“Desde
el principio, los pintores impresionistas, en esa preocupación por la verdad
que les hacía limitarse a la interpretación de la vida moderna observada
directamente y al paisaje pintado directamente, habían visto los objetos
solidarios a unos de otros, sin autonomía cromática, participando en los
hábitos luminosos de sus vecinos; la pintura tradicional los consideraba como
aislados idealmente y los iluminaba con una luz artificial y pobre. Estas
reacciones de colores, estas repentinas recepciones de complementarios, esta
visión japonesa no podían expresarse mediante las tenebrosas salsas que se
elaboraban sobre la paleta: esos pintores hicieron, por tanto, notaciones
separadas, dejando a los colores estremecerse, vibrar con bruscos contactos y
recomponerse a distancia; envolvieron sus temas en luz y aire, modelándolos en
tonos luminosos, osando a veces incluso sacrificar todo modelado; en fin, el
sol quedó fijado en sus telas” (Fenéon,
1886).
Simplificando
mucho, podemos decir que el pintor expresionista prioriza su subjetividad
frente a la objetividad del mundo mientras que el impresionista quiere retratar
el mundo, lo objetivo, a través de su subjetividad. Y son matices muy distintos
porque el pintor expresionista suele retratar un mundo desgarrado como su
corazón (muchos eran comunistas, por ejemplo) frente al impresionista que
acepta el mundo, acepta lo que hay, pero también lo siente históricamente, vive
su época y la vive además con optimismo vital.
Si en
el expresionismo lo importante es el mundo interior del artista y como le duele
su mundo (como le duele la guerra a Grosz, por ejemplo), en el impresionismo se
trata de aprehender la realidad exterior en toda su objetividad. Especialmente
atenderán a la naturaleza y como esta incide sobre la vida humana. Los autores
impresionistas son más paisajistas que retratistas, por eso mismo, pero no
serán ya unos paisajes románticos.
Ya no será una idealización de la vida
natural, bucólica, pastoril, en estado puro como en el renacimiento ni una
visión salvaje, sentimental y caótica de las fuerzas de la naturaleza como en
el romanticismo. Les preocupa captar como incide la naturaleza en la
civilización humana, más que lo contrario. Les preocupa la vida autentica, y
real y en su temática son más realistas que los mismos realistas. Aunque en su
técnica no lo sean.
La
mayoría de paisajes son urbanos; salidos de campo de la burguesía, terrazas de
verano, retratos de la calle... Quieren ser artistas sociales que salgan al
exterior, al mundo, a la calle. Ya no se quedarán los impresionistas en su
estudio o en su taller pintando según su imaginación, sino que cogen atril y
pinturas y se instalan en medio de una vía pública parisina o fuera de la
ciudad, en el campo. Quieren captar la luminosidad y las sombras, de la vida,
los juegos de luz, los colores reales que hay en la vida... y pronto se
percatan que la vida tiene más colores que los que caben en sus paletas, por lo
que innovarán sobretodo en la búsqueda de colores y matices.
En este
apego al colorismo vitalista y en su afán detallista serán unos innovadores,
pero sobretodo en su técnica para, a través de mucho esfuerzo, lograr crear al
final una “impresión” de la realidad que trasmite mucha carga sentimental y
vitalismo emocional.
Tratan
de imitar a la realidad, pero no de forma mimética como en el realismo puro o
en la anterior tradición, sino la realidad tal y como ellos la perciben, muy
subjetivamente, pero intentando verla desde muchos ángulos y puntos de vista,
aumentando así la perspectiva tradicional. Y además quieren captar el cambio, y
el movimiento, de esa vida en la naturaleza o en la ciudad. Por eso sienten que
la vida se les escapa, que no pueden aprehender todo el mundo exterior. aunque
intenten verlo desde ese perspectivismo.
“Un paisaje no tiene la menor
existencia como tal paisaje, ya que su aspecto cambia en cada momento. El sol
va tan deprisa que no puedo seguirle. También es culpa mía: quiero asir lo
inasible: esta luz que se escapa llevándose el color es algo espantoso. El
color, un color, no dura ni un segundo; a veces tres o cuatro minutos como mucho.
¿Qué se puede pintar en tres o cuatro minutos ?” (Claude Monet)
La
novela En Busca del Tiempo Perdido de Proust es un ejemplo en literatura de lo
que se pretende captar en la pintura; quieren captar como pasa el tiempo, ósea
el movimiento, los cambio físicos y pequeños que se dan en la vida... la vida
no permanece estática como en un cuadro, no es la vida bidimensional sino
tridimensional, pero ellos no tratan de desglosarla en sus formas como un
cubista ni de comprenderla intelectualmente, ellos sólo tratan de reflejar esa
vida desde su optimismo y su realismo... La vida constantemente se mueve,
cambia, evoluciona... y sienten la fugacidad de su tiempo y de su alegre vida
bohemia, por lo que las pinceladas son suaves y detenidas, intentan pararse
para poder comprender la vida fugaz, son tan felices en esa juventud perpetua
que viven que quieren captar el carpe diem y hacerlo eterno. El impresionismo
es reflexivo en ese sentido, pero una reflexión rápida, hecha sobre la marcha,
como el novecentismo de Ortega y Gasset y su raciovitalismo que tiene muchas
influencias impresionistas. “Yo no sistematizo nunca mi filosofía, yo
reflexiono sobre la marcha de mi vida moderna” dijo el maestro.
Las
pinceladas son hechas con detenimiento y precisión y mucha serenidad, pero han
de dar una impresión final de ser hechas de forma rápida. Como un escritor muy
reflexivo que maneje tan bien el ritmo de sus composiciones que su texto de
impresión viva, de algo escrito en servilletas de papel de un café de París.
