martes, 23 de mayo de 2017

MARGARITA DURAS



Margarite duras 1915 1996
Novelista, dramaturga guionista y directora de cine. Era una mujer activa e inquieta con una literatura muy plural y diversa en la época. Es renovadora de todo. Agitadora política y cultural. Inventa una nueva forma de vida de lo femenino y feminista. Es solitaria pero comunista, colectivista. Militante y agitada. Siempre con su orgullo extremo y sus gafas redondas de pasta. Acogió en su casa de París a artistas y escritores amigos y exiliados españoles como Enrique Villa Matas, al que recogió durante bastante tiempo o pintores como Javier Grandes, tío de Almudena Grandes. Decían de ella que era encantadora y valiente, divertida y brillante, una mujer fascinante. Le gustaban los excesos y no necesitaba tomar nada para colocarse. No te aburrías con ella. Es la persona más libre que sus amigos habían conocido nunca. 
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Nació en la Conchinchina. Era el nombre que se daba en la época a las colonias franceses en el sudeste asiático de Vietnam, Corea… sus padres eran marxistas. El dirigía una escuela y la madre era maestra. Nace en esos suburbios donde vive la infancia y juventud. Falleció el padre y volvió a Francia para enterrarle. Era una adolescente cuando lo entierran en la región de Duras. De allí cogió el apellido por el que se la conoce pues en realidad se llamaba donaire.
Volvió a Vietnam con su hermano y hermana. Intentó la madre sacar negocios, pero les arruino. Con 18 años vuelve a Francia. Estudia ciencias políticas, derecho y matemáticas. Se casa en puertas de la segunda guerra mundial- Hizo oposiciones y se colocó en el ministerio de colonias en París. Se casa con Robert Antelme. Se enrolaron en la resistencia, y toman parte en un comando. Perteneció a la resistencia Francoise Mitterrand, el ex presidente de Francia y fueron amigos cercanos. Escribió sobre la resistencia, a punto de caer en una emboscada. El marido fue a varios campos de concentración nazis. No murió y fue rescatado por los aliados enfermo de tifus y hecho polvo. En Francia publica en el 47 uno de los principales libros sobre la naturaleza y experiencia en los campos de concentración; la especie humana. Es un libro muy potente, de los mejores sobre el holocausto. Antes de que le apresaran al marido ella ya tenía algún amante, tanto hombres como mujeres. En el 47 se separa de él, aunque son amigos hasta la muerte. Ambos militaban en el partido comunista francés y contra la guerra de independencia de Argelia. Fue una guerra sangrante para Francia. Escribió su primera novela y al final de la guerra escribe sobre su experiencia en la resistencia en la novela el dolor. Tuvo un episodio peculiar y oscuro. Apresaron al marido y un soldado nazi la chantajeó con que si se prestaba a servicios sexuales liberarían al marido. Ella aceptó, pero no le liberaron. Después ella tomo parte activa en el apresamiento de este nazi al que fusilaron.  No estaba a favor de la pena de muerte, no obstante. Se volvió a casar con su amante Dionys Mascolo con quien tiene su único hijo. Se lanzó a la carrera de novelista. Unía narrativa y cine, ya que fue guionista y directora. Escribió más de 20 novelas, 15 obras de teatro y dirigió 20 películas. Tenía un problema con el alcohol. Muere por una crisis de esa bebida. En el 84 se produjo su mayor éxito comercial, el amante. Al año siguiente Jean Jacques Annaud rueda la película y ella rescribe la novela de forma peculiar en el 91 y lo llama el amante de la china del norte. Cuenta su infancia colonial y cosmopolita y precoz en la escuela que dirigía su padre y donde daba clases su madre. Describe los inicios de la sexualidad, la primera regla, las escapadas, el rio, el arrobo. Hay un espíritu trasgresor en sus novelas. Escribe entonces días enteros en las ramas, moderato cantaible en el 58, el vicecónsul del 65, destruir dice en el 69, diez y media de noche verano, el amor, el mal de la muerte, lluvia de verano, el squad o la impudicia del 43. Tuvo una vida sexual agitada. 
