“Los seres vivos se caracterizan por
líneas onduladas o por líneas serpenteantes. Cada ser vivo serpentea a su
propia manera. La meta del arte consiste en expresar precisamente semejante
serpentear” (Bergson).
Bergson es el gran
filosofo del movimiento. Él sigue a Nietzsche y a otros filósofos de la
sospecha y a los científicos de su época dándose cuenta de que la vida no es
una estática, no permanece quieta, la vida es una dinámica, la vida ya no será
concebida como un ente abstracto y en términos de absoluto (como en el
humanismo tradicional) sino como la vida concreta de un ser vivo, como TU VIDA,
ese vitalismo irracionalista, sentimental, pasional, que le entra a Europa en
los años 20, felices años de desarrollo económico sostenido, y de un
capitalismo y keynesianismo todavía sano. Este vitalismo lo trae Ortega a
España mezclado de racionalismo alemán, en su teoría racio-vitalista.
Según los
vitalistas, el arte es expresión de la vida interior y exterior del ser humano,
pero sobretodo del mundo interior (con lo que se revalora imaginación,
creatividad, originalidad, idealismo...). Por tanto, quieren un arte en movimiento,
ondulante, vivo.
Una arquitectura que
se mueva, que imite a la vida, aliada del hombre y no alienante del mismo.
Piden unas formas sinuosas, voluptuosas, como la inaprensible vida humana que
es ante todo vida animal, inconsciente, “pulsión vital” (concepto de
Bergson)...
De ahí que el
modernismo tenga un gran fondo intelectual, aunque sobretodo carga emocional-
pasional, y se preocupe ante todo de guardar las formas estéticas, y de
recuperar, restaurar nostálgicamente casi, las formas artísticas anteriores. No
hay que perder la tradición europea, se dirá Ortega y Gasset, por ejemplo, y
arquitectos como Gaudí que a través de lo eclíptico, rescatan formas
arquitectónicas antiguas o incluso de otras civilizaciones y culturas y hasta
imitando las formas presentes en la naturaleza. Los modernistas tienen
idealizado el pasado; iglesias románicas, góticas, palacios neorrománticos,
castillos ideales, ensueños de su imaginación... es por tanto la arquitectura
una forma de arte vital.
Y sus formas ya no serán
el estatismo, la línea recta, la cuadricula perfecta, las formas geométricas
puras, sino la ondulación, la contradicción sentimental, las formas
serpenteantes, los recovecos del edificio como el laberinto mental y emocional
del ser humano... es por ello el modernismo el preferido de los grandes genios,
como Gaudí. Genios personales, auténticos, vitalistas.
Sin embargo, sólo la
alta burguesía podía o puede acceder a estos palacios ensoñados. Los felices
años 20 eran felices para cuatro. Los materiales de construcción son más caros
que los funcionales. El multi- culturalismo y los ornamentos tribales o
colonistas que decoran sus mansiones son ostentaciones de poder y fetichismos
burgueses.
Esta alta burguesía
quizá no comprende del todo intelectualmente este modelo arquitectónico, pero
les gusta, las enamora, emocionalmente. El gusto rococó, barroco, ornamental,
modernista, exquisito, esnobista, retorcido, se pone de moda en una Barcelona
en su fiebre del oro, enriqueciéndose a base de confiterías, industrias
ferreteras, grandes bancas, obras públicas, industria textil etc
“La línea es una fuerza que
actúa de la misma manera que las fuerzas naturales elementales: varias líneas
de fuerza que se encuentran, actuando en sentido contrario en las mismas condiciones,
producen los mismos resultados que las fuerzas naturales en oposición
recíproca. Operan en estas líneas las mismas fuerzas que en la naturaleza están
presentes en el viento, en el fuego y en el aire. El arroyo que se precipita
contra una piedra que se opone a su curso cambia de dirección y dirige sus
aguas contra la orilla opuesta, para socavar y minar sus márgenes. Los vientos
que soplan contra las poderosas cimas de las montañas se rompen en sus masas
inmóviles, y el fuego encendido bajo bóvedas de piedra se extiende, sube y se
lanza en busca de salida” (Van de Velde).
