Mis amigos de la universidad te habían dado mi teléfono.
Pensaron que debía conocer chicas, después de salir de una tormentosa relación.
La primera vez que te vi fue al subir las escaleras del metro. Fuimos a mi bar
favorito, el bar en que recito poesía. Luego te llevé a mi librería de viejo
preferida. A todas las llevo a mis lugares sagrados. Nos invitaron a unos
pinchos, era suficiente para la primera cita. ¡No te iba a llevar al Ritz o a
casa Lucio! Al principio no te confesé mi alcoholismo, ni el resto de mis
drogadicciones, pasé un tupido velo a los temas que sabía te podían asustar. La
sinceridad no es buena si quieres evitar que te huyan. Nuestro primer beso nos
lo dimos en una fiesta en lo alto de Artxanda. No te pedí un taxi, me parecía
más romántico caminar bajo la lluvia por medio de la carretera. Quizá una de
las razones de que me dejaras fuera que robaba los pinchos que dejaban en el
bar para los vagabundos. Cogía la bolsa y nos cenábamos las sobras. Te acostumbraste a que me ahorrara los taxis y
prefiriera pasarme la noche durmiendo en la estación de tren si perdía el metro.
Si hacía frío nos metíamos en un cajero, porque los bares tienen el extraño convencionalismo
social de cobrar sus bebidas. Nos colábamos en las fiestas y en los recitales
de poesía. Nos hacíamos los locos cuando el de la puerta nos intentaba cobrar
la entrada. Descubriste mi afición por ir a las presentaciones de cuadros y
todos los eventos que acababan con un lunch para los asistentes. Recuerdo tu cara de asco cuando comía los
sándwiches llenándome la boca de mahonesa y mis besos con sabor a gamba y
aceituna. Una de las funciones de la
cultura es dar de comer al que reglamentariamente va a tantas conferencias y
actos. Si todos los pobres que duermen en cajeros vinieran a estas efemérides
se acabaría con el hambre en el mundo y con esta crisis. Al principio me
seguías la corriente en todo. Te había dicho la psicóloga de la seguridad
social que a los esquizofrénicos hay que darles la razón en todo, como a locos. Me acompañabas a robar cedes en los centros
comerciales, compartías mi subidón de adrenalina al escapar de los seguratas
con el abrigo lleno de artículos. Nuestro primer beso nos lo dimos bajando de Artxanda,
mojándonos, compartiendo el paraguas. Casi nos pilla un coche. Yo te llevaba a
recitales de poesía, a presentaciones de libro, a escuchar cantautores en un
bar (son gratis). Teníamos incompatibilidad de caracteres; tú aún confiabas en
los siquiatras y te creías a pie puntillas los telediarios. No puedes entender
mi mundo. No puedes entrar en mí. No
puedes comprender mi bohemia y mi arte. Si hubieras podido quemarle sus libros a
este quijote lo habrías hecho. Todo habría ardido como en Farenheit 451. Tú
hubieras limpiado mi cuarto y tirado mis vinilos viejos y recortes de periódico.
Habrías pasado la fregona a mi buhardilla en Bilbao la Vieja. Tu querías
casarte, tener hijos, atarme con tus convencionalismos sociales. Te regalé un anillo que me costó dos euros en
el mercadillo de los gitanos. Y te bajé música del emule, y del ares y te
descargué películas del torrent. Comíamos gusanitos en el sofá de casa mientras
veíamos películas francesas en blanco y negro subtituladas. En mi casa nunca te
faltó el red bull, y las pizzas de mozzarella. Pero éramos polos opuestos y tu
música máquina, pachanga y comercial no se entendía con mis viejas canciones de
cantautores eternos. Fumábamos porros y tú reprochabas el desorden de mi casa,
pero nunca supe de la tuya, nunca me llevaste a tu hogar pues tus padres se
avergonzaban de mi Diógenes. El otro día
bailando se me cayó el anillo de 2 euros del mercadillo que me habías regalado.
Y me acordé de ti y entonces lo pisoteé. Recordé tu forma de llamarme
paranoico. Yo no necesito otra madre que me reproche, necesitaba una mujer.
Pero dejaste de secundarme en todo a medida que descubrías mis manías,
obsesiones y problemas mentales. Te
llevaba al hospital para acompañar en la soledad a mi abuela. La pedíamos un
vaso de agua que ella saboreaba como un plato exquisito. Corríamos con mi
abuela en la silla de ruedas escapando de la policía. La pobre ha perdido la
cabeza, pero me sigue preguntando por ti.
Nos colábamos en el cine. Mi abuela me da mucha pena lo sola que esta y
que siempre quisiera pagar el vaso de agua y que se quejara de lo fría que
estaba. Te acabaste cansando de tantas
borracheras, de meterte rayas conmigo en los servicios, de jugar al kinito en
los bares y practicar el chemical sex o sexo drogados.
