IRVIN WELSH 58. Escocés, se fue a
vivir a Edimburgo a finales de los 80. Es el autor de Trainspotting, llevada al cine y mundialmente famosa, y de otras
obras que se caracterizan por el argot callejero. También da mucha importancia
a la música punk electrónica en sus obras.
Retoma a los personajes de esta obra
en la precuela que crea, Porno y en otras obras potentes. En sklig Boys y porno son los mismos
protagonistas. Da voz al hombre de la calle, del lumpen, usando el rico
vocabulario coloquial del inglés común. Es satírico y pone a la sociedad
enfrente de su propio espejo e imagen. Aparece la violencia, el sexo, la droga
y un lenguaje muy fuerte como advierten ciertos anuncios. No es un libro para timoratos,
sino que está cargado de energía, comicidad dramática y escritura sin tapujos. La
nueva novela no es apta para timoratos, pero es que la realidad tampoco lo es. No
inventa nada, es como una mosca mugrienta posada en la pared del infierno que
nos hace mirar a los condenados. Un agujero negro como el de nuestra propia imaginación.
Te enfrenta a ti mismo. Además, ama a sus personajes y si bajas la guardia te convence
para que tú también los quieras. Son novelas aterradoras y felizmente
divertidas. El narrador de Transpoiting en skill Boys abandona la casa en que
vive y va a un cuchitril, está mal de dinero, su tía quiere abandonar el pub
que dirige para irse a la playa de la costa. Le ofrece el pub a él y él acede.
En las trasciendas hay un negocio paralelo, se ponen películas porno y los clientes
suelen participan en ellas. Con una amiga que es actriz porno se inician en el
negocio. Todos sus amigos quieren dedicarse a la industria del porno y la
montan cada vez que hacen algo. La novela se abre con una cita de Nietzsche; sin crueldad no hay fiesta.
Croxy, sudando
debido al esfuerzo y no por efecto de las drogas por una vez en su vida, sube
penosamente las escaleras con la última caja de discos mientras yo me derrumbo
sobre la cama, sumido en un embotamiento depresivo al mirar boquiabierto las
paredes de conglomerado color crema. Conque esto es mi nuevo hogar. Un
cuartucho de cuatro metros y medio por cuatro, con pasillo, cocina y un cuarto
de baño como propina. La habitación contiene un armario empotrado sin puertas,
la cama y casi el espacio justo para dos sillas y una mesa.
No puedo quedarme
aquí: estaría mejor en la cárcel. Antes vuelvo a Edimburgo a cambiarle a Frank
Begbie su celda por esta casucha helada.
En este espacio
tan reducido el hedor a cigarrillos viejos que desprende Croxy resulta asfixiante.
Llevo tres semanas sin fumar, pero como fumador pasivo me habré echado una
media de treinta al día sólo por hallarme en sus inmediaciones. «Menuda sed da
este trabajo, ¿eh, Simon? ¿Te vienes a tomar una al Pepys?», pregunta con tal
entusiasmo que parece recochineo, una pulla calculada ante las estrecheces que
está pasando un tal Simon David Williamson.
Visto desde cierta
perspectiva, bajar a Mare Street, al Pepys, para que todos se cachondeen sería
una insensatez que te cagas, «Has vuelto a Hackney, ¿eh, Simon?», pero sí, lo
que necesito es compañía. Hay que dar la chapa, desahogarse. Además, Croxy
necesita un poco de oxígeno. Intentar dejar de fumar en su compañía es como
intentar desengancharse en un squat lleno de yonquis.
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