lunes, 11 de junio de 2018

IRVIN WELSH TRAINSPOTTING


IRVIN WELSH 58. Escocés, se fue a vivir a Edimburgo a finales de los 80. Es el autor de Trainspotting, llevada al cine y mundialmente famosa, y de otras obras que se caracterizan por el argot callejero. También da mucha importancia a la música punk electrónica en sus obras. 
 



Retoma a los personajes de esta obra en la precuela que crea, Porno y en otras obras potentes. En sklig Boys y porno son los mismos protagonistas. Da voz al hombre de la calle, del lumpen, usando el rico vocabulario coloquial del inglés común. Es satírico y pone a la sociedad enfrente de su propio espejo e imagen. Aparece la violencia, el sexo, la droga y un lenguaje muy fuerte como advierten ciertos anuncios. No es un libro para timoratos, sino que está cargado de energía, comicidad dramática y escritura sin tapujos. La nueva novela no es apta para timoratos, pero es que la realidad tampoco lo es. No inventa nada, es como una mosca mugrienta posada en la pared del infierno que nos hace mirar a los condenados. Un agujero negro como el de nuestra propia imaginación. Te enfrenta a ti mismo. Además, ama a sus personajes y si bajas la guardia te convence para que tú también los quieras. Son novelas aterradoras y felizmente divertidas. El narrador de Transpoiting en skill Boys abandona la casa en que vive y va a un cuchitril, está mal de dinero, su tía quiere abandonar el pub que dirige para irse a la playa de la costa. Le ofrece el pub a él y él acede. En las trasciendas hay un negocio paralelo, se ponen películas porno y los clientes suelen participan en ellas. Con una amiga que es actriz porno se inician en el negocio. Todos sus amigos quieren dedicarse a la industria del porno y la montan cada vez que hacen algo. La novela se abre con una cita de Nietzsche; sin crueldad no hay fiesta. 

 
Croxy, sudando debido al esfuerzo y no por efecto de las drogas por una vez en su vida, sube penosamente las escaleras con la última caja de discos mientras yo me derrumbo sobre la cama, sumido en un embotamiento depresivo al mirar boquiabierto las paredes de conglomerado color crema. Conque esto es mi nuevo hogar. Un cuartucho de cuatro metros y medio por cuatro, con pasillo, cocina y un cuarto de baño como propina. La habitación contiene un armario empotrado sin puertas, la cama y casi el espacio justo para dos sillas y una mesa.
No puedo quedarme aquí: estaría mejor en la cárcel. Antes vuelvo a Edimburgo a cambiarle a Frank Begbie su celda por esta casucha helada.
En este espacio tan reducido el hedor a cigarrillos viejos que desprende Croxy resulta asfixiante. Llevo tres semanas sin fumar, pero como fumador pasivo me habré echado una media de treinta al día sólo por hallarme en sus inmediaciones. «Menuda sed da este trabajo, ¿eh, Simon? ¿Te vienes a tomar una al Pepys?», pregunta con tal entusiasmo que parece recochineo, una pulla calculada ante las estrecheces que está pasando un tal Simon David Williamson.
Visto desde cierta perspectiva, bajar a Mare Street, al Pepys, para que todos se cachondeen sería una insensatez que te cagas, «Has vuelto a Hackney, ¿eh, Simon?», pero sí, lo que necesito es compañía. Hay que dar la chapa, desahogarse. Además, Croxy necesita un poco de oxígeno. Intentar dejar de fumar en su compañía es como intentar desengancharse en un squat lleno de yonquis.
 

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