Las calles de Bilbao la Vieja (Bilvi) siempre han estado asociadas
con la prostitución, y en los años 80 con el tráfico de drogas. La gente pija
de “la movida bilbaína” iba allí a trapichear con las bandas marroquís y
comprar costo, hachís, cocaína, speed o incluso anfetaminas y heroína. Ahora se
intenta regenerar el barrio, verdadero corazón de la ciudad, ofreciendo pisos a
muy bajos costes y creando locales que promocionan la cultura, los recitales,
las galerías de arte… El ayuntamiento ha
apostado por la integración de los inmigrantes, en sus mezclas interraciales,
con los vecinos del barrio.
Mi
abuela me había advertido que a esas horas por las calles sólo había borrachos
y mala gente, y que esos barrios de mala muerte de Bilbao la Vieja por los que
movía no podían aportarme nada. “Solo hay maricones, moros, negros y putas”,
había sentenciado. Y yo a veces la respondía con sorna; “te has dejado las
lesbianas”.
Lo
cierto es que esa zona del Botxo que conocíamos como Bilvi se había regenerado
mucho los últimos años. Cierto que en la calle Bailén me robaron un par de
veces el móvil, y que en la calle Cortes las prostitutas se te lanzan a las ventanillas
del coche clavando sus uñas postizas moradas. Pero también es verdad que allí
está el museo de reproducciones de Bilbao, el Bilborock (antigua iglesia
católica reconvertida en sala de conciertos y fiestas), el bar Sarean (un bar
de lesbianas, según la gente) y hay muchas galerías de arte, obras de teatro de
calle o recitales de poesía. Durante una semana de octubre celebran fiestas
allí, organizan visitas guiadas por el barrio y se hacen performances y happenings
muy al gusto hípster. Todas aquellas
calles están llenas de chinos y todo a un euro, de tiendas de antigüedades y
libros viejos (los mercadillos y tiendas de segunda mano han proliferado con
esto de la crisis) También hay muchos ciber, tiendas de informática y de
móviles (Allí intenté en vano buscar el móvil que me acababan de robar) y
también muchos kebabs o establecimientos de pizza y comida rápida con batidos
árabes.
Tengo
un recuerdo en mi frente; la cicatriz de la brecha que me hicieron cuando me
tiraron -o caí borracho- al suelo y me robaron -o perdí- mi móvil. Pasé la
noche en el hospital hasta que me atendieron de madrugada. Me pusieron 7 puntos.
Recuerdo el algodón lleno de sangre con que me tapaba la herida. Lo que me
dolía de haber perdido el móvil no era el aparato en sí sino perder cientos de notas
que me auto escribí, las conversaciones de wasap o las fotos y grabaciones que de
todas estas actividades culturales. A pesar de todo eso, seguía frecuentando esta
zona atraído por su oferta cultural. Tampoco es tan mala zona para vivir. Los
pisos aquí son muy baratos, aunque los vecinos constantemente se quejan de
robos y de peleas entre diferentes grupos étnicos.
Nuria
vive en una buhardilla en la calle 2 de mayo, dónde se celebra una vez al mes
un mercadillo de libros. Para entrar a su piso tienes que subir ocho pisos de
escalera, sin ascensor y esto me disuadía la mayoría de las veces de tomar café
con ella. Tenía en aquel piso estrecho un pasillo angosto decorado con fotos de
Audrey Hepburn a la que secretamente quería parecerse. Por aquel piso sólo
pagaba 40 e, en régimen de inquilina- propietaria, pues en realidad el piso
pertenecía al ayuntamiento que corría con todos los gastos cuando había que
colocar unas ventanas de PVC, o un baño de mampostería de mármol valorado en
dos mil e. El ascensor de la escalera no se terminaba de poner. En ningún sitio
encuentras un alquiler o hipoteca más barato. Nuria había decorado la casa horteramente
con un montón de adornos y cachivaches comprados en el chino todo a un euro de
debajo de su piso. Su buhardilla está
llena de armarios, pues a Nuria le encanta ir de compras, y a veces compra ropa
que ni se pone. También le encanta maquillarse. Podías quedar con ella a las 6 de
la tarde y aparecía a las 8, pues había estado dos horas poniéndose la sombra
de ojos o pintándose los labios o recolocándose el vestido escotado. Aunque
fueras a estar con ella una hora de café, ella no podía salir de casa sin aquel
protocolo de arreglo personal. Tampoco
la hacía falta, Nuria es guapa. No se malinterprete esta coquetería como un
defecto femenino, pues también conozco hombres, los que coloquialmente llamamos
metrosexuales, más preocupados de su apariencia que de lo esencial que puedan
aportar en esa hora de café.
Recuerdo
una vez que quedé con Nuria para sacarla unas fotografías y así cumplir con el
encargo de elaborar un “book” para aprobar la asignatura de fotoperiodismo de
la universidad. Nuria llegó con dos maletas cargadas de vestidos. Le saqué unas
doce fotos delante del Guggenheim, pero ella no podía posar para las fotos en
el parque de Doña Casilda con el mismo vestido. Así que se metía a los
servicios de cualquier bar y se cambiaba de traje. La fotografié bajando las
escaleras del muelle de Abando Ibarra, con los brazos extendidos al cielo.