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Se convirtió en un icono de la contracultura francesa, por su capacidad intelectual. Rescribió sus novelas varias veces incluso después de haberlas publicado. Publicar era como poner punto final y ella no quería abandonar sus novelas. Lluvia de verano la escribe en dos días, a todo meter pues no podía dejar a sus personajes por ahí vivos, a los que llamaba “esa gente”. Le daba tiempo a escribir maravillas después de esas resacas de absenta.
En destruir habla de destruir a toda costa escuelas y universidades para hacerlo todo de nuevo, pero más adelante. Le asustaba la ignorancia, el absurdo, la oscuridad penosa. En la escritura busca desprenderse de su propio ser, deshacerse de uno mismo, del pensamiento y hacer ese cambio es más difícil que lanzar un coctel molotov. En una entrevista decía a los jóvenes que no hicieran caso de nadie y hicieran lo que quisieran. Es necesario el cambio para Duras, pero es difícil y toda revolución cultural pasa por cambiarse primero a uno mismo. Hay que olvidarse del lector. Si tiene que cambiar cambiará, lentamente o de golpe y se enfrentará a su cambio. Hace una apología de la destrucción, contra la guerra y el conformismo burgués. En la novela dos parejas se desprenden de sus hábitos y costumbres sociales y sufren un cambio interno. No soportan la vida burguesa. Sufre un cambio profundo cada persona. El feminismo trataba de salvar al mundo porque las mujeres soportan mejor la falta de certezas, son curiosas y salvajes, mientras que los hombres tienen aprendidas sus conductas. Los hombres siguen, pero ellas comienzan.  Ellos argumentan, pero ellas inventan. Los hombres lo siguen. En mayo del 68 se posiciono con el feminismo extremo. Apoya todas las marchas y la abolición de la ley del aborto. Pero acaba desilusionada con el partido, asqueada de que se repitan los mismos estereotipos machistas incluso en la izquierda. Las mujeres quieren alcanzar el modelo femenino, pero no deben hacerlo masculinizándose o convirtiéndose a los valores del hombre. No piden la igualdad con los hombres pues hombres y mujeres son diferentes. Esto también lo decía Simone de Beauvoir. En una entrevista comentó que le daban ganas de ponerse una camiseta en favor de los hombres, tan criticados. 
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Esta mujer suscito odios a su persona por lo polémica y libre que era. Lo normal en ella era la evolución constante de su pensamiento; cambia varias veces de opinión a lo largo de su vida- Riñe con todos por sus actitudes sociales políticas. Piensa que representan cosas estancadas, y recibe palos de todo el mundo. Suscita odios entre la derecha, pero la juventud la admira por su inconformismo y trasgresión política, por su conducta ejemplar. No se la podía encasillar en la derecha o izquierda. La preguntan si está a favor de la propiedad y responde; se puede poseer un coche, pero no a una mujer o a un hijo. Critica el arma posesiva del amor. Tuvo esa relación ambigua con el agente de la Gestapo. Escribe Hiroshima mon amor. ¿qué ha ocurrido en su vida para ser libre honrada pero cobarde en el amor, abierta a tantas nuevas relaciones? Escribe sobre la protagonista de la película y sobre ella misma. Necesitaba tener experiencias. Ella consume la pasión y estruja la vida hasta la última gota. No sabe a dónde va, pero esa no es razón para no ir. En su búsqueda vital defiende la necesidad de existir sin buscar un sentido a la existencia. Hay que perderse y regresar y abandonar la reserva mental, dirigir los pasos al punto más hostil del horizonte. 
