miércoles, 13 de septiembre de 2017

EL MODERNISMO Y GAUDI

 “Los seres vivos se caracterizan por líneas onduladas o por líneas serpenteantes. Cada ser vivo serpentea a su propia manera. La meta del arte consiste en expresar precisamente semejante serpentear” (Bergson).
Bergson es el gran filosofo del movimiento. Él sigue a Nietzsche y a otros filósofos de la sospecha y a los científicos de su época dándose cuenta de que la vida no es una estática, no permanece quieta, la vida es una dinámica, la vida ya no será concebida como un ente abstracto y en términos de absoluto (como en el humanismo tradicional) sino como la vida concreta de un ser vivo, como TU VIDA, ese vitalismo irracionalista, sentimental, pasional, que le entra a Europa en los años 20, felices años de desarrollo económico sostenido, y de un capitalismo y keynesianismo todavía sano. Este vitalismo lo trae Ortega a España mezclado de racionalismo alemán, en su teoría racio-vitalista.
 
Según los vitalistas, el arte es expresión de la vida interior y exterior del ser humano, pero sobretodo del mundo interior (con lo que se revalora imaginación, creatividad, originalidad, idealismo...). Por tanto, quieren un arte en movimiento, ondulante, vivo.
Una arquitectura que se mueva, que imite a la vida, aliada del hombre y no alienante del mismo. Piden unas formas sinuosas, voluptuosas, como la inaprensible vida humana que es ante todo vida animal, inconsciente, “pulsión vital” (concepto de Bergson)...

De ahí que el modernismo tenga un gran fondo intelectual, aunque sobretodo carga emocional- pasional, y se preocupe ante todo de guardar las formas estéticas, y de recuperar, restaurar nostálgicamente casi, las formas artísticas anteriores. No hay que perder la tradición europea, se dirá Ortega y Gasset, por ejemplo, y arquitectos como Gaudí que a través de lo eclíptico, rescatan formas arquitectónicas antiguas o incluso de otras civilizaciones y culturas y hasta imitando las formas presentes en la naturaleza. Los modernistas tienen idealizado el pasado; iglesias románicas, góticas, palacios neorrománticos, castillos ideales, ensueños de su imaginación... es por tanto la arquitectura una forma de arte vital.
Y sus formas ya no serán el estatismo, la línea recta, la cuadricula perfecta, las formas geométricas puras, sino la ondulación, la contradicción sentimental, las formas serpenteantes, los recovecos del edificio como el laberinto mental y emocional del ser humano... es por ello el modernismo el preferido de los grandes genios, como Gaudí. Genios personales, auténticos, vitalistas.
Sin embargo, sólo la alta burguesía podía o puede acceder a estos palacios ensoñados. Los felices años 20 eran felices para cuatro. Los materiales de construcción son más caros que los funcionales. El multi- culturalismo y los ornamentos tribales o colonistas que decoran sus mansiones son ostentaciones de poder y fetichismos burgueses.
Esta alta burguesía quizá no comprende del todo intelectualmente este modelo arquitectónico, pero les gusta, las enamora, emocionalmente. El gusto rococó, barroco, ornamental, modernista, exquisito, esnobista, retorcido, se pone de moda en una Barcelona en su fiebre del oro, enriqueciéndose a base de confiterías, industrias ferreteras, grandes bancas, obras públicas, industria textil etc 
 
“La línea es una fuerza que actúa de la misma manera que las fuerzas naturales elementales: varias líneas de fuerza que se encuentran, actuando en sentido contrario en las mismas condiciones, producen los mismos resultados que las fuerzas naturales en oposición recíproca. Operan en estas líneas las mismas fuerzas que en la naturaleza están presentes en el viento, en el fuego y en el aire. El arroyo que se precipita contra una piedra que se opone a su curso cambia de dirección y dirige sus aguas contra la orilla opuesta, para socavar y minar sus márgenes. Los vientos que soplan contra las poderosas cimas de las montañas se rompen en sus masas inmóviles, y el fuego encendido bajo bóvedas de piedra se extiende, sube y se lanza en busca de salida” (Van de Velde).
 