Bajaba las escaleras como si de las de un musical de Hollywood se tratara. El
pelo se lo removía el viento, por entonces lo llevaba rubio platino, pues
quería parecerse a Marilyn Monroe. Nuria ha llevado el pelo de muchos colores y
en diferentes peinados. Cuando lo llevaba rojo teñido la confundían con la actriz
porno Chiqui Martín y cuando se lo recolocó en un moño tintado de color negro se
parecía a Amy Witehouse.
Nuria
vive en Bilbao la Vieja y eso no es problema para ella. En cierta forma los
emigrantes que viven en la zona la respetan. Conoce a todas las bandas del
barrio y estas la han tranquilizado; “si alguna vez tiene algún problema con un
macarra solo tienes que llamarnos y acudiremos en tu auxilio”. Nuria es muy
sociable. Se mete en los bares y enseguida entabla conversación con el
camarero, “¿cuánto tiempo lleva este bar en funcionamiento?, ¿no te dio miedo
poner el negocio en esta zona?” Hace más preguntas que una inspectora de policía
en una novela negra. A todos les agrada la sonría de esta mujer tan sociable.
Nuria
duerme toda la mañana, se despierta a la hora de comer y come las sobras de la
noche anterior. Se acuesta muy tarde porque a eso de las 12 de la noche siente la
necesidad de barrer y limpiar el piso. Algunas noches las pasa en vela viendo
programas de sicoanalistas que dan conferencias por televisión, o leyendo
libros raros de filosofía barata y esoterismo. Las enseñanzas de cualquier charlatán
parla baratos de feria las recibe como verdades esenciales y subraya en sus libros
de autoayuda palabras como “vivir el momento” o “ser feliz con lo que tienes”.
Tiene una biblioteca que ha ido recopilando con todos los libros que le han
regalado en la plaza nueva, la han cargado con los libros que no se vendían en
el mercadillo. Nuria después de comer se echa una siesta larga y luego saca a
pasear a su perro. Tenía otro perro, pero murió. Siempre sale de casa con un
carro de la compra que va llenando en diferentes super mercados. Así pasa la
tarde, esperando encontrarse a un conocido que le invite a un café. La figura
de Nuria con el perro y el carro se reconoce en la distancia. Nuria va con los
cascos por la calle, escuchando música New Age de Enya
Nuria
trabaja como voluntaria en la librería Libros en Movimiento. Se trata de una librería
de auxilio social, donde puedes llevarte los libros que quieras gratis. Esta zona
de Bilbao la vieja está llena de tiendas de segunda mano, pero este lugar es el
único dónde no hay que pagar nada. Nuria además milita en una sociedad contra
el racismo, a favor de la integración de los inmigrantes. El día de los arroces
del mundo ella hace una paella con receta marroquí y disfruta sirviendo un
plato de plástico a quién quiera probarlo. A Nuria le gustan los bailes
marroquís y que esta gente siempre esté de fiesta y alegre. A veces le sobra comida
en casa y se la lleva a la gente desfavorecida. Nuria ha comido alguna vez en
comedores sociales, no lo hace por necesidad sino por vagancia. Se levanta a
las 2 del mediodía y le da mucha pereza cocinar cualquier cosa. Nuria vive de
una RGI que le da para comer, pero no para cenar. Parece ignorar su precaria situación
económica pues es la primera que se presta a ayudar a los que no tienen nada.
Nuria
pasa las navidades sola, porque su familia vive lejos y no quiere montar al perro
en un autobús. Tiene un hermano con el que no se habla y del que no sabe nada. A
su novio le han metido en la cárcel de Basauri por supuesto maltrato. Nuria está
muy enamorada de él, y le parece injusto que le hayan encerrado. Han tenido alguna
discusión, es cierto, alguna vez él ha vuelto borracho de los bares de
Barrenkalle y le ha levantado la mano, pero lo hacía porque su carácter es así,
hay que saber entenderle. Nuria a veces se pone muy pesada y una torta no la
viene mal. Eso siempre ha funcionado con ella. Su padre también la daba alguna
bofetada de vez en cuando, y sin embargo le recuerda con mucho cariño.
Cristian
tiene lo suyo también, hay que comprenderle, se crio sin padres en un orfanato,
la vida sólo le ha golpeado sin piedad. Y en una relación el hombre debe comportarse
como hombre que es, porque si algo le gusta de Cristian es su virilidad, y sus músculos.
Le echa mucho de menos y se masturba pensando en él. Siempre que puede va a
visitarle a la cárcel y le lleva un táper con su plato favorito; lasaña. Los de
servicio social se lo llevaron una tarde que paseaban por el Gughem y él empezó
a gritarla. Montaron tal número que los que presenciaron la pelea llamaron a la
policía. No era la primera vez que montaban un escandalo así en plena vía
publica. Cristian tenía antecedentes. Le habían pillado varias veces robando en
super mercados. Robaba cosas sin importancia, casi era un crimen sin víctimas. Solía
llenarse la gabardina de comida o perfumes que luego regalaba a Nuria. Cristian
lleva allí encerrado mucho, dos años hará en septiembre. “Y una no es de piedra”,
suele decir Nuria, “una cosa es el sexo y otra el amor”. Nuria tiene sus amantes,
y Cristian lo sabe.
