sábado, 20 de mayo de 2017

CLAUDEL AROMAS



Philippe claudel. Su libro aromas son 60 poemas cortos, cada una hace referencia a un olor, y a una experiencia distinta. Desfilamos por los salones de sus casas. Cada olor tiene un valor evocador, como la magdalena de Proust. El olor a ajo nos hace trasladarnos del presente al pasado, es más intenso el presente entero. Cada poema descubrimos que hace mención a un olor reconocible. Cada olor es característico, Claudel busca las palabras para describirlo. 


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Como si quisiera quitarnos de encima el muerto, para describir cada olor recurre a metáforas. Describe los olores y aromas Emplea humor e ironía en cada poema. El olor a los chipirones en su tinta o los canutillos evoca la infancia. Aparece un niño que quiere matar a un conejo, le pega con el palo, hasta desangrarle y ya muerto le pega un tajo con el cuchillo. Recuerda la infancia desde el adulto que es ahora. No es un niño el que lo cuenta, lo cuenta en pasado un adulto. Es algo pasado, contado en pasado. Narrarlo desde el presente lo hace más creíble, lo vivimos ahora en la actualidad, sin carga nostálgica, es un recuerdo desdibujado en el pasado. Retrata como veía el mundo de las cocinas de pequeño, la leña, la cocina de carbón, episodios de entonces contados en el presente, el protagonista es el olor. Describe los garbanzos en el fogón, el olor a chamuscado, o el tocino, la sartén y el olor del aceite y la mantequilla; Abro la puerta de casa, no hay movimiento, hay un olor intenso, mama esta indispuesta, pero me cocina chipirones.
El niño mira a la abuela con ojos como platos. Es un pulgarcito pequeñito de 8 años frente a un ogro que come carne. La explosión de la humareda le pica en los ojos.
Al abrir la puerta de la chabola huele desde aquí a jamón. No a uno cualquiera sino al que abuela compra en un restaurante de la autopista. Pata de jamón ibérico, el más caro, de bellota. La abuela trocea cachos de jamón para echar al cocido y lonchas escondidas entre pan y pan para hacer bocadillos. Con la grasa del jamón mi abuela hace cortezas de cerdo, tocino, una parte va a la nevera y otro a la cazuela. En la cocina vitrocerámica, la pata de jamón se ha quedado anoréxica, muerta de asco en su guillotina de madera
Huele a Nocilla. Hay un niño hipnotizado viendo chin chan, sale de su hipnosis. Se alimentarle por la tarde con la palabra mágica Nocilla. Bebe cola cao bajo en calorías, y come pan integral. Abre la nocilla, y despide un olor dulce a cacao y avellanas, el olor dulzón remite a mi infancia
La bolsa de la compra está reluciente, el filo del cuchillo compite en brillo. Está ya el Café, silbido del fogón, aroma, el sillón se mece entre los ronquidos de mi padre y los alaridos de la cafetera, como el flautista del cuento nadará en mi boca el terrón de azúcar del café.
La cocina de hierro fundido huele que alimenta. La tarde se detiene, viene abuela, prepara una masa de harina, y lo cubre con una cascara de limón cubierto, la retira, no tanto, echa más harina, ordena. Frio humo, pero calidez, olor de invierno, de la traición, y puertas por medio
Salgo de la cama, sorprendo a mi madre, uniendo sabores opuestos como la harina y el azúcar, Adivino el orden que tienen los productos; dos cucharadas grandes de mantequilla, lo mezcla llenándolo de granos de azúcar. Juega con el horno, controla los mandos, lo prueba y está en su punto, espolvorea el azúcar que huele tan rico. están ya los canutillos. Podemos pasar
No oigo ruido en otras habitaciones, mama al oler cebolla se echa a llorar. El tomate también tiene su olor, color, brillante. Está negra de cocinar, pero siente placer al saborear el plato.
Mi madre ha logrado ese milagro de plato. Parte el chocolate grueso, con sonrisa pícara. Es el merecido fin de semana, y el vapor acalora la estancia. La cuchara de chocolate que robé me quema la boca al paladearlo. desprende vapor. Es un placer que no me merezco, o quizá sí, ¿por qué no?  En la crisis siempre hay quienes sufren para que otros disfruten. Sentir el dolor del otro, los pensamientos que no llegan al viento.   


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