jueves, 21 de septiembre de 2017

PALABRAS PARA MAMÁ



Tu no puedes volver atrás, porque la vida ya te empuja
Como un aullido interminable...

Hija mía, es mejor vivir Con la alegría de los hombres
Que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada, Te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido...
Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene sentido

Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor

Un hombre solo, una mujer, así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada

Pero cuando te hablo, cuando te escribo estas palabras, pienso también en otra gente

Tu destino esta en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones

Entonces siempre acuérdate, de lo que un día yo escribí
Pensando en ti  como ahora pienso...

Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo

“La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor”

Por lo demás no hay elección Y este mundo tal como es será todo tu patrimonio

Perdóname no sé decirte nada más, pero tú comprende
que yo aun estoy en el camino         GOYTISOLO

 
Mamá:
Siempre me armo un lío con las fechas, por eso en San Valentín me adelanto al día de la madre, igual que me apresuré a nacer, para escribirte estas líneas. Se me da mal la sinceridad, así que hablaré del tiempo que hace hoy por la ventana; Desde tu adiós, el viento no deja de presagiar aguaceros y reprochar besos olvidados en el tintero. La brisa al pasar, cruje en las baldosas de la cocina y trae tu aroma adherido a sus suspiros.
El mismo viento que se coló en tu vientre cuando un ovillo pugnaba por salir, y en nuestros silencios. El mismo de aquella mañana de resaca en que te marchaste, aunque ya te hubieras ido hacía mucho. Tu mirada ida recorría el angosto pasillo, apesadumbrada por la penumbra. Ausente encendías un cigarro, eludiendo mi cuarto. Mi fortaleza de papeles te empequeñecía hasta caber por las cerraduras, nunca entrabas si me encontraba yo dentro. Las nubes de algodón, con rabia, calaban los geranios de rocío. Al marcharte, caía xirimirí. Tras tanto tiempo sin hablarnos, me preguntaste qué estaba escribiendo y no hubo despedida, ni frase de película, ni derrumbe en la muralla de silencio fraguada cada día, ni más resoplidos o reproches, ya no hubo nada.
En este eco de paredes sordas aún oigo tus gritos, tus canciones de Sabina batallando contra mi música, y el aire todavía se tensa de esa cerrazón de dos planetas en continua colisión, jugando a hacerse daño.
Los primeros días temí visitar tu nueva casa, y encontrar tu sonrisa mutada como la piel de las serpientes y olvidar las calles por las que te alejaste, como un Peter Pan con amnesia. Según la leyenda, “los idos”(Ofelias enloquecidas por ver tanta locura o madres despidiéndose en tardes pegajosas de calor) no deben acariciar las flores de loto, porque a pesar de ser más preciosas que tus geranios, sumen en olvido y sumergen en distancia.
Y por eso te busqué; Y nos pedimos perdón sin palabras, porque la sinceridad se nos da mal, y porque a una madre no consiguen olvidarla ni sicólogos conductivistas, ni el Prozac suicidándose por el esófago, ni todo el mar de alcohol que rebosa en los bares.
La responsabilidad de traerme al mundo te desbordó, hasta entonces y a través de tu parche en el ojo, sólo habías visto media realidad. La princesa de Ebolí en su jaula de oro, echa el vuelo. Y el palacio queda vacío, y el jardín yermo, y las enredaderas se enroscan por mi piel, como serpientes. Las palomas no vuelven, desde que nadie las cuenta cuentos en la terraza. Han talado el roble del parque bajo el que leías y se ha negado a hablar más. Cerraron el cine donde veías fragmentos de vida desde la última fila, se consuelan pensando en que su única espectadora ha huido a vivir su propia película.  Las flores mustias no crecen y el otoño lo ha convertido todo en un mar de hojas pálidas. No hago nada, y el tiempo corre en un reloj mojado, en un reloj de arena seco. Tu jardín secreto, maldito en tu ausencia.
Me rescataste del oscuro olvido, para enraizarme a un mundo de ramas enredadas. Mis piernas surgieron del cóncavo origen de la vida, como dos ramas reclamando vida propia,    y viento.
En el tronco de tu vientre germinaba un ciprés. No pegaba patadas como futuro futbolista. El ciprés se limitaba a llorar dentro de ti, siguió llorando todo el parto, y mucho tiempo después. Al cortar nuestro cordón umbilical, podaron un mismo árbol y florecieron dos hojas tan distintas como iguales. Dos hojas que han tratado de superponerse, de escapar una de la otra, pero que siguen cosidas en el herbario. ¡Dos ombligos nunca dejan de comunicarse!.

Mama, cuando suba la marea, no quiero que me arrastré hasta las olas, irme de tu puerto. No dejes que las aguas me lleven, ¡ay mama! ¿No te parece cruel estar mustio en vida, como un árbol sin hojas? Harto de ser un naufrago huérfano, saldré a flote en cualquier mar.
Muerto resucitado nací resurgiendo de tu marea fetal, sin derecho a tu asidero salvavidas. Nadie tiene derecho a nacer, pero mama, el parche te había enseñado lo que es la oscuridad y me alumbraste, me diste lumbre, luz.  “El padre pone la semillita en la tierra de mama”, me explicaste, “como la tierra nutre a las plantas de sus semillas, o las lagrimas alimentan las olas”, así nacen los niños.
Recuerdo que solías levantarte arrastrando tierra yerma en cada ojera, me despertabas con un ósculo rosa. Abría los ojos y enfocaba tus manos abriendo la persiana, con el primer cigarrillo encendido. Tus besos sabían a café o a chocolate negro, los odiaba, quizá odiará despertar.
Los besos de Buenas Noches siempre resultaban más tiernos, más trágicos, no quería que te fueras. Tenía miedo de la oscuridad, a los fantasmas; polizones en nuestro cine de las sabanas blancas.
También me visitan a la memoria, como ráfagas, tus esperas a la salida de clase, acarreando la compra, arrancándome la piel en cada abrazo. En todas esas noches en que creí que jamás volveríamos a hablarnos, el cordón siguió intacto. Quiero decir que el cordón se comunicaba aun en nuestros silencios, aunque no lo oyéramos. Y que tal vez lo hará siempre.       
Tu hijo, agradecido.

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