martes, 19 de julio de 2016

YA SOY UNIVERSITARIO Y PRONTO PERIODISTA




Ser ya universitario es una realidad que no se corresponde con mi etéreo sueño infantil de la uni. A veces la vida supera nuestra ficción interna, y la mía ha dado un autentico giro nietsziano.  Paseando por esta ciudad tan especial me siento libre y más autónomo que autómata. Aunque por ambiente universitario siempre me imaginé librepensadores en un mayo del 68 continuo y no apáticos, abúlicos, conformistas y pragmáticos compañeros que juegan a la play station, no votan, no leen, no sueñan y viven en un supuesto carpe diem “kalimotxiano”, en la mayor indolencia respecto a su propia vida. 
A mí me distrae el vuelo de una mosca y contemplar las obras de las musarañas en la pared. Según los físicos la pared no tiene una sustancia tangible, y para los nominalistas tampoco existe la idea de pared. ¿Entonces qué hay? Esto me inquieta mucho más que memorizar los what y where de una reseña sobre neviscas. Sé que el buen estudiante, o el buen periodista, ha de tener dos virtudes; la atención y la retención de datos, y no este defecto mío de la imaginación. Tal lastre congénito lo arrastro como buenamente puedo, en silencio cual hemorroides. Subjetividad hipersensible que me impide escribir como una maquina plasma-realidades; objetivo, neutral, glacial. La sociedad perdona al criminal, pero nunca al soñador. Es mi frase de Wilde favorita.
Encima no tengo vocación periodística alguna. Empiezo los dominicales al revés, por el cultural, y la actualidad me parece efímera y eternamente rotante. Devoro, sin embargo, todo libro, revista divulgativa, ensayo, poema, obra de teatro o folletín de amor. Así que estoy desfasado, poco a la moda, nada al día, abstraído en temas tan universales como el sentir humano. Quizá hayamos evolucionado técnicamente, y podamos incluso destruir el mundo, pero seguimos con las mismas dudas de Hamlet o Platón. Moralmente y en el plano emocional no maduramos, llegará el día en que ni sentiremos resquemor ético ante la clonación humana o la explosión de una bomba atómica. El hombre, capaz de destruirse, no es capaz de quererse lo suficiente para no cometer su propio suicidio.
Y por eso, para quererme a mí mismo, intento conocerme humanísticamente dentro de lo humanamente posible. Vamos, que padezco una obsesión patológica por la lectura que ni el sicoanalista se explica. Escribo por necesidad vital; ordenar el caos, plasmar mi verdad.  Estudio esta carrera porque no me dejan ser un “vago o maleante” de los de filosofía y letras, porque Dios ha muerto, y Giner de los Ríos también, y porque la carrera me parece tan ambigua como quien se propone correrla a su ritmo lento pero constante. Será utópico y prometeico (pretenciosamente atrevido), pero quiero dar sentido a mi vida (prosaica y absurda como todas), significarla a  través de la cultura. Abrir la mente a infinitas reverberaciones mentales y percepciones sensibles. Cuanto más aprendes, más amplías tu vida. Hoy lo trasgresor es leer, soñar, tener ideas, ser apolíneo es lo contracultural, lo antisocial y lo políticamente incorrecto.
No me gusta el periodismo tal como se bosqueja en tus clases. Nunca me gustó la serie del Coronado ni me veo de becario frustrado y pringado. Un conocido, del País, ya me advirtió sobre este mundo lobezno. Tampoco aspiro a publicar mis relatos literarios. No soy “novelista metido a periodista”, como decías en tu clase, pues me basta, me sacia y me da esplendor escribir para mi mismo (o como mucho para mi alma gemela). Los fantasiosos tendemos a la misantropía porque nos colma nuestro propio mundo interior, aunque este no nos sacie el estomago.
La actual ética periodística si parece “deplorable y francamente mejorable”. Sin embargo, me gustó la clase que versó sobre la “vieja escuela” del reportero que salía a la calle a buscar la noticia. También el “nuevo periodismo” (como el reportaje de I. Allende sobre una niña agonizando en un pozo. ¿Olliana Fernández se llamaba?)
Creo que falta sentimiento en el periodismo, por pascaliano que suene y peligroso que parezca. No enturbiaría la palabra sentimiento llamando así al sentimiento patriótico o al antinacionalista o a esas confesiones de tocador (prensa preciada de “cardiaca” pero que no llega ni a estomacal por indigestible).
Hay sentimientos auténticos como el maternal, única sangre (la afectiva) con qué entra la letra. Esa intención de plasmar la belleza o el dolor no es ni falsa ni verdadera, pero si es sincera, al menos para mí. Y siento traicionarme a mí mismo cada vez que escribo sin autenticidad, sin sinceridad, como si prostituyera mi capacidad de escribir.
No concebía la escritura periodística como mero transcribir de escribano mal pagado, hastiado en su rutina profesional y refugiado en la norma.  Esa falta de implicación emocional del comunicador se contagia en un espectador que asiste impasible a las muertes “que echan” por la Tv. -Hoy toca una de Irak-. Esas imágenes las envolvemos en un halo cinematográfico o virtual para no despertar la conciencia. Podemos llorar con Titanic o con Ana Frank, pero no con estas noticias, más ficticias que las novelas. Imagino un periodismo burocratizado, formalista, impregnado de creencias políticas, dimes y mentís, chismes y chanzas, doxas de prepotentes lideres de opinión o “gatekeepers” como el Urdazi, copias y pegas de mensajes institucionales... y prefiero ni imaginarlo. 
Ni sueño con ser periodista ni me espera nadie en ese oficio cruel donde tiras una piedra y salen 7 titulizados que curran en el burger. ¿Cómo no sentirse desazonado y frustrado ante esto? Y aún peor barrunto la industria editorial que comercia con sentimientos y pensamientos íntimos. Libros que a la semana se apartan del stock del estante, se descatalogan y se queman en pira común, como en los mejores años del nazismo. 
Gracias por la breve introducción al periodismo pues me ha hecho desistir de creerme capaz de desempeñar la concepción clásica del periodista, y sólo tengo claro que me gusta aprender, leer y escribir. Mis sueños tienen más que ver con mi vida personal que profesional y de momento sólo me preocupa sacar jugo a este báculo hacía un mayor bagaje cultural. El auto didactismo es el único título que nunca te puede fallar en el INEM de “los perdidos” (ahora, con la jerga economicista, el artista es un “autónomo”), pero hay algo que sí ofrece la clase; las anécdotas personales, la socialización de lo aprendido, el intercambio de opiniones (no ha habido muchos en esta clase más preocupada por “fichar” que por participar)... etc.
Ese componente o factor humano ha hecho más amena la clase, pues se aprende más de las experiencias personales que de los libros. Creo que se consigue más empatía poniendo ejemplos de fútbol o de política que son las creencias en que viven sumidos muchos de mis compañeros, pero espero que el periodismo no se reduzca a declaraciones sobre el plan Ibarretxe, y encontrar personas lunáticas, volátiles, soñadoras, que compartan mis inquietudes culturales, artísticas, personales y ante todo vitales.
“El pobrecito soñador” (Larra en sus artículos se llamaba el “pobrecito hablador”)


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