Mi
hermano pequeño me preguntó ayer por el inventor de la guerra, estaba
escribiendo una redacción para el colegio, y le conté este cuento. Aseguran las
leyendas de los viejos nativos americanos que su tierra fue tierra de paz. Sus
antepasados, antiguos disoses de la naturaleza, practicaban el anarquismo antes
de que alguien inventara esa palabra. En la antigua Ciudad del Paraíso, los dioses se asentaron en la remota noche de
los tiempos y han vivido allí, aislados de toda civilización por la selva del
Amazonas, hasta hace bien poco. Tras esta urbe de pajaros sin jaula,
monstruosos rascacielos funcionales se batían por alcanzar el cielo, torres de
Babel indiferentes.En una de estas caóticas ciudades industriales nació un alma
pervertida por el hedonismo. Era un Don Nadie en la escala social, que vendía piedras
por Central Park a las parejas. Todos se reían de su extraña profesión. En
Nueva York las piedras carecen de valor, en el metro ya todos tienen su propia
cara petrea. Así que una mañana decidió trasladar el “negocio” a un lugar donde
se tomara en serio su mercancía.
Y
así llegó a El Paraíso, cuya única necesidad de subsistencia era colmada por el
río Amazonas. Al extranjero le sorprendió que no viviesen en un estrecho duplex
como él. Disfrutaban de una selva que no coinsideraban de su propiedad, ¡Que
panteismo extraño el suyo!. Desde que el alba los despertaba hasta la caída de
las estrellas, se colmaban plenamente de felicidad. Su tierra respiraba tan
fértil que no necesitaban cultivarla. Cuando llegó él, se bañaban juntos en el
río. Les extrañó que llevara telas sobre su piel, con aquel calor. Hasta
entonces nadie se había percatado de que llevaban desnudos sus atributos.
Empezaron a sentir vergüenza y frío, y le pidieron su ropa de marca. Allí todos
compartían todo y lo de uno era de todos. Por eso retiraron la palabra al
foraneo, cuando este se negó a compartir sus vestimentas.
Mi
hermano me interrumpió. - ¿En el pueblo no había ningun niño que se notara
desnudo? Como aquel del cuento del “invisible” traje del emperador.-
Sí,
en la aldea vivía tambien un mochuelo- proseguí- un niño que cada noche soñaba
en las ruinas de los antiguos dioses con emularlos y cabalgar en sus aureas por
el azul celeste. Este niño se entrevistó
con el empresario de piedras; le inquietaba el mundo del que escapaba. Un mundo
al que sólo podía llegar en sus incursiones lectoras. Sus padres le prohibian
leer, alegando que ante su sed de infinitos bastaba saciar el estomago. Un día
su padre le dió una paliza por reconocer que admiraba al Gran Gatsby. El
extranjero se parecía hasta fisicamente al gentlelman, y le asolaba de
preguntas inquisitivas sobre su vida en la gran ciudad. Pronto se convirtió en
su maestro, en una especie de chamán y no devolvió la patria potestad del crío
a los padres aalegando que recibía malos tratos. Se quedó con el niño, pero se
le prohibió la entrada en el pueblo. Ambos se retiraron a un claro del bosque.
Un
día, mientras el pequeño encendía un fuego, su nuevo tutor le habló de un asunto
llamado negocios.
-
Así los pacificos, los que no pegamos cachetes a los niños como tu padre, nos
vestimos a cambio de... -
-
Dolares, una vez ví uno tirado en el barro. -
-No-
su sonrisa era espeluznante- ¡Piedras! Como esta que tengo en mi mano- dijo mostrandoselas- Sólo sirven estas piedras talladas. Te daré tres de estas si me
construyes una cabaña, odio convivir con tanto bicho-
El
paraíso se estructuraba en partes iguales. Cuando un propietario moría,
reincidian en el reparto comunal de tierras. El extranjero convencía a
escondidas a sus habitantes de que se asociaran para poseer más tierra.- Esto
significa más trabajo, pero también más comida.- Se dirigía a ellos como a
críos estupidos y analfabetos. Estos “elegidos”, hoz en mano, rindieron la
tierra en una noche (por separado se hubiera saldado en muchos días). Al
despertar algunos vecinos se acercaron a verles trabajar, y se mofaban. El
hombre gris le contó al niño la fabula de la hormiga y la cigala, él seguía muy
atento con su mirada la historia. Pasó el crudo invierno y la primavera se
asomó al pueblo. La disposición en que el río incidía a través de las tierras
comunales creó una paradoja; las “hormigas”que eligieron aumentar su
productividad se retiraron al lado oeste y el resto se concentró en la otra
orilla, donde no crecían legumbres sino verduras.Y los de ambos lados quedaron
disconformes por la rigidez de sus dietas. Al extranjero se le ocurrió que unos
vendieran legumbres y los otros verduras; para regular los precios precisaban de
sus piedras. En la aldea trabajaron día y noche en la construcción de la
cantera, donde estraían la piedra. Pueblos colindantes participaron en la
edificación de la nueva fabrica para tallar las piedras rojizas, la bautizaron
la “Casa Roja”. La agricultura se ralentizó mientras duraron las obras
públicas, y para cuando entraron en circulación las piedras rojas no quedaban
alimentos que comprar. El extranjero les
explicó en que consistía la inflacción, a todos la palabra les sonaba a un
globo que se hincha demasiado, a ¡Explosión!. –Ahora la piedra roja volvía a no
valer nada, y la fruta costaba más y más cara. Aunque nadie los comprará se
seguía recolectando manzanas, para cobrar su sueldo en monedas rojas. Llegó la pobreza y con esta todos los males
acomodados como garrapata a perro flaco. El extranjero, elegido ahora alcalde,
concedió préstamos que después se cobró con elevados intereses.
Les prometieron más piedras rojas si le protegían
de sus enemigos invisibles, que creía perseguidores en sus pesadillas. Para tal
función los armó con palos. – Que arsenal más precario- les encaraba. Los
habitantes del Paraiso alzarón de ladrillo y sudor la nueva factoria de armas.
Los arsenales ya no pertenecían sólo al ejército combatiente con los enemigos
invisibles, sino que se popularizarón entre los ciudadanos(club del rifle) El
extranjero les había contagiado su paranoia; ese tembleque al sacar las llaves
de sus nuevos apartamentos de cemento, de un posible atraco. Algunos tenían
tanto miedo que se drogaban con las hojas de camomila y cerraban muy fuerte los
ojos, intentando despertar de aquel letargo angustioso. Otros juraron fidelidad
al lider a cambio de protección. Muchos prefirieron asociarse en mafias,
comandos terroristas o casinos snobs…
-
La aldea ha perdido sus señas de identidad, esta irreconocible, ¡Nos matamos
entre nosotros!.- decían los más viejos.
Todos
añoraban sus baños en el río (que quedaban reservados al sabado noche). Y las
semanas transcurrian lentas, anhelando el fin de semana. Los tractores se
paralizaban, las trilladoras se averiaban, los obreros de la Casa Roja
trabajaban ineficazmente en las nubes, en su Sábado. La desidia era tal, junto
a esa obsesión por producir, que ya les daba igual arrojar basura bajo las
palmeras, vender sus cuerpos o enjaular a los pajaros tropicales, para
admirarlos de 7:00 a 7:10 (Su nuevo jefe les regaló relojes). El extranjero
vivía en una lujosa mansión, y el niño le traía las cervezas al sofá,
encadenado por grilletes invisibles. Desde su salón presidencial pronunciaba
arengas ensalzando su supremacia, su utilitarismo estatal. Aceptó un arriesgado
proyecto viario y pronto la selva se quebró en una red de carreteras, que
recorría hasta el último cual herida infecta. Un servicio de espias le mantenía
informado sobre los avances del resto de la comarca.
Los
habitantes de Paraiso se creían omnipotentes frente a sus vecinos, que
seguirían manipulando palos. Declararon la guerra a todos los clanes en
derredor, sin sospechar que su lider había armado y embaucado a sus
contricantes con la misma cara de poker. Se mataban dentro de una misma nación;
pues la aldea (ahora Nación)se volvió un lugar hostil, sus habitantes tornaron
cautelosos, desconfiados y prudentes. Pretendían influecia en las colas de
bananas, en las quintas del ejercito y en la nueva Bolsa de piedras rojas. Todo valía para llegar al poder y amasar
piedras rojas, escepto el amor que en politica no casa bien. Mediaron sus
palabras, desconfiaron de sus amistades, desecharon los sentimientos por su
inutilidad productiva.
En
este panorama crecieron y se educaron(?) Dictadores como Piedrón, Codiciet,
Poderinni y Opresinn.
Lo
peor fue el invento del diccionario, la carcel de las palabras. Envolvieron las
grandes palabras como Paz o Felicidad que pueblan tus redacciones escolares,
como en su día las mías, y se las olvidaron dentro. Con tantas definiciones,
siempre encontraban excusas para confundir los sentimientos, para respaldar sus
asesinatos.
El
país prosperó, actualmente se fabrican melocotones transgenicos porque han
acabado con los naturales, se ha doblado el número de emisiones de sus piedras
(Aunque estas se acumulen en las canteras sin repartirse) y su diccionario
tiene más palabras que nunca, aletargadas. Respecto al dictador, dicen que se
exilio (huyó)de sus creaciones como el Dr. Frankenstein de su monstruo.
Cristiano es creer que se tragó su propia bilis de remordimiento, pero aseguran
que peregrina por otros pueblos sembrando la discordia, y que allendé vaya
arrasa, yerma la tierra y siembra el cielo de humo fabril y bélico. Muchos ni
conocen a su gobernante, todos les parecen unos tiranos y cumplen con su
jornada laboral con los ojos acuosos pero vacios, esperando al sábado bañarse
en el río. Hoy en sus nuevos televisores digitales echan una de guerra, y
creyendo ya la suya apaciguada con la marcha del extranjero, dan las propinas a
sus hijos ignorando quien ha ocupado su lugar en la Casa Roja; las
piedras. Esas rocas han inventado la
guerra, o quizá el inventor fue el extranjero, o tal vez nosotros mismos.
Definitivamente fue ese extranjero, así no nos sentimos culpables ¿No
crees?. le pregunté a mi hermano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario