Tu no puedes
volver atrás, porque la vida ya te empuja
Como un aullido
interminable...
Hija mía, es
mejor vivir Con la alegría de los hombres
Que llorar ante
el muro ciego.
Te sentirás
acorralada, Te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás
no haber nacido...
Yo sé muy bien
que te dirán que la vida no tiene sentido
Entonces siempre
acuérdate de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso:
La vida es
bella, ya verás como a pesar de los pesares
tendrás amigos,
tendrás amor
Un hombre solo,
una mujer, así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada
Pero cuando te
hablo, cuando te escribo estas palabras, pienso también en otra gente
Tu destino esta
en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos.
Otros esperan
que resistas, que les ayude tu alegría,
tu canción entre
sus canciones
Entonces siempre
acuérdate, de lo que un día yo escribí
Pensando en
ti como ahora pienso...
Nunca te
entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me
quedo
“La vida es
bella, tú verás como a pesar de los pesares
tendrás amigos,
tendrás amor”
Por lo demás no
hay elección Y este mundo tal como es será todo tu patrimonio
Perdóname no sé
decirte nada más, pero tú comprende
que yo aun estoy
en el camino GOYTISOLO
Mamá:
Siempre me armo un lío con las fechas,
por eso en San Valentín me adelanto al día de la madre, igual que me apresuré a
nacer, para escribirte estas líneas. Se me da mal la sinceridad, así que
hablaré del tiempo que hace hoy por la ventana; Desde tu adiós, el viento no
deja de presagiar aguaceros y reprochar besos olvidados en el tintero. La brisa
al pasar, cruje en las baldosas de la cocina y trae tu aroma adherido a sus
suspiros.
El mismo viento que se coló en tu vientre
cuando un ovillo pugnaba por salir, y en nuestros silencios. El mismo de
aquella mañana de resaca en que te marchaste, aunque ya te hubieras ido hacía mucho. Tu mirada ida
recorría el angosto pasillo, apesadumbrada por la penumbra. Ausente encendías
un cigarro, eludiendo mi cuarto. Mi fortaleza de papeles te empequeñecía hasta
caber por las cerraduras, nunca entrabas si me encontraba yo dentro. Las nubes
de algodón, con rabia, calaban los geranios de rocío. Al marcharte, caía
xirimirí. Tras tanto tiempo sin hablarnos, me preguntaste qué estaba
escribiendo y no hubo despedida, ni frase de película, ni derrumbe en la
muralla de silencio fraguada cada día, ni más resoplidos o reproches, ya no
hubo nada.
En este eco de
paredes sordas aún oigo tus gritos, tus canciones de Sabina batallando contra
mi música, y el aire todavía se tensa de esa cerrazón de dos planetas en
continua colisión, jugando a hacerse daño.
Los primeros días temí visitar tu nueva
casa, y encontrar tu sonrisa mutada como la piel de las serpientes y olvidar
las calles por las que te alejaste, como un Peter Pan con amnesia. Según la
leyenda, “los idos”(Ofelias enloquecidas por ver tanta locura o madres
despidiéndose en tardes pegajosas de calor) no deben acariciar las flores de
loto, porque a pesar de ser más preciosas que tus geranios, sumen en olvido y
sumergen en distancia.
Y por eso te busqué; Y nos pedimos
perdón sin palabras, porque la sinceridad se nos da mal, y porque a una madre
no consiguen olvidarla ni sicólogos conductivistas, ni el Prozac suicidándose
por el esófago, ni todo el mar de alcohol que rebosa en los bares.
La responsabilidad de traerme al mundo te
desbordó, hasta entonces y a través de tu parche en el ojo, sólo habías visto
media realidad. La princesa de Ebolí en su jaula de oro, echa el vuelo. Y el
palacio queda vacío, y el jardín yermo, y las enredaderas se enroscan por mi
piel, como serpientes. Las palomas no vuelven, desde que nadie las cuenta cuentos en la
terraza. Han talado el roble del parque bajo el que leías y se ha negado a
hablar más. Cerraron el cine donde veías fragmentos de vida desde la última
fila, se consuelan pensando en que su única espectadora ha huido a vivir su
propia película. Las flores mustias no
crecen y el otoño lo ha convertido todo en un mar de hojas pálidas. No hago
nada, y el tiempo corre en un reloj mojado, en un reloj de arena seco. Tu
jardín secreto, maldito en tu ausencia.
Me rescataste del oscuro olvido, para
enraizarme a un mundo de ramas enredadas. Mis piernas surgieron del cóncavo origen
de la vida, como dos ramas reclamando vida propia, y viento.
En el tronco de tu vientre germinaba un
ciprés. No pegaba patadas como futuro futbolista. El ciprés se limitaba a
llorar dentro de ti, siguió llorando todo el parto, y mucho tiempo después. Al
cortar nuestro cordón umbilical, podaron un mismo árbol y florecieron dos hojas
tan distintas como iguales. Dos hojas que han tratado de superponerse, de
escapar una de la otra, pero que siguen cosidas en el herbario. ¡Dos ombligos
nunca dejan de comunicarse!.
Mama, cuando suba la marea, no quiero
que me arrastré hasta las olas, irme de tu puerto. No dejes que las aguas me
lleven, ¡ay mama! ¿No te parece cruel estar mustio en vida, como un árbol sin
hojas? Harto de ser un naufrago huérfano, saldré a flote en cualquier mar.
Muerto
resucitado nací resurgiendo de tu marea fetal, sin derecho a tu asidero
salvavidas. Nadie tiene derecho a nacer, pero mama, el parche te había enseñado
lo que es la oscuridad y me alumbraste, me diste lumbre, luz. “El padre pone la semillita en la tierra de
mama”, me explicaste, “como la tierra nutre a las plantas de sus semillas, o
las lagrimas alimentan las olas”, así nacen los niños.
Recuerdo que
solías levantarte arrastrando tierra yerma en cada ojera, me despertabas con un
ósculo rosa. Abría los ojos y enfocaba tus manos abriendo la persiana, con el
primer cigarrillo encendido. Tus besos sabían a café o a chocolate negro, los
odiaba, quizá odiará despertar.
Los besos de
Buenas Noches siempre resultaban más tiernos, más trágicos, no quería que te
fueras. Tenía miedo de la oscuridad, a los fantasmas; polizones en nuestro cine
de las sabanas blancas.
También me
visitan a la memoria, como ráfagas, tus esperas a la salida de clase,
acarreando la compra, arrancándome la piel en cada abrazo. En todas esas noches
en que creí que jamás volveríamos a hablarnos, el cordón siguió intacto. Quiero
decir que el cordón se comunicaba aun en nuestros silencios, aunque no lo
oyéramos. Y que tal vez lo hará siempre.
Tu hijo, agradecido.
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