Ortega escribe ensayos e impresiones que después por él o por
otros se harán tratados y al final conforman su Sistema, ya que el prefiere
filosofar según sus impresiones. Es impresionista en el sentido de que todo lo
que ve por delante lo hace objeto de su reflexión. Leer estos ensayos, que
escribió un Ortega de espíritu juvenil, es una lectura sugerente del latín
suggere o meterse debajo, hacía lo más profundo e interior de estas páginas.
Ortega en el fondo sigue a Nietzsche cuando este dice que la única labor que al
filosofo le queda es hacer una teoría sobre la vida humana, es decir; en el
fondo; hacer literatura. NOTAS DE VAGO ESTIO
Ortega pasea por los campos castellanos con los que
establece una alegoría impresionista, en los que los campos son el cinturón
dorado de las eras y las parvas relucen como joyas amarillas. Quizá con estas
metáforas contrasta Ortega las diferencias de clase burguesía- campesinado de
la época, no todo es oro lo que reluce y a veces el oro del moro es lo que como
a urracas nos seduce, porque nos quedamos con las apariencias. Más estas
soledades del campo castellano, que tan sublimemente cantó Machando, son el
interior de nuestra España, la esencia del Problema de España; su España
profunda. Y estos paisajes parecen la firma ondulante de un pintor
impresionista, a la par que por sus venosos horizontes se va vertebrando esa
España invertebrada de la que tanto hablará en sus escritos. Siguiendo la
clásica contraposición urbe / pueblo delibiana enfatiza que cuando llueve nos
sentimos invadidos por el orden natural que viene a destruir por momentos
nuestro orden humano. Ósea que llueve y nos mojamos. Ósea que cuando llueve nos
mojamos como los demás. Pasea el vago, el vago y maleante, Ortega y Gasset por
la ruta del Cid, reconstruida por Menéndez Pidal con todo su “espíritu
nacional”, henchido nacionalismo español que en la época reprochaban Unamuno,
Baroja, Dór y todos los localistas y regionalistas que venían a decir que
Teruel también existe. Pero Ortega es centralista, es madrilista, del chotis y
la aristocracia del café Guijón, y en sus escritos salen sus amigos de
tertulia, como Juan Ramón Jiménez, al que retrata buscando entre todos los
burros castellanos “su borriquito de cristal”. Y luego Ortega pasa a divagar
sobre la época de los castillos donde descansada el sistema feudal con una
almena en la seguridad y otra en la protección. Así se explica un vasallaje en
el cual el “criado” era -criado- (del sentido de que lo criaban) por sus
señores (moral elitista) En la edad medía la producción se regula por el
consumo y no el consumo por la producción como en el capitalismo. Se partía del
presupuesto de gastos y no ingresos. (servir al amo era elevarse, un honor, y
no denigrarse) La mercancía se ha
convertido en medio y la riqueza en fin
El vasallo natural, salvo caso de felonía, no podía
abandonar a su señor. El señor los criaba y de ahí la palabra, los educaba (el
Cid, siendo infanzón, manda a sus hijas a la corte para ser educadas) y estos siervos no se sentían denigrados sino
honrosos por servir a sus señores – sobre esta imagen yo no dudo que en aquella
época no hubiera revoluciones y sólo pequeñas revueltas campesinas por el
precio del trigo y todo eso, pero lo que sí que dudo es que los nobles, que no
sabían ni leer ni escribir, educaran en mucho a sus siervos, y lo que es
exagerado es que se sintiesen realizados sirviendo. Servir no auto realiza. Ser
servido sí. Ortega dice que en la
antigüedad y en la modernidad, sin embargo, el hombre antes que hombre es
animal político y ciudadano, y esa es la diferencia con la edad medía o post
modernidad. Porque el derecho señorial- feudal lleva en sí mismo la guerra y el
jurídico la paz. La política medieval era personalista, y esto llevaba a
guerras. Al estar repartida y fragmentada en la antigüedad se garantizaba la
impersonalidad – aunque hubiera líderes del pueblo como Pericles- Liberalismo y
democracia se han confundido en la modernidad y a veces incluso se contraponen
como en la democracia bolchevique o en el liberalismo de una dictadura.
