y se extrañó de no tener un cuarto solo para ella y de que el apartamento que le habían prometido fuera aquel angosto y sucio habitáculo. Y sobre todo de que su hijo durmiera en otra habitación distinta. -Esto es provisional, hasta que se marchen los inquilinos actuales del apartamento en que vas a vivir. Tendrás que compartir la habitación con unas amigas, alguna trabaja también aquí. Ya verás, que majas son- 

Su novio la despertó a las 9 de la noche, ella pensó que irían a algún sitio a cenar, pero él la acompañó hasta la barra. – Esta noche puedes servir copas, y así te vas familiarizando-  Él la prometió que arreglaría sus papeles y le daría cuanto antes el permiso de residencia, formalizando su situación administrativa en el país. Pero ese día no llegaba. Mientras tanto era mejor que viviera alli hasta que se arreglara todo legalmente. Ella no comprendía nada de español y no entendió a sus compañeras de habitación que se presentaron como otras camareras del local. Todo le parecía muy extraño, pero no se atrevió a preguntarle más a su pretendiente. Él la dejaba sola demasiado tiempo. Se iba sin dar ninguna explicación y luego aparecía al cabo de dos horas para volver a irse, disculpándose apenas. La primera noche casi no pudo dormir, porque sentía un frio que castañeaba los dientes, aunque estaba cubierta de mantas. Cuando despertó buscó entre su mochila y sus cosas su móvil, pero no lo encontró y empezó a asustarse. Tampoco tenía allí muchos números apuntados, pues Raquel no tenía familia

 
Sin su documento de identificación, sin su móvil y sin los papeles de extranjería en España ella ya no sabía ni quién era, de dónde venía, qué pintaba allí. Tampoco entendía el idioma. No comprendía nada de lo que aquellas mujeres le hablaban. Trató de irse de allí aquella misma mañana. Pero el bar tenía cerradas todas las puertas con dobles cerrojos. No había ni un alma dentro. Entonces apareció Richard, pero parecía muy serio, y sombrío. Raquel se fijó en su cara, nunca la había visto tan pálida y demacrada. Su sonrisa que tanto le gustaba se le antojó esta vez malévola, y los dos colmillos brillantes de su dentadura los de un vampiro que la fueran a succionar la sangre. Por primera vez en su vida sintió miedo, y miedo de la persona que tanto amaba. Richard entonces la empujó al suelo, y la dio una patada. La agarró tan bruscamente que le rompió un trozo de la falda. – Puta, este es el lugar que te mereces. A partir de ahora eres mía- La amenazó con un cuchillo.-

 – Como intentes ir a la policía te voy a clavar esto y no te va a hacer maldita la gracia. Hay otras chicas que han tratado de escapar y han acabado todas muertas. No te voy a tratar mal, vas a tener comida y cama donde dormir y algo de dinero para tus cosas. Sabes que te quiero mucho, te voy a proteger, pero cómo intentes irte de aquí te mato a tu hijo- Raquel empezó a gritar y Richard la tapó la boca. Allí en el suelo Raquel no podía ni moverse del suelo del miedo, pero le temblaban todos los músculos. -Mi hijo, no, por favor, no le hagas daño- Richard le dejaría ver al niño todas las noches antes de acostarse. No era un monstruo. Pero como diera un paso en falso no temblaría en dispararle la sien. 

 
Raquel descubrió al tercer día de servir en la barra que aquel trabajo ni siquiera era de camarera. El tema del teatro ni se volvió a mencionar. Gloria era la encargada de "las chicas". El tercer día la explicó que había algunos clientes que después de varias copas de alcohol solían pedir un servicio extra. Ella tendría que irse con las personas que la requirieran y podía quedarse las propinas. La explicó las condiciones de su sueldo, la parte que se quedaba la casa y la que le correspondía a ella. Se lo irían ingresando todo en una cuenta, de la que podría sacar solo una cantidad estipulada a la semana. Por tu hijo no te preocupes porque lo vamos a cuidar bien. 

