sábado, 25 de febrero de 2017

CAJERA DE SUPERMERCADO




Solo veo cenizas en tus ojos. Eran cristalinos, un iris azul cubierto por una fina capa de lino, pero ahora son vidriosos, una botella rota tras una discusión. Ahora no brillan, no tienen luz ni color, son ojos de cenizas prolongados en ojeras de mujer cansada que ha visto mucho, que ha abandonado sus sueños. Creo que no podré sostener mucho tiempo esa mirada. Nos encontramos en el supermercado, compras todas las rebajas, vas cargada de niños, sola, acarreando el carrito del Eroski de forma neurótica. Te has convertido en una vieja lunática. Este último encuentro no tiene nada que ver con tus miradas cuando te cegaban las luces de la discoteca, te mareaban tantas miradas y siempre contabas con una sonrisa para responderlas. Ni siquiera me has reconocido, pero yo no puedo quitarte la vista. Fumas sin parar, cargas vodka y whisky y tus niños no se enteran. Caminas con prisa, pero eliges con total lentitud, prolongando una lenta agonía. Ni siquiera controlas que metes en el carro, que te dejas en el camino. Algunos productos mas tarde ni querrás reconocer que los has metido en un ataque de soledad. De tu frente, tu precioso pelo reducido por el estrés y recogido por un moño donde caen gotas de sudor.  Te va llegando La hora. La cajera espera impaciente porque tu estas absorta y no te das cuenta de tu turno. Juntas su mano con la tuya, por inercia. Pero no llevas dinero. No hay ningún intercambio, solo una llamada de desesperación. Ella no parece enterderlo, solo quiere rutina y tú la estas haciendo despertar de su trabajo. - Son 6600, señora- Ahora te ha llamado señora, no sabe que tu nunca te has casado. Has acumulado niños y problemas, trabajos basura y sueños rotos, pero nunca te has casado. Debe de creer que eres una viuda. Pareces más mayor, no queda rastro de lápiz en tus labios, cuarteados de dolor. Intentas hablar, quejarte, pero ya no pueden despegarse ¿Eh?. Esos labios que me besaron son incapaces de volver a abrirse o de sonreír. Una lagrima cae por tu nariz y tu caes, más frágil que esa lagrima en tu abrigo o el polvo que acumula la caja, y caes encima de la barra transportadora.  Eres tú a quien ha de poner un precio y etiquetar, meter en una bolsa. ¿Cuánto vales? Te imaginas que tu precio ha debido de devaluarse mucho. No te preguntas nada porque la cajera exclama congelada de horror:- Esta muerta- y deja escapar un gemido no de dolor o miedo, sino de imprevisto. Algo que no debía pasar en su caja y aquel día, porque rompe su rutina. Y la de las demás mujeres y algún hombre con prisa. Enseguida se la lleva una ambulancia, aunque la medicina actual no puede curar amores ni combatir muertes de soledad. Pronto la  caja queda vacía para seguir atendiendo más y mas almas que se hunden todos los días en la barca de náufragos de Guericault sin fuerza para escapar y seguir sus sueños.  
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