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Había miles de tabúes en la época. Sus personajes marginales escapan a la soledad o a la alienación amorosa a través del viaje, el amor o la muerte. Era un escándalo y un riesgo en la época obedecer a los deseos el cuerpo, pero era necesario pasar por la pasión para hacer algo con esta vida, opina. Habla de la impotencia del amor, del dolor, al intentar crecer al cuerpo. Busca en su narrativa lo femenino, la belleza. Cupido tiene rostro imberbe. Fue adelantada a su época en la revolución sexual. Es autora de difícil lectura a pesar de haber sido tan llevada al cine. La película no tiene nada que ver con la novela. Es complicada y tiene el mérito de haber traspasado la revolución al arte, romper las estructuras establecidas, y experimentar incluso con la escritura. A través de imágenes fragmentas y superpuestas crea un relato que deja ver y sugiere y se abre a miles interpretaciones. Salta de un tema a otro, no hay orden cronológico. De la maldad de la hermana pasa a hablar del paisaje, el país azul, el infinito. Sin que se note coloca su discurso y habla de lo que no existe, pero quiere existir. No hay explicaciones para el arte. Adopta el estilo del Ulises de Joyce, las técnicas son visuales, cinematográficos. El hecho es observado desde varios puntos de vista. El narrador, dueño del saber y la verdad, de pronto es anulado. La voz narradora en primera o tercera es poseedora de esa verdad que cuenta, pero en el cine o teatro las cosas suceden delante nuestro y nadie opina sobre los personajes. En la literatura anterior, el narrador interviene e intermedia en las cosas que están pasando. Posee la verdad de las cosas. Pero ella cree que no hay una única verdad de las cosas. Por eso desaparece la figura de narrador en su literatura. Busca con su técnica mostrar puntos distintos de vista. Es una de las creadoras de la Nouvelle Roman, la nueva novela francesa y europea. Es un movimiento literario francés que busca la objetividad al narrar las cosas casi a modo cinematográfico, como una cámara que grabara lo sucedido sin cambiar o intervenir en las cosas. Solo narra. No expone sentimientos. Son novelas que parecen guiones de cine. La rescritura del amante parece una película por momentos. la cámara gira a la derecha y vemos tal. Es el mismo empeño de Nathalie Sarraute o Claude Simón, premio nobel. Consigue así la objetividad narrativa y contar su versión al lector. Se limita a crear imágenes y escenas sin entrar en los personajes. Como si fuera a rodar una peli va describiendo; es de noche, la cámara barre lo que hemos visto. Con este afán a lo objetivo planea la película siguiente al amante. Sigue esa tendencia. El amante muestra la pasión el miedo el amor la soledad la tristeza la familia… es un año de su propia vida donde recuerda su adolescencia en las colonias del sudeste asiático. Su relación con un millonario chino. Escribe en todas partes durante su vida entera. Recibe el premio Goncourt en el 84. Vendió dos millones de ejemplares. Se forró, nunca había tenido tanto dinero y lo dedico a cosas que no debía. 