La democracia dice que el poder público es asumido por la
colectividad representada y el liberalismo le pone limites a lo público. Y hoy
en día, ocurre exactamente al revés, el capitalismo recae en las empresas
privadas y lo público intentan ponerles limites. Antes era una política –
representante del interés ciudadano- por encima de los ciudadanos, y hoy son
unos empresarios por delante de los políticos, y por tanto, por delante de los
ciudadanos. Y en el fondo es una vuelta al sistema señorial donde hay muchos
señores, y se gobierna de forma personalista (el presidente de Zara, los 4
monopolios comunicativos que hay en España etc)
Y como diría Ortega; este gobierno personalista, sin un común consenso
público, es el que llevaría a la guerra sin garantizar la paz. En el medioevo,
como en la post modernidad, las filosofías de vida son optimistas frente a un
mundo que es valle de lágrimas y dolor. En cambio, en la antigüedad o en la
modernidad las filosofías eran críticas con el poder, pesimistas incluso como
la de Shopenhauer que se lleva la palma en esto del nihilismo. El maduro no
puede hacerse hombre salvaje del todo pero si cultivar cierta barbarie y niño
interior pues la conciencia viene del inconsciente y la cultura de la vida.
Ortega predica una moral de los atletas, de los nobles de corazón, de los
deportistas y guerreros medievales que en vez de rehuir el dolor, vayan hacía
él, lo afronten y lo superen, una moral de señores vitales en definitiva. El
burgués reduce su vida al mínimo y triunfa la vida larga sobre la alta, la de
calidad e intensidad. Bajo la inspiración del horror a la muerte, el buen
burgués ha subido la esperanza y calidad de vida gracias a la creación de la
mecánica y tecnología de la máquina (evitar el trabajo y esfuerzo innecesario)
y a los avances médicos sobretodo. Tenemos que ser poetas de la existencia que
le den a su vida la rima exacta en una
muerte inspirada. No hay arte sin éxtasis, sin estar fuera de sí y estamos
ensimismados. Como santa teresa, señor. Como santa teresa.
Unamuno
Pasea Unamuno por las siete
calles. Su cara esta triste. Sus ojos azules. Cae sirimiri. El pobre hombre se
tapa con un paraguas. Mira el río. Toma café con leche, pastas, bollos con
crema en una cafetería. Se ha puesto bombín para la ocasión. Anda opositando a
funcionario. En un cuaderno anota apuntes sobre Kant y Descartes. Pasa
inadvertido entre el gentío. Se acerca al mercado de Begoña y allá las señoras
se pelean en la cola del mercado. Ortega y Gasset lo tiene frito ya. A él le
gustan mucho los románticos, herder y FITSE. Es un individualista. Escribe
sobre geografía física pero en realidad no se ha movido de su botxo. En esto es
como Kant, un cartógrafo que no ha salido de su pueblo ni conquistado mujer
alguna. Que vida triste. No le gusta la revolución francesa. Lee la Biblia. Le
asquea la violencia anarquista. Cuida mucho su salud física. Es hipocondríaco y
algo nietzsiano. Un poco enfermizo- neurótico. Solitario. Se levanta cada
mañana.” Y cada mañana acude a la biblioteca de bidebarrieta. Allí lee que te
lee. Su sueño no dura más de cinco horas. Se acuesta a las diez. Se levanta a
las 5. A las 7 va a clase. A las 9 dibuja. A la 1 come. Habla de comida con un
vecino. No folla. Descartes, hobbes, Spinoza, leibniz y Nietzshce tampoco
follan. Unamuno es moral. Es profundo. Es pesado.
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