miércoles, 31 de agosto de 2016

EL EROS DE FREUD


¿Que es el amor para Freud y Marx? La escuela de Frankfurt, exponentes del psicomarxismo, nos responde. revolución sexual (Reich), la teoría del amor (Fromm) y el libro Eros y Civilización  (H. Marcuse). Freud propone tres planos sicológicos; el consciente, el ego (El yo), el súper- yo o subconsciente y el inconsciente o Id, Ello. Freud no sólo aporta una lectura ontogenetica (Individual) sobre el hombre reprimido y represor de instintos (irascibilidad y concupiscibilidad q manifiesta catárticamente, desahogándose en el arte, matando a su vecino o en las patologías clínicas y perversiones sexuales) sino una teoría filogenética (Social) con analogías marxistas. Según esta, la sociedad es reprimida sexualmente, alineada economicamente, enajenada emocionalmente. La sicología freudiana esconde una Meta filosofía, (meta- metafisica, valga la “rebuznancia”) Su arché, su principio, es el Eros. Su Ser, su esencia, es el amor. ¿Pero que tipo de amor? Este Eros freudiano ante todo es sexual, pandémico, hedonista y egoísta, hasta el amor al conocimiento de uno mismo y sus circunstancias es una tarea plenamente egocéntrica.

Concupiscibilidad platónica- principio erótico freudiano Irascibilidad platónica – Instinto de muerte freudiano

Ambos residen en la capa más recóndita del inconsciente, los subsuelos y abismos del edificio mental de la “razón”. Subiendo por el ascensor estos instintos se subliman, el subconsciente, planta intermedia, establece un principio de actuación que se toma por realidad (torna creencia de ser real) Así se produce la represión del principio hedonista del placer inmediato (Eros) Este instinto connatural al inmanente se asocia cultural, social e históricamente a los impulsos asesinos. En la bondad natural estos instintos eran antagonistas, raíz y poda del árbol de la vida. (En Marx oímos ecos rousseanos) El hombre por social trueca naturaleza por civilización reprimida y placer por cultura sublimada. En vez de una cultura placentera, bacanal y epicúrea, aliada de la vida, ciertos idealistas asientan sentimientos de culpa, represores pecados originales.

Los románticos ven el amor como cristianos que son, o más bien como místicos. La iglesia, que tampoco ve bien los éxtasis alucinógenos de Sta Teresa, les llama herejes que idolatran el ser amado “A Melibea amo y a Melibea adoro”. Y aún así, estos románticos hacen  el juego al cristianismo. Fíjate en el final del Don Juan, la casta pureza de Doña Inés y su virginal amor acaba redimiendo al libertino. A los amantes de Teruel o Verona no les basta el hasta que las muerte nos separe, aspiran a la inmortalidad de su deseo. Esta trascendencia de un amor más allá de calaveras es lo que Freud y Marcuse llaman el principio de Nirvana, la sublimación y unión de los instintos de muerte y sexo, placer y dolor. Parece que un amor por el que no se derramen ríos de lágrimas y de tinta, que no se fragüe en los albores de la distancia e  impedimentos sociales, no es amor. Sigue siendo el amor platónico, nutrido en la idealización. Amor vehemente de beatle inmaduro, amor plañidero de serial venezolano. La primera protagonista de culebrón es Melibea llorando; “El amor es dolor y más dolor, apenas llega placer cuando se ha de terminar. Tanto duro de ganar cuanto fácil de perder” Si analizamos el lamento encontramos un oxímorón continuo “Amor/Dolor. Placer/Terminar(Muerte) Ganar/Perder” Un oximorón es una oposición de términos antagónicos que se complementan, lo cual revela este matrimonio placer/dolor que tan mal casa en nuestras vidas. El placer amoroso es dolor mortuorio.

El sufrimiento amoroso, la frustración platónica, la perdida de ese amor que no lo fue, los celos, las envidias, el odio como forma de amor despechado... todo ello indica a la sociedad que el amor es autentico, verdadero. Cuando sufras, sabrás que amas. Esto es un indicio de nuestra represión que arrastramos desde la edad media. Antes del Corán, se escribió las 1001 noches. Antes del Buda de “Eliminando el deseo desaparece el dolor” el taoísmo era el amor panteísta, el amor per sé. Antes del - Eva, parirás con el dolor de tu vientre - “decadentes” romanos/griegos se entregaban al desenfreno de las orgías. La clerencia, esa etapa medieval y falocratica de la baja edad media extiende el bulo del valle de lágrimas  y el ángelus. La cortezia, la alta edad media trovadoresca y femenina, acepta sumisa el sufrimiento amoroso. Desde entonces “sufrir en silencio” acompaña a la mujer, que no sólo lleva en su genética el rechazo procreativo (Andre Gide analiza que las mantis religiosas hembras devoran al macho tras el acto y que al ser más, son selectivas, mientras que el hombre no desprecia presa. Con este alegato explica y normaliza la homosexualidad) sino que culturalmente se las enseña a despreciar su cuerpo, a maquillarlo, a ocultarlo. Goethe dijo una de las tonterías más machistas de la historia “El eterno femenino nos impulsa hacía arriba” Cualquier sociólogo sabe que la mujer, por educación, tiende menos hacía el abstracto y lo trascendente que el hombre, que detrás de cada poeta elevado un “ángel del hogar” lavaba los pantalones del gran hombre.

Quizá sólo en el renacimiento retornamos brevemente a la voluptuosidad de la antigüedad. Es el interludio que deja el giro cartesiano, la incertidumbre entre la muerte de Dios y su sustitución por la diosa Razón. Se renace a los placeres vitales, florece el arte tras el oscuro gótico y la media sonrisa de la Gioconda, como dice el anuncio, es un breve suspiro, el claustro ahogado y mal oxigenado se toma un respiro. Es clara la relación entre el politeísmo religioso de la antigüedad y su poligamia y polisexualidad, y entre el Dios Padre, el Pater Familis y papá estado, monoteísmo monogamico “El estado empieza en la familia y la idea de Dios en el padre terrenal”. El complejo de Edipo, la rebelión al padre, se convierte en una figura alegórica a tope.

El hombre occidental reprimido por su trabajo y civilización Thanatos (El Ulíses de Joyce que no halla Itaca o sentido vital, el burócrata kafkiano insignificante cual mosca o el extranjero enajenado) Ese hombre moderno deniega de Dios, huye del padre autoritario, abandona el estado social (Mata a los 3 padres) y se abraza a la madre naturaleza, un acto incestuoso, se rebaja a los instintos y torna asocial. Ese es el complejo de Edipo, mal de la era actual. Inciso de la teoría de Edipo para explicar que en el renacimiento la figura autoritaria del Dios padre se rebaja gracias a Lutero, que fue el principio del fin cristiano y a esto se deba una mayor permisibilidad que en épocas más austeras. Este renacer del placer renacentista es corto como la vida o las alas de una mariposa, pero voló en el infinito; aparecen los primeros desnudos, se escribe el Decamerón... Contrareformistas, neoclásicos y otros reaccionarios vuelven a establecer lo que Adorno y Marcuse llaman el principio de realidad, que sólo es un marco de actuación pero se toma como pensamiento único. La Razón, nuevo Dios, es la lógica de la dominación. Los libros de texto cuentan que los románticos se revelan a esta regia moralidad, pero como he empezado diciendo, ellos hablan más bien del desamor, el dolor, los abatares del destino, las desventuras de un latiendo por Carlota y que siembra una oleada de sucidios en Europa. Los románticos gestan a la mujer con las costillas del eterno femenino de Goethe. Osea, e ideal decimonónico femenino; pálida como un crisantemo marchito, cabellos finos y sedosos de muerta, blanquecina tez de luna sin arrebol, doncella débil a la que la vienen vahídos y mareos de tanto inhalar cajitas de rape, anémica, ojerosa, más en la tumba que en la cama, más en el lago de Ofelia que en la vida. Mientras, el teatro burgués es ejemplar; todos los sufrimientos que atraviesan los enamorados por culpa de los convencionalismos de cada sociedad se verán recompensados en el cielo, amor ultraterrenal, que huele demasiado a Platón y a monserga eclesiástica.

Muerto Dios (Objeto) y la Razón (Sujeto moral) la burguesía capitalista tiene carta magna, convierte al hombre en un medio (Mata al humanismo, cuyo fin es el hombre y empiezan los tiempos modernos.

Freud somete a Nietzsche al sicoanálisis y a una terapia hipnótica. En el malestar de la cultura llama a la civilización y la cultura principio de muerte, no obstante, no confía en derrocarla porque el Eros es una fuerza destructiva y primitiva.  Marcuse es más optimista, cree que el problema esta en la sublimación incorrecta del Eros, ha de desasociarse de la angustia de la muerte y alimentarse de fantasía. En una sociedad alineada donde el proletario se reprime sexualmente, condenado al onanismo, las perversiones sexuales, las patologías clínicas y los crímenes sexuales podría dar rienda suelta a ese natural instinto de muerte dentro de su mente. Recreándose en las fantasías sexuales, él hombre se descarga de su represión pacíficamente. Marcuse sabe que la imaginación es la que originó la represión, a través de ella también llega la liberación. Imaginación al poder. El posmoderno intuye que sólo viviendo la vida artística, sexual y fantásticamente el hombre será libre de sus cadenas y grilletes (No mediante el conocimiento como los reos de la caverna, ni mediante el Sapere Audem, dos ideas idénticas) La carga de libido de nuestro organismo es reprimida en el trabajo, pero podría aprovecharse tales sustancias para ser creativos en el trabajo, y no sólo productivos. Ya que producir crónicamente, como producimos rebaños de Dollys y pensamientos únicos, es un sinsentido, perdimos el sentimiento lúdico del niño interior. Nos angustiamos por un sentimiento de culpa muy dentro, en el inconsciente, que convierte el sexo en algo oscuro, sucio.

 

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