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El presente de la escritura lo condiciona el pasado. Cuando se recuerda a partir de un año lo importante no es lo que se recuerda. Recordar es un experimento siempre fallido. Esa novela sería distinta si la hubiera escrito en el 75. Varia la comprensión de la propia vida. Es imposible conocernos a nosotros mismos. El ideal es transformarse continuamente. Como dijera Marx; la literatura no debe interpretar el mundo sino transformarlo.  El ser humano se ve de forma distinta en cada época. La libertad debería fluir como un rio, pero en la gente está divida la identidad. Habla de la identidad cuando se la cuestiona. En sus novelas hay filosofía y su forma de ver las cosas
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DURAS. BESOS Y CHISTES MALOS   Por Jesús MARCHAMALO
Su infancia estuvo  marcada por la humedad. La lluvia, los arrozales, el monzón, la jungla impenetrable y tenebrosa a la que, de niña, miraba con recelo, el mismo con que se mira un pozo. Aquella sombra oscura, opaca y tentadora de un lugar casi imaginado, una puerta secreta por la que a veces escapaba un tigre –todo fauces y garras-, una serpiente o algo más peligroso. 
Criada entre palabras de sonidos exóticos –Conchinchina, elefante, sari-, a la sombra de la vida colonial, un poco de opereta, de estuco y falso techo, creció casi olvidada, escapada de una madre, pobre, viuda, maestra, que hablaba con su marido muerto cada noche, quien desde el más allá les transmitía un tranquilizador mensaje de esperanza.
Hubo algo de aquel país del agua que siempre fue con ella. La exuberancia, el jugo de las frutas, así que cuando la obligaban a comer las manzanas que llegaban de la metrópoli, su tacto algodonoso y seco, áspero en la garganta, como una venda, le provocaba arcadas.
Tenía en contra, sí, que era bajita y flaca. Trenzas, pecas, zapatos desgastados, y una expresión adusta, taciturna, rastro de una miseria bíblica y perdurable. Y a favor, una belleza exótica, oriental, de porcelana china, unos labios cereza –siempre rojos de rouge-, y un brillo seductor que la hacía, en aquel paraíso del barro, deseable.
Recordó toda su vida la húmeda repulsión del primer beso que le dio, por sorpresa, un amante, y que fue como un pez que tocara sus labios, una babosa, una culebra muerta. Fue besarla y empezar a escupir sobre el pañuelo, como si la saliva fuera venenosa. 
Así, casi escupiendo, llegó al París de antes de la guerra con su sensualidad arrebatada, casi perniciosa, que fue dejando a su paso un ejército inconsolable de amantes abandonados. 
Y después, escribió, todo el tiempo, incansable.
Hubo un momento en que su casa se llenaba de existencialistas, comunistas mundanos, escritores de culto, cineastas, amigos… Más tarde fue el alcohol, o al tiempo. Una caja diaria de vino de Burdeos. Hasta que veía bichos en la cama. Vacas en la despensa de la casa. Y una muchacha que cargaba libros a su espalda. Visiones que cuando consiguió curarse empezó a echar en falta.
Le encantaban los chistes. Ése del caballo que sale a la calle y se encuentra con una cebra a la que dice, ¿a estas horas todavía con pijama?
Cuando publicó El amante toda Francia se rindió a sus pies. La Duras, le decían. Fue a la tele, le dieron premios, fiestas, agasajos, la recibió el Presidente de la República… Aquel beso de pez la hizo millonaria. ¿Cuánto? Nunca lo supo exactamente. A última hora se hizo un poco de lío con los francos. Los antiguos y los nuevos. 
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Tuvo una relación extraña con un hombre homosexual. En toda vida hay algo oscuro y en el artículo de Simone de Beauvoir hemos derribado un mito. Lo que nos debe interesar es la literatura y no la vida de la autora. La vida no debería interferir en la apreciación de la obra. Duras tenía enemigos por todos lados, pero esto quizá sea más propio del papel couche sensacionalista. Ahora se airea todo, los trapos sucios de la gente. Pero es que Sartre y Simone pusieron su vida como ejemplo de realización de la filosofía de sus obras. Los amigos y amantes airearon sus cartas. Ellos parecían dejar una puerta abierta a ver cómo eran. Lo que sirve es lo que la pareja representó en su momento. ¿Quién aguantaba a Picasso? Pero cuando ves un cuadro no piensas lo cabrón que fue con las mujeres o lo de derechas que era Dalí. Es diferente con los políticos. La familia Ferrugosa era prestigiosa en Cataluña, ya no lo es. Entra en juego lo privado y público, lo que eres, lo que vendes, lo que representas para la gente. Simone de Beauvoir representó un modelo vital para las mujeres, al margen de su obra. Los curas dicen; haz lo que digo, no lo que hago. Y la pareja existencialista no predicó con el ejemplo un buen uso de esa libertad condenada. En la película de Stefen Zweig se nos puede caer el mito pues vemos que el escritor no reaccionó ante la segunda guerra mundial, no se pronunció en escritos contra el nazismo. Buscó el retiro dorado y se suicidó quizás al sentirse culpable. Había escrito libros maravillosos sobre humanismo. 
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La editora Beatriz de Moura de Tusquest hace un retrato de la Duras de joven. Fue una de las pioneras en España que publicó a Duras.
'Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los 18 años ya era demasiado tarde', leemos en la primera página de El amante, de la gran Marguerite Duras, auténtica diva de la literatura francesa del siglo XX. Todo parece indicar, por tanto, que a ella le ocurrió antes de los 18 lo que al común de los mortales nos lleva al menos cinco décadas. De hecho, algo definitivo empezó a ocurrirle a 'la niña' a los quince años y medio, cuando, en la travesía del río Mekong en dirección a Saigón, la mirada melancólica de un joven chino muy elegante se detuvo sobre aquel cuerpo frágil, aún casi infantil, que se adivina a través de un vestido raído de seda vagamente blanco que la brisa adhiere a la piel; lleva además un extraño sombrero de ala plana y unos zapatos de tacones altos de lamé dorado.

