Ser ya universitario es una
realidad que no se corresponde con mi etéreo sueño infantil de la uni. A veces
la vida supera nuestra ficción interna, y la mía ha dado un autentico giro
nietsziano. Paseando por esta ciudad tan
especial me siento libre y más autónomo que autómata. Aunque por ambiente
universitario siempre me imaginé librepensadores en un mayo del 68 continuo y
no apáticos, abúlicos, conformistas y pragmáticos compañeros que juegan a la
play station, no votan, no leen, no sueñan y viven en un supuesto carpe diem
“kalimotxiano”, en la mayor indolencia respecto a su propia vida.
A mí me distrae el vuelo de una
mosca y contemplar las obras de las musarañas en la pared. Según los físicos la
pared no tiene una sustancia tangible, y para los nominalistas tampoco existe
la idea de pared. ¿Entonces qué hay? Esto me inquieta mucho más que memorizar
los what y where de una reseña sobre neviscas. Sé que el buen estudiante, o el
buen periodista, ha de tener dos virtudes; la atención y la retención de datos,
y no este defecto mío de la imaginación. Tal lastre congénito lo arrastro como
buenamente puedo, en silencio cual hemorroides. Subjetividad hipersensible que
me impide escribir como una maquina plasma-realidades; objetivo, neutral,
glacial. La sociedad perdona al criminal, pero nunca al soñador. Es mi frase de
Wilde favorita.
Encima no tengo vocación
periodística alguna. Empiezo los dominicales al revés, por el cultural, y la
actualidad me parece efímera y eternamente rotante. Devoro, sin embargo, todo
libro, revista divulgativa, ensayo, poema, obra de teatro o folletín de amor.
Así que estoy desfasado, poco a la moda, nada al día, abstraído en temas tan
universales como el sentir humano. Quizá hayamos evolucionado técnicamente, y
podamos incluso destruir el mundo, pero seguimos con las mismas dudas de Hamlet
o Platón. Moralmente y en el plano emocional no maduramos, llegará el día en
que ni sentiremos resquemor ético ante la clonación humana o la explosión de
una bomba atómica. El hombre, capaz de destruirse, no es capaz de quererse lo
suficiente para no cometer su propio suicidio.
Y por eso, para quererme a mí
mismo, intento conocerme humanísticamente dentro de lo humanamente posible.
Vamos, que padezco una obsesión patológica por la lectura que ni el sicoanalista
se explica. Escribo por necesidad vital; ordenar el caos, plasmar mi
verdad. Estudio esta carrera porque no
me dejan ser un “vago o maleante” de los de filosofía y letras, porque Dios ha
muerto, y Giner de los Ríos también, y porque la carrera me parece tan ambigua
como quien se propone correrla a su ritmo lento pero constante. Será utópico y
prometeico (pretenciosamente atrevido), pero quiero dar sentido a mi vida
(prosaica y absurda como todas), significarla a
través de la cultura. Abrir la mente a infinitas reverberaciones
mentales y percepciones sensibles. Cuanto más aprendes, más amplías tu vida.
Hoy lo trasgresor es leer, soñar, tener ideas, ser apolíneo es lo
contracultural, lo antisocial y lo políticamente incorrecto.
No me gusta el periodismo tal
como se bosqueja en tus clases. Nunca me gustó la serie del Coronado ni me veo
de becario frustrado y pringado. Un conocido, del País, ya me advirtió sobre
este mundo lobezno. Tampoco aspiro a publicar mis relatos literarios. No soy
“novelista metido a periodista”, como decías en tu clase, pues me basta, me
sacia y me da esplendor escribir para mi mismo (o como mucho para mi alma
gemela). Los fantasiosos tendemos a la misantropía porque nos colma nuestro
propio mundo interior, aunque este no nos sacie el estomago.
La actual ética periodística si
parece “deplorable y francamente mejorable”. Sin embargo, me gustó la clase que
versó sobre la “vieja escuela” del reportero que salía a la calle a buscar la
noticia. También el “nuevo periodismo” (como el reportaje de I. Allende sobre
una niña agonizando en un pozo. ¿Olliana Fernández se llamaba?)
Creo que falta sentimiento en
el periodismo, por pascaliano que suene y peligroso que parezca. No enturbiaría
la palabra sentimiento llamando así al sentimiento patriótico o al
antinacionalista o a esas confesiones de tocador (prensa preciada de “cardiaca”
pero que no llega ni a estomacal por indigestible).
Hay sentimientos auténticos
como el maternal, única sangre (la afectiva) con qué entra la letra. Esa intención
de plasmar la belleza o el dolor no es ni falsa ni verdadera, pero si es
sincera, al menos para mí. Y siento traicionarme a mí mismo cada vez que
escribo sin autenticidad, sin sinceridad, como si prostituyera mi capacidad de
escribir.
No concebía la escritura
periodística como mero transcribir de escribano mal pagado, hastiado en su
rutina profesional y refugiado en la norma.
Esa falta de implicación emocional del comunicador se contagia en un
espectador que asiste impasible a las muertes “que echan” por la Tv. -Hoy toca
una de Irak-. Esas imágenes las envolvemos en un halo cinematográfico o virtual
para no despertar la conciencia. Podemos llorar con Titanic o con Ana Frank,
pero no con estas noticias, más ficticias que las novelas. Imagino un periodismo
burocratizado, formalista, impregnado de creencias políticas, dimes y mentís,
chismes y chanzas, doxas de prepotentes lideres de opinión o “gatekeepers” como
el Urdazi, copias y pegas de mensajes institucionales... y prefiero ni
imaginarlo.
Ni sueño con ser periodista ni
me espera nadie en ese oficio cruel donde tiras una piedra y salen 7
titulizados que curran en el burger. ¿Cómo no sentirse desazonado y frustrado
ante esto? Y aún peor barrunto la industria editorial que comercia con
sentimientos y pensamientos íntimos. Libros que a la semana se apartan del
stock del estante, se descatalogan y se queman en pira común, como en los
mejores años del nazismo.
Gracias por la breve
introducción al periodismo pues me ha hecho desistir de creerme capaz de
desempeñar la concepción clásica del periodista, y sólo tengo claro que me
gusta aprender, leer y escribir. Mis sueños tienen más que ver con mi vida
personal que profesional y de momento sólo me preocupa sacar jugo a este báculo
hacía un mayor bagaje cultural. El auto didactismo es el único título que nunca
te puede fallar en el INEM de “los perdidos” (ahora, con la jerga economicista,
el artista es un “autónomo”), pero hay algo que sí ofrece la clase; las
anécdotas personales, la socialización de lo aprendido, el intercambio de
opiniones (no ha habido muchos en esta clase más preocupada por “fichar” que
por participar)... etc.
Ese componente o factor humano
ha hecho más amena la clase, pues se aprende más de las experiencias personales
que de los libros. Creo que se consigue más empatía poniendo ejemplos de fútbol
o de política que son las creencias en que viven sumidos muchos de mis
compañeros, pero espero que el periodismo no se reduzca a declaraciones sobre
el plan Ibarretxe, y encontrar personas lunáticas, volátiles, soñadoras, que
compartan mis inquietudes culturales, artísticas, personales y ante todo
vitales.
“El pobrecito soñador” (Larra
en sus artículos se llamaba el “pobrecito hablador”)
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