Quiere
el modernismo tal como este texto refleja, volver no sólo al eclecticismo de
formas románticas e idealizadas de la cultura anterior, sino además
reconciliarse con las formas ya presentes en la naturaleza. Los científicos,
darwinistas, biólogos de este momento histórico europeo están ya hacen una
llamada de socorro ante la desaforada industrialización que perjudica el medio
ambiente. Empieza en este momento el movimiento ecologista que siempre había
sido sólo cosa de voces aisladas en los humanistas (Rousseau con su vuelta
romántica a la naturaleza. El retorno al entorno de los poetas románticos,
griegos, y de ciertos filósofos naturalistas)
Lo que
se admira en la naturaleza es lo que siempre han admirado los poetas
románticos; que fuera un caos, algo tan fuerte que contradecía todo el orden
social humano de cualquier civilización. Quizá los poetas griegos, que también
idealizan la naturaleza, veían en ella el verdadero “orden natural”
concibiéndola como un todo orgánico, compacto, sereno. La naturaleza era el
Cosmos griego. Los medievales también ven así la naturaleza, una naturaleza
hecha por Dios y perfectamente ordenada y controlada desde arriba.
Sin
embargo, a partir del romanticismo la naturaleza es sinónimo de caos, formas
que ya no obedecen a determinismos divinos ni a lógicas humanas, ni tomistas ni
de ningún tipo. La naturaleza, incluso la naturaleza humana, es caótica,
agreste, salvaje y eso los románticos lo admiran, lo temen, les asusta... (como
el cuadro de un burgués bohemio mirando el acantilado en la neblina) El
modernismo va a añorar también las formas presentes en la naturaleza, como
puede verse por ejemplo en el parque Guell de Gaudí. El hombre ante este caos de la
naturaleza del que todo parte sólo puede imitarlo, reproducirlo humildemente.
No somos nada frente a las fuerzas y voluntades y poderíos de la naturaleza, la
madre tierra, etc, viene a decir el romanticismo, con lo cual se rechaza la civilización
evadiéndose en la naturaleza, en el campo (como la campiña burguesa o la sierra
madrileña). Pero el modernismo intentará que la civilización imite a la
naturaleza y no sea anti- natural, al menos en sus formas, pero en mi opinión
consiguen justamente lo contrario; rizar el rizo a las formas naturales y
enrevesar la naturaleza que quizá es más sencilla que todo eso. El modernismo
cae en una sofisticación excesiva pues intentan ponerle el lazo a la naturaleza
ya creada.
El
modernismo es vitalista, sí, pero enrevesado, al intentar imitar las caóticas
formas naturales crean otro tipo de orden humano, basado en líneas curvas,
ornamentos, enrevesamiento de formas... podría reprochárseles a los arquitectos
modernistas que la naturaleza es mucho más sencilla que todo eso.
“¿Quieren saber dónde he encontrado mi ideal?
Un árbol en pie sostiene sus ramas, éstas sus tallos y éstas las hojas. Cada
parte aislada crece en armonía, sublime desde que el artista Dios la
concibió" (Gaudí).
Gaudí esta expresando ese sentimiento romántico ante la naturaleza, pero
con un pequeño matiz muy evidente y es que Gaudí es un cristiano, heterodoxo
sin duda, pero cristiano y muy convencido en su fuero interno. Por tanto,
para Gaudí, que había leído a Santo Tomás de Aquino, la naturaleza no podía ser
caótica o movida por leyes de causa- efecto como creen los científicos, sino
que la naturaleza era obra de Dios, y como obra de Dios que es, la naturaleza
es un orden perfecto. Dios, para los medievales, crea un orden humano perfecto
que es reproducción directa del orden natural del que todo parte. Y como todo es tan ordenado, una summa de
partes, pues no hay ya espacio para “el caos” que atenten contra ese orden
humano. Es la naturaleza por tanto armónica y sublime, y el arte sigue siendo
su imitador, su reproductor, quizá ya no pretendidamente mimético, pues desde
Wilde y las vanguardias; La Naturaleza imita al Arte. El Arte esta por encima
de la Naturaleza. El arte, ósea, lo humano, esta por encima de Dios y de la
creación, de la naturaleza. Y así para Gaudí toda la civilización humana es una
enorme obra de arte y más fruto de Dios que de los hombres. Ese estilismo esnob
le lleva a afirmar que Dios es el gran artista, el demiurgo, de la creación. Y
él mismo no hace sino imitarlo cada vez que cree en su creación. Lo imita para
intentar llegar hasta él, no para superarlo o combatirlo, y es por tanto toda
su creación perfectamente compatible con su religión cristiana.
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