Por entonces, antes ya de esos 15 años, cuando todo está aún en suspenso en 'la superficie de la fuerza del río', la jovencita ya le había dicho a su madre que lo que quería era escribir. En realidad ya conocía el dolor de muchas pérdidas, de la humillación, de la pobreza, del deseo, y sabía que de eso escribiría un día. 'No se trata de que sea necesario conseguir algo, sino de que sea necesario salirse de donde se está' para hacerlo; eso también lo sabía ella segundos antes de que algo definitivo empezara a ocurrir, en el instante mismo en que el joven chino salió de su limusina, se acercó a ella temblando y le ofreció un cigarrillo inglés. En ese instante, la frágil quinceañera ya estaba preparada para lo que estaba por ocurrir, ya era mayor, casi adulta. Cincuenta y cinco años después, convertida ya en MD, ella misma nos lo confirma en El amante: 'Desde el primer instante 'la niña' sabe algo así: que el hombre está en sus manos. (...) También sabe algo más: que, en lo sucesivo, ha llegado sin duda el momento en que ya no puede escapar a ciertas obligaciones que tiene para consigo misma. (...) La niña ahora tendrá que vérselas con ese hombre, el primero, el que se ha presentado en el transbordador'.

Que no se lleve a engaño el lector: no estamos ante una historia más de un primer amor. Por muchos motivos; tantos, que, por no abrumarle, me referiré sólo a dos: primero, porque, aunque -como en las novelas rosa o en los culebrones- el amante sea rico y la niña pobre, él chino y ella blanca, y ese deseo, ese amor, sean imposibles antes ya de empezar, esta historia, que ocurre en 1929 en la antigua Indochina, nos conduce mucho más allá de la simple anécdota; ilumina, con la contagiosa pasión que emana de ella, nuestra propia experiencia, por ajena y lejana que sea de la que lleva a la autora a confesar: 'A los 18 años envejecí. (...) Quienes me conocieron quedaron impresionados al volver a verme dos años después. He conservado aquel nuevo rostro. (...) Tengo un rostro destruido'.

El segundo motivo se refiere a la voz narrativa de la Duras, que ha fascinado a tantos imitadores, destrozándolos, por supuesto, porque, de hecho, es única; su escritura le pertenece sólo a ella, y sólo suyo es el don de fascinar con ese estilo propio, inimitable.