Acabábamos la noche en after awers llenos de gente rara,
drogada y desfasada. Me gustaba salir con tus amigas porque me invitaban a
todo. No soy un gorrón, pero prefería que fueras tú la que me pagara los
cubatas. Nos han echado juntos de tantos bares por no pagar o por liarla…. ¿eso
no ha significado nada para ti? Con los porros me volvía loco y te manoseaba. Después
del porro me sentía fatal, y me daba la paranoia de que me estabas escoltando,
que te habían contratado mis padres para seguirme. Será por mi esquizofrenia,
pero a veces me vienen paranoias de que me siguen o de que me graban por la
calle como en el show de Truman. Me vienen ideas raras de conjuras. Para ti yo
sólo he sido el personaje mediocre de la conjura de los necios. Sí, he sido tu
Bukowsky, tu Henry Miller, príncipe de lo cutre y el sexo rápido. ¿recuerdas la
fiesta de la cerveza popular a un euro? El día del Olentxero hicimos la cola 6
veces porque repartían castaña y chocolate gratis. A la quinta ronda de castañas
se me cayó el chocolate en el abrigo de piel de una señora y salí corriendo
antes de que se diera cuenta. ¿qué hombre no habría actuado igual? Quizá soy un
poco gorrón, quizá me aprovecho de mi enfermedad mental pero también es cierto
que te amo. Es fácil estar en un grupo y dejarse llevar por lo que diga el
líder y buscar un chivo expiatorio al que insultar. Pero hasta el monstruo de
Frankenstein merece que alguien le comprenda. Siempre he sufrido el bullin ese y
la marginación de mi colegio, ¿tú también, hija mía? Decías que era un vago,
que no quería trabajar y que sí por mí fuera me pasaría la vida estudiando
hasta convertirme en un erudito diletante con ropa de pobre y costumbres de
vagabundo. Soy un cosmopolita, un ciudadano del mundo, un trotamundos. No soy
vago, una vez trabajé limpiando el bar de un amigo. Odié el día que me dijiste;
cariño, a todos no les dan el título. Ahora que me graduó en la FP me dan ganas
de estamparte mi título en la cara. ¿Qué íbamos a hacer con 200 euros en el
banco? Vivo de las pensiones que me dan,
del aire, del arte, del cuento. Te invité a mi mundo, pero tú eras una
princesita, una niña bien que no podía mezclarse con los de mi calaña. Te hice
un sitio en mi saco de dormir de la casa okupa. No te gustó la experiencia. No
te gustaban mis greñas ni comprendías mi cultura punki. Para ti era un hípster,
para tu padre un des melenudo. En otras épocas habría sido adalid de pasadas
revoluciones o condenado por la ley de vagos y maleantes. Hubiera sido el rey
con mi cetro de cerveza y tu mi reina, pero ahora soy el príncipe destronado de
la utopía fracasada. Para ti era un pillo en una peli de Alfredo Landa. Uno se
ríe de los picaros de las películas del franquismo o del lazarillo de Tormes,
pero cuando el buscón se vuelve políticamente incorrecto todos le rechazan. Te
leí mis poemas y mi novela río y tú de todo te reías. Viviendo en una
buhardilla de alquiler no puedo aspirar al premio Planeta. Van Gogh se murió
sin vender un cuadro. Que voy de poeta maldito, decías, de genio incomprendido.
Pues quizá sí. Para ti mis actos culturales eran “tus chanchullos” Tampoco te
gustaba nuestro pacto de amor libre a lo Sartre. Ni que te besara metidos en
cajeros electrónicos o portales ajenos. No comprendías cuando rebuscaba entre
la basura algún mueble aprovechable para mi estudio. Nos echaron de un bar por
besarnos apasionadamente. Llamábamos la atención. Diariamente mueren miles de
personas sin llamar la atención. Pero tú sigue creyéndote los telediarios, niña
de Ana Blanco. Escribí tu nombre con piedras en la arena de la playa de
Somorrostro, y ahora todo se lo ha llevado el viento. Esta carta nunca te
llegará. La he prendido fuego. Hoy todo mi estudio arderá. He rociado la
buhardilla con aceite de linaza. Pronto arderán mis cuadros, mis escritos, mis
novelas en el cajón de escritor frustrado... Quizá te enterarás por el
telediario. Pero no te creas, mi niña, todo lo que dicen los telediarios. Dicen
que los esquizofrénicos somos peligrosos, auto destructivos, que tenemos
conductas anti conductistas e impulsos suicidas. Dicen que las princesas no se
pueden enamorar de hombres con sudor. He sido tu mala compañía, el yerno que
ningún padre querría tener. Nunca podré
alcanzar tu torreón. Antes dejabas caer tu melena para que yo subiera por ella.
Ahora la ventana está cerrada. Wendy, has crecido y Peter Pan se ha hecho
viejo, tan viejo, que sólo quiere ser niño. Eternamente. Decía San Agustín que
el fuego purifica el alma… Roma arde por Nerón.
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