Quiere el modernismo tal como este texto refleja, volver no sólo al eclecticismo de formas románticas e idealizadas de la cultura anterior, sino además reconciliarse con las formas ya presentes en la naturaleza. Los científicos, darwinistas, biólogos de este momento histórico europeo están ya hacen una llamada de socorro ante la desaforada industrialización que perjudica el medio ambiente. Empieza en este momento el movimiento ecologista que siempre había sido sólo cosa de voces aisladas en los humanistas (Rousseau con su vuelta romántica a la naturaleza. El retorno al entorno de los poetas románticos, griegos, y de ciertos filósofos naturalistas)
Lo que se admira en la naturaleza es lo que siempre han admirado los poetas románticos; que fuera un caos, algo tan fuerte que contradecía todo el orden social humano de cualquier civilización. Quizá los poetas griegos, que también idealizan la naturaleza, veían en ella el verdadero “orden natural” concibiéndola como un todo orgánico, compacto, sereno. La naturaleza era el Cosmos griego. Los medievales también ven así la naturaleza, una naturaleza hecha por Dios y perfectamente ordenada y controlada desde arriba. 
 
Sin embargo, a partir del romanticismo la naturaleza es sinónimo de caos, formas que ya no obedecen a determinismos divinos ni a lógicas humanas, ni tomistas ni de ningún tipo. La naturaleza, incluso la naturaleza humana, es caótica, agreste, salvaje y eso los románticos lo admiran, lo temen, les asusta... (como el cuadro de un burgués bohemio mirando el acantilado en la neblina) El modernismo va a añorar también las formas presentes en la naturaleza, como puede verse por ejemplo en el parque Guell de Gaudí.            El hombre ante este caos de la naturaleza del que todo parte sólo puede imitarlo, reproducirlo humildemente. No somos nada frente a las fuerzas y voluntades y poderíos de la naturaleza, la madre tierra, etc, viene a decir el romanticismo, con lo cual se rechaza la civilización evadiéndose en la naturaleza, en el campo (como la campiña burguesa o la sierra madrileña). Pero el modernismo intentará que la civilización imite a la naturaleza y no sea anti- natural, al menos en sus formas, pero en mi opinión consiguen justamente lo contrario; rizar el rizo a las formas naturales y enrevesar la naturaleza que quizá es más sencilla que todo eso. El modernismo cae en una sofisticación excesiva pues intentan ponerle el lazo a la naturaleza ya creada.
El modernismo es vitalista, sí, pero enrevesado, al intentar imitar las caóticas formas naturales crean otro tipo de orden humano, basado en líneas curvas, ornamentos, enrevesamiento de formas... podría reprochárseles a los arquitectos modernistas que la naturaleza es mucho más sencilla que todo eso.

“¿Quieren saber dónde he encontrado mi ideal? Un árbol en pie sostiene sus ramas, éstas sus tallos y éstas las hojas. Cada parte aislada crece en armonía, sublime desde que el artista Dios la concibió" (Gaudí).
       Gaudí esta expresando ese sentimiento romántico ante la naturaleza, pero con un pequeño matiz muy evidente y es que Gaudí es un cristiano, heterodoxo sin duda, pero cristiano y muy convencido en su fuero interno.  Por tanto, para Gaudí, que había leído a Santo Tomás de Aquino, la naturaleza no podía ser caótica o movida por leyes de causa- efecto como creen los científicos, sino que la naturaleza era obra de Dios, y como obra de Dios que es, la naturaleza es un orden perfecto. Dios, para los medievales, crea un orden humano perfecto que es reproducción directa del orden natural del que todo parte.   Y como todo es tan ordenado, una summa de partes, pues no hay ya espacio para “el caos” que atenten contra ese orden humano. Es la naturaleza por tanto armónica y sublime, y el arte sigue siendo su imitador, su reproductor, quizá ya no pretendidamente mimético, pues desde Wilde y las vanguardias; La Naturaleza imita al Arte. El Arte esta por encima de la Naturaleza. El arte, ósea, lo humano, esta por encima de Dios y de la creación, de la naturaleza. Y así para Gaudí toda la civilización humana es una enorme obra de arte y más fruto de Dios que de los hombres. Ese estilismo esnob le lleva a afirmar que Dios es el gran artista, el demiurgo, de la creación. Y él mismo no hace sino imitarlo cada vez que cree en su creación. Lo imita para intentar llegar hasta él, no para superarlo o combatirlo, y es por tanto toda su creación perfectamente compatible con su religión cristiana. 
 

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