RASTRO DE NIEVE En las ventanas
se agolpa la lluvia como caen hojas a su jardín o lagrimas al recordar. Su
nieto aun encofra el hombrecillo de nieve que peligra entre ráfagas. Llegó
Navidad con sus vientos polares, fantasmas desvanecidos en muñecos nacarados
que el tiempo derretirá. El abuelo coloca figuras del Belén que le recuerdan
tanto al mazapán... El cuco confirma su soledad en la hora bruja. No tardará mi
familia, ya verás. - ¿Y por qué la estrella que corona el abeto ya no brilla?
Ha pasado un ángel- se engaña. Sus gafas comienzan a empaparse de escarcha. -
Este año mi familia vendrá- Nadie... ¿Y el abuelo de la 302? Las enfermeras de
la residencia sólo encuentran un rastro de nieve, sus huellas fundidas en el
pelele. Cada Navidad un espantajo nival surge de la nada, para horror de su
familia nuclear. Todo en él- gafas, bastón- recuerda su cara desencajada de
incertidumbre. Estremeciendo segundos helados, susurrando que todos seguirán su
suerte. Cada Navidad volverá este frío helador de redención que se aleja al
regresar la primavera.
CUENTOS DE
NAVIDAD.
El sonido de las fluctuantes ramas
se subleva en el viento. Unos críos decoran un árbol de su jardín. El profesor
suspira, se le resbala la tiza, mira el reloj y al fin la campana de clase
espanta a todos que salen despavoridos. A través de sus gafas, el profesor
descubre a un niño cabezón y triste enjuagándose de lágrimas con el envoltorio
del bocadillo. Se acerca y el niño recoge los libros. - No voy a salir ahora,
me pegarán- Al maestro le da pena el
retraído cabezón medio autista. La mezcla de melancolía y taciturnidad de sus lágrimas
le dan grima. Aquel niño, tan misterioso, en realidad tenía una vida austera y
pobre y nada había de especial en su existencia. Desde que despertaba, hasta
que la luna calmaba su tristeza y conseguía cerrar sus ojos oscuros y ojerosos,
su vida giraba en torno a estudiar y estudiar, comer y pasear. Pero era esa
mirada la que revelaba que el no se integraba como si ese no fuera el lugar que
le correspondía. Como si la pobreza y patetismo de aquel pueblo industrial no
encajara con aquel príncipe embutido en piel blanquecina, sobresalientes y
desnutridos huesos y sonrisa triste. La campana de la iglesia empezó a
replicar, el niño se asustó. Era la misa matutina para las viudas y solteronas
feligresas del pobre barrio. La iglesia era el único lugar donde las señoras se
sentían tales y no azarosas y añosas trabajadoras para un marido que murió sin
agradecérselo y unos hijos que ya la abandonaron. Se pintan y se ponen sus
mejores blusas y trajes largos. Algunas
son vestidas por criadas, que aun logran mantener, pero todas, absolutamente
todas, tienen los pechos caídos y la piel reseca y el traje las disfraza. Porque ya no volverán a ser las damas que
fueron. Porque su nuevo marido que es la fe no las devolverá su pasado. Y todas
tienen la extraña sensación de que ese rosario será el último.
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