sábado, 27 de agosto de 2016

CAMILO JOSE CELA

Se analiza vida y obra de Camilo José Cela. Su narrativa se sustentaba del habla castizo y vulgar, del refranero popular sin asomo de idealismo, sin más ánimo que la descripción realista. En cuanto a su figura como intelectual dejaba mucho que desear; su acérrimo esfuerzo en su carrera literaria toleraba toda extravagancia y arrogancia. Un juicio de su personalidad resulta injusto ante tamaño cronista de la literatura española de posguerra.
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En su prólogo a la familia de Pascual Duarte, Cela afirmó que un hombre con ideas está enfermo. Por ello quizá en sus obras no haya un gran fondo moral o ideológico, sino un culto a la forma (culterano de Góngora y barroco por su tema tratado; la picaresca española del Madrid, Galicia y Castilla de posguerra) tiene mucha influencia de Quevedo, en cuanto es un escritor mistificador de las cosas y no de las ideas. Un culto al lenguaje vulgar y un amor hacía la raíz de los arcaísmos, hacía la palabra por si mismo, continente sin contenido, realidad con interpretación siempre sugerida y nunca impuesta (Clave de las buenas novelas, que sugieren pero no explicitan). Ese culto a la palabra y a veces al taco, al tabú, a la palabra mal sonante. (leer su diccionario secreto) Refugiado en el sentido común del aldeano retrata y relata una España rural analfabeta (Sin ideas) de Hoz y rosarios, en un mundo de creencias inamovibles, pero sin expresar directamente su punto de vista que subyace en el texto y se respira en sus descripciones.
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Escribe sobre el aprieto de esos poetas en los bares de Doña Rosa en la colmena (el Gijón) que huyen del ambiente provinciano de comarcas y se entregan llenos de sueños y miras más anchas que ancha es Castilla  a una ciudad que sólo les ofrece el timo de la estampita. Telaraña urbana que los contrae el corazón. Muchos críticos literarios sostienen que esta generación de niños de la guerra (Delibes, A. María Matute, Carmen Martin Gaite, Umbral, Sánchez Ferlosio, Aldecoa, Sastre, Luis Martín santos...), que empezaron a publicar en los 50 en plena censura, escriben sobre el enfrentamiento entre pueblo y ciudad. Novelas como El camino dan buena cuenta de ello.   Esa idealización del ambiente rural, puede explicar el desarraigo que Cela sentía hacía una sociedad española que se volvía más cosmopolita y urbana, más superficial y superflua.  Si  Delibes es el gran escritor de los pueblos, Cela y Umbral lo son de la ciudad. Ellos no sólo eran amigos sino que Cela fue el gran maestro de Umbral.

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Por otra parte un escritor no es sólo juzgado por sus obras sino por su vida pública dado que su quehacer como intelectual le obliga a compadecer antes los medios de comunicación y posicionarse sobre muchos temas sociales, en los que Cela siempre mantuvo una postura conservadora e inmovilista. Es ese el único juicio al que debemos someterle (No sólo a sus obras.) Me da igual su vida personal, pero en su vida pública la arrogancia le impidió posturas más abiertas, por ejemplo en el tema de los homosexuales. Aunque ahora le han dedicado una universidad, Cela no destacó en su ambiente ni en su universidad. Fue un estudiante mediocre, que ni fracasó ni destacó, un alumno medio, no obtuvo pena ni gloria. No luchó por ninguna idea, más bien se limitó a crecerse “en la sombra” de un tribunal inquisitorial, entonces llamada censura.  Pedante, engreído y altanero con los de su quinta generacional, Rosario Conde, mecanógrafa y mujer, no fue lo suficiente para el “marques de Iría Flavia” y tampoco le bastó el nacional, que se alzó con el Nobel del que tanto aborrecía, marcándose un vals de paso con la María Castaño. CELA, EL HOMBRE, SE VIO DESBORDADO POR CELA, EL HUMANISTA.
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Detestaba las novelas de tesis e ideas, pero él siempre tuvo una en mente; ser el gran prosista del tremendismo, del nuevo realismo costumbrista, a la par que se caricaturiza de airado y esperpéntico personaje de Valle Inclán. Esto no es nuevo; el ego del escritor batalla entre su proyección literaria y su deber imperativo de ejercer como intelectual, la presión de  la opinión pública, el peso de sus palabras, la fragilidad del sentimiento de superioridad profesional que siempre esconde un complejo de inferioridad personal. Los malos modales caracterizan esta generación (Umbral, F. Fernand Gómez), autoproclamados en su pedestal de las letras.  Los malos tratos que aduce que recibió Rafael Conde Cela hijo nos refieren a ese Ramón Jiménez que aunque nunca maltrataría a un burro como Platero, pero pegaba a su mujer.  Lewis Carrol, Sade, Maquiavelo... mejor no conocer las vidas de estos escritores, ¡Bastantes reparos y prejuicios tenemos ya en abrir un libro!

POSDATA DE CESAR PAVESSE

Un moribundo se va a veces sin decir su última frase. Por ejemplo Cela no exhaló unas últimas palabras decentes sino que cantó un ¡Viva Galicia! o un piropo a Marina Castaño. Sin embargo, un suicida como Pavesse escribe “Basta de palabras. Un gesto”. Todo un gesto efectivamente: de señorío, de esnobismo, de gran actor de sí mismo... ¡Genio y figura hasta la sepultura!,

Él se convirtió en el actor que interpretó su muerte, no murió realmente, sólo lo fingió, fue su mejor papel y de esta forma la muerte quedo convertida en ficción. Y de esta manera el propio Pavesse o el propio Cela se convierten en mito, leyenda y sueño colectivo, vencedor sobre la muerte. Esta generación del 36 y 50 es llamada a pasar a la historia. ¿Existió o sólo existe en el recuerdo? Quizá jamás haya existido este escritor sino sólo sus personajes y el mayor personaje de todos; él mismo. Cela nunca existió, igual que no existo yo escribiendo este artículo. Sólo existes tú, lector, tú que estas vivo y leyendo esto.

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