Nuria
se enamoró de Toño, un drogadicto que suele meterse heroína en el mercado de la
Ribera. Alguna vez me lo he encontrado tumbado en su esterilla y como no suelo
tener prejuicios he estado un buen rato hablando con él de Nietzsche y de lo
capullos que son los curas. El brazo Toño lo tiene todo picado y me muestra los
pinchazos en las venas como un general orgulloso de sus medallas y
condecoraciones. Nuria se cansó de él. “Deberías haberle visto desnudo, da
mucho asquito, está tan delgado que te da hasta pena. Tiene la cara pálida y
demacrada. Hasta los niños cuando pasan cerca suyo se asustan de él y se
agarran al brazo de sus madres. No sé cómo he podido acostarme con él”. Ahora Nuria
ha instalado en su casa a un cubano de comprensión gimnástica y atlética que no
le paga el alquiler, pero le ofrece unas noches de sexo bestial.
A
Cristian le escribe largas cartas, poemas llenos de patetismo y sentimientos no
reposados. No tiene ninguna calidad literaria, son un conjunto de tópicos y
ripios parecidos a los que escriben las adolescentes en esas carpetas con fotos
de Justin Biever. Ella ilustra sus poemas con dibujos de flores y corazoncitos
y lo llena de pintalabios dando besos a la carta. Nuria se cree la nueva Anais
Nin de la narrativa erótica, y piensa que la poesía es una cuestión de que
rimen las palabras. A veces participa en lecturas y recitales de poesía. Una
vez después de su poema, que dañaba mis oídos, despedazó una rosa y nos tiró
los pétalos en una especie de performance. Nuria a veces se siente sola, sin
Cristian. Cristian quiere casarse con ella. A veces allí en la cárcel se lo
encuentra hablador y lleno de sueños y otras veces apagado y triste como un
girasol seco. “Es toda esa medicación que le dan. Cristian no tiene
esquizofrenia, pero estos siquiatras todo lo tienen que etiquetar. De eso vive
la industria farmacéutica” Esas pastillas le dejan abatido, apático, y Cristian
cumple con los talleres de manualidades de la cárcel o da paseos en circulo por
el patio de la prisión, pero no tiene ganas de nada, ni siquiera curiosidad por
conocer al nuevo amante de Nuria. A Nuria le asusta eso de casarse. Para ella
lo ideal es la pareja abierta, el sexo libre. A veces está tan excitada que ve símbolos
fálicos en todo; en las farolas, en las barandillas… Nuria siempre se enamora
de hombres que no la convienen. Todos sus novios han tenido problemas con la
bebida, igual que su padre. y nuestro amigo psicólogo dice que eso obedece a
que repite un patrón de conducta que viene de un complejo de Electra o cómo se
llame; fijación con el padre.
Nuria
pasa estas navidades sola. Bueno, con la perra, que hoy ladra más que nunca. Le
acaban de robar el móvil cuando ha salido a la calle. Y ha tenido que echar a
Toño que se le ha instalado en casa, ansioso por todos los aperitivos que Nuria
había comprado para nochebuena. En la mesa se reparten trozos de salmón, un
poco de caviar, algo de jamón y unas tortillas. Toño se estaba poniendo muy
pesado. Parecía que no había comido en su vida y prestaba más atención a la pitanza
que a ella. Se ha puesto pesado y baboso, con lo de ser pareja de ella y se ha
empeñado en poner un cd de villancicos horribles. No ha tenido más remedio que
echarle. El abeto de navidad que compró del chino de abajo, también se siente
solo, debajo de su librería, Nuria se acuesta hoy muy pronto, pero no le dejan
dormir los alborozos de la gente del barrio, la música en los bares africanos
sigue sonando hasta pasada medianoche.
A
eso de las 4 de la mañana consigue caer en brazos de Morfeo. Al día siguiente, Navidad,
despierta resacosa, aunque no bebió más que un poco de cava y dos copas de
lambrusco. Siente una resaca acumulada, la de todo este año que ya acaba, y siente
el peso de su tragedia; vivir separada de Cristian. A la tarde Nuria me lleva
al barrio de la peña y allí tiramos piedras a la ría. “Piensa en algo doloroso
y tira la piedra para que no se vuelva a repetir. Pide un deseo para el año que
empieza y tira la piedra”. Yo tiro la piedra, escéptico, preocupado por el perro
que se interna peligrosamente en la ría y temeroso de que se me caiga a la ría la
mochila con mi ordenador portátil. “Esto son tonterías de los libros de
autoayuda que lees”. Pero Nuria no me contesta, no me escucha cuando hablo, se
queda siempre con la mente en blanco, pensando en sus cosas. “Tienes demasiadas
cosas en la cabeza” Nuria se queda mirando la ría de Bilbao, pero en realidad
está en otro sitio, un lugar al que ni yo ni Cristian ni Toño ni nadie puede acceder.
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