Tuve el privilegio de conocerla poco después de que publicara en Francia El amante. Ella salía del infierno de una cura alcohólica y se sumía aún de vez en cuando en silencios insondables que había que respetar. Debíamos elegir una foto para la cubierta de nuestra edición española, la primera en otro idioma. Desparramó sobre una mesa un montón de fotos de aquellos tiempos, entre los 15 y los 17 años. De pronto, apareció el primer plano de un rostro deslumbrante, la mirada fija en nosotros, una mirada adolescente, triste y perversa, temerosa y atrevida a la vez. ¡Allí estaba 'la niña'! A MD le gustó que la eligiéramos sin vacilar. Esa foto dio luego la vuelta al mundo en la cubierta de incontables ediciones en otros idiomas, porque no cabía duda: era el rostro de MD antes de que se convirtiera en un 'rostro lacerado por arrugas secas', el mismo que teníamos nosotros delante aquella tarde de invierno en París mientras elegíamos la foto.

También le gustó la traducción de Ana María Moix, que ha conseguido transmitir en nuestro idioma a los lectores la fuerza, la peculiaridad de esa escritura inimitable. Esta fuerza convirtió El amante en algo desconocido e insospechado hasta entonces para MD: un best-seller, ¡ella, que ya había escrito más de veinte novelas, que era ya una autora consagrada! A partir de entonces, con el rostro y el cuerpo ya devastados por aquélla y otras experiencias feroces, pasó a ser venerada en el mundo entero.

Envidio de verdad a quienes lean por primera vez este libro, e invito a releerlo a quienes ya lo habían hecho, porque, al igual que los grandes clásicos, su lectura sigue estremeciendo y alumbrando nuevas emociones y reflexiones.
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La Conchinchina existe, como Quintana playa. En el squar habla de la soledad y desamor, el cambio, la mejora, beber la vida. aunque los sueños no se cumplan. Los dos acaban bailando, ajenos al ruido de la historia. Se encuentra una mujer que cuida a un niño y un viajante de comercio. Ella le pregunta si eso da para mucho. “Algo se gana, es un buen pasar. No paso hambre, cada día como lo que me apetece. Salgo del paso todos los días. Tengo pocas preocupaciones. Voy tirando. Esto lo hace cualquiera. No hace falta ningún conocimiento, pero ciertas cualidades sí. Saber leer es poca cosa, pero da para comer”, responde él. ¿Eso de viajar puede durar siempre?, le pregunta ella. “Entran ganas de pararse o quedarse, pero no dejas el oficio. Deseas el cambio de oficio, para vestirse y viajar “. La pareja habla de chorradas en la novela y los dos acaban bailando.

