ARQUITECTURA EN HIERRO Y ESCUELA DE CHICAGO
“No es mi
propósito discutir las condiciones sociales; las acepto como un hecho y afirmo
enseguida que el diseño del alto edificio de oficinas debe ser reconocido y
admitido desde el principio como un problema que debe ser resuelto, un problema
vital que exige una auténtica solución. Expondré las condiciones de la forma
más simple y breve posible: las oficinas son necesarias para realizar negocios;
la invención y perfeccionamiento de los ascensores hacen ahora de la ciudad
vertical, que una vez era tediosa y molesta, algo fácil y cómodo; el desarrollo
de las manufacturas de hacer ha abierto el camino a la construcción de
edificios seguros, rígidos y económicos, de gran altura; el continuo
crecimiento de población de las grandes ciudades y la consecuente congestión de
los centros y aumento del valor de la tierra, estimulan un mayor número de
pisos que, apilados unos sobre otros, inciden sobre el valor del suelo, y así
sucesivamente, por acción y reacción. Y de este modo ha surgido esa forma de
construcción elevada que llamamos el moderno edificio de oficinas”
(Sullivan).
La escuela de Chicago es funcionalista, esto
significa que para ellos el arte ha de tener una función, social, colectiva y
muy pragmática- práctica. Por ejemplo una infraestructura de oficinas tiene
sólo función laboral y por ello se sitúa en el centro de negocios o “center
bussines distrit”. Este funcionalismo viene de Alemania, de la escuela que
surgió en la II Guerra Mundial con la Bauhaus de los años 20 que funcionaba un
poco rescatando el sistema gremial medieval, con nuevos materiales de
construcción y una mentalidad de planificación, geometrización, simplificación
y líneas y formas sencillas y prácticas. Muchos de sus arquitectos huyendo del
nazismo se instalan en Nueva York, como muchos judíos que se convertirán en
mecenas de estos nuevos ricos estadounidenses del sueño americano. Se acoge el
funcionalismo porque legitima y se reafirma en su capitalismo. Estamos en una
época de despegue de la revolución neoliberalista y el ascenso de “yuppies” a
altos puestos laborales en nuevas ciudades, cada vez más metropolitanas y
globales.
Lo importante en la obra de arte,
especialmente en la arquitectura (que es en la que se centran), no es que tenga
un gran trasfondo o fondo que nos haga pensar, no hay fondos ni intelectuales
ni emocionales. Se rechaza en banda toda la cultura anterior, la tradición
clásica. Los edificios funcionales son apáticos, no despiertan ningún
sentimiento en los trabajadores que van diariamente a sus oficinas, a no ser la
enajenación y la “topo- fobia”, que son sentimientos intelectualizados y
absurdas metafísicas marxistas según sus mentalidades empresariales. La
filosofía de estos edificios es la misma que la de todo el sistema capitalista
en general, liberalismo que va variando funcionalmente según las vanguardias,
pero que siempre sigue allí en lo esencial. Lo dejan hacer los políticos y él
se adapta a todo cambio social, tan adaptativos como el funcionalismo en las
formas arquitectónicas.
No hay fondo en la obra de arte
arquitectónico. Sólo hay forma. Ahora bien, la forma ha de ser funcional y no
ornamental, decorativa o estética como en el modernismo u en el eclecticismo y
otras corrientes arquitectónicas. Es una forma práctica el funcionalismo.
Bloques de hormigón sobre pilares, pisos que se van superponiendo unos a otros
como ratoneras, casas alienadas unas a otras. Además, se caracteriza por ser un
movimiento artístico más reproductivo que creativo o productivo, ya que todos
los edificios son muy parecidos entre sí, como su pensamiento único. Ya hagan
urbanizaciones de chalets, centros de negocios u otras zonas y distritos
comerciales, todas se caracterizan por guardan una misma línea, volviendo
ciertamente monótono el paisaje urbanístico.
Los colores de estos edificios
son negros o blancos, con gamas de grises, pero desde luego monocromáticos, no
trasmiten emociones, sólo una austeridad racional y práctica de aprovechan los
materiales y recursos de forma muy lógica, escatimando todo lo posible en
gastos, según una mentalidad empresarial, y por tanto ahorrándose todo
ornamento o añadido. Sus materiales son hormigón, hierro, cristal… rechazan las
figuras de los genios arquitectónicos y artistas personales y también la visión
del edificio como una obra de arte. Más que arte estos edificios responden a
una demanda social que ha de paliarse. No hay que andarse con florituras ni
modernismos. Cuadriculas funcionales que van diseñando las ciudades americanas
con escuadra, cartabón y una mentalidad cuadriculada y unidimensional. Este artista lo dice todo cuando suelta la expresión: “de la forma más
simple y breve posible”. Estos arquitectos hacen lo fácil, lo más sencillo, lo
más cómodo para los bolsillos de promotores del piso, vendedores, arquitectos y
ciudadanos. Formas sencillas, geométricas, cuadriculares, cuantitativas, aunque
no muy cualitativas...
Incorporan los adelantos técnicos
según su pensamiento tecnocientificista y su culto a la tecnocracia. Este culto
a las maquinas, a los objetos, se denota por ejemplo cuando el artista habla de
incorporar los modernos ascensores a los edificios. Sin embargo, esta escuela
no cuenta con que los empleados pueden sentirse ellos mismos objetos, maquinas
autómatas, personas siempre útiles y eficaces, produciendo en unos edificios
asépticos que sin duda les desmotivan y les alienan en sus puestos laborales.
No ha de extrañarnos la tasa de suicidios, moobing o competencia desaforada y
desleal que se dan en estos bloques uniformes de pisos de negocios. Grandes
cristaleras lo caracterizan y a través de ellas los ejecutivos se sienten
aprisionados, encajonados, anhelando quizá originalidad, creatividad y nuevas
formas en la arquitectura, formas al menos que disminuyan su sensación de
alineación, aunque sea solamente en estética.
La repercusión de la escuela
funcionalista es desde luego la que más domina hoy en el mundo globalizado, de
todas las demás corrientes arquitectónicas. Esta llega a Europa por la vía del
racionalismo alemán, pero sobretodo por la influencia estadounidense en Europa
a partir de los años 80 y sobretodo en los 90- 2000. En nuestro país esta forma
de construir rápida, sencilla, monótona, llegará con el “pelotazo socialista”,
la privatización neocapitalista del pp. y el arte de especular de una clase
social, antaño trasgresora en la transición, que se ha aburguesado y necesita
estos pisos casi como patrones de identificación de su poderío social.
Constituyen estos edificios ya casi una simbología, como aquellas dos torres
gemelas derrumbadas por los radicales terroristas o como las torres de Madrid
que se han quemado en pleno centro de negocios.
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