Raquel tuvo su primera experiencia como prostituta con un viejo que tardó tanto en correrse que parecía que las manecillas del reloj se habían parado. Aquella noche se le hizo eterna. Y suspiró aliviada cuando el viejo se dio por satisfecho, se subió los pantalones y los tirantes y se marchó de un portazo, dejándole unas monedas en la cama. Aquella cama olía a sexo recién hecho, y el semen esparcido por la sucia sabana. Las demás experiencias no fueron menos humillantes. A veces venía algún chico joven, que se reía de ella o la humillaba. Aguantaba sus risas fétidas con flemas y baba de perro rabioso, sus descargas rápidas y bruscas de púberes inexpertos, que llegaban al orgasmo a la vez que ella al culmen de su llanto. A veces venían hombres casados que hacían con ella practicas aberrantes que no serían capaces de proponer a sus mujeres. 

 
La hacían el amor hombres maduros a los que les temblaba la cadenita de oro terminada en cruz cuando la embestían con sus penetraciones. Era follada de forma salvaje, y le dolía. Era incapaz de abrir los ojos, se le ponían en blanco si se concentraba en las paredes de la habitación llenas de telarañas. Todas aquellas luces fluorescentes la dañaban los ojos. Se sentía mareada, flotando por aquel cuarto de atmosfera irreal, y paredes construidas con el cemento de las pesadillas. Entonces pensaba en su hijo, en los vestidos que le compraría, en volver a ver sus cuatro dientes de leche sonriéndola aterrado. Ella aguantaba por él, por darle el beso de buenas noches o rezar con él la oración del angelito de la guarda, eres niño como yo, por eso te quiero tanto y te doy mi corazón. Rachell se acostaba cada noche llorando y tapándose los oídos con la almohada para no oír las lágrimas de sus compañeras, a las que no entendía una palabra. 

Todos los días se repetía la misma rutina. Por la mañana fregaba el suelo. No solía recibir clientes de mañana. Era el momento del día en que más tiempo libre tenía, pero ella no quería estar a solas consigo misma, en aquel silencio insoportable, ni pensar. Por eso agradecía la hora de la comida y se iba llevando cucharada tras otra de puré y el ruido que montaban las otras chicas la distraía un poco la mente. Aunque a veces aquellas conversaciones frívolas se le hacían insoportables. A la tarde noche empezaba a servir combinados a los clientes y entonces empezaba lo peor. Odiaba cuando Gloria la agarraba de la espalda, porque eso significaba que el primer cliente ya la estaba esperando en la habitación. ¡Si al menos la hiciera el amor un chico atractivo…! Había visto tantas películas que a veces creía de verdad que vendría un príncipe azul que la sacaría de allí, o se casaría con ella y escolarizaría a su hijo. Richard había dejado de acudir a su habitación, porque el primer día ella le escupió en la cara. 
Quería olvidarle para siempre y no podía, porque por la noche adivinaba sus pasos por la escalera, reconocía su voz aguda, y aunque trataba de evitarlo se lo encontraba en todas partes. Se fue acostumbrando, el sexo se había convertido en un movimiento mecánico que ella podía realizar pensando en otra cosa. Intentar fugarse con su niño en brazos era un sueño que se colaba a veces en medio de sus pesadillas, pero eso sólo pasaba en las películas. Apenas la dejaban salir del local, alguna vez para hacer la compra. No tenia dinero para irse a otro lugar. Ni siquiera disponía de dinero en mano para coger un taxi. La puerta se la encontraba siempre cerrada. Estaba totalmente secuestrada y su esclavitud amenazaba con serlo eternamente. 
 
Cuando la policía echó abajo la puerta del prostíbulo en la parte de arriba, Raquel estaba de cuclillas y se tapaba el pecho avergonzada. En medio de tanto lloro apenas gimoteaba una palabra inteligible. Se había autolesionado, tenía heridas en las piernas que se había arañado hasta hacerse moratones. Cuando intenté levantarla del suelo y tranquilizarla se me echó a los brazos y solo la entendía gracias, gracias, gracias y que una y otra vez preguntaba por su hijo.    

 

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