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PRINCIPIO DE EL AMANTE DE MARGARITE DURAS:
Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado".
Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino.
Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.
Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Me-kong. La imagen persiste durante toda la travesía del río. Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación. Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas.
La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie. Ya he escrito, más o menos, la historia de una reducida parte de mi juventud, en fin, quiero decir que la he dejado entrever, me refiero precisamente a ésta, la de la travesía del río. Con anterioridad, he hablado de los períodos claros, de los que estaban clarificados. Aquí hablo de los períodos ocultos de esa misma juventud, de ciertos ocultamientos a los que he sometido ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos. Empecé a escribir en un medio que predisponía exageradamente al pudor. Escribir para ellos aún era un acto moral. Escribir, ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es nada. A veces sé eso: que desde el momento en que no es, confundiendo las cosas, ir en pos de la vanidad y el viento, escribir no es nada. Que desde el momento en que no es, cada vez, confundiendo las cosas en una sola incalificable por esencia, escribir no es más que publicidad. Pero por lo general no opino, sé que todos los campos están abiertos, que no surgirá ningún obstáculo, que lo escrito ya no sabrá dónde meterse para esconderse, hacerse, leerse, que su inconveniencia fundamental ya no será respetada, pero no lo pienso de antemano.
Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios, también tuvo la de matarme, la de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad estaba en mí, sabía que existía, como las demás, pero, curiosamente, antes de tiempo. Al igual que estaba en mí la del deseo. A los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer. Ese rostro parecía muy poderoso. Incluso mi madre debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así, por ese rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, a los hechos.
Quince años y medio. La travesía del río. Al llegar a Saigón, viajo, sobre todo cuando cojo el autocar. Y esa mañana cogí el autocar en Sadec donde mi madre dirige la escuela femenina. Es el final de las vacaciones escolares, ya no sé cuáles. Fui a pasarlas a la casita de funcionaría de mi madre. Y ese día regreso a Saigón, al pensionado. El autocar de los indígenas salió de la plaza del mercado de Sadec. Como de costumbre mi madre me acompañó y me confió al conductor, siempre me confía a los conductores de los autocares de Saigón, por si acaso hay un accidente, un incendio, una violación, un asalto pirata, una avería mortal del transbordador. Como de costumbre el conductor me colocó cerca de él, delante, en el lugar reservado a los viajeros blancos.
Debió de ser en el transcurso de ese viaje cuando la imagen se destacó y alcanzó su punto álgido. Pudo haber existido, pudo haberse hecho una fotografía, como otra, en otra parte, en otras circunstancias. Pero no existe. El objeto era demasiado insignificante para provocarla. ¿Quién hubiera podido pensar en eso? Sólo hubiera podido hacerse si se hubiera podido presentir la importancia de ese suceso en mi vida, esa travesía del río. Pues, mientras tenía lugar, aún se ignoraba incluso su existencia. Sólo Dios la conocía. Por eso, esa imagen, y no podría ser de otro modo, no existe. Ha sido omitida. Ha sido olvidada. No ha destacado, no ha alcanzado su punto álgido. A esa falta de haber sido tomada debe su virtud, la de representar un absoluto, de ser precisamente el artífice.

El amor. Son diálogos como de gión de cine, sin el peso del narrador. Un hombre de pie mira la playa, el mar, vestido con ropas oscuras. Atraviesa la superficie, charcos, aguas tranquilas. Alguien camina. Un hombre viene y va y vuelve. Su largo recorrido es siempre igual. Charco, rio. Una mujer de ojos cerrados está sentada. Mira la arena, el final de la playa y la ciudad. El cielo tiene una luz oscura, lentitud, va y viene. El que viene va prisionero. El triángulo de personas se deshace. El hombre pasa, se le ve, se le oye, se miran, su paso irregular se reanuda. Se oye su paso cada vez menos. Va por el malecón alejado, a otra ciudad azul. No rebasa el malecón. Lentitud. Luz oscura. Los dos hombres y la mujer se van juntando, y descubrimos que se conocen y forman un peculiar dialogo entre los tres. 
  
Lo importante no es el argumento en las obras de Duras sino su prosa hipnotizadora. La peli solo muestra el argumento. No es frívolo sino un tratamiento duro el de la novela. Unos viajeros vienen de vacaciones. Se duermen con los traqueteos del tren. Llegan a la estación de austrich, por el boulevard San Michel. A la altura del gran café hace sonar el coche y el latido del contador. Pare, dice. Su boca se hincha, pero ninguna palabra sale de ella. Le pide dinero a su madre. La iluminación del café penetra hasta el interior del taxi. El tiempo se inmoviliza. Lentitud de pesadilla. A la luz carmesí parece llorar. Que me des mil francos. Las frases cortas se extinguen. Has cobrado miles de dólares y me niegas un billete. No eres el único miembro de esta familia, responde ella. La mira como a una desfavorecida a la que podiera respuesta. El bolso deja oír su cierre. La silueta elegante se pierde entre la gente. Recuerda la dirección al taxista. La madre hablaba sola. Sollozos de impotencia. Ojos rojos. Soy pobre, madre. yo me iré. Emocionada, desconfiaba de su cobarde estallido de cólera


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1 comentario:

  1. Muy interesante la información de esta maravillosa mujer.Gracias por recopilar y brindarnos cultura. Saludos

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