(Proust de hecho escribía en la cama, tenía mucho tiempo para pensar, pero daba
la impresión de que escribía de forma rápida) No son trazos salvajes y
violentos como en el expresionismo, sino serenos, calmados, suaves, reflexivos,
muy preocupados aún del esteticismo y de reflejar la belleza, que sin duda, además de fealdad, hay
en el mundo. Es un arte de pararse un momento, un arte lento, que sin embargo
quiere dar la impresión de ser hecho de forma rápida. No es un arte violento o
revolucionario como el expresionismo sino sereno, en calma, detenido,
intentando parar el tiempo, aunque el resultado final es que da apariencia de
algo vivo y que se mueve. Prestan atención al más nimio detalle y de esto
aprenderá luego el híper realismo y otras corrientes. Proust en la literatura
es un autor híper realista pero precisamente eso es lo que le da más
subjetividad que un autor realista a secas. Proust en una descripción capta
hasta el más pequeño detalle y sus descripciones son exhaustivas, muy
reflexionadas, pero dando la impresión de pequeñas pinceladas fugaces, hechas
sobre la marcha. Los impresionistas, al igual que Proust, son muy observadores
de su tiempo y captan los pequeños detalles de sus cenáculos, la sonrisa de una
amiga, la forma de un rayo de luz incidiendo en su vestido, las modas etc... A
la revanche del tiempo perdido es una novela que le lleva toda su vida a
Proust, en la que esta él y está toda su época y este propósito de captar la
realidad de forma tan realista, pero a la vez tan personal lo comparte con los
pintores impresionistas.
Los
impresionistas son detallistas y esto llevará al puntillismo de Seurat. Por ese
afán al detalle pintan no en pinceladas largas sino atendiendo cada punto con
autonomía. Más que las líneas, crean por puntos, por ángulos de luz y de color.
El arte impresionista al mirarlo desde lejos te da “una impresión” de la
realidad, como un flash parado, captar la realidad en un momento concreto,
único, irrepetible, en ese momento... y no en lo eterno. Da sensación de que se
ha detenido justo ese momento y no otro, que no pintan a unos burgueses tomando
el té sino a esos burgueses con nombre y apellidos en ese momento concreto- y
no en otro- en que el sol entraba por la ventana dibujando una iriscencia en la
rayita del pantalón. Se sentían quizá tan felices, o no sé, tan jóvenes al
menos, que les obsesionaba detener el tiempo y captar hasta el último detalle
de la vida para que no se perdiera con sus muertes... Un tiempo fugaz, una vida
moderna demasiado veloz, que no se para ante nadie o ante nada... Europa pegaba
un salto de la modernidad a la contemporaneidad de forma más revolucionaria que
paulatina, se rompía con todo lo anterior, empezaba un nuevo milenio y todos
sentían la sensación de que el tiempo se les escapaba de las manos. La pintura
tradicional les parece que ha intentado captar lo eterno y no lo concreto, lo
vivo y en movimiento. Les da la impresión de que un paisajista renacentista
retrataba una naturaleza idealizada, vista como absoluto, y desde su
imaginación, que él no la había visto realmente nunca. En ese sentido no les
parece objetiva. Y el paisaje romántico también es más una idea conceptual que
algo real, objetivo. Y aunque quieren partir del realismo lo que le reprochan
al paisaje realista es que también sea estático, inmóvil, como algo congelado.
Además, les parece que todo el pasado es oscurantista, lleno de sombras, y
tienen una fe ciega en el progreso, en que ahora el mundo va a ser distinto a
partir de ellos... Desde ese vitalismo, ellos quieren aprehender la belleza de
la vida, la luz, los colores... no olvidemos que es una época de florecimiento
económico, de positivismo y de optimismo en la que Europa aún no ha vivido las
guerras mundiales ni el dolor. Se sentían felices en su bohemia y querían
mostrárselo al mundo. La segunda bohemia, la que se da a partir de la guerra
Mundial, es ya una bohemia no alegre y festiva sino triste, deprimida,
desolada, muriéndose de hambre... En mi opinión existieron dos bohemias en el
siglo XX; la de los burgueses del primer París que veían la vida con optimismo
y la de los desclasados de después, como dadaístas o surrealistas, que fue
muchísimo más dura. Tienen una visión japonesa por esa obsesión suya por parar
y detener la fugaz “vida moderna” que a ellos se les antojaba demasiado rápida,
quizá, y su obsesión es pararla un segundo para captarla en sus luces y
colores. Su pintura pretende ser como un haikus que pare el tiempo en un
instante, parar la vida en este instante tan feliz, tan vivo... y también
tienen gusto por lo oriental porque les parece que allí tienen otro tratamiento
del tiempo y de la vida vista más como un circulo que como una línea de
progreso. El gusto por otras culturas, ese cosmopolitismo que nace en el XVII,
no es tan evidente como en el modernismo, pero también se encuentra presente en
ellos. En su rebelión al academicismo y su salida a las calles y a la bohemé se
empaparán también de otras culturas y una tradición pictórica, la oriental, que
el europecentrismo de la academia tenía bastante olvidado. Para la mayoría de estos pintores el sol no
era ya sinónimo de un Dios estático en un mundo estático, sino que el sol era
la vida, el dador de vida, de luz, de colores, de disfrutar el instante fugaz
para luego no arrepentirse de ir a la zaga del tiempo perdido. Y es eso lo que
emocionalmente nos trasmiten los pintores impresionistas; alegría de sabernos
vivos, en este instante, en este momento tan fugaz, en todos sus detalles, en
todas sus pequeñas cosas.
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