sábado, 25 de febrero de 2017

CUADERNOS DE NADA




Ahora mirando por la ventana he visto la lluvia picoteando en el cristal como un pájaro carpintero. Y he sentido el frio, ese frio de los días de nieve. Supongo que tenía que escribir algo en el diario pero hoy hacía demasiado frío y las letras se resbalaban como los niños cuando juegan con las bolas de nieve. Me ha venido el recuerdo de los días de clase. Me negaba a salir al recreo porque llovía y me quedaba de palique con el profesor de filosofía. Le preguntaba conceptos de filósofos que ni él mismo entendía. Siempre he sido esa niña inquisitiva que se cuestionaba lo que nadie en su sano juicio se pregunta. ¿por qué y por qué no? ¿Y por qué lloran las nubes? Yo miraba la vida pasar, refugiada tras aquella ventana, a veces me sentaba en el calentador hasta que el culo me picaba. Al profesor de filo le gustaban mis dibujos, aunque a otros profesores les parecieran irreverentes. No puedo concebir la escritura sin dibujos, aunque sean trazos sueltos, rayas, borradores que no llevan a ningún lado, como aquellos que se esbozan mientras hablas por teléfono. En mis libros de historia podías encontrar dibujos de emperadores, de políticos, de reyes y reinas. Las clases de literatura, mis favoritas, me las pasaba dibujando escritores, Quevedo con su perilla, o Bécquer con ese enorme pelo rizado, Cervantes sin su brazo. En cierta forma a mí también me habían intentado quitar el brazo, para que no hiciese aquellas caricaturas. El profesor de religión, un señor barbudo y que fumaba mucho, parecido a Humberto Eco, odiaba aquellos dibujos y cuando me veía trazarlos a escondidas, me pegaba con el cartabón en la palma de la mano. En clase me aburría, las horas iban pasando, el tedio se posaba en las telas de araña, me dedicaba a ver musarañas. Y como me aburría, siempre llevaba un libro debajo del cajón de mi mesa en clase. Si en religión estábamos repasando la vida de Jesús yo me dedicaba a leer los fragmentos más morbosos del apocalipsis. Y así, quizá, nació mi vocación de escribir. Y es que los escritores tenemos algo de religiosos, creemos en cosas intangibles y abstractas, escribimos con sentimientos que es algo abstracto y con palabras que de tan concretas resultan abstractas. El escritor es cura, pero también mago. Es filósofo y a la vez artista. Por eso para mí las asignaturas del colegio estaban todas inter relacionadas entre sí. Mis compañeros no lo veían así, y se limitaban a aprender de memoria miles de datos que a ningún punto llevaban, más que el de aprobar la asignatura e ir subiendo cursos. Vaya, ya está otra vez gritando. Es mi madre. La pobre está muy enferma. Por eso no saco tiempo para escribir estos cuadernos de nada. Tengo que cuidar de mi madre que tiene alzheimer y la pobre no se acuerda de nada. yo también empecé a escribir cuando caí enferma, cuando me dio la fiebre amarilla. La de días que me quede en la cama tumbada, como aquel gordo de Proust y fumando mis cigarrillos, aunque estando enferma no debiera haberlos fumado. Y leyendo, siempre leyendo. Era acabar un libro y coger otro. Y si me apagaban las luces del cuarto yo con mi linterna hurgando en la gruta interior del libro. Así se puede morir una, rodeada de hadas, surcando el mar en un buque o luchando con espadachines, que sé yo. Pero mi madre no lee, mi madre se queda mirando al cielo como boba, me gustaría hablarla de todo esto, de porqué decidí ser escritora. Ella nada sabe de aquellos días escolares, de mi vocación, de los días de nieve, frío y lluvia. Uno se va haciendo mayor y va renunciando a todo, primero te quitan los cigarrillos, luego te quitan los libros… luego… luego te quitan hasta a tu madre. Tendré que ir a acostarla, cambiarla el pañal, meterla en la ducha con cuidado de que no se golpee con el grifo, y vestirla con ese pijama horrible de todas las noches. Quizá, cuando hayamos acabado, la leeré un cuento de hadas y la acostaré con un beso en la mejilla y otro en la frente. La cubriré con la manta y cerraré el día de hoy en este diario, cuaderno de nada. no debo olvidarme de cerrar la ventana, hace escalofríos en el alma.  




