sábado, 25 de febrero de 2017

CUENTOS DE NAVIDAD



RASTRO DE NIEVE  En las ventanas se agolpa la lluvia como caen hojas a su jardín o lagrimas al recordar. Su nieto aun encofra el hombrecillo de nieve que peligra entre ráfagas. Llegó Navidad con sus vientos polares, fantasmas desvanecidos en muñecos nacarados que el tiempo derretirá. El abuelo coloca figuras del Belén que le recuerdan tanto al mazapán... El cuco confirma su soledad en la hora bruja. No tardará mi familia, ya verás. - ¿Y por qué la estrella que corona el abeto ya no brilla? Ha pasado un ángel- se engaña. Sus gafas comienzan a empaparse de escarcha. - Este año mi familia vendrá- Nadie... ¿Y el abuelo de la 302? Las enfermeras de la residencia sólo encuentran un rastro de nieve, sus huellas fundidas en el pelele. Cada Navidad un espantajo nival surge de la nada, para horror de su familia nuclear. Todo en él- gafas, bastón- recuerda su cara desencajada de incertidumbre. Estremeciendo segundos helados, susurrando que todos seguirán su suerte. Cada Navidad volverá este frío helador de redención que se aleja al regresar la primavera.
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CUENTOS DE NAVIDAD.
El sonido de las fluctuantes ramas se subleva en el viento. Unos críos decoran un árbol de su jardín. El profesor suspira, se le resbala la tiza, mira el reloj y al fin la campana de clase espanta a todos que salen despavoridos. A través de sus gafas, el profesor descubre a un niño cabezón y triste enjuagándose de lágrimas con el envoltorio del bocadillo. Se acerca y el niño recoge los libros. - No voy a salir ahora, me pegarán-  Al maestro le da pena el retraído cabezón medio autista. La mezcla de melancolía y taciturnidad de sus lágrimas le dan grima. Aquel niño, tan misterioso, en realidad tenía una vida austera y pobre y nada había de especial en su existencia. Desde que despertaba, hasta que la luna calmaba su tristeza y conseguía cerrar sus ojos oscuros y ojerosos, su vida giraba en torno a estudiar y estudiar, comer y pasear. Pero era esa mirada la que revelaba que el no se integraba como si ese no fuera el lugar que le correspondía. Como si la pobreza y patetismo de aquel pueblo industrial no encajara con aquel príncipe embutido en piel blanquecina, sobresalientes y desnutridos huesos y sonrisa triste. La campana de la iglesia empezó a replicar, el niño se asustó. Era la misa matutina para las viudas y solteronas feligresas del pobre barrio. La iglesia era el único lugar donde las señoras se sentían tales y no azarosas y añosas trabajadoras para un marido que murió sin agradecérselo y unos hijos que ya la abandonaron. Se pintan y se ponen sus mejores blusas y trajes largos.  Algunas son vestidas por criadas, que aun logran mantener, pero todas, absolutamente todas, tienen los pechos caídos y la piel reseca y el traje las disfraza.  Porque ya no volverán a ser las damas que fueron. Porque su nuevo marido que es la fe no las devolverá su pasado. Y todas tienen la extraña sensación de que ese rosario será el último.


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