NICK HORNBY Redhill, 57
Estudia en Cambridge. Trabaja de
periodista y profesor de instituto. En el 92 debuta en la literatura con fiebre en las gradas. Es muy inglés,
pero retrata el mundo de los pubs ingleses y los amantes del futbol y la
música. Fiebre es un libro sobre los hinchas del fútbol, él mismo es hincha del
Arsenal. De alta fidelidad del 95 se
ha hecho una peli también de Stephen
Frears. Hace referencia a la música. El protagonista es un joven que trabaja en
una tienda de música, de ahí lo de alta fidelidad, pero también refiere el
titulo a la fidelidad en la pareja
ALTA FIDELIDAD FRAGMENTOS
El protagonista aficionado a
hacer listas de todo (los discos más vendidos, los mejores cantantes) hace una
lista d las 5 mujeres que más daño le han hecho. Reproduce varias
conversaciones
Éstas son las únicas que realmente me dolieron. ¿Qué, Laura? ¿No
está tu nombre en esa lista? ¿No lo ves? Calculo que por los pelos podrías
entrar entre las diez primeras, pero está claro que para ti no hay sitio entre
las primeras cinco; esos cinco lugares están reservados para ese tipo de
humillaciones que de verdad te rompen el corazón, y que tú no eres capaz de
infligir, así de sencillo. Probablemente, esto que digo parezca más cruel de lo
que en realidad quisiera, pero la verdad es que ya somos los dos demasiado
mayorcitos para destrozarnos el uno al otro, y eso me parece muy positivo, así
que no te tomes a la tremenda tu fracaso por no haber entrado en esa lista.
Agua pasada no mueve molino, y el pasado puede irse, por mí, con viento fresco;
la infelicidad sólo era algo de veras importante en aquel entonces. Ahora no es
más que una pesadez, un inconveniente parecido a tener la gripe o estar sin
blanca. Si de verdad quisiste dejarme hecho polvo, tendrías que haberme
conocido mucho antes.
1. ALISON ASHWORTH
(1972)
Casi todas las
noches nos dedicábamos a tontear en el parque, a la vuelta de la esquina de la
calle en que vivía. A todo esto, yo vivía en Hertfordshire, pero habría sido lo
mismo si hubiese vivido en cualquier otro barrio periférico de cualquier ciudad
de Inglaterra: era esa misma especie de barrio periférico, esa misma especie de
parque que estaba a tres minutos de casa, nada más cruzar una calle en la que
había una corta hilera de tiendas (un supermercado, un quiosco donde además
vendían tabaco y dulces y cosas así, un establecimiento de vinos y licores).
Por allí no había nada, lo que se dice nada, que te sirviese para hacerte una
idea geográfica más o menos precisa de tu paradero; si las tiendas estuvieran
abiertas (y cerraban a las cinco y media, cómo no, y a la una los jueves, y el
domingo todo el día), se podría probar suerte en el quiosco y comprar el
periódico local, pero es muy posible que eso tampoco hubiera sido una pista ni
mucho menos decisiva.
Teníamos doce, trece años, y habíamos descubierto hacía muy poco
tiempo la ironía o, al menos, lo que más adelante descubrí yo que era la
ironía: sólo nos permitíamos el lujo de jugar en los columpios y en el
balancín, montar en el que daba vueltas y en todos los demás aparatos oxidados
de los niños pequeños si lo hacíamos con una suerte de distanciamiento irónico
por otra parte bastante cohibido. Para ello, había que fingir que estabas
distraído (silbando, charlando, jugueteando con una colilla de cigarrillo o con
una caja de cerillas; por lo general, era suficiente) o bien fingías un flirteo
con el peligro, y así saltábamos de los columpios al llegar al punto en que ya
no iban a subir más, o montábamos de un salto en el que daba vueltas cuando
estaba claro que ya no podía ir más deprisa, y nos colgábamos de un extremo de
la barcarola hasta que se ponía casi vertical. Si conseguías demostrar que
estos juegos infantiles encerraban el potencial de hacerte papilla la sesera,
entonces no había ningún inconveniente en divertirse con ellos.
…………………….
Laura se va el
lunes a primerísima hora, con un bolso de lona y una bolsa de plástico. Te
inspira una total sobriedad, todo hay que decirlo, ver qué poca cosa se lleva
esta mujer que adora sus cosas, sus teteras, sus libros, sus grabados, la
pequeña escultura que se trajo de un viaje a la India; miro el bolso y pienso:
joder, cuántas ganas tiene de dejar de vivir conmigo.
Nos damos un abrazo
delante de la puerta. Está llorando un poco.
—No sé ni qué estoy
haciendo, la verdad —me dice.
—Ya me doy cuenta
—digo yo, una especie de chiste que tampoco lo es del todo—. Pero no hace falta
que te vayas ahora. Te puedes quedar hasta cuando quieras.
—Gracias, pero ya
hemos pasado lo más difícil, así que más vale, ya sabes...
—Bueno, quédate sólo
a pasar esta noche.
Sin embargo, ella
hace una mueca y agarra el pomo de la puerta.
Es una salida
torpísima. Ella no tiene las manos libres, pero intenta abrir la puerta pese a
todo, aunque no puede; se la abro yo, pero entonces le impido el paso sin
querer, así que tengo que salir al rellano para dejarla salir, y ella tiene que
sujetarme la puerta abierta, porque no tengo las llaves encima, y yo he de
pasar a su lado encogiéndome, para pillar la puerta antes que se cierre tras
ella. Eso es todo.
Lamento decir que me
entra por algún sitio, a lo mejor por los dedos de los pies, un grandísimo
sentimiento que es en parte liberación y en parte excitación nerviosa, un
sentimiento que me barre el cuerpo entero como una oleada bien potente. Es una
cosa que ya he sentido antes, y que por eso sé que no vale gran cosa. Es
confuso, por ejemplo, porque no quiere decir que vaya a sentirme extasiado de
felicidad durante las próximas semanas. Pero sí sé que debería hacer algo con
él, disfrutarlo al menos mientras dure.
Es así como celebro
mi regreso al Reino de la Soltería, que es algo así como el Reino de los
Singles, tiene gracia: me siento en mi sillón, en el que se va a quedar aquí
conmigo, y arranco a pellizcos el relleno del brazo; enciendo un cigarrillo a
pesar de que es temprano y de que tampoco me apetece mucho, solamente porque
ahora tengo total libertad para fumar en el piso cuando me venga en gana, sin
que por eso se arme la menor trifulca. Me pregunto si ya conozco a la siguiente
chica con la que voy a acostarme, o si será alguien que todavía me es
desconocido; me pregunto qué aspecto tendrá, y si lo haremos aquí o en su casa,
y me pregunto, en tal caso, cómo será su casa. Y decido que voy a pintar el
logo de Chess Records en la pared del cuarto de estar. (En Camden Town había
una tienda de discos que los tenía todos, el de Chess, el de Stax, el de la
Motown, el de Trojan, troquelados a la entrada, sobre la pared de ladrillo.
Quedaba fenomenal. A lo mejor puedo contratar al tío que hizo los troqueles y
pedirle que me haga una versión algo más reducida aquí en casa.) Me siento
estupendamente. Me siento muy bien. Me voy a trabajar.
Mi tienda se llama
Championship Vinyl. Vendo música punk, blues, soul y rythm & blues, un
poquito de ska, algunas cosillas indies, pop de los sesenta, en fin, de todo un
poco, pero pensando más que nada en el coleccionista discográfico serio, que es
lo que dice un rótulo irónicamente anticuado que hay en el escaparate.
……………………………………
En un gran chico un chaval de 36
años no ha trabajado nunca pues su padre escribió una novela muy famosa y vive
de los derechos de autor. Escucha música y ve películas y quiere tener amigas,
pero se le van acabando las oportunidades pues todos sus amigos se emparejan y
le invitan a bodas y bautizos. Él se apuna en una sociedad de padres separados
con hijos y se inventa que tiene un hijo que se ha llevado su ex. Conoce a una
mujer en depresión, que intenta suicidarse, pero, aunque es maravillosa, no
puede ocuparse de su hijo. En el colegio le acosan y hacen bulín y la madre se
apoya en este protagonista y le pide consejo y se emparejan. Era su sueño este
de tener pareja y además se convertí en un buen padre para ese niño. Tiene
golpes humorísticos
Todo por una chica es el relato
en primera persona del adolescente Sam de 16 años que vive con su madre
divorciada de 32 años y se le cae el mundo encima cuando se entera de que su
novia está embarazada. Es un libro ya del siglo XXI, escrito en los 80, muy
actual pues Inglaterra tiene las estadísticas más altas de embarazos
adolescentes. Aparecen elementos actuales como el skate.
En 31 canciones habla de Bob
Dylan que le parece malo de cojones. Elige 31 canciones de su vida y cuenta su
autobiografía musical, cuando escuchó tal canción y que le sugiere. Analiza por
ejemplo la canción de Patty Smith meando en el rio. Habla de su bohemia imposible,
de su apetito por la música. Y destaca el clima eléctrico y declamatorio de la sanación.
Introduce estrofas de la canción. El publico se enamoró de esta canción y de la
noche y de aquel espectáculo de rock. En el concierto uno piensa en la música
que conoce, en los libros que te quedan por leer y en la vida que has de vivir
aún. No se puede pedir más por 25 libras. Se produce una Epifanía, merece la
pena pelear por la vida, mientras escuchas al grupo. No importa lo buenos que
sean sino lo que te logren evocar.
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