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En el 83 escribe Carmen Martín Gaite el cuento de nunca acabar. En primera persona Gaite reflexiona sobre el hecho de escribir. En estas novelas seudo autobiográficas las mujeres se vuelven escritoras. Matute Laforet, Merced Rovadella o Gloria Fuertes son parte de una generación de poetas y novelistas humanistas. Gaite es de las primeras mujeres que se dedican a escribir, es ensayista, creativa e historiadora. En los Cuadernos de todo compila una especie de diarios. Encuentra algo que ella escribió hacia 8 años atrás. Fue un paseo en el 31, en julio con su hija al atardecer. Llega a momentos de epifanía en su literatura. Nos salimos del tiempo cotidiano. En comunión con que la rodea, refleja la naturaleza, y plasma el momento. La hija de 8 años pinta lo que se ve y lo que no se ve, las pajitas del campo, las moras, los sapos. Encuentra el texto, y en una conversación en la cama, la niña la pregunta cosas. Cuando le pueda hablar de mis miedos y fantasmas ya seré vieja, piensa la madre. Ella esta agobiada. ¿por dónde empezamos la conversación? Una cosa es lo que ha pasado, y otra lo que recordamos que ha pasado. Empieza la novela con el paseo que damos, luego habla de su crisis como escritora, y la dificultad de plasmar algo. Se conjuga lo efímero y eterno en esos veranos en la aldea de Galicia. Es Impresionista al modo de Proust, pues va desde el recuerdo. Habla del vértigo del tiempo, recuerda su infancia y para ella no existe el tiempo, la estrella pasa, ¿por qué cenar, acostarnos, lo con lo bien que estamos hablando? El tiempo se expande. Pone en boca de su hija lo que ella piensa. Se lo ha inventado todo; Galicia, los veraneos, la sierra Madrid… pero ¿qué importa que no sea real? Hace una auto ficción, como en soldados de Salamina, llena de verosimilitud. Las poesías dan crédito a las emociones que realmente sintieron. Es otro elemento las trampas, trasmitir esto que ha pasado de verdad es también verdad en las palabras. Con la literatura podemos describir todos los detalles. Hace saltos de tiempo en esa conexión madre e hija. Lo que ella sintió hace 40 años lo siente su hija. Son novelas donde se mezcla la reflexión y opinión. Las reflexiones del hecho de escribir, como contar las cosas en el quijote. Escribe texto sobre un momento de epifanía, relata los hechos, y reflexiona sobre cómo escribir esto en primera persona, lo he sentido realmente, lo he inventado. La voz narradora somos todos nosotros, no un personaje inventado
Gaite tiene frases larguísimas, le gusta la creación de frases largas a lo Proust, subordinadas, coordinadas y yuxtapuestas. Pero es un relato trasparente y no te pierdes, tiene mérito. Ella hablaba de perder el hilo, el hilo argumental. Es una descripción reflexiva con frases largas y poca acción y frases cortas para no perder detalle. Se condensa en el tiempo, habla del pasado y el presente. Capta todo en una unidad temporal, todo en una frase. Su último relato antes de morir fueron los parentescos publicados póstumamente. Es detallista, al estilo de Edhit Warthon.
Reflexiona al escribir. Expresa este momento en palabras y a la vez cuestiona la forma de escribir. Recuerda lo sucedido hace unas horas, no tiene un empeño de recordar el pasado o el tiempo perdido recuperarlo. Habla del pasado con la intensidad del momento reciente. En literatura no hay leyes absolutas. Se escribe diferente ese rememorar el pasado. En nuestros textos son descripciones subjetivas, pero en los de Gaite son descripciones objetivas de las cosas. En el diario del día anterior intentamos recuperar el momento. No sabe cómo hacerlo y esa autocritica la trasforma en palabras. Nos salen los diarios y relatos nostálgicos. El de Gaite no es nostálgico. No habla del tiempo en el texto. Hay acción y dialogo. La teoría del iceberg dice que vemos lo superficial, lo demás está en la profundidad del relato. En los textos largos, lo contamos todo. Ponemos todo sobre el iceberg y la parte de abajo no la vemos. Las elipsis, silencios y omisiones son muy importantes en el siglo xx. El narrador somos nosotros. En teatro no hay narrador, un actor dice que le alma con locura, pero entendemos que la odia si es ironía. En Literatura los diálogos sirven para contextualizar todo lo que contamos. En el texto de Gaite hay reflexión en el texto sobre el tiempo y el pasado, en el nuestro no hay diálogos

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