miércoles, 6 de junio de 2018

NICK HORNBY


NICK HORNBY Redhill, 57
Estudia en Cambridge. Trabaja de periodista y profesor de instituto. En el 92 debuta en la literatura con fiebre en las gradas. Es muy inglés, pero retrata el mundo de los pubs ingleses y los amantes del futbol y la música. Fiebre es un libro sobre los hinchas del fútbol, él mismo es hincha del Arsenal. De alta fidelidad del 95 se ha hecho una peli también de Stephen Frears. Hace referencia a la música. El protagonista es un joven que trabaja en una tienda de música, de ahí lo de alta fidelidad, pero también refiere el titulo a la fidelidad en la pareja

 

ALTA FIDELIDAD FRAGMENTOS
El protagonista aficionado a hacer listas de todo (los discos más vendidos, los mejores cantantes) hace una lista d las 5 mujeres que más daño le han hecho. Reproduce varias conversaciones
Éstas son las únicas que realmente me dolieron. ¿Qué, Laura? ¿No está tu nombre en esa lista? ¿No lo ves? Calculo que por los pelos podrías entrar entre las diez primeras, pero está claro que para ti no hay sitio entre las primeras cinco; esos cinco lugares están reservados para ese tipo de humillaciones que de verdad te rompen el corazón, y que tú no eres capaz de infligir, así de sencillo. Probablemente, esto que digo parezca más cruel de lo que en realidad quisiera, pero la verdad es que ya somos los dos demasiado mayorcitos para destrozarnos el uno al otro, y eso me parece muy positivo, así que no te tomes a la tremenda tu fracaso por no haber entrado en esa lista. Agua pasada no mueve molino, y el pasado puede irse, por mí, con viento fresco; la infelicidad sólo era algo de veras importante en aquel entonces. Ahora no es más que una pesadez, un inconveniente parecido a tener la gripe o estar sin blanca. Si de verdad quisiste dejarme hecho polvo, tendrías que haberme conocido mucho antes.

1. ALISON ASHWORTH (1972)
Casi todas las noches nos dedicábamos a tontear en el parque, a la vuelta de la esquina de la calle en que vivía. A todo esto, yo vivía en Hertfordshire, pero habría sido lo mismo si hubiese vivido en cualquier otro barrio periférico de cualquier ciudad de Inglaterra: era esa misma especie de barrio periférico, esa misma especie de parque que estaba a tres minutos de casa, nada más cruzar una calle en la que había una corta hilera de tiendas (un supermercado, un quiosco donde además vendían tabaco y dulces y cosas así, un establecimiento de vinos y licores). Por allí no había nada, lo que se dice nada, que te sirviese para hacerte una idea geográfica más o menos precisa de tu paradero; si las tiendas estuvieran abiertas (y cerraban a las cinco y media, cómo no, y a la una los jueves, y el domingo todo el día), se podría probar suerte en el quiosco y comprar el periódico local, pero es muy posible que eso tampoco hubiera sido una pista ni mucho menos decisiva.
Teníamos doce, trece años, y habíamos descubierto hacía muy poco tiempo la ironía o, al menos, lo que más adelante descubrí yo que era la ironía: sólo nos permitíamos el lujo de jugar en los columpios y en el balancín, montar en el que daba vueltas y en todos los demás aparatos oxidados de los niños pequeños si lo hacíamos con una suerte de distanciamiento irónico por otra parte bastante cohibido. Para ello, había que fingir que estabas distraído (silbando, charlando, jugueteando con una colilla de cigarrillo o con una caja de cerillas; por lo general, era suficiente) o bien fingías un flirteo con el peligro, y así saltábamos de los columpios al llegar al punto en que ya no iban a subir más, o montábamos de un salto en el que daba vueltas cuando estaba claro que ya no podía ir más deprisa, y nos colgábamos de un extremo de la barcarola hasta que se ponía casi vertical. Si conseguías demostrar que estos juegos infantiles encerraban el potencial de hacerte papilla la sesera, entonces no había ningún inconveniente en divertirse con ellos.
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Laura se va el lunes a primerísima hora, con un bolso de lona y una bolsa de plástico. Te inspira una total sobriedad, todo hay que decirlo, ver qué poca cosa se lleva esta mujer que adora sus cosas, sus teteras, sus libros, sus grabados, la pequeña escultura que se trajo de un viaje a la India; miro el bolso y pienso: joder, cuántas ganas tiene de dejar de vivir conmigo.
Nos damos un abrazo delante de la puerta. Está llorando un poco.
—No sé ni qué estoy haciendo, la verdad —me dice.
—Ya me doy cuenta —digo yo, una especie de chiste que tampoco lo es del todo—. Pero no hace falta que te vayas ahora. Te puedes quedar hasta cuando quieras.
—Gracias, pero ya hemos pasado lo más difícil, así que más vale, ya sabes...
—Bueno, quédate sólo a pasar esta noche.
Sin embargo, ella hace una mueca y agarra el pomo de la puerta.
Es una salida torpísima. Ella no tiene las manos libres, pero intenta abrir la puerta pese a todo, aunque no puede; se la abro yo, pero entonces le impido el paso sin querer, así que tengo que salir al rellano para dejarla salir, y ella tiene que sujetarme la puerta abierta, porque no tengo las llaves encima, y yo he de pasar a su lado encogiéndome, para pillar la puerta antes que se cierre tras ella. Eso es todo.
Lamento decir que me entra por algún sitio, a lo mejor por los dedos de los pies, un grandísimo sentimiento que es en parte liberación y en parte excitación nerviosa, un sentimiento que me barre el cuerpo entero como una oleada bien potente. Es una cosa que ya he sentido antes, y que por eso sé que no vale gran cosa. Es confuso, por ejemplo, porque no quiere decir que vaya a sentirme extasiado de felicidad durante las próximas semanas. Pero sí sé que debería hacer algo con él, disfrutarlo al menos mientras dure.
Es así como celebro mi regreso al Reino de la Soltería, que es algo así como el Reino de los Singles, tiene gracia: me siento en mi sillón, en el que se va a quedar aquí conmigo, y arranco a pellizcos el relleno del brazo; enciendo un cigarrillo a pesar de que es temprano y de que tampoco me apetece mucho, solamente porque ahora tengo total libertad para fumar en el piso cuando me venga en gana, sin que por eso se arme la menor trifulca. Me pregunto si ya conozco a la siguiente chica con la que voy a acostarme, o si será alguien que todavía me es desconocido; me pregunto qué aspecto tendrá, y si lo haremos aquí o en su casa, y me pregunto, en tal caso, cómo será su casa. Y decido que voy a pintar el logo de Chess Records en la pared del cuarto de estar. (En Camden Town había una tienda de discos que los tenía todos, el de Chess, el de Stax, el de la Motown, el de Trojan, troquelados a la entrada, sobre la pared de ladrillo. Quedaba fenomenal. A lo mejor puedo contratar al tío que hizo los troqueles y pedirle que me haga una versión algo más reducida aquí en casa.) Me siento estupendamente. Me siento muy bien. Me voy a trabajar.
Mi tienda se llama Championship Vinyl. Vendo música punk, blues, soul y rythm & blues, un poquito de ska, algunas cosillas indies, pop de los sesenta, en fin, de todo un poco, pero pensando más que nada en el coleccionista discográfico serio, que es lo que dice un rótulo irónicamente anticuado que hay en el escaparate. 
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En un gran chico un chaval de 36 años no ha trabajado nunca pues su padre escribió una novela muy famosa y vive de los derechos de autor. Escucha música y ve películas y quiere tener amigas, pero se le van acabando las oportunidades pues todos sus amigos se emparejan y le invitan a bodas y bautizos. Él se apuna en una sociedad de padres separados con hijos y se inventa que tiene un hijo que se ha llevado su ex. Conoce a una mujer en depresión, que intenta suicidarse, pero, aunque es maravillosa, no puede ocuparse de su hijo. En el colegio le acosan y hacen bulín y la madre se apoya en este protagonista y le pide consejo y se emparejan. Era su sueño este de tener pareja y además se convertí en un buen padre para ese niño. Tiene golpes humorísticos

Todo por una chica es el relato en primera persona del adolescente Sam de 16 años que vive con su madre divorciada de 32 años y se le cae el mundo encima cuando se entera de que su novia está embarazada. Es un libro ya del siglo XXI, escrito en los 80, muy actual pues Inglaterra tiene las estadísticas más altas de embarazos adolescentes. Aparecen elementos actuales como el skate.
En 31 canciones habla de Bob Dylan que le parece malo de cojones. Elige 31 canciones de su vida y cuenta su autobiografía musical, cuando escuchó tal canción y que le sugiere. Analiza por ejemplo la canción de Patty Smith meando en el rio. Habla de su bohemia imposible, de su apetito por la música. Y destaca el clima eléctrico y declamatorio de la sanación. Introduce estrofas de la canción. El publico se enamoró de esta canción y de la noche y de aquel espectáculo de rock. En el concierto uno piensa en la música que conoce, en los libros que te quedan por leer y en la vida que has de vivir aún. No se puede pedir más por 25 libras. Se produce una Epifanía, merece la pena pelear por la vida, mientras escuchas al grupo. No importa lo buenos que sean sino lo que te